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Vislumbres: La polémica se convirtió en mofa


ACTUAR SIN PENSAR. –


No dudo que cuando el presidente López Obrador decidió enviar al Papa y al Rey de España las famosas cartas que tanto escozor han provocado, lo haya hecho con el excelente propósito de lograr “una reconciliación” a fondo, entre la Iglesia, a veces abusiva, y “los pueblos originarios”, y entre la vieja España y México, porque aunque sus jerarcas lo nieguen, la corona española sí expolió a indios, mestizos, negros, mulatos y aún criollos no sólo durante los años en que se llevó a cabo la paulatina conquista, sino durante los tres siglos que duró el período virreinal. Pero lo que sí creo es que a AMLO le falló el cálculo al no sopesar las reacciones que dichas cartas podrían provocar, no nada más en sus destinatarios (y en sus allegados), sino entre sus enemigos políticos, quienes inmediatamente aprovecharon su nada diplomático desliz para tundirlo en las redes sociales a base de burlescos “memes” y para cubrirlo con adjetivos calificativos de sucios colores. Señalando, aparte, que su linda y culta esposa es “la autora intelectual” de las singulares misivas y, sólo sabrán ellos de cuántas cosas más.


AMLO ha dicho después que él no difundió el contenido de las mencionadas cartas, pero eso no le impidió comentar la intención que tuvo al enviarlas y que, sin ser mala, insisto, nos sorprendió a muchos por no haber él explicado nada antes. Dando lugar a que la ruidosa polémica que inmediatamente provocó con el video, se haya convertido en un motivo más de burla, de mofa, en vez de propiciar un debate formal, de altura, con conocimientos reales y no nada más basados en las secreciones biliares o en las excretas intestinales que han sido el “motivo de inspiración” de no pocos de los paisanos aun dolidos por la derrota de los candidatos de “la mafia del poder”, para utilizar una de las expresiones favoritas del tabasqueño.


No voy yo, pues, a participar en esta campaña de pitorreo sino a tratar de contribuir, como ha sido mi intención desde que marzo inició, para poner al alcance de nuestros lectores lo mejor síntesis que pueda lograr de cuanto escribieron en su momento los testigos (tanto de España como de Anáhuac) de la conquista de lo que hoy es México. Pero, antes de seguir con esa síntesis, quiero desmentir a cierto articulillo que desde el principio de este año comenzó a meter bulla en las redes sociales sobre este interesante asunto, y que no sé si alguien nada más copió y pegó, o si algún autor (¿premeditadamente engañoso y quizá cobarde?) publicó sin atreverse a firmar, asegurando, entre otras sutilezas que más parecen burradas, que, por ejemplo, Hernán Cortés no era español, y que por mi parte citaré en cursivas, dejando su texto tal como él lo escribió, para que no me vayan a echar la culpa de que lo distorsioné:


¿EXISTÍA O NO EXISTÍA ESPAÑA EN 1519?


Según ese innominado autor, “España NO EXISTIA como país en 1519 cuando Hernán Cortes llegó a México”. Y que ésa es “una falsa idea de nuestro pasado nacional , casi universalmente aceptada como ‘valida’ (debió decir válida) por los irreflexivos académicos y el desinformado vulgo en general, es la que predica que ‘España conquistó México’ (¡!), sin embargo, existe un GRAVE problema en torno a esa ‘muletilla’ ya cientos de veces repetida en los medios de difusión con los que cuenta la ‘propaganda eurocentrista’ (¡¡??) de la historia (libros, documentales, artículos); pues apegados a la Sabia Razón y a la Verdad científica (¿¿¿!!!) , en 1519 el país que hoy lleva el nombre de ‘ESPAÑA’ en realidad NO EXISTÍA ni territorial, ni política, ni legal, ni socialmente, ni siquiera el nombre de España estaba escrito en ningún documento oficial”.


Si uno se detiene tantito a revisar dicho texto, se va a encontrar con que su redactor se mira bastante exaltado, pues apenas iniciada la exposición de su tesis, en vez de fundamentarla arremete contra “los irreflexivos académicos y el desinformado vulgo en general”, y alega tener de su parte “la Sabia Razón y a la Verdad científica”, como si ésas señoronas existiesen en la realidad y fueran las musas que lo inspiraron.


En párrafos posteriores, arguye: “Lo que sí estaba en la PENÍNSULA IBÉRICA en ese entonces, eran un puñado de reinos atrasados en muchos aspectos sociales e ideológicos”. Sin percatarse tal vez de que al decir eso ofende también a sus habitantes de ayer y de hoy. Pese a lo cual, y tal vez sin darse cuenta de que él sólo se está desmintiendo, reconoce y admite que los habitantes de dicha península “gozaban de identidad nacional propia [aunque] NINGUNO SE LE LLAMABA ESPAÑA”.


Y es ahí donde de entrada pierde el alegato que él mismo inició, porque si bien los conquistadores que vinieron con Hernán Cortés y él mismo, eran procedentes de los distintos reinos que existían en ese tiempo en la Península, todos ellos tenían una “identidad nacional” y admitían como suyo un monarca que, como el desconocido autor bien dice, tampoco “ERA ESPAÑOL y no solo eso, ni siquiera era originario de la península Ibérica (hoy España), sino que nació en los territorios de la corona austriaca de los Habsburgo, en la ciudad de Gante (hoy Bélgica)”. Dato que no le contradeciré.


En lo que sí voy a meter la mano es en lo de su tesis principal: de que en 1519 España no existía como país, para decirle que, si a esas razones vamos, tampoco México existía como país, pero remitámonos a las pruebas.


“NOSOTROS LOS ESPAÑOLES”. –


En la primera Carta de Relación, que se compiló junto con las que sí escribió Hernán Cortés, pero que en realidad redactaron y firmaron de común acuerdo con él los integrantes del Cabildo “de la Rica Villa de la Vera Cruz”, fechada el 10 de julio de 1519, y que fue dirigida “a la reina doña Juana y al emperador Carlos V, su hijo”, se expone muy claramente “a Sus Majestades” que, según los suscritos suponen, ellos (la reina y el emperador) ya deberían tener noticia, “por palabras de Diego Velázquez”, del descubrimiento de “una tierra nueva […] que [en un] principio fue intitulada con el nombre de Cozumel y después la nombraron Yucatán”. Y que tal vez ya sabrían también que, “en estas islas” de Santo Domingo, Cuba y Jamaica, “pobladas por españoles”, se había vuelto “una costumbre [la de …] ir por indios a las islas que no están pobladas de españoles para servirse de ellos” y, que, consecuentemente con esa costumbre, varios de “los susodichos” (o abajo firmantes, diríamos hoy), que todavía no tenían indios a su servicio, o tenían muy pocos, se pusieron de acuerdo para fletar y enviar “dos navíos y un bergantín para que de dichas islas (porque suponían que Yucatán también era una isla) trujesen (trajesen) indios” a Cuba, “para servirse de ellos”.


Más adelante, cuando hacen referencia a los exorbitantes gastos que Diego Velázquez dice haber erogado para avituallar las naos en que todos ellos fueron con Hernán Cortés, lo desmienten ante el rey, y como agregado concluyen tajantemente: “de manera que podemos decir que entre nosotros los españoles, vasallos de vuestras reales altezas, hace Diego Velázquez su rescate”. Es decir, que recupera su inversión, cobrándoles a todos ellos “muy bien” los espejitos, las cuentas de vidrio, las telas, las tijeras, los cuchillos y demás cosillas que llevaban para intercambiar con los indios por oro y plata.


Y ya no digo más porque lo aquí expuesto basta para demostrar lo que expuse arriba, en el sentido de que los individuos que vivían en Cuba, independientemente de que procedieran de “Castilla, León, Aragón, Navarra, Granada, Toledo, Valencia, Galicia, Mallorca” y demás pequeños reinos de la Península Ibérica, se reconocían todos como españoles, aunque su emperador y su reina no lo fueran. Y todo eso sin que les importara tampoco que, como dice nuestro desconocido autor, “el nombre de España [no] estaba escrito en ningún documento oficial”. Como si él hubiese tenido la oportunidad de leerlos todos.


Ahora bien, si nos remontamos siete u ocho siglos atrás, resulta que, en los ya muy antiguos mapas del Imperio Romano, el nombre de Hispania (España), ya aparecía junto al de Galia (hoy Francia), Germania (hoy Alemania y parte de los países vecinos) y Britania, cuyas sonoridades y ubicación son conocidas de todos los buenos estudiantes de geografía.


Todavía hay más que evidenciar al respecto, pero no quiero enfadar a los lectores arguyendo sobre lo mismo, y quiero concluir este apartado afirmando que, cuando apenas habían pasado unas pocas semanas de estar aquellos primeros españoles radicando en los arenales de la actual costa veracruzana y explorando por las tierras de Cempoala y por las costas de Pánuco, Hernán Cortés, a quien nuestro autor le niega el origen hispano, pues lo reduce a “castellano” nacido en Extremadura, tuvo la para él genial idea (pero devastadora para “los pueblos originarios”, Andrés Manuel dixit), de nombrar las tierras que él iba conquistando como La Nueva España. Dato que nos remite a pensar que sí él pretendía estar fundando una “Nueva España” es porque al menos en su concepto había una “Vieja España”, así fuera nada más porque en la universidad de Salamanca (donde sus biógrafos dicen que estudió dos años) leyó alguna ocasión el antiquísimo nombre de Hispania que, como dije, invadieron los soldados romanos, de cuya “fabla”, modo de hablar, surgieron precisamente, el castellano y el portugués, las dos “lenguas romances” que se hablan mayoritariamente en los actuales países iberoamericanos.


El documento que corrobora esto es, nada menos que la Segunda Carta de Relación, ésa sí redactada y firmada únicamente por Cortés, en un pueblo que él llamó “Segura de la Frontera”, pero que no es hoy más que Tepeaca, Puebla, el 30 de octubre de 1520, donde su redactor, usando mañosamente la tercera persona del singular, en su primer párrafo dice: “[Segunda Carta] enviada a su Sacra Majestad del Emperador Nuestro Señor, por el capitán general de la Nueva España, llamado don Fernando Cortés”… Tierra muy grande, rica y hermosa de la que como, “ya en otra relación escribí, [usted] se puede intitular [como] nuevo emperador de ella, con título y no menos mérito que el de Alemaña” (sic).


Así, pues que, si Hernán Cortés bautizó a la porción de tierra que en ese entonces ya llevaba conquistada como la Nueva España, es porque había una Vieja España, aunque no le plazca al desconocido historiador que propició esta charla.


Alguien, por otra parte, aquí en Colima, quiso refutar el argumento que hoy les presento, diciendo que no era válido usar un ejemplar reciente de las Cartas de Hernán Cortés para probar que España sí existía en 1519 y que lo único que podría ser válido para él era que nos remitiésemos a las cartas originales escritas a mano por el conquistador. Pero le respondí que estas versiones actuales, si son fieles al original, son tan válidas como “la Biblia de Jerusalén o las mejores versiones de El Quijote”.


En abono final de esto último quiero decir que las cartas que aquí cité, “se hallan manuscritas, junto con otros documentos [del propio Hernán Cortés] en un códice de la Biblioteca Imperial de Viena”, y que obviamente fueron cotejadas con ellas por quienes las paleografiaron en beneficio nuestro, y de todos quienes quieran darse la oportunidad de leerlas.


Pero volviendo al tema de la polémica que AMLO desató, sigo manteniendo la idea de que la España de hoy no es culpable de los desmanes que haya cometido la España de los siglos XVI, XVII y XVIII, como nadie nos puede culpar a nosotros de los crímenes, robos o más delitos que hayan podido cometer nuestros desconocidos bisabuelos y tatarabuelos.


LAS CONFUSIONES SOBRE LA FECHA Y EL SITIO EN QUE SE FUNDÓ VERACRUZ. –


Y ya que nos referimos a la polémica desatada por nuestro presidente, quiero informarles a nuestros lectores (en el caso de que aún no lo sepan), que ahorita mismo hay otra que se revivió, en torno a los lugares y las fechas que según dicen fue fundada la inicial Villa Rica de la Vera Cruz. Tema en el que, sin ser yo nativo de aquellas hermosas costas, intervendré en mi próxima colaboración.



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