Palabra de mujer
- Mujer Caos
- 13 abr 2018
- 3 Min. de lectura

La Mancha Roja
Hace unos días, mientras me cambiaba una compresa en el baño lo recordé: algo que en su momento parecía tan inocente, encerraba un acto de represión y machismo.
Cuando era adolescente y tuve la menarquía, el primer consejo que me dio mi madre, el cual le dio a ella mi abuela fue no dejar ningún rastro de sangre en los papeles del baño, no fuera ser que se dieran cuenta de que estaba reglando. En ese momento su petición me pareció muy razonable, que vergüenza que se enteraran que yo sangraba "por ahí" porque también en mi casa la palabra vagina era tabú. Llegue a desarrollar un temor irracional de que si dejaba rastros de menstruación en el baño, algún visitante masculino se iba a enterar de que ya era mujer e iba a querer violarme.
Hoy tantos años después de haber dejado atrás la adolescencia, me horroriza el haber pensado alguna vez, que estar cerca biológicamente de ser mujer era invitación a que un hombre me violara. Y luego comprendí que esto es una muestra de cómo seguimos cargando el estigma de que si nos violan es nuestra culpa, porque somos mujeres, solo por existir.
Recuerdo también que en la tienda de abarrotes de la esquina, se forraban los paquetes de toallas sanitarias con papel de estraza y todas las mujeres pedíamos que además los pusieran dentro de una bolsa opaca. Ya que la peor pesadilla de toda jovencita, en los años ochenta y noventa era que un hombre, peor aún un amigo o familiar la viera con un paquete de toallas sanitarias.
En la secundaria la muerte social y la peor de las humillaciones era manchar de rojo la falda escolar. Pero la culminación de esta historia de vergüenza sin parar, fue cuando de adulta, en uno de mis primeros trabajos, la gerente del local nos llamo a su oficina y nos dio un sermón de 30 minutos sobre higiene, pudor y femineidad. Ya que alguna "cochina" había dejado papeles abiertos con sangre menstrual en el cesto de basura de un baño unisex. "Se imaginan, ese baño también lo usan los hombres” decía muy estoicamente, ya que su madre, sabia y sensata como la mía, también le había dado el consejo de esconder la mancha roja a toda costa.
Esto va más allá de las nociones básicas de higiene y civismo, ya que por supuesto entiendo que nadie quiere ir por ahí viendo papeles con fluidos y desechos corporales regados por ahí, o siquiera pensar en ello. Pero entonces ¿Que no debería darse la misma importancia a un baño sucio o un bote de basura sanitaria desbordado, que a una toalla sanitaria usada? ¿Por qué en pleno siglo XXI empoderadas y liberadas, a las mujeres mexicanas se nos sigue educando para esconder nuestra menstruación, como si fuera algo vergonzoso?
Mi madre que solía leer libros de grandes feministas como Simone de Bouvier o Germaine Greer no alcanzo a ver, que en esa inocente lección de pudor, transmitía a su hija ese estigma de vergüenza y de represión sexual que ha azotado a las mujeres por milenios. Que viene desde el viejo testamento y la tradición judaica en la que se consideraba que mientras la mujer menstruaba era impura, así como todo lo que tocara o manchara.
Aun en estos tiempos de tecnología, y smartphones en los que la ciencia ha probado que la menstruación es un proceso natural como lo es nacer, crecer y reproducirse. La mancha roja, sigue siendo una marca de vergüenza en el inconsciente colectivo.
El fenómeno de la violencia contra la mujer o el machismo es un intrincado y complejo fenómeno social, pero como tal siempre irá de la mano con estos pequeños actos, que parecen inocentes e inofensivos, pero en donde comienza esa cadena de represión sexual y social que sigue atando a las mujeres. Que comienza en avergonzarnos por ser como somos y termina por ejemplo en culpar siempre a las víctimas por una violación; hasta el feminicidio.
Tal vez si dejáramos de reproducir este tabú y de avergonzarnos de nuestro cuerpo y sus procesos naturales. Y si como individuos y sociedad empezamos a educar a las futuras generaciones para dejar de lado esta horrible y manchada tradición, estaríamos un paso más cerca de una sociedad en la que ser mujer no sea sinónimo de ser un blanco de vergüenza y agresión.