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Vislumbres: 500 Años, Tercera parte


500 AÑOS, Tercera parte



“¡CASTILIAN, CASTILIAN!”


Al finalizar la segunda parte les comenté que cuando Bernal Díaz del Castillo estaba describiendo algunos de los principales acontecimientos que se suscitaron durante la primera de las tres expediciones que salieron desde Cuba hacia lo que hoy son las costas mexicanas del Atlántico, comentó que cuando llegaron a las de Campeche, e iban ya casi sin agua, vieron una especie de desembocadura de río (en un sitio al que por ser la festividad de San Lázaro así le pusieron), a donde quisieron ir en lanchas a llenar sus barriles vacíos (pipas, dice) pero que, habiendo salido a la playa como “cincuenta indios [vestidos] con buenas mantas de algodón”, desde la orilla ”nos señalaron con las manos si veníamos de donde sale el sol y decían: ¡Castilian, Castilian!”. Sin que ni él ni nadie se detuvieran a pensar en el significado de aquellos ademanes y expresiones.


Explica después que, no pudieron llenar sus pipas porque los indios los comenzaron a flechar, se vieron obligados a seguir adelante en busca de agua, hasta llegar a la desembocadura de un río más grande al que menciona como Potonchán (en vez de Champotón), y que, cuando apenas habían logrado “henchir (llenar) las pipas”, llegaron hasta ellos otros indios con gestos “de paz”, preguntándoles nuevamente “por señas […] si veníamos de donde sale el sol”. Pero que, “aunque paramos en mientes […] de lo que podría ser aquella plática, nunca entendimos” ni la causa ni el propósito de lo que decían y preguntaban.


Varios capítulos más adelante, Bernal volvió a tocar el mismo tema, haciendo notar que un día de principios de marzo de 1519, ya cuando estaban con Hernán Cortés en Cozumel, éste, que “en todo ponía gran diligencia, me mandó llamar, y a un vizcaíno que se decía Martín Ramos, y nos preguntó qué sentíamos (o qué pensábamos) de aquellas palabras que nos hubieron hecho los indios de Campeche, cuando vinimos con Hernández de Córdoba, y nos decían ‘Castilian, Castilian’, según lo he dicho […] Y nosotros se lo tornamos a contar de la manera que lo habíamos visto y oído. Y él dijo que muchas veces había pensado en ello”. Y que, según su entender, eso significaba que “podrían estar algunos españoles en aquella tierra”. Dato que, en caso de ser cierto, implicaba una enorme interrogante porque se tenía por cierto de que “aquella tierra nunca había sido vista ni descubierta” por ningún marino europeo, como lo afirmó el mismo Bernal al hacer su crónica de la primera expedición, y porque ninguno de los 508 elementos que iban con el capitán Cortés tenía una sola noticia al respecto.


GRANDES NOVEDADES PARA LOS CONQUISTADORES


Las explicaciones poco a poco comenzaron a vislumbrarse, y he aquí que los propios Díaz del Castillo y Cortés anotaron las pistas para encontrarlas: la primera tiene que ver con el hecho de que – según la relación del primero- un día de principios de mayo de 1518, mientras las naos españolas de la segunda expedición estaban explorando la isla de Cozumel y las costas que les quedaban enfrente (actual Playa del Carmen), “vino una india moza, de buen parecer, y comenzó a hablar en la lengua de la isla de Jamaica... Y como muchos de nuestros soldados y yo entendimos muy bien aquella lengua, que es como la propia de Cuba, nos admiramos de verla y le preguntamos que cómo estaba [ella] allí”.


La respuesta de aquella muchacha fue muy sencilla y normal, dadas sus propias circunstancias vitales, pero a Grijalva, Bernal y a los demás marinos y soldados los sorprendió, no tanto porque no entendieran lo que ella les contestó, sino porque lo que dijo les demostró lo ignorantes y soberbios que habían sido al no interrogar, en su tiempo, a los antillanos, sobre el conocimiento que ellos pudiesen tener de su propio entorno. Pues la hermosa jamaiquina les dijo, en síntesis, que dos años antes, habiendo salido junto con su esposo y otros paisanos suyos a pescar en una pequeña piragua, fueron arrebatados por un temporal cuyas turbonadas los trajeron hasta las tierras mayas, donde sus habitantes se quedaron con ella y con algunos otros, sacrificando a los demás.


Hasta donde yo alcanzo a ver, ese solo hecho demuestra igualmente que, aun cuando fuese de manera incidental, también hubo gente de Las Antillas que llegó a las costas mexicanas, llevando desde luego comentarios acerca de los terribles acontecimientos que ante sus ojos estaban ocurriendo en las islas. Y nos confirma la posibilidad de que, como les comenté en el capítulo anterior, algunos mayas marineros hayan podido aproximarse también a las islas, dado que, como ya quedó probado, tenían grandes piraguas entoldadas en las que navegaban “a vela y a remo”. Siendo esas las dos posibles causas por las que los mayas de “San Lázaro” y “Potonchán”, hubiesen estado informados por los isleños de la presencia de los “nuevos hombres” que, según eso venían de “Castilian”.


La segunda de las explicaciones terminó por surgir de otros dos acontecimientos que la mente analítica de Hernán Cortés supo relacionar: uno se refiere a que, durante la expedición de Grijalva capturaron a dos jóvenes mayas en “en la Punta de Cotoche” (hoy Cabo Catoche), en el extremo de la Península de Yucatán. Ambos jóvenes tenían los “ojos trastabados” (es decir bizcos), y se los llevaron en los barcos.


Ya en ellos, para identificarlos, los traviesos marinos los bautizaron como “Melchorejo y Julianillo”… Y podemos legítimamente suponer que ambos eran también muy inteligentes porque, con la ayuda, tal vez, de aquella “moza de buen ver” que hablaba maya y caribe, comenzaron a entender y hablar el castellano. Convirtiéndose así, sin ellos mismos sospecharlo, en elementos valiosísimos para lo que vendría después. Porque no fue por menos que cuando Cortés se hizo cargo de sus propios barcos, procuró llevarse a Melchor consigo y tenerlo muy cerca, para que le sirviera de intérprete cuando se topara con la gente de Cozumel y Yucatán.


El otro acontecimiento que sirvió para encontrar el porqué de los gritos “¡Castilian, Castilian!”, ocurrió al final de la charla que Cortés había sostenido con Bernal Diaz y Martín Ramos, cuando, quedándose un momento rumiando en lo que éstos le habían comentado, en términos nuestros les dijo: “Pues a mí me parece que tales expresiones se deben a que en esta tierra están (o estuvieron) algunos españoles desde antes de que viniera a ellas el capitán Hernández de Córdoba”. Dato en el que, como se había sincerado Bernal, no se habían puesto ellos a pensar.


Así, pues, basándonos en los dos testimonios, muy bien podemos imaginar a Hernán Cortés ordenándoles enseguida: “Tráiganme a Melchorejo, el de la Punta de Cotoche, pues ya vimos que entiende muy bien la lengua de Cozumel, y tráiganme también a los principales de aquí”. Y que, cuando ya todos ellos estuvieron muy cerca de donde él mismo se hallaba, le ordenó a Melchor preguntar a los señores de Cozumel si habían logrado enterarse de la presencia de otros españoles en la gran isla de enfrente (porque los hispanos seguían considerando isla en esos días a Yucatán).


La respuesta de “los principales” ya no sorprendió a nadie: les dijeron que sí, y que tenían informes precisos de que en “andadura de dos soles” (viajando dos días a pie) había dos españoles a “los que tenían como esclavos unos caciques”.


Afirma Bernal que Cortés siguió preguntando más datos y que “los principales” le respondieron que, si querían saber más, él enviara a algunos de sus hombres hacia aquellos lugares, aprovechando que unos mercaderes de Cozumel habrían de ir para allá. Y que, Cortés de inmediato dio órdenes al capitán Diego de Ordaz para que en su bergantín (una de las embarcaciones más pequeñas) se llevase a “veinte ballesteros y escopeteros” en plan de escolta, junto con un montón de cuentas de vidrio, espejitos y demás quincallería, para intercambiarla con los caciques por el rescate de sus presuntos paisanos.


No describiré todas las aventuras que esta gente pasó, y sólo referiré lo más sabido de todo: que hallaron a Jerónimo de Aguilar, un antiguo fraile, diácono o subdiácono al parecer, que quiso ser fiel a sus votos y nunca se pudo acostumbrar a vivir como los mayas; y a Gonzalo Guerrero, soldado veterano, que no sólo se acostumbró a vivir como los nativos, sino que se casó con una bella muchacha, hija de un poderoso cacique, y tuvo al menos tres hijos con ella.


Aguilar se revistió de inmediato con las ropas que sus paisanos le pudieron compartir. Guerrero, en cambio, ni siquiera se quiso ir de vuelta con ellos porque les dio a entender que él, en su tierra, no había sido nadie, y que ahí, en donde ahora vivía, finalmente era alguien y tenía esposa e hijos a los que quería mucho, deseándoles que les fuera muy bien en su regreso.


LA IMPORTANCIA DE LOS INTÉRPRETES


Hernán Cortés se alegró mucho de ver a aquel español enflaquecido y de piel tan tostada que casi tenía el mismo color que los mayas y, después de darle la bienvenida y ordenar que le sirvieran vino y algo para comer, lo acosó a preguntas, interesado en saber cómo y cuándo habían llegado él y Gonzalo Guerrero a esas tierras.


Existen algunos indicios en el sentido de que a Jerónimo de Aguilar se le había entorpecido un tanto la lengua para hablar español, al haber transcurrido casi ocho años sin tener a nadie con quien comunicarse en su idioma, pero que, queriendo mostrarse agradecido con Cortés, poco a poco le fue narrando sus experiencias y padecimientos, dejando muy en claro que, un día de agosto de 1511, habiendo embarcado en el Golfo de Darién, con rumbo a Santo Domingo, en un galeón, los alcanzó una fuerte tormenta y, no pudiendo ver hacia dónde iban, el navío encalló en el Arrecife de Los Alacranes y sólo pudieron escapar en lanchas, cerca de veinte personas, entre las que estaban dos mujeres… Continuando con su relación, Aguilar explicó que un día o dos después, sin agua y comida, llegaron a las costas yucatecas, donde fueron capturados por los nativos, que, según llegó a entender sacrificaron y se comieron a la mayoría.


En lo sucesivo, el antiguo fraile comenzó a traducir las conversaciones que Cortés sostenía con los mayas, y se volvió casi indispensable cuando, aprovechando el cuidado que los soldados hispanos tenían sobre sus propias personas durante la batalla de Centla, Melchorejo largó sus ropas de cristiano y logró escapársele a Cortés.


Tras esa batalla, como se recordará, los caciques tabasqueños obsequiaron a los hispanos 20 mujeres jóvenes entre las que iba la bella Malinalli. Misma que, un día como hoy (20 de marzo), hace 500 años, cuando los barcos españoles echaron anclas junto al islote de San Juan de Ulúa, unos emisarios del gran tlatoani Moctezuma que ¡estaban esperándolos en la playa!, subieron a unas canoas y se hicieron llevar hasta el navío de mayor calado, para preguntar por el tlatoani de los recién llegados “en su lengua”, y que “doña Marina, que la entendía muy bien”, se lo explicó a través de Aguilar, en maya. Sobre ese momento hay algunas ligeras variantes en las relaciones, pero Bernal Díaz es claro cuando dice que los emisarios de Moctezuma le hicieron “mucho acato a Cortés a su usanza”, y que le preguntaron de parte de su señor si éramos hombres o teules (dioses).


Complementariamente Bernal Díaz explica que “Cortés respondió con las dos lenguas: Aguilar y doña Marina”. Lo cual quiere decir “con los dos intérpretes que tenía”. Y es así como sabemos que, a partir de ese importante momento, se generó una especie de triángulo de interlocución entre la muchacha, el ex fraile y el conquistador. Un triángulo muy valioso para el capitán general porque al entrar en contacto con los emisarios de Moctezuma, facilitó grandemente las cosas, en la medida de que Cortés le transmitía a Aguilar en castellano lo que deseaba comunicarles y éste se lo transmitía a Malinalli en maya, y ésta a los funcionarios mexicas en náhuatl. Regresando las respuestas en sentido inverso.


En este tenor hay plena constancia de que la expedición de Cortés desembarcó en aquellas orientales costas el Viernes Santo (21 de marzo) de 1519 y, de que, casi inmediatamente después, él y los suyos realizaron una asamblea formal, en la que tomaron el acuerdo de fundar la Villa Rica de la Vera Cruz, el primer pueblo español en toda esta parte del Continente.


Hasta este momento, sin embargo, nos hemos concretado a referir sólo lo que los cronistas hispanos estuvieron anotando sobre todos esos importantísimos y trascendentales acontecimientos, pero ¿es que no hay testimonios escritos de los pueblos autóctonos que hablen acerca de esos mismos temas? – Por supuesto que sí, pero de ello hablaremos en la siguiente entrega.

Continuará.


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