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Café exprés: Fotosía, cuando la muerte vine y va, y su misterio es inexplicable


Fotosía, cuando la muerte vine y va,

y su misterio es inexplicable


La vida está llena de instantes. Este instante, en el que estamos justo ahora, es y será único e irrepetible. Podremos volver a presentar este mismo libro, en este mismo escenario y con las mismas personas, pero no será igual. Jamás volverá a ser igual, quizá ese día traiga un par diferente de calcetines u otro tipo de ropa; o quizá alguien no venga por enfermedad o qué sé yo, incluso puede que ni yo mismo me presente porque se me atraviese una diligencia. Y aquél momento, entonces, será único e irrepetible; por eso digo que la vida está llena de instantes y esos instantes además de disfrutarlos, debemos hacerlos nuestros.


Dicen que recordar es vivir y cuando nos reunimos en familia a ver viejas fotografías o cartas, volvemos a ser los de entonces, dijera Pablo Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. En Fotosía, libro que nos reúne esta tarde aquí, Carlos Díez (a quien le agradezco la invitación) reúne una colección intensa de poemas pero no sólo eso, sino que adereza esas pequeñas alegorías, esos pensamientos, esas interrogantes, esos cantos… con instantáneas (fotografías que fortifican el contenido del verso, su fuerza, el flujo de la letra, el poder que, sin duda, tiene la palabra). Su portento.


No voy a hablar de fotografía porque de fotografía nada sé. Pero recuerdo mis clases de esa materia en esta misma facultad, cuando en el cuarto oscuro entrábamos a revelar nuestros rollos de doce o de veinticuatro. Ahora, en cada celular llevamos una cámara y podemos retratar el instante, el momento y, en tiempo real, darlo a conocer al resto del mundo gracias a las redes sociales.


Pero Fotosía es mucho más. En el libro vemos claramente las pasiones del maestro Carlos Díez, y sí, la fotografía y la poesía son dos de ellas, quizá la belleza de la vida y las mujeres (que son sin duda otro gran misterio y que en la película, una de mis películas favoritas, el doctor Emmet Brown convencido que el haber creado una máquina del tiempo es peligroso y desgastante, convencido de eso, le dice a Marty Mcfly que se va a dedicar al estudio de la mujer) y quizá esa sea otra pasión del maestro Carlos e incluso de mí.


Pero volviendo a lo nuestro quiero decir que me llama la atención el subtítulo del libro: La muerte viene y va… y en muchos textos, sino es que en la mayoría de los que forman este libro (armónicamente ilustrado), la muerte, aunque viene y va… siempre está presente… como siempre y desde el inicio… lo dice Elías Canetti en el libro La conciencia de las palabras y esto que diré a continuación lo retoma, a manera de epígrafe y en otra gran novela que se llama Luna caliente, el escritor argentino Mempo Giardinelli y dice así: “La muerte es el hecho primero y más antiguo, y casi me atrevería a decir: el único hecho. Tiene una edad monstruosa y es sempiternamente nueva”.


Y aunque en la tierra haya diferencia de clases, grados académicos, alcurnias y demás, para la muerte todos somos iguales y simple y llanamente agarra parejo no importando edad, credo, condición, religión, sexo y demás.


Y ahí quiero citar lo siguiente que me llevara a sustentar esto que estoy comentando. Dice un verso que me llegó al alma: “Ahora estoy en paz, en paz sin ti y más cerca de mi muerte” y desde la hora cero en que pisamos este mundo estamos cada vez más cerca de nuestra muerte y es algo inexplicable, incluso el mismo Francis Scott Fitzgerald se lo plantea bellamente en un cuento extraordinario que lleva por nombre: El extraño caso extraño de Benjamin Buttom donde la vida al revés es la tónica, Benjamin Buttom nace viejo y uno pensaría que la libra, que la muerte no lo va alcanzar, pero se va haciendo joven y muere siendo un bebé, una imagen que después de hace muchos años de haber leído la historia e, incluso de haber visto la película es algo que no me puedo sacar de la memoria porque la muerte (que ya por sí es un misterio y que a veces da cierto pavor) se convierte en una despiadada cuando de ver morir a un bebé se trata… y más un bebé que vivió al revés, eso es algo escalofriante, tenebroso, muy conmovedor y, ahora que soy papá de un torbellino increíble es algo que no me puedo explicar, pero así sucede.


Hay un hermoso poema igual de escalofriante del maestro de Tuxtla Gutiérrez Chiapas, me refiero a Jaime Sabines, que toca la muerte de una niña. La vida de Sabines se vio envuelta por sucesos trágicos, como la vida del uruguayo Horacio Quiroga. El poema de Sabines dice más o menos así: La procesión del entierro en las calles de la ciudad es ominosamente patética. Detrás del carro que lleva el cadáver, va el autobús, o los autobuses negros, con los dolientes, familiares y amigos. Las dos o tres personas llorosas, a quienes de verdad les duele, son ultrajadas por los cláxones vecinos, por los gritos de los voceadores, por las risas de los transeúntes, por la terrible indiferencia del mundo. La carroza avanza, se detiene, acelera de nuevo, y uno piensa que hasta los muertos tienen que respetar las señales de tránsito, es un entierro urbano, decente y expedito. No tiene la solemnidad ni la ternura del entierro en provincia. Una vez vi a un campesino llevando sobre los hombros una caja pequeña y blanca. Era una niña, tal vez su hija. Detrás de él no iba nadie, ni siquiera una de esas vecinas que se echan el rebozo sobre la cara y se ponen serias, como si pensaran en la muerte. El campesino iba sólo, a media calle, apretado el sombrero con una de las manos sobre la caja blanca. Al llegar al centro de la población iban cuatro carros detrás de él, cuatro carros de desconocidos que no se habían atrevido a pasarlo. Es claro que no quiero que me entierren. Pero si algún día ha de ser, prefiero que me entierren en el sótano de la casa, a ir muerto por estas calles de Dios sin que nadie se dé cuenta de mí. Porque si amo profundamente esta maravillosa indiferencia del mundo hacia mi vida, deseo también que mi cadáver sea respetado.


Fotosía nos pone a pensar en el misterio de la muerte, en la posibilidad de la resurrección, en la fragilidad de la vida; ahora estamos al rato quién sabe… y, como dijera Brozo… estamos vivos… sólo por hoy. Fotosía también habla de hechos que nos atañen directamente como el es caso de la poesía de protesta, esa que se escribe para demostrar la inconformidad que tenemos con el sistema, ese maldito que parece que nos traga, nos absorbe, nos aquieta y, una vez dentro no hay salida de él. Esos son los sentimientos que me ha dejado Fotosía.


“Soy soledad, no más, y un tiempo arrepentido, ese tiempo que es viento en el olvido, ese tenaz decir que no a cuanto he vivido y una luz que se apaga diariamente”… este es otro verso que podemos encontrar en el libro y sin duda nuestra luz se va apagando diariamente y somos soledad. Es indudable pensar en ese misterio que es la muerte, en ese asunto que es la muerte; muchos le podemos temer porque, simple y sencillamente no sabemos qué hay más allá… como aquella frase metafísica que dice… no hay masa ya… no hay más allá… o no hay masa, ¡ya!


Saramago, escritor portugués y ganador del premio nobel en 1998 en su libro titulado: Las intermitencias de la muerte. Toca el tema de una especie de huelga mortuoria, la muerte ha dejado de hacer su trabajo, por ende, la gente ha dejado de morir. Sin embargo no todo es alegría, la ciudad en la que se desarrolla la historia empieza a sobre poblarse y eso no es bueno. Todo esto ocurre porque la muerte se da cuenta de que, en la tierra, hay un violinista que se ha salvado de sucumbir a sus garras, para ir por ese violinista que ya debería haber estado muerto se tiene que desprender de la guadaña, su fiel compañera. Aquí viene una especie de diálogo con la guadaña muy interesante. Es obvio que la muerte no puede bajar a la tierra con ella, así que la tiene que dejar, la guadaña se pone triste porque dice que la muerte y ella han sido inseparables y que no se concibe una sin la otra y viceversa. La muerte le explica a la guadaña que se tiene que quedar, por esta vez, en la casa. La guadaña no se deja y da sus explicaciones y es cuento de nunca acabar. Entonces la muerte, disfrazada de una hermosa mujer (les digo que la mujer es también un misterio), baja a la tierra como es obvio sin la guadaña a hacer su trabajo, para que vuelva a hacer eterna.


Así nos llegan los textos de Fotosía, en un ir y venir de tumbas y trastumbas, de alegorías y cantos, de odas y arias que, a decir del mismo Carlos Diez estos versos que no son poesía son jirones del alma, son lágrimas, pero también sonrisas, rastros, bosquejos e historias.


Óscar de la Borbolla tiene un texto maravilloso titulado Minibiografía del minicuento, y cuenta que en sus recorridos por los panteones (quién sabe cuántos haya visitado pero serán muchos) ha hallado historias maravillosas, esto leyendo las lápidas que sintetizan en muerte… la vida de la una persona (vaya paradoja).


Voy a citar textualmente el final de ese texto que dice así: Ahora, para terminar, voy a ofrecerles, en primer término, el mejor minicuento que conozco, en segundo, el más famoso y, finalmente, uno hecho por mí para esta ocasión y que, espero, sea el definitivamente más corto de cuantos puedan inventarse: El mejor minicuento que he leído está en una lápida del Panteón Jardín: consta de una sola palabra, pero es una palabra que resume la vida de varios personajes, que muestra la pasión, los disgustos, los desgarramientos, la traición, los celos, la decepción, la rabia. Sobre una sobria piedra negra puede leerse esta hondísima historia: “Desgraciada”. El más famoso minicuento forma parte de la literatura épica y está armado con narrador autodiegético: es la archiconocida frase dicha por César al vencer a Farnaces: “Veni vidi vinci”. Aclaro que César la compuso con cabal conciencia y con una plena intención de síntesis, pues buscaba informar al senado, con una historia rápida, la rapidez de su victoria.


El minicuento más breve posible empecé a componerlo en mi lejana pubertad de paseante de panteones, en los tiempos cuando descubrí mi vocación literaria y filosófica. En él se resumen no sólo mis dudas ante la vida y la muerte, sino la incertidumbre universal del hombre ante el destino. Este minicuento dice exclusivamente: “¿Y?”


Y yo, Alberto Llanes les regalo esta joya literaria que dice: “Señor, recíbela con la misma alegría con la que yo te la mando”. Esto lo puso el marido en la tumba de su suegra.


Así que, sin duda, sin ninguna duda… la muerte viene y va y es sempiternamente nueva y tiene una edad terriblemente monstruosa.



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