Vislumbres: Zapata cabalga de nuevo
LA HISTORIA NOS CAYÓ ENCIMA. –
Hace dos meses, los integrantes de la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas recibimos una invitación formal por parte de la directiva, y de la Secretaria de Turismo y Cultura del Gobierno del Estado de Morelos, para participar en un “encuentro extraordinario de cronistas”, que se llevaría a cabo en diversos municipios de aquella entidad, con motivo de la conmemoración del Centenario Luctuoso del Caudillo del Sur. Evento al que, quienes quisiéramos y pudiésemos acudir tendríamos que llevar una ponencia en la que habláramos de las repercusiones de la promulgación del Plan de Ayala (y del zapatismo en general) en nuestras respectivas regiones.
Mi tema fue “El inicio del agrarismo en Colima”, y su propósito explicar cómo aparecieron los primeros ejidos en nuestro estado, quiénes fueron sus principales promotores y los problemas y las consecuencias que se derivaron del reparto ejidal.
Cuautla sería la sede del mencionado encuentro, y Ayala, Yecapixtla, Yautepec y Atlatlahucan, las subsedes, aunque por causas que desconozco unos se hicieron para atrás y obligaron al Mtro. Tláloc Rafael García Lazos, cronista de Jiutepec, anfitrión por parte de los locales, a realizar diferentes maromas para que el histórico evento saliera lo menos raspado posible.
Pese a los problemas enfrentados (unos resueltos y otros no), lo que hoy quiero compartir a nuestros lectores es que, el pasado domingo siete, la historia, literalmente cayó encima de los pocos cronistas que aún quedábamos en el evento. Porque sin haberlo imaginado siquiera, tuvimos la oportunidad de ver a …
ZAPATA CABALGANDO DE NUEVO. –
Y si los lectores no me quieren creer lo que les digo, déjenme explicar cómo sucedió todo eso, para que entiendan que, en efecto, así fue…
Nos acostamos el sábado 6 un rato antes de que nos impusieran de nuevo el horario de verano, con la consecuencia de que cuando nos levantamos todavía se veía a oscuras. Pero entre que nos bañamos y nos acicalamos amaneció, y nos fuimos a desayunar en el restaurante de un bonito hotel campestre que está ubicado en un barrio muy verde de la ciudad de Cuautla, que desde antiguo lleva el nombre de Agua Hedionda, y que es uno de los muchos balnearios que hay en esa región.
Concluido el desayuno abordamos los autobuses y nos dirigimos a las instalaciones de la Universidad Latina, de esa misma ciudad, donde algunos de los compañeros asistentes presentamos nuestras ponencias, hasta que llegó el tiempo, otra vez, de abordar los autobuses para seguir la famosa “Ruta de Zapata”, pasando rápidamente por Anenecuilco, lugar donde “El Jefe Miliano” – como allá le dicen- nació; por Villa de Ayala, donde promulgó su famoso plan de lucha; para detenernos, bajo el rayazo del sol de las 13 horas, en un crucero desde el que se podía ver el chacuaco (actualmente inservible) de la ex hacienda de Chinameca, sitio en donde Zapata fue asesinado el 10 de abril de 1919, un día como hoy, hace exactamente cien años.
Morelos es un estado con una vegetación y un clima muy parecidos a la vegetación y al clima que hay en algunas partes de nuestra propia entidad, de manera que, cuando íbamos pasando por algunas de las poblaciones de la ruta, no nos pareció raro ver (al menos a los que fuimos de acá), crecidos junto a los cañaverales, guamúchiles, ciruelos, mangos, palmas de coco, naranjos, limones y guayabos, así como las lomas y las hondonadas cubiertas de mezquites, tepames, huizaches y cuastecomates.
De repente en aquel crucero apareció un montón de patrullas rurales (camionetas pick ups) llenas de numerosos policías uniformados de negro y cubiertos todavía más por los gruesos chalecos antibalas, que no sé cómo no caían insolados al experimentar el calor que nosotros, vestidos con ropas claras, ya percibíamos como insoportable.
Los autobuses se mantuvieron buen rato detenidos allí, pero con el motor funcionando para permitir que sus aires acondicionados enfriaran un poco el interior de los mismos y mantuvieran a salvo a los ocupantes. Luego pasaron como doscientos motociclistas, y eso nos dio pie para que supusiéramos que no tardaríamos en ver el convoy motorizado que suele escoltar al ex futbolista Cuauhtémoc Blanco, convertido ahora en flamante gobernador de dicha entidad, pero debo entender que supusimos mal porque el hombre nunca llegó.
Ya casi como a las 2 pm, las autoridades municipales indicaron que nuestros vehículos podrían avanzar y nos fuimos por una destartalada carretera hasta colocarnos frente a la entrada de una brecha en donde, de plano, los choferes de los autobuses se negaron a entrar, envolviendo en un nuevo problema al pobre Tláloc García, quien ya para esos minutos llevaba como hora y media con el celular pegado al oído preguntando qué hacer y, por lo visto, recibiendo instrucciones contradictorias. Mientras que más de alguno de los más impacientes compañeros quizá en su fuero interno le mentaba la progenitora porque tampoco nos había explicado lo suficiente a dónde nos llevaba ni para qué. Siendo que él -según lo supe después- se había reservado ese dato, para que fuese una sorpresa lo que íbamos a presenciar.
“Que se bajen de los camiones” – se escuchó la voz de una de las muchachas del equipo de apoyo y, oh sorpresa, llegaron varias de las patrullas antes dichas para que nos trepáramos los cronistas allí, y en ellas nos fuimos, como reos recién atrapados, hacia un extenso potrero cubierto todavía de rastrojo, en donde desde muy lejos se veía una gran lona azul desteñida, colocada sobre unos palos y tensada con cuerdas, para figurar un improvisado toldo.
En el potrero había, unos montados en carísimos caballos europeos; otros en caballitos criollos, y unos más en machos, mulas e incluso burritos, entre doscientos y trescientos jinetes, como esperando a que sucediera algo. Pero nosotros seguíamos ignorando qué hacíamos allí.
Junto al toldo había, eso sí, una banda tocando melodías sureñas que su servidor no había escuchado jamás, y bajo de él unas 150 sillas plegadizas en donde se suponía que íbamos a sentarnos los “invitados especiales”. Mientras que varias hieleras repletas de botellas de agua y botes de cerveza completaban aquel improvisado campamento.
Un “cabalgante” (así les decían ellos a los jinetes) se desprendió del grupo principal que aguardaba y, micrófono en mano, vino a darnos la bienvenida, junto con el público que igual ocupó el resto de las sillas. El individuo, de sombrero atejanado y caballo tordillo, resultó ser nuestro compañero Amadeo Guevara Franco, cronista municipal de Ayala, quien con sonora voz nos explicó que lo que estábamos a punto de presenciar era el arribo de un grueso conjunto “de cabalgantes” que venían, en primer término, del municipio vecino de Tepalcingo, y que se había engrosado por muchísimos otros de diferentes lugares (algunos, incluso, nativos de allí, pero residentes en California y Chicago). Y que todo ese movimiento era una gran cabalgata conmemorativa que desde veintidós años atrás se comenzó a realizar “el domingo más cercano al día 10 de abril”, con la intención de ser una réplica, o una escenificación de la última cabalgata que realizó el Ejército Zapatista encabezado por su “Jefe Miliano”, justo la víspera de que lo mataran.
El profesor Guevara nos explicó que esa cabalgata que estaban esperando era hoy, si se podría decir, aún más significativa, en la medida de que este martes 9 (dos días después) se habrían de cumplir cien años exactos de haber sido realizado aquel histórico recorrido.
Y mientras él continuaba explicando, poco a poco comenzamos a ver cómo, por una brecha que descendía desde un cerrito cercano, iban destacándose las siluetas de centenares de jinetes en movimiento, justo como debió de haber ocurrido la tarde de aquel funesto 9 de abril de 1919, cuando el general y sus seguidores se dispusieron a pernoctar en el potrero donde cien años después nosotros estábamos documentando el hecho con las camaritas y las grabadoras de nuestros teléfonos celulares.
“Este sitio – continuó relatando el cronista- se llama Peña de la Virgen, y está ubicado en los límites intermunicipales de Tepalcingo y Ayala... Esta cabalgata es la número veintidós, y empezó a iniciativa de unos pocos amigos, y ha seguido creciendo y creciendo como ocurrió en la misma revolución. En la primera sólo cabalgaron unos ochenta paisanos, pero ya han participado en otras cerca de tres mil. Hoy esperamos arriba de dos mil”.
Yo abandoné la sombra del toldo y me salí al potrero para presenciar mejor aquel imponente espectáculo: vi, muy emocionado, cómo seguían llegando y llegando jinetes a uno de los extremos del famoso potrero de Peña de la Virgen, donde comenzaron a formar una especie de frente de guerra en contra del montonal de jinetes que los estaban esperando allí.
Luego habló el profesor Amador Espejo Barrera, otro cronista del rumbo para referirnos algunas anécdotas que sobre el caudillo aún se cuentan a nivel local; los nombres de las varias mujeres que tuvo Zapata y una parte de lo ya sabido, sobre la traición que el carrancista Jesús Guajardo cometió en contra del Caudillo del Sur, llevándolo a Chinameca directo a una emboscada, pocos días después de haberle obsequiado un bellísimo caballo alazán que respondía al nombre de El As de Oros.
Una media hora más tarde, cuando ambos grupo calcularon que se había reunido la mayoría de los jinetes participantes, los dos grupos comenzaron a caminar, como “de cuarenta en fondo”, tal y como si fueran a entablar un fiero combate, portando unos una bandera mexicana, y portando otros un estandarte negro con letras doradas en que en el que se hacía alguna desconocida referencia para quienes no éramos de allí.
Se nos enchinó la piel a los testigos presenciales, y aunque no hubo discursos conmemorativos, las voces de intercambio y salutación cumplieron con el cometido histórico, dirigiéndose después, ya juntos los dos contingentes, por una curveada brecha que, yéndose junto al pie del cerro, va hacia Chinameca, mientras que nosotros volvíamos a subir a las patrullas que nos llevaron por la carretera hasta la entrada del pueblo que, seguramente ya con forma de ejido, fue surgiendo en torno a la ex hacienda mencionada, cuya “casa grande” permanece aún en pie, como en algunos países de Europa permanecen también los castillos feudales, convertidos en atractivos turísticos.
CHINAMECA Y EL SENTIDO CAMBIADO. –
La calle principal del pueblo morelense estaba pletórica de vendedores y era un hervidero de gente ataviada como para una fiesta ranchera. Otra banda de música tocaba sobre una tarima colocada a escasos cinco metros de los restos ruinosos de lo que, según nos comentaron los lugareños, fue el dintel del gigantesco zaguán que servía de acceso y salida a los residentes y los trabajadores de la hacienda de Chinameca, cuyo porfiriano edificio, conservado como museo, sigue siendo el más grande del pueblo.
En la parte trasera de aquel viejo muro se ven todavía algunas perforaciones que dejaron en él los numerosos disparos que desde el interior lanzaron los soldados en contra del general revolucionario, cuando acababa de entrar. Y es tan grande el dintel del portón de la ex hacienda que una escultura de tamaño natural de Zapata y El As de Oros, se ve chiquita en comparación.
Agobiados por el intenso calor de las 15:30, no pensamos en aquel momento que el ambiente festivo que estábamos presenciando nada tenía qué ver con un acontecimiento luctuoso, pero luego de comprar sombreros y mitigar nuestra sed, algunos comenzamos a observar el interesante contraste que hay entre un acontecimiento y otro, pues perdida ya, por la gente, la idea de conmemorar con alguna tristeza el asesinato de su venerado paisano, convirtieron el aniversario de su muerte en un show político y en una gran fiesta regional. Todo esto mientras que junto con los lugareños esperábamos la llegada de los numerosísimos cabalgantes, que en su mayoría fueron desviados hacia una de las orillas del pueblo en donde las autoridades municipales habían colocado otro gigantesco toldo, más grande aun que el anterior, en donde muy bien cabría la carpa de circo, con cientos de sillas y mesas.
Y dije que lo convirtieron en un show político porque hasta la estatua de aquel dintel llegaron los alcaldes de algunos municipios participantes, el secretario de gobierno, un senador y una diputada federal, entre otros políticos, a colocar ofrendas florales, a montar una guardia de honor y emitir, afortunadamente cortos, algunos discursos, antes de irse también, ya para finalizar la muy histórica ceremonia, a comer junto con los jinetes, el pueblo y nosotros, bajo la sombra de aquel gigantesco toldo que les conté.
Hubo allí las muy heladas bebidas hechas a base de lúpulo y cebada, para calmar nuestra sed, y unos sabrosímos mixiotes acompañados con frijoles fritos, arroz y montañas de tortillas para saciar el apetito. Pero eso no nos impidió notar que, ya cuando salíamos de allí, los empleados de los políticos que dije, repartían cientos de cachuchas y camisetas con sus logos al más puro estilo de antes.