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Vislumbres


FESTEJOS Y ARDORES. –


Es algo perfectamente lógico y entendible que cuando alguien gana, alguien pierde. Y que cuando esto sucede unos festejen y otros se lamenten, como ocurrió (y sigue ocurriendo) desde la noche del domingo 1° de julio, con los muy diversos y numerosos candidatos que ganaron o perdieron en la pasada contienda electoral.


Dentro de los triunfadores hubo desde los que muy serenamente se fueron a dormir sabiendo que les espera una gran tarea, hasta los que no nada más violaron la ley seca que debía prevalecer durante la jornada, sino que se emborracharon en la vía pública y acabaron burlándose de los perdedores; sin darse cuenta (o valiéndoles grillo) que los estaban grabando con camaritas de los teléfonos celulares, y de que tales grabaciones podrían ser “subidas” a las redes sociales para evidenciar su conducta.


Y por el lado de los perdedores hubo también individuos que asumieron sus derrotas con gran madurez y no hicieron alharaca por ello, hasta los que igualmente se emborracharon, pero de dolor, de pena, de coraje al darse cuenta de que no sólo perdieron ellos la elección a nivel individual, sino una gran parte de los candidatos de su misma filiación política.


Han pasado ya diez días desde aquel domingo singular, y poco a poco se han ido asentando los ánimos y valorando la trascendencia que tendrán los triunfos y las derrotas de que venimos hablando. Pero es muy claro que desde antes incluso de que concluyeran los comicios y se supieran los resultados, se estaban (y están) formando fuertes corrientes opositoras al gobierno que aún no se instala, y que así como hay unos opositores que, propiciando la crítica y el debate, se aprestan a dar la lucha dentro de lo legal, así hay otros que, tal vez no habiendo podido asimilar su derrota, o la de sus partidos, están actuando bajo el impulso de chorros de bilis, sin razonar lo que hacen, vertiendo hiel y multiplicando improperios. Sin importarles el dato de que si le va mal al gobierno, la irá mal al país.


En el contexto del segundo debate, AMLO le dijo a Ricardo Anaya: “¡Serénate!” Y algo así tendrían que aceptar como buen consejo todos aquellos que habiendo puesto sus expectativas en un cargo electoral que no pudieron conseguir, siguen extraviados, sin admitir aún que en la democracia se gana y se pierde hasta por un voto.


INFUNDIOS QUE INSPIRA EL CORAJE. –


Y ya que hablamos de Anaya tendríamos que recordar que, desde antes de que se realizara el debate de Mérida, él mismo comenzó a diseminar la idea de que Enrique Peña Nieto había decidido pactar con Andrés Manuel López Obrador, para que éste, si llegara a triunfar, no echara a la cárcel a EPN. Supuestos decisión y acuerdo contra los que, en la noche del mencionado debate, el candidato pan-perredista anunció: “Yo sí lo voy a echar a la cárcel”.


Pero a lo que quiero llegar con este recordatorio, es que no tardó mucho Anaya en encontrar corifeos que, sin tener prueba alguna de la veracidad de aquel supuesto acuerdo entre EPN y AMLO, lo comenzaron a comentar, difundir y criticar como si hubiera sucedido realmente, y aún hoy no sólo lo dan por cierto sino que, habiendo visto cómo el mandatario saliente recibió a su futuro sucesor en Palacio de Gobierno, se plantan y dicen: “¡Ya ven? Se los dije”. Arguyendo que esa recepción cordial es una prueba de que EPN y AMLO habían llegado a un acuerdo político, tanto para desbaratar la fama pública de Ricardo Anaya, como para que el tabasqueño no promueva ningún juicio en contra del mexiquense.


En este mismo tenor, hay varios articulistas evidentemente dolidos que afirman que, viendo la imposibilidad del triunfo del ciudadano Meade, y abrigando el deseo de que por ningún motivo fuese a ganar Anaya, Peña Nieto habría dado línea a los gobernadores priistas para que le dieran a AMLO todos los apoyos y las facilidades posibles para que se quedara con la presidencia de la república. Infundios, pues, que nacen de no haber aún disipado el coraje.


LO ATÍPICO DE LO ATÍPICO. –


Si contrastamos el devenir y los resultados de las elecciones pasadas no nos sería muy difícil admitir que las recientes fueron unas elecciones atípicas, pues no sólo exorcizó el pueblo al fantasma del abstencionismo, sino que impulsó el crecimiento de una corriente política que apenas comenzó a gestarse hace menos de un lustro; llevando, aparte, a su mayor desastre, a los partidos mayoritarios que, más mal que bien, habían dominado el escenario político desde hace décadas.


En este sentido, pues, el arrollador triunfo de Morena fue atípico desde cualquier ángulo desde el que se analice. Pero en Colima hubo algo que resultó ser más atípico aún porque, trascendiendo “el efecto Peje” (o “el tsunami AMLO”), hizo que en los municipios de Colima y Villa de Álvarez resultaran triunfantes los candidatos del “Movimiento Naranja”: Leoncio Morán Sánchez y Felipe Cruz Calvario, antiguos alcaldes de esos mismos espacios, a los que habían llegado con la protección y los apoyos del partido contra el que ahora lucharon.


Así, pues, si por una parte fue sorpresivo el comportamiento de los electores que en todo el estado se volcaron por AMLO y sus candidatos locales y federales; también causó gran sorpresa que Locho y Felipe no sólo hayan salido indemnes del tsunami que a todos los demás arrastró, sino que hayan podido, como excelentes surfistas, subirse y deslizarse sobre la cresta de la ola, para llegar, sanos y salvos a la playa, donde con aplausos fueron recibidos por sus simpatizantes.


ACTUAR CON HUMILDAD. –


Al hablar de semejantes triunfos no podemos dejar de referirnos a las derrotas de Héctor Insúa y Yuleny Cortés, quienes por diversas causas no lograron conseguir la reelección que buscaban; ni podremos dejar de mencionar tampoco a Virgilio Mendoza y Horacio Mancilla, quienes, cada uno a su modo, habían buscado lo mismo en sus respectivos ámbitos.


En esa tesitura hemos podido saber de fuentes bastante confiables que Insúa, Mendoza y Mancilla parecen estar dispuestos a seguir trabajando como regidores dentro de las alcaldías de Colima, Manzanillo y Minatitlán, y pienso que es bueno que lo hagan, demostrando, por un lado, que saben perder cuando la ocasión lo amerita, y evidenciando, por otro, que son suficientemente humildes para obedecer el nuevo mandato que el pueblo les dio.


De Yuleny Cortés y de Martha Leticia Sosa no puedo decir nada en este mismo tenor, porque hay algunos indicios de que no habrían podido alcanzar con los votos obtenidos ni siquiera las regidurías que habrían podido esperar en caso de perder la elección. Pero mis respetos para estas dos valiosas mujeres a quienes desde mi perspectiva no supieron valorar los electores. Sobre todo aquellos que decidieron emitir “voto parejo”.


ACELERADOS. –


En cuanto corresponde al mismísimo candidato presidencial triunfante, y a los muy notables ciudadanos que AMLO presentó hace meses como integrantes de su muy probable gabinete, percibo que andan como acelerados sin necesidad, comenzando por el mismo Andrés. El cual, como si le urgiera comenzar a gobernar, aprovechó la llamada nocturna que EPN le hizo el domingo primero para saludarlo y felicitarlo por su triunfo, para acordar una cita con él en Palacio Nacional el martes 3, a las 11 a.m., olvidándose acaso de que aún faltan cuatro meses y medio para que llegue el 1° de diciembre.


Pero, en fin, ésta es sólo mi muy particular apreciación, y no creo que haya nadie con el poder suficiente que pueda lograr que Andrés Manuel y sus principales asesores y acompañantes le bajen de velocidad a esos trámites, y que en vez se acelerarse ante lo inminente, se tomen unas vacaciones para serenar sus ánimos y enfriar sus cerebros, dado que tendrán seis largos y nada fáciles años para tratar de hacer realidad los numerosos y muy alentadores compromisos gubernamentales que asumió el candidato tabasqueño durante su campaña. “Despacio que llevo prisa”, dicen que dijo Napoleón alguna vez, o “no por mucho madrugar amanece más temprano”.


LA DESCENTRALIZACIÓN ANUNCIADA. –


Y a propósito de promesas y compromisos del hoy ya ex candidato presidencial de Morena, hay una que comenzó a describir en octubre del año pasado, que consiste en la idea de descentralizar el gobierno federal, distribuyendo la mayor parte de las secretarías de estado y las direcciones generales de algunos institutos federales en las diferentes capitales estatales.


De conformidad con un primer análisis sobre dicha propuesta, uno pudiera muy bien coincidir con los argumentos que AMLO expuso para favorecer la descentralización de la que se habla, trasladando, por ejemplo,” la Comisión Nacional del Agua hacia la zona del Papaloapan, porque en los ríos del Golfo de México se tiene 70 por ciento de todo el agua de México”, o la Comisión Federal de Electricidad a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, porque ahí están las principales hidroeléctricas del país; o las oficinas centrales del ISSSTE a Colima por las razones que fueren. Pero una cosa es querer que algo suceda de equis modo, y otra, muy diferente, que todo eso se pueda hacer sin causar más perjuicios que beneficios a las poblaciones involucradas, y sobre todo a los trabajadores insertos en cada una de esas dependencias que, siendo miles, por lo pronto tendrían que cambiar sus habituales lugares de residencia.


UNA FOTO MUY SIGNIFICATIVA. –


Un día de a finales de la semana pasada comenzó a circular en las redes sociales una foto como de 20 personas distribuidas en dos filas, en la que en su parte central se ven el presidente nacional y la secretaria general del PRI, flanqueados, en primera línea, por José Ignacio Peralta a la derecha de ambos, y Alfredo del Mazo, a la izquierda, en tanto que un paso atrás del colimense, aparece nada menos que Emilio Gamboa Patrón.


Las caras que todos ellos muestran en esa foto son las más largas y adustas que tan encumbrados priistas hayan puesto jamás en un acto público, y por la amargura que reflejaban, no dudé en comentar a ciertos amigos que aquellos pobres deudos estaban participando en el velorio del PRI, aunque lo cierto era que lo único que estaban haciendo, era darle la cara a los medios y a su militancia, para reconocer la más grande y estrepitosa derrota que ese partido haya sufrido jamás.


Demostrando fehacientemente José Ignacio, que él ha estado con su partido en las buenas y en las malas… Con tal de no estar en Colima.

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