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Ágora


Vida y modernidad. Los efectos colectivos de la inmediatez y el relativismo


Si todo en este mundo fuera tan relativo como actualmente se propone, la vida como la conocemos jamás habría sido posible. ¡Cuidado con aquellos que en el nombre la libertad otorgan la muerte! –me han dicho toda la vida. Y me pregunto: qué tipo de orden social es aquel que para constituirse como tal, echa mano de antivalores como la división, el encono, el egoísmo y la irrestricta licencia de cualquier exceso. Secretismo, estupor y mutismo, sigilo e indiferencia. El mundo que nos ofrece la lógica cortoplacista de apostar a lo inmediato y relativo, carcome siempre nuestra dignidad.


Porque el de hoy es un mundo del crónico no saber qué queremos, mucho menos quiénes somos. Relativo, todo es relativo e insignificante. Mundo estéril del egoísmo y la indolencia, bajo el signo de principios, que no proponen otra cosa que una racionalidad a prueba de lo más elemental que somos; humanidad. Mercado y eficiencia, competitividad y eficacia, mundo vacuo trepidante y vertiginoso, que hace de la vulnerabilidad apología de falsas virtudes, lo trivial vuelto fundamental.


Así las cosas me pregunto: qué tipo de compromiso social es posible entre los que no tienen, –lo mismo por mezquindad que por pereza–, ninguna causa que sostener más allá del provecho personal. Inmediatez para no pensar, no sentir, no hacer, no comprometerse, no amar, inmediatez, la doctrina de la vanidad, la egolatría y el hedonismo en su más pura expresión. A eso se reduce todo en esta sociedad de moda y consumo, a casi nada.


Disfrutar de la vida sin el peso de las consecuencias es todo lo que se ofrece, el axioma utilitarista del usar y ser usado. Hay ya tan poco que se valora con humanidad, que para muchos, no existen siquiera razones, para pensar que las cosas vayan alguna vez a mejorar. El mundo que hoy tenemos, es una vil y llana moda, todo va siempre al grito de la última tendencia, porque a eso lleva el modo fútil en el que vivimos, a mirar siempre lo último.


Vivimos al tenor del impulso. ¡Lo quiero ya!, –y sin el más mínimo esfuerzo; me lo merezco, lo quiero y punto. Poco importa si para ello se corta cualquier expectativa de porvenir. Vivamos hoy siempre libres de toda perturbación, cometiendo todo tipo de excesos. Nefasto, total y terriblemente desolador. Falta, yerro, caída, desliz, imperfección, error, tropiezo y abandono.


La ética ausencia de compromisos y responsabilidades, nos ha vuelto personas perezosas, complacientes y faltas de razones para dar mucho más de lo que podríamos. No puede estar tan mal –dicen algunos. Que cada quien haga lo que puede y le dé la gana –responden otros. Vivir sin mayor opción que el disfrute mismo del momento, el gozo irrestricto de los sentidos. La muerte disfrazada de vida es lo que está forma de [no] pensar ofrece.


Pero algo en lo profundo me dice que de ese modo las cosas jamás van a llevar a bien. Porque las sociedades que silencian lo que piensan, tarde que temprano terminan arrastradas por voluntades y caprichos ajenos a su propio interés. Porque eso de hacer, sin razones para pensar qué viene más delante, es tanto como sentarse frente a una hoja en blanco, sin tener la menor idea de qué se quiere decir, lo que supone por regla general, que cualquier cosa que pongamos, estará invariablemente signada por el humor y el capricho del momento.


Una metodología que si bien ofrece la ilusión de hacernos pensar que tenemos posibilidades ilimitadas de hacer lo que nos dé la gana, tarde que temprano nos obliga a resolver: qué tipo de libertad es aquella que para serlo, precisa de renunciar a reconocer que todo lo que hacemos tiene efectos, –algunos de ellos insospechados–, cuyo peso sobre nuestra existencia puede incluso, llegar a silenciar cualquier opción de crecimiento sostenido. Poner en perspectiva estas y otras cuestiones, nos obliga a recordar que la vida resulta una cadena de pequeñas decisiones, cada una engarzada a la otra. Tal vez sea por ello, que se dice que quien tiene un por qué, termina por resolver todos los cómo a los que se enfrenta.


Me pregunto entonces: cuál será el valor de opciones del estilo, ahí donde lo trivial se ha vuelto fundamental. Francamente no lo sé, lo que es más, no me atrevería a decir quién tenga la posibilidad de responder una cuestión tan compleja, mucho menos en el limitado espacio de un comentario de opinión como el presente. En todo caso, resulta innegable que se esté o no de acuerdo con el grueso de las ideas aquí expuestas, es muy poco lo que en su nombre se puede hacer, cuando todo a lo que se aspira resulta relativo e inmediato. Porque al final de cuentas, vivir no es que sea malo o bueno, vivir es simplemente eso; vivir y nada más.


*Ensayista y activista mexicano. Entre la gama de intereses académicos que manejo, se hallan los estudios sobre democratización y cambio de régimen en América Latina, así como cuestiones alusivas a la calidad de la democracia.




Considerarlo importante dependerá en todo caso, mucho más de lo que se hace, que de lo que se piensa.


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