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Vislumbres: Recuerdos de la Cristiada



RECUERDOS DE LA CRISTIADA. –


Han transcurrido 92 años de que dio inicio la fase armada de la Rebelión Cristera y aún suenan los ecos de los cañonazos y los carabinazos que durante casi tres años continuos ensangrentaron los suelos del Occidente de México.


En este tenor, y tomando en cuenta que en los primeros días de febrero de 1927, las noticias más importantes que se difundían en Colima tenían mucho que ver con el levantamiento armado que acababan de iniciar un grupo de alumnos del Seminario Diocesano y un grupo de jóvenes miembros de la Acción Católica Juvenil Mexicana, creo que vale la pena dedicar esta colaboración (y tal vez la siguiente), para tratar de entender cómo y por qué se suscitó la rebelión de la que estamos hablando en nuestra entidad. Así que, si ustedes están de acuerdo, estimados lectores, penetremos un poco al tema:


LOS ANTECEDENTES. –


En el caso concreto de Colima, donde la rebelión inició más temprano, los antecedentes inmediatos se han querido ubicar en el período del gobernador Gerardo Hurtado Suárez, electo el 1º de julio de 1923, contra Pedro Torres Ortiz y J. Trinidad Alamillo. Pero lo cierto es que se fueron acumulando desde muchos años atrás.


Como quiera que sin embargo fuese, Hurtado asumió la gubernatura el 1º de noviembre de ese mismo año; padeció inmediatamente la rebelión delahuertista, que lo separó del cargo durante 2 meses, pero en enero de 1924, Lázaro Cárdenas, que estaba destacamentado en Colima, le devolvió el poder… Más tarde, presionado por los principales terratenientes de la entidad, Hurtado suspendió el reparto agrario, granjeándose múltiples enemistades de la Liga de Comunidades Agraristas y de la Confederación Regional Obrera Mexicana, CROM, a la que aquélla estaba afiliada. Organizaciones que comenzaron a influir en el gobierno de Álvaro Obregón, para destituir a Hurtado, quien enfrentó asimismo una huelga de estibadores de Manzanillo, hasta que, finalmente, en abril de 1925, ya con Plutarco Elías Calles en la presidencia de la república, fue destituido por una fracción jacobina del Congreso local, bajo la acusación de ser clerical y de haberse hecho disimulado y no querer aplicar con rigor el Artículo 130 constitucional (sobre la separación Iglesia-Estado), que el Presidente Calles quería que se aplicara a rajatabla.


Nombraron en su lugar a Simón García, pero éste renunció a los 12 días. Dando pie para que Calles interviniera directamente, nombrando como gobernador sustituto de Colima a un diputado federal nativo de la entidad, pero que jamás había vivido en el área: el Lic. Francisco Solórzano Béjar, quien era realmente un incondicional de Calles, y que por lo mismo se comprometió “a secundar el programa (presuntamente) reconstructivo y social” que aquél había iniciado, muy de la mano de otros gobernadores como Tomás Garrido Canabal, de Yucatán y Tabasco, y J. Guadalupe Zuno, de Jalisco, quienes también se caracterizaban por su anticlericalismo.


LAS PRIMERAS ACCIONES DEL GOBERNADOR SOLÓRZANO. –


Solórzano Béjar asumió el poder el 14 de mayo de ese mismo año. Iniciando un gobierno exactamente a la inversa que el del Dr. Hurtado; es decir, con prácticas y preocupaciones aparentemente sociales, apoyado en su pertenencia a la entonces muy poderosa y beligerante masonería.


Una de las primeras acciones que realizó en esta última dirección fue la proseguir las acciones que de algún modo había iniciado el gobernador Juan José Ríos, quien, cuando ocupó el cargo en 1914, prohibió a los curas de Colima la posibilidad de “participar en asuntos mercantiles y realizar actos de culto fuera de los templos”. Habiendo incautado además, por una supuesta utilidad pública, algunos edificios de la iglesia católica local, como el del Obispado, para convertirlo en Presidencia Municipal: el del Seminario Conciliar, para convertirlo en escuela pública (hoy primaria Torres Quintero); el Colegio San Luis Gonzaga (hoy Monte de Piedad); el Hospital del Sagrado Corazón (Hospital Civil, hoy IUBA), los hospicios de niños y niñas, para que no les enseñaran el catecismo, y los templos de El Beaterio (para Biblioteca Pública), y los de San José y La Salud nada más por cerrarlos, porque no se les destinó a nada.


Varios de esos edificios y templos habían sido devueltos a la Iglesia por el gobernador Hurtado, pero Solórzano Béjar repitió el esquema e incautó la casa del obispo, la del seminario, las casas curales y algunos colegios católicos, y prohibió a los notarios hacer testamentos a favor de los curas. Puesto que su idea era la de oponer “la acción revolucionaria del gobierno vs. el sectarismo reaccionario del clero”.


Y fue tan fuerte el deseo del gobernador Solórzano Béjar de imponerse a la jerarquía eclesial que, en diciembre de 1925, cuando ya iban a comenzar las Fiestas Guadalupanas, reglamentó el toque de las campanas a sólo 10 segundos por llamada, con lo que provocó una prédica generalizada en contra el día 8, y la supresión por parte de este mismo del toque de las campanas en todos los templos. Lo que molestó a mucha gente.


La causa final que provocó el estallido social (y a la postre la Guerra Cristera) fue la publicación (el 24 de febrero de 1926), del Decreto Número 126, en el que, sin ninguna explicación o justificación de por medio, el gobernador Solórzano simplemente anunció que el número de sacerdotes que habrían de operar en todo el estado no debería pasar de 20, y que cada uno de ellos tendría que presentarse ante su respectivo presidente municipal, para obtener, como quien dice, su licencia de trabajo y “la credencial respectiva”.


LA RESPUESTA DEL OBISPO Y EL MANIFIESTO DE LOS SACERDOTES. –


En respuesta a lo ante tan arbitraria disposición, y pese a su ancianidad manifiesta, don Amador Velasco, obispo de Colima, convocó a una reunión urgente con los sacerdotes que vivían más cerca y, el día 1º de marzo publicó una réplica personal, dirigida al gobernador y a los diputados, que en esencia dijo:


“Aunque mi carácter sagrado de Obispo de Colima no esté reconocido por las leyes que nos rigen, tengo ante la Santa Iglesia y ante mi conciencia la estricta obligación de dirigirme á esa H. Cámara y á ese Poder Ejecutivo, para manifestar mi absoluta inconformidad con el decreto expedido el 24 del pasado febrero”.


Y secundándolo, el día 2, los padres de Colima, publicaron un manifiesto (escrito por el Pbro. Jesús Urzúa), en el que se refutaban los dictámenes del gobernador, y que al final dice:


“Católicos: Nosotros rechazamos con anticipación el dictado de rebeldes. No, no somos rebeldes ¡Vive Dios! Somos simplemente sacerdotes católicos oprimidos, que no quieren ser apóstatas…”


Rubricando su texto, por primerísima vez, con el grito:


“¡¡Viva Cristo Rey!!”


SOLÓRZANO SE ENCORAJINA. –


La respuesta del gobernador fue negativa, y en vez de reconsiderar su actitud, se radicalizó, y el 24 de marzo de 1926, emitió un supuesto “Reglamento de Cultos” que sólo sirvió para atizar el fuego, adelantándose en más de tres meses a la famosísima Ley Calles:


“Artículo 1°- En cada cabecera de Municipio, sólo podrá ejercer un sacerdote de cada culto, con excepción de los Municipios de Manzanillo y Comala, donde podrá haber hasta dos.


“Artículo 2°- Habrá un sacerdote de cada culto por cada 5,000 habitantes en el Municipio de Colima, donde según el Censo de 1921 hay alrededor de 45 238 habitantes, correspondiendo en consecuencia, 10 sacerdotes para el mencionado Municipio.


“Artículo 3°- Ante los Presidentes Municipales comprobarán los sacerdotes su calidad de encargados de los templos a fin de que se les expida por dichos Presidentes la credencial respectiva”.


Dándoles un plazo para su aplicación de 15 días.


Cabe señalar que el viernes 25 fue “Viernes de Dolores”, y que, por tanto, todas las celebraciones religiosas de la Semana Santa, se llevaron a cabo sobre la idea de que la Iglesia y la fe estaban amenazadas.


Por lo que se decidió que el clero en pleno, y miles de católicos de la localidad, participaran en una marcha para requerirle al gobernador la anulación de dicho reglamento “absurdo”.

La marcha, que fue multitudinaria, se realizó desde diversos puntos de la ciudad hacia el jardín Libertad, la mañana del lunes 5 de abril, de la Semana de Pascua. Un testigo presencial nos cuenta que, cuando los manifestantes comenzaron a llegar al jardín, “ya había, en las cuatro entradas del jardín, camiones llenos de soldados armados”, y que “sobre las azoteas de Palacio la policía tomaba sus puestos”. Y que en los balcones de la fachada principal había muchos “policías y civiles armados”, así como “los Diputados autores del infausto decreto”.


Y corroborando de diversos modos lo anterior, hay otros que dicen, o dan a entender, que para evitar que el gobernador se sintiera agraviado si hablaba algún cura, o algún reconocido católico, se decidió que quien tomara la palabra fuera Cuquita Morales, reconocida y muy respetada poeta.


El padre Enrique de Jesús Ochoa escribió: “La voz sonora de María del Refugio Morales, trocada en esos momentos en directora y cabeza de aquella inmensa muchedumbre, se impuso a la multitud, y la decisión, entereza y gallardía colimenses lucieron con brillantez” a través de su voz.


Pero “Solórzano Béjar salió al balcón central de Palacio, rodeado de la camarilla de sus más adictos. Por breves momentos escuchó con visible nerviosidad y, luego, golpeando con ambas manos el barandal de hierro, principió a gritar colérico contra el pueblo: ‘¡Mis órdenes se cumplirán, pese a quien pese, y sabré hacerme respetar: Ni el clero, ni el pueblo, ni nadie, ¡sabrán doblegar mi voluntad! Así dijo con altanería”.


La gente manifestó su inconformidad a gritos, pero J. Guadalupe Rivas, comandante de la policía, dio la orden de disparar y aunque algunos gendarmes tiraron al aire, “muchos diputados y empleados que ocupaban los balcones […] descargaron sus pistolas sobre el pueblo”, y aún se afirma que, “el mismo Gobernador disparó varias veces […] sobre Cuca Morales y su grupo”, provocando la reacción, también armada, de algunos manifestantes, y la huida en estampida de otros… “Pero Manuel Sánchez Silva, uno de los más adictos de Solórzano Béjar”, temiendo por la vida del gobernador “lo cogió de un brazo y le metió [al salón], mientras sus secuaces continuaban disparando sobre la multitud”.


Sobra decir que hubo varios muertos y algunos heridos, y que, como reacción a todo ello, la gente católica de Colima no sólo manifestó sus críticas airadas en contra del primer mandatario, sino que se organizó para resistir y trabajar en contra.


Motivado por lo sucedido, el padre Mariano de Jesús Ahumada, promovió, a nombre de todo el clero diocesano, un Juicio de Garantías contra los dictámenes del gobernador, a primera hora del 7 de abril. Que se les negó.


Y, ese mismo día, viendo la cerrazón gubernamental, el obispo y los curas de Colima tomaron la primera y más grande decisión que pacíficamente podían tomar: ¡Declararon la suspensión del culto en todos los templos del estado! (Mas no de la diócesis, porque ésta es tres veces más extensa que el territorio estatal). Encorajinando aún más al gobernador, porque la gente le echó la culpa de todo.


EL BOICOT. -


Y en complemento con esto, a los pocos días, hay ciertos indicios para creer que el cura de San Jerónimo (Cuauhtémoc, Col.) tuvo la ocurrencia de promover un boicot contra el gobierno, el caso es que, desde la representación local de la Liga Nacional de Defensa Religiosa, surgió una propaganda que se cifraba en la siguiente ecuación: “Oración + luto + boicot = Victoria”.


La palabra boicot era desconocida para la población, pero una vez que fue explicado su significado, muchísima gente se dispuso a participar: se apretaron el cinturón, dejaron de pagar impuestos, no utilizaban ningún servicio público y sólo compraban lo absolutamente indispensable, de tal modo que, a los pocos días los comerciantes y los prestadores de servicios comenzaron a resentir la falta de usuarios y compradores y le pidieron al gobernador que enviara una comisión para hablar con el obispo. Y el anciano cura le respondió por la misma vía que si el gobierno abolía el decreto, ya vería el mandatario que “como por encanto” se apaciguaba todo. Pero Solórzano se negó a anular el Decreto y el obispo salió de Colima y se refugió en Tonila.

(Continuará).

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