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Ágora: El amor... qué es... qué no es y lo que se le parece

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 17 feb 2019
  • 4 Min. de lectura

El amor... qué es... qué no es y lo que se le parece.


A decir de los enamorados: El amor lo puede todo y en su nombre se justifica cualquier cosa; sin embargo, a modo de catarsis, conviene advertir que una definición de ese calibre para el amor, no es ni útil, ni saludable, porque la más de las veces la omnipotencia con la que enmarcamos su expresión, puede perjudicarnos de tal forma, que en su nombre terminamos expresando todo lo contrario a cuya impresión nos acogemos cuando lo enunciamos o pensamos.

Si bien el amor constituye preponderantemente un sentimiento, –convencionalmente asociado con el corazón–, cabe advertir que los sentimientos resultan ideas y pensamientos, de ahí que su autenticidad –como la de cualquier operación cognitiva–, se halla comprometida cuando esta se origina de impresiones distorsionadas. Por ello existe la necesidad de revisar con suma cautela todo aquello con lo que le asociamos, a modo de expresar nuestras capacidades afectivas en todo su potencial.

Estoy convencido respecto a que la idea de que el amor debe ser un acto [deber], que apueste por la unidad, generosidad y o tolerancia, constituye una idea detrás de la cual, puede instalarse [a veces incluso sin sospecharlo], un desagradable conjunto de condiciones, bajo las cuales puede volverse virtualmente imposible ser uno mismo y estar con quien se supone queremos. Porque el cariño sincero que se precie de serlo, no concentra su esfuerzo en volvernos uno solo, sino en procurar que el acto de estar en pareja se fundamente en la solidaridad, porque estar con alguien, significa saber que somos seres independientes en busca del bien común y no un amasijo crónico de carencias e insatisfacciones.

De igual forma, el amor no puede [pese la belleza con la que hemos aprendido a verlo], fincarse sobre el valor de la generosidad, porque esta enuncia un acto de dar sin esperar nada a cambio, y en realidad no hay amor, cuando por sobre encima de todo no existe reciprocidad, porque no hay sentido de estar con alguien más, ahí donde uno termina por dar o poner, incluso aquello que no le corresponde.

Quien no espere nada a cambio del amor, puede llegar a pasar por alto la importancia de su propia persona. Dejando en el olvido que más que un deber, amar es una elección fincada en la libertad personal de decidirnos a compartir quienes somos, sin hacer de esta elección un acto forzado y degradante. De ahí que el amor verdadero excluye de entre sus condiciones la tolerancia, puesto que si decido estar con alguien más, no lo hago como vocación por el tenerle que aguantar o soportar, –como se hace de hecho con cualquier objeto o cosa–, sino por la convicción de que ambos somos interlocutores válidos, susceptibles de ser respetados. Hecho que necesariamente implica diálogo, comunicación, entendimiento. Sin embargo, pese a lo expuesto con anterioridad, de acuerdo con Walter Riso (2011)*, se ha vendido tanto la idea de que el principal motivo del estar en pareja, es el amor mismo, que su sola presencia justifica cualquier cosa. En ese sentido, aunque no se puede desenamorar a voluntad, de acuerdo con este autor: afirmar que el amor justifica el tormento de una mala convivencia es incomprensible. Y desde luego inadmisible, ya que por mucho que se ame, cualquier vínculo que trastoque la dignidad e integridad de las personas que en el participan, no tiene sentido.

De ahí la utilidad de pensar con detenimiento en cuestiones como el amor, el enamoramiento, las relaciones de pareja, la atracción y demás consideraciones, que si bien se hallan íntimamente ligadas las unas con las otras en lo que toca a los procesos de pareja, para decirlo con claridad, no son lo mismo. Con ello considero importante tomar la conveniencia de orientar una reflexión sobre el amor que lo desacralice, para que si las circunstancias lo ameritan, se tenga forma de cortar por lo sano con aquellos vínculos afectivos con los que en vez de hacernos mejores personas, [como piensa la sabiduría popular que nos vuelve el amor], nos llegamos a degradar hasta volvernos irreconocibles incluso para nosotros mismos.

De este modo, propiciar una ruptura con la persona que te hace sufrir, aunque la ames, implica cambiar un sufrimiento continuado e inútil, por un dolor más inteligente, que se absorbe gracias a la elaboración del duelo: «Te amo, pero te dejo. Y lo hago, no porque no te quiera, sino porque no me convienes, porque no le vienes bien a mi vida...». En cualquier relación, si no vives en paz, amar no es suficiente. Con ello la lección es clara: bien llevadas, algunas separaciones son instructivas; nos permiten saber lo que no se quiere del amor.

A propósito de un duelo amoroso, cabe advertir que pese a que constituye un recurso liberador, no resulta sencillo ponerlo en práctica, ya que el mismo constituye una afrenta, a por lo menos tres pérdidas: la pérdida (ausencia) de lo querido; la perdida (autorreferente-imagen) de lo que con ese objeto fuimos; y la perdida de lo que ya no tendrá manera de ser, (es decir la imagen de futuro en la que depositamos todas nuestras esperanzas). Por otra parte, así como el amor puede ser ternura o respeto, hay que ser sumamente cuidadosos en saber ver lo que no es, aunque se le pueda parecer. Porque aunque suele asociarse con el, amor no es agradecimiento, ya que si bien puede incluirlo no lo sustituye, tampoco es costumbre, o añoranza ni nostalgia por lo pasado, así se haya compartido buenos momentos, no debe claudicarse en la consideración de que el pasado [duela o no], es irrelevante. Lo que importa es el presente, porque aporta.

Asimismo, amar no es fusionarse con el otro, ni mediar en pos de tolerancias mal habidas, o fiscalizando a la pareja para sojuzgarla. Porque, la fusión es cuestión de Física no del cariño. Los equilibrios de poder son asuntos de política, no del amor. Las auditorías son recursos de Contaduría, jamás una expresión de afecto. De la misma forma que la justicia amorosa, no es cuestión de tribunales, dado que la legalidad personal empieza, ante todo, por mantener la dignidad propia. Dado que de la misma forma que la dolencia no es querencia, el maltrato no es afecto sino defecto. En el amor, la dignidad personal no debe ser jamás una cuestión olvidada.

___ * RISO, Walter (2011) Manual para no morir de amor, Planeta / Zenith, Madrid.

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