top of page

Café exprés: Mi recuerdo como lector

  • Foto del escritor: Alberto Llanes*
    Alberto Llanes*
  • 23 abr 2019
  • 9 Min. de lectura

Mi recuerdo como lector


Hay muchas formas de llegar a la lectura. Dicen que todos los caminos llevan a Roma y en el caso de la lectura es igual. Es un proceso. El que nunca ha leído no puede meterse de lleno a hacerlo o leer algo pesado o complicado, tiene que ir poco a poco, igual como quien nunca ha hecho ejercicio y el día que quiere hacerlo, tiene que empezar poco a poco, no se puede correr una maratón si nunca hemos caminado, siquiera, por deporte, no, lleva un proceso al igual que el lector.


Felipe Garrido en el libro titulado El buen lector se hace, no nace, habla de la libertad de elección, esa libertad a la que debemos tener a elegir libremente el color de nuestra preferencia, el deseo de estudiar la carrera que nos guste o no estudiar nada, el futuro que nosotros queramos, podemos elegir también entre leer y no leer, en fin, libertad de escoger el rumbo que vamos a tomar, el agua que vamos a beber… con quién nos vamos a comprometer, la religión que vamos a profesar. Todo se puede elegir menos la familia y el nombre que llevaremos de por vida, aunque eso del nombre también debería quedar a elección personal.


Y si tenemos entonces libertad para elegir, también tenemos libertad de cambiar. Dice Juan Villoro que uno puede cambiar (durante el resto de la vida) de todo pero lo único que no podemos cambiar es de equipo de futbol y hay que estar, como buen hincha, apoyando al equipo de nuestros amores ya sea porque nos agrada la ciudad a la que pertenece, el escudo que porta en el lado izquierdo de camisa, los colores, la afición, el estadio… etcétera. De ahí en más podemos cambiar incluso hasta de religión (a la que desde pequeños estamos acostumbrados, porque luego esto se convierte en una costumbre), podemos cambiar de partido político (baste ver al candidato que ahora es del PAN porque tiene el poder, mañana del PRI y después será del PRD porque no ve su oportunidad en los dos anteriores), podemos cambiar también de novia o de esposa (y viceversa según sea el caso) y de todo lo demás. De eso se trata la libertad de elección. Vamos madurando al paso del tiempo… o no, y nos quedamos en eternos adolescentes. También esa es nuestra elección.


Una persona no siempre va a ser la misma toda la vida, durante ella, vamos a cambiar, a modificar nuestros patrones de comportamiento, de aprendizaje, de gustos, de gestos, de todo; basta con ver los dedos de la mano para darnos cuenta de que no son iguales y que dos personas pensarán muy distinto una de la otra. El objetivo es compaginarse y esos dos pensamientos tan disímiles saberlos llevar o, en su defecto, utilizar todos los dedos de nuestra mano para las actividades diarias…


Recuerdo que en mi infancia mi padre, pilar indiscutible de lo que soy ahora, claro, con el apoyo invaluable de mi madre y esa familia que ellos decidieron formar, me pedía, que fuese lector; uno a esa edad es reacio a los designios paternos y obviamente no le hacía caso, mi gusto por la lectura quizá vino después, en la secundaria o a finales de ella y principios del bachillerato, cuando descubrí a un escritor maravilloso y me prendé de su obra como un náufrago se aferra a su única posibilidad de supervivencia que puede ser una tabla o lo que se encuentre a flote a su alrededor.


Me refiero a Julio Verne.


Sin duda alguna Julio Verne me fue conectando con otros autores y la capacidad de estar leyendo pensamientos tan diversos, posiciones diferentes, formas de ver la vida tan disímiles, fue lo que me llevó a dedicarme al mundo de las letras aún a pesar de las críticas bien sabidas de que eso no me iba a dejar nada de dinero, que para qué servía estudiar una carrera de letras o, cuando quería quedar con alguna mujer para convertirla en mi novia su respuesta era, muy de estilo bullying (ahora lo sé), esta de… «si estudias letras, dime, ¿en qué letra del abecedario vas?» o, aquella otra cuando recibí un mísero pago por mi primera quincena laboral cuando era reportero de la nota roja en un antiguo y hasta hace pocos años bien posicionado periódico local; cuando la cajera vio mi magro pago, ubicó qué empresa lo estaba expidiendo y analizó la cantidad, todo esto en pocos breves minutos, los mismos en que uno se tarda en cambiar un cheque en el banco y me soltó un: «¿Trabajas ahí?, Yo, Sí, ¿Y esto ganas?, Otra vez yo, Sí, Pues no te alcanzaría ni para invitarme a un buen café», y me fui de ahí con el sentimiento y el orgullo heridos, a pesar de estar contento por haber recibido el primer pago por mi trabajo.


Cuando mi padre me pedía encarecidamente que fuese lector yo no quería, ahora entiendo por qué; en aquél entonces en el librero personal de mi padre, su biblioteca, esa que todos debemos tener en casa, no hallaba ningún título que se adecuara a mi edad, a mi pensamiento, a mi gusto… ya no que se adecuara, sino que fuese atrayente, que me llamase la atención. En ese estante había títulos como: Los renglones torcidos de Dios de Torcuato Luca de Tena Brunet (que leí después y vi la película protagonizada por quien fuese mi primer amor juvenil Lucía Méndez), El mundo está lleno de mujeres divorciadas de Jackie Collins (ideal para los primeros escarceos y autoexploraciones sexuales), El amo del juego de Sidney Sheldon (que leí también después y que me pareció buenísimo a pesar de ser bestseller) y algunas cosas de Danielle Steel (quien tiene más de setenta títulos), había algo de Harold Robbins que ahora no recuerdo el título y más o menos por ahí andaba esa primera biblioteca con la que tuve contacto y de la que recuerdo sino perfectamente, sí algunos de los títulos y los autores. También había un libro de Luis Spota Sobre la marcha. ¿Cómo quería mi padre, a la edad que me incitaba a ser lector, que yo leyese o me convirtiera en uno?

Así no se puede.


Pero por lo menos había libros en la casa y él se la pasaba leyéndolos y yo quería saber qué era eso a lo que mi padre le dedicaba tanto tiempo, a lo que, incluso, se arriesgó a que una especie de carnosidad en el ojo se le agravara por ir leyendo en el camión. Yo quería saber qué mundo tan maravilloso encontraba en esas cosas cuadriculadas que llevaba para un lado y para el otro y que les llamaba libros, repito, mi explosión libresca comenzó cuando leí al literato francés por primera vez y entonces me convertí en lo que mi padre tanto quería que fuera; un lector. Luego me lo recriminó (quién entiende a los padres), porque dinero que me caía a la mano, dinero que iba directo a gastarme a la librería para comprarme un título que llamara mi atención. Así es esto y lo sigo haciendo a la fecha.


A partir de ahí he gastado una fortuna y he repetido hasta tres veces (caso de un libro de José Saramago) la compra de títulos que tengo en mi casa y que leo con cierto afán. Como para olvidarme de los problemas a los que nos enfrentamos todos los días y hallar una especie de escape de la realidad, como hace hincapié también Juan Villoro uno de mis escritores favoritos.


El gusto por los libros y la acumulación de ellos me llevó a estudiar una carrera de letras (ahora entiendo que, para ser escritor no se requiere del estudio de una carrera de letras, pero quizá sí ayuda bastante).


Años más tarde de cuando mi padre me insistía en que leyese y yo necio con que no, les di la agradable, para mí, noticia de que quería ser escritor y entonces el panorama me cambió, mi padre y mi madre empezaron a ver que, cuanto dinero me caía en la mano, así, íntegro, rápidamente lo invertía en la compra de algún libro que me hubiese llamado la atención o alguna película o disco musical y entonces empezó la prohibición.


Pensaba que todo esto era un choque de contrarios, «en la niñez me exigían que leyera y ahora ya no quieren y cuando les dije que quería ser escritor casi les da el infarto», pensaba, y no podían creer que habiendo otras carreras tan buenas y mejor pagadas y con más y mejor futuro y con más posibilidades y con más blablablá (así me decían) de que la que yo había elegido, fuese a elegir… ser escritor... Puaf...


Para ser escritor, les dije, todavía me falta mucho por aprender (y aún quizá me siga faltando y me faltará siempre, porque nunca dejamos de hacerlo) y, aún, me falta mucho por leer, así que, a regañadientes y como sea, mis padres me dejaron en libertad de elegir (luego de que hubiese truncado el bachillerato que mi padre me eligió con carreras que iban para físico matemático y químico biólogo, yo opté por la primera porque llevaba computación), y cuando vieron mi boleta de calificaciones con la mitad de la currícula reprobada lograron entender que lo mío no iba por ahí sino que estaba encaminado al arte, al arte teatral o al arte literario o musical, a fin de cuentas eran mis gustos y lo siguen siendo.


Entonces me dieron esa ansiada libertad de elección (de la que habla Felipe Garrido) y me llegó cuando tenía… quince o dieciséis años; antes leía a escondidas, metido en el baño (por eso tardaba horas) y compraba mis libros de la misma forma, a escondidas, luego, a hurtadillas los guardaba en la gaveta más alta… ahí… en el rincón… alejados de la mano y del alcance… donde no se debe tener a los libros si queremos que nuestros hijos sean, en algún momento, lectores.


Cuando empecé a leer muchas historias (e, insisto, todas las que me faltan y me faltarán por leer porque una vida no alcanza para tantísima literatura), me dieron ganas de hacer mis propias obras, claro, primero, como dicen los cánones o algunos de los decálogos para el buen escritor, empezando por copiar a mis maestros, mis grandes maestros del cuento, de la novela y del teatro. Porque si yo entré a una facultad de letras fue para ser escritor, pero quería ser escritor de teatro y actuarlo; sin embargo esto no lo he hecho, ni he escrito teatro, quizá dos o tres monólogos por ahí y nada más… me atrapó entonces el cuento, la minificción, la novela y la greguería.


Así fue como más o menos empecé a escribir mis primeras historias, al inicio quizá con terror de leerlas en público, después se me quitó y, fueran buenas o malas, las sacaba a que el público las leyera y criticara, muchas personas se reían al leerlas y eso me gustó, creo que es una buena forma también para fomentar la lectura, mi teoría es que leyendo cosas eróticas, de humor o breves, uno puede atrapar a la gente a que lea… ¿que cómo se mide la lectura? Es cosa que ni Juan Domingo Argüelles ni yo, ni creo que nadie lo sepa, lo que sí me queda claro es que hay disfrutar la lectura y vivirla, gozarla y compartirla.


Este compendio que presento aquí y ahora… no tiene otra pretensión más que, al estilo que ha caracterizado mi, hasta ahora, breve obra, hacer un pequeño homenaje a esos autores que han marcado mi camino (fabuloso para mí, tortuoso quizá para mis padres, pero ahora pueden ver los frutos) de la literatura… y el gozo que me provoca escribir una historia, guardando, claro está, las proporciones, al estilo de cada uno de los que están incluidos en este compendio y, para quienes va dirigido, muy humildemente, mi cuento.


Siento que sería otra buena forma de fomentar la lectura y dar a conocer esa obra que he tenido por ahí o que, poco a poco y con el paso de los años ha salido de tanto, como dice mi buen amigo Guillermo Vega Zaragoza, estar de tundeteclas.


Los mejores talleres literarios son los que tomamos cuando abrimos un libro y nos topamos a Cortázar, Juan José Millás, José Agustín, Arreola, Villoro, Rulfo, Bukowski y demás o el autor y autora de nuestra preferencia, (claro que también sirven los talleres que se toman con otras personas en nuestra entidad o fuera de ella)… Esto libro De amor, muerte y moscas es solamente es una probadita, un regresarles lo mucho que he aprendido en estos años de carrera artista y literaria, todas esas noches de lectura, toda la inversión de dinero en compra de libros y todo el material que, con gusto, comparto con mis alumnos en las aulas de clase o en las sesiones del taller de narrativa de la Universidad de Colima, mi álma mater a la que le tengo singular aprecio.


Si me preguntaran a mí, ¿cuáles han sido los tres libros que han marcado mi vida?, quizá tenga el síndrome Peña Nieto y dude, porque han sido tantos que mencionarlos a todos sería una grosería… pero seguro diría una respuesta. Creo más bien que me he dejado llevar por épocas, por autores y para muestra va este libro que entrego con mucha pasión, como sólo se deben hacer las cosas, con tesón y no quitando el dedo del renglón a pesar de que nos digan que nuestra obra “está bien pero no sirve”…, entonces uno tiene que seguir adelante si es nuestro verdadero camino, nuestra verdadera vocación… y vamos a aguantar de pie, firmes como un árbol hasta el final.


Dejo entonces al lector con esta antología de mis cuentos, donde rindo este merecido homenaje a quienes han dejado huella y han sido pilares (así como lo han sido mis padres) de mi formación literaria y artística.


Que los textos se defiendan por sí solos como dijera en su momento Augusto Monterroso, que en este momento dejan de pertenecerme para que sean de todos los que se acerquen a ellos. Que también esa es parte de su libertad.

Punto… firma y fecha, así queda escrito.


Aviso Oportuno

Cuartos en Renta, Villa de Álvarez

Cuartos en Renta, Villa de Álvarez

Casa en venta, Villa de Álvarez

Casa en venta, Villa de Álvarez

Residencia en venta, Villa de Álvare

Residencia en venta, Villa de Álvare

Se vende Hyundai, Verna 2005

Se vende Hyundai, Verna 2005

Chevrolet Prisma 2016

Chevrolet Prisma 2016

Sentra 2005, Manzanillo

Sentra 2005, Manzanillo

Toyota Cambri 2016

Toyota Cambri 2016

Cambio por Tsuru, Colima

Cambio por Tsuru, Colima

1/16
1/513
WhatsApp Image 2024-11-05 at 11.01.29 AM (2).jpeg
organon_Mesa de trabajo 1.jpg
POS ÁREAS 2 LA LEALTAD 243 X 400 (1).jpg
WhatsApp Image 2025-02-28 at 11.43.00 AM.jpeg
Cirugía de párpados

Periodistas comprometidos con la verdad

Quiénes somos

Contacto

Anúnciate

Aviso legal

Aviso de privacidad

Derechos Reservados © La Lealtad 2025

  • Grey Facebook Icon
  • Grey Twitter Icon
  • Grey YouTube Icon
bottom of page