Vislumbres: El motín de agosto
El motín de agosto. –
Hacia finales de agosto de 1857, el entonces naciente Estado de Colima vivió (y padeció) uno de los más convulsos momentos que ha registrado la historia local, puesto que el 26 de ese mismo mes y año, un grupo de militares locales se amotinó y dio muerte a su ex jefe, el Gral. Manuel Álvarez Zamora, investido como el primer gobernador constitucional de Colima apenas cinco semanas antes. Liberando de la cárcel aproximadamente a cien reos, y generando por consecuencia un caos en la pequeña ciudad de Colima, donde, de momento, no hubo quién pusiera el orden.
Algunos historiadores locales que se han referido al hecho, fundan su descripción y sus comentarios en las fuentes que dejaron escritas algunos de los liberales de aquella época, y por tanto califican de traidores a quienes, como civiles y militares participaron en el movimiento que derivó en la muerte de don Manuel, pero nada dicen respecto a lo que el general por sí, o por intermediación de otros, había hecho en agravio de los que terminaron amotinándose.
He tratado de entender lo que pasó, y sin ánimos de ser parcial, tengo la muy fundada impresión de que tanto unos como otros eran patriotas a desde sus perspectivas, y que él problema fue, una de dos, o que no se sentaron nunca a dialogar, o que, si lo hicieron, no lograron ponerse de acuerdo e intentaron resolver sus diferencias, como era costumbre que se resolvieran en México en esa convulsa época; es decir, mediante la fuerza de las armas. Sin que ningún bando fuese “traidor a la Patria”, como se acusaban respectivamente, sino porque ambos grupos sostenían ideas y convicciones que en ese tiempo parecían ser incompatibles.
El gobernador Washington. –
El hecho en fin, fue que, como dije arriba, el denominado bando conservador se amotinó el 26 de agosto de 1857 y desencadenó un desorden político, civil y militar que hubiese podido derivar en cosas peores, de no ser porque algunos de los promotores del motín, viendo que ya las cosas se habían salido de sus alcances, recordaron que en Colima se encontraba en esos días un coronel llamado José Washington de Velasco, a quien le fueron a pedir que asumiera el mando para buscar el modo de restituir el orden roto.
Don José no era neófito en esos asuntos y sabía que el general Francisco Ponce de León, ex jefe político del territorio y ex jefe de la guarnición de la plaza; así como el comandante José María Mendoza, conservadores ambos también, habían encaminado a otros amigos y conocidos suyos para arrebatarle el poder a don Manuel Álvarez, y les dijo a quienes se presentaron con él, que primero fueran con el general Ponce para que, siendo de mayor rango, asumiera el mando. Pero éstos le refirieron a su vez que, si bien fue cierto que ellos se confabularon con el general Ponce y con el comandante Mendoza para dar aquel golpe militar, éstos se desentendieron de la responsabilidad porque hubo otros participantes que, acelerados, adelantaron fecha y hora del levantamiento sin medir las consecuencias del mismo. Y fue así como, en razón de lo anterior, el coronel José Washington de Velasco, tuvo que asumir el mando político-militar en Colima, desempeñándolo desde la noche del 26 de agosto (o desde la mañana del 27) hasta el día 7 de septiembre de ese mismo año, fecha en que, designado por el Gral. Pedro Ogazón, gobernador de Jalisco y jefe regional en lo militar, arribó a Colima el Gral. José Silverio Núñez, a quien (otra vez algunos historiadores un tanto parciales) mencionan como segundo gobernador de Colima, habiendo sido en realidad el tercero, según lo demostró documentalmente don José María Rodríguez Castellanos, en 1916, cuando siendo trabajador del Archivo Municipal de Colima, publicó su “Prontuario cronológico de los gobernantes de Colima desde la conquista hasta nuestros días”.
Del coronel José Washington de Velasco se sabe en realidad muy poco, y de esos escasos datos he podido concluir que fue militar de carrera y estuvo participando en diversas acciones de armas durante la segunda mitad del siglo XIX, muchas de las veces al lado, o bajo las órdenes del presidente Antonio López de Santa Anna, sin que todo ello impidiera que fuera “un soldado enérgico, hombre de orden y muy prudente”. Según llegó a escribir de él don Ignacio Rodríguez, un historiador colimense, que vivió también por aquellos años.
En relación a su rango militar, se sabe que ya desde antes (o durante) la Revolución de Ayutla (1854-1855), don José Washington había alcanzado el grado de coronel, y que cuando en septiembre de 1855 asumió la presidencia de la república don Juan Álvarez, y el Ministerio de Guerra el general Ignacio Comonfort, fue desterrado a Colima como castigo por haber participado en la guerra bajo las órdenes del dictador Santa Anna.
Y en cuanto al mérito que tuvo al restituir el orden que desbarató el Colima el Motín de Agosto, fue el dicho Ignacio Rodríguez quien, habiendo sido testigo de los hechos, escribió lo siguiente en 1886: “Dictó en el acto las medidas más eficaces para el restablecimiento de la tranquilidad pública; logró reaprehender a muchos de los criminales excarcelados; estableció el servicio de seguridad mutua por medio de paisanos armados; acuarteló y disciplinó la tropa y fusiló al célebre bandido Sinio, que era el terror de las comarcas […]; logrando con tales medidas que a los tres o cuatro días no quedara de lo pasado más que el sentimiento de la muerte trágica del inolvidable General Álvarez”.
José Silverio Núñez entra en escena. -
Según algunos datos sueltos que he podido cotejar, el general José Silverio Núñez parece haber salido de Guadalajara el día 3 de septiembre, al mando “de una fuerte columna de las tres armas” (infantería, caballería y artillería). Y hemos de suponer que envió un propio a Colima para avisar al coronel Washington de su próximo arribo, porque según esa misma información, las fuerzas del general Núñez llegaron “a las inmediaciones de esta capital el día 7 de septiembre”, y porque fue en “la hacienda del Trapiche [donde] entró en pláticas con el señor Washington de Velasco, quien incondicionalmente le hizo entrega de la fuerza que mandaba”, y de algunos individuos que habían participado “en el pronunciamiento”. No habiendo podido entregar ni al general Ponce de León, ni al comandante José María Mendoza, ni a los capitanes Mariano Béjar y José G. Rubio, ni a otros participantes en el motín porque éstos prudentemente “se eclipsaron”, desapareciendo de Colima por algunas semanas.
Vistos, pues, todos esos sucesos, el general Núñez entró a Colima ese mismo 7 de septiembre, tal vez ya en la noche, y habiendo inmediatamente asumido el mando político-militar con el consentimiento de Washington de Velasco, dos días después decretó a la ciudad en “estado de Sitio”. Durando así hasta el día 18, cuando ya formalmente asumió la gubernatura provisional.
Y afirmo también que Ignacio Rodríguez fue testigo de lo que les comento, porque cuando se refirió a este episodio, anotó de su mano lo siguiente: “El señor Núñez era persona de hermosa presencia, sumamente caballeroso, fino y comedido en todos sus actos. No gustaba del aparato militar, pues nunca le vimos usar el uniforme de su clase y vestía siempre de paisano”. Un hombre que “supo granjearse profundas simpatías en la sociedad colimense, de las cuales siempre recibió pruebas inequívocas”.
Otro día, Dios mediante, les platicaré qué sucedió con Béjar y algunos de los demás amotinados.
La muerte del Indio Alonso. –
Viniéndonos un poco más cerca de nuestro tiempo, pero metidos aún en algunos de los capítulos más interesantes de la historia local, cabe mencionar que el viernes 31 de agosto se cumplirán 101 años de que una muchachita de sólo 16, dio muerte, en una improvisada covacha de la legendaria Piedra de Juluapan, a Vicente Alonso Teodoro, aquel temible bandido zacualpeño, al que nuestros abuelos y bisabuelos conocieron popularmente como El Indio Alonso.
Han corrido sobre este hombre algunas verdades históricas y un cúmulo de consejas y creencias populares que hacen muy difícil describir cuál fue realmente su forma de ser, y si se hizo bandido por culpa de los abusos que los poderosos de su época cometieron en su contra, o si, nada más fue uno de tantos sujetos de mala entraña que, tal como muchos delincuentes de hoy, se les hace muy fácil pasar por encima de toda consideración ética o moral.
Viéndolo, sin embargo, desde una perspectiva desapasionada y fría, coincido con las apreciaciones que don J. Trinidad Lepe Preciado, fecundo escritor tonayense radicado en Coquimatlán y Colima, publicó al referirse a Pedro Zamora, otro bandido contemporáneo y amigos de Vicente Alonso, que merodeaba por todos los pueblos, ranchos y haciendas del Llano Grande, en el Sur de Jalisco, en el sentido de que si Zamora se convirtió en presunto villista, no fue porque realmente tuviera una ideología revolucionaria, sino porque vio en ello el modo de poder continuar cometiendo sus tropelías, protegido por una bandera mayor que realmente nunca fue suya.
Así, pues, y salvo algunas opiniones poco fundadas que casi le dan a Vicente Alonso la dimensión de un héroe, creo que El Indio fue un pillo con algunas dotes de liderazgo, y que, para probar sus inclinaciones hacia el delito, bastaría tomar como ejemplo el secuestro y la violación que cometió en contra de Ramona Murguía, la joven que lo mató. Todo ello aun sin contar la violación y el asesinato de una maestra rural, del que la propia Ramona habló dando testimonio.
Las limitaciones de espacio me obligan a tener que abreviar este tema, pero hay una versión que el padre Roberto Urzúa Orozco recogió directamente de la voz de la ya anciana Ramona, en septiembre de 1973, y que, resumida, dice poco menos así:
El Indio llegó a la Mesa de los Árias, municipio de Zapotitlán, Jal., una noche, como a las once, acompañado de algunos de sus elementos. Entró al jacal donde dormían Ramona y sus hermanas menores, amenazó al papá y a unos tíos con sus armas listas para soltar fogonazos y se llevó a Ramoncilla, contra su voluntad, arrancándola de los brazos de la familia, dejando amarrados a los más grandes, pero no sin que ésta lograra advertir gritándole: “¡Pues me va a llevar, viejo desgraciado, pero sepa que con la vida me lo ha de pagar!” Como así fue.
El Indio la trajo casi dos meses con él, usándola como mujer y dándole una mala vida, yéndose a veces a dar la vuelta a Comala, a La Caja, a Zacualpan y al Río Grande, pero viviendo en una covacha que habían logrado construir a un lado del risco más cóncavo de la Piedra de Juluapan, en donde la gavilla tenía también el mejor de sus veladeros.
En una de aquellas salidas, la que por cierto fue la última, el viaje se hizo primero a El Remate y luego a La Caja, en donde alguien le avisó al gobierno que El Indio estaba jugando baraja en la casa de don Anselmo Salazar. Sitio en donde esa noche cenaron y se pusieron a dormir. El gobierno le mandó enseguida a un grupo de la caballería y, por eso, en la madrugada, las bestias y los animales del rancho se comenzaron a bullir, como muy nerviosos, y Alonso y su gente sospecharon algo y prefirieron ensillar e irse de ahí, e hicieron bien, porque al rato se toparon con los guachos en la puerta de El Guamúchil, yendo para La Caja, en donde todo fue echar balas desde detrás de una cerca de piedra, y después huir porque se les estaban acabando el parque, bajando a matacaballo por el descolgón de la barranca del Río Grande, hasta el vado de Zacualpan, en donde, creyéndose a salvo del otro lado del río, “El Indio les tocaba La Cucaracha a los guachos con un cuerno [de vaquero] que tráiba”, hasta que “una bala le pegó en un tobillo y cayó”. Yéndose a refugiar en la covacha de la piedra de Juluapan, casi sin balas, casi sin dinero y con muchas necesidades.
Le herida se le infectó a Vicente. Le dio fiebre y delirio, y cuando ya se estaba recuperando, mandó a sus hombres (hartos ya de andar perseguidos y deseosos también de acogerse a la amnistía que les había ofrecido el gobierno) a pedir un préstamo más. Quedándose solos con él, Ramona y Esteban García, asistente del Indio.
Esteban, según esto, mal aconsejó a Ramona para que matara a su captor, pero no le costó mucho trabajo porque ya ella estaba íntima y encabronadamente dispuesta a cobrar su afrenta y fue así como, el meritito día de San Ramón, exactamente cuando ella cumplió 16 años, tras de haberse acordado de su novio perdido, se levantó gritando: “¡Chingue su madre el miedo!”, y le disparó a Vicente por la parte de arriba de la nuca saliéndole el tiro por una sien.