Vislumbres: Un rápido viaje al norte
UN RÁPIDO VIAJE AL NORTE
Segunda parte
AMANECER EN CHIHUAHUA. –
Lunes 29 de julio. Llovió esa noche y la norteña ciudad amaneció fresca y lozana, como muchacha recién bañada.
Dado que en aquellas latitudes la luz de los días veraniegos dura más que en los estados del Sur, hace varios años un gobierno local determinó retrasar una hora en el verano sus relojes y, por ende, cuando el mío marcaba las 7 am, en realidad allá eran las 6. Dándonos tiempo a mi mujer y a mí para dar un paseo madrugador por la Catedral, el Palacio Municipal y sus calles aledañas. Algunas de las cuales ya fueron cerradas al tráfico vehicular para propiciar una gran zona peatonal y revitalizar el centro histórico, cuyos antiguos residentes comenzaron a huir de allí cuando se llenó de tráfico, y que más tarde se fue quedando después sin cines, restaurantes y otros negocios, porque se movieron a las grandes plazas comerciales que poco a poco fueron apareciendo en las avenidas más modernas y alejadas del entonces muy congestionado centro.
En estas fechas, sin embargo, como lo pudimos comprobar durante la tarde y la noche anteriores, la zona peatonal es un espacio lleno de gente que come, bebe, compra y pasea con la mayor tranquilidad, disfrutando del excelente ambiente que se respira en los bares, restaurantes, neverías y cafés que tienen mesas en lo que antes fueron los arroyos de las calles. Y en los que los viandantes ven artesanos exhibiendo sus productos, pintores mostrando sus cuadros, bailarines, cantantes, mimos y demás.
Bajo el cielo ligeramente nublado de aquel fresco amanecer, el pórtico, la fachada y las muy esbeltas torres de la más norteña de las catedrales virreinales lucían con todo su esplendor, mostrando las muy finas tallas que, sobre cantera rosa y al más puro estilo del “barroco tardío”, realizaron durante cinco largas décadas, anónimos canteros muy llenos de fe, imaginación y ganas de trabajar. Y digo que “barroco tardío” porque, a diferencia de otras joyas arquitectónicas del barroco mexicano, éste hermoso templo fue comenzado a edificar en 1725 y terminado aproximadamente 54 años después, mientras que ya para esa época otras catedrales eran casi centenarias.
A unos pasos de allí, en el centro del bien cuidado jardín que queda en medio de Catedral y el Palacio Municipal, se yergue un precioso kiosco de principios del siglo XX, que mandó importar desde los Países Bajos el gobernador Miguel Ahumada Saucedo, de origen colimense. Y no menos lucidora es la fachada de tres cuerpos del edificio municipal, en el que asimismo se advierte el diseño de arquitectos europeos y la hábil mano de obra de los alarifes chihuahuenses.
SANTA ISABEL Y LAS ESTRIBACIONES DE LA SIERRA. –
La sierra, sin embargo, era el objetivo que deseábamos alcanzar ese día, de tal modo que, inmediatamente después un sencillo desayuno, salimos del centro por la calle Aldama, doblamos por uno de los costados de la plaza de armas, nos entroncamos al Paseo Bolívar, lleno de muy hermosas residencias con un evidente “aire francés”, de la época porfiriana, entre las que destacan la famosa Finca Gameros (que tiene su muy propia y peculiar historia en aquella ciudad), y no demasiado lejos de allí, el Mausoleo de Villa.
Doblamos más tarde por la muy amplia avenida Cuauhtémoc, llena también de fincas señoriales, y poco a poco, tras pasar por un lado del muy bonito Santuario de Guadalupe, en cuyo atrio estuvieron reposando los restos de muy notables chihuahuenses y los del coronel Miguel Ahumada, fuimos dejando atrás la ciudad, para encaminarnos por la muy amplia carretera en la que no obstante ser muy recta, se percibe una elevación constante, puesto que si en la capital del estado hay una altura promedio de 1,415 menos sobre el nivel del mar, en Ciudad Cuauhtémoc se superan los 2,000.
Las lluvias que se dejaron sentir en los días previos nos permitieron admirar el asomo verdoso y tímido de las hierbas silvestres en ambos lados de la carretera, sin obstaculizar la vista que se expande por uno de los horizontes más amplios, planos y despoblados de todo el país.
Un hermoso pueblo lleno de árboles se nos aparece de repente antes de llegar a Ciudad Cuauhtémoc. Se trata de Santa Isabel, uno de los más antiguos pueblecitos del “Estado Grande”, de apenas unos 1,500 habitantes que, por estar ubicado en ambas márgenes de uno de los pocos ríos que atraviesan esa extensísima región, es un auténtico vergel y que, por haber sido fundado por frailes franciscanos, por momentos nos hizo pensar que, en vez de estar en un muy apartado rincón de Chihuahua, estábamos en algún pueblo de Michoacán o Jalisco.
Como quiera que sea la amplia planicie circundante es muy bella en esta temporada, y la vegetación distinta indica al viajero que el clima ya cambió y que no tardará mucho en ver las estribaciones serranas.
Un crucero abierto hacia el sur nos indica que ahí está la antigua Carretera Panamericana siguiendo derrotero hacia “el mineral del Parral” y, cientos de kilómetros después hasta la capital de Durango.
Unos pinitos y unos encinos achaparrados se encaraman en un lomerío, indicándonos que ya hemos llegado a otra de las estribaciones serranas, pero inmediatamente después se nos abre otro panorama llanero y al cabo de unos minutos mi gente se sorprendió al ver en el horizonte grandes manchas cuadradas que desde lejos parecían ser labores hechas sobre una extraña tierra negra. Ilusión óptica que más tarde ellos mismos habrían de explicarse cuando, al acercarnos un poco más, comprobaron que se trataba de algunos de los inmensos manzanares que fueron introducidos allí por los muy notables trabajadores agrícolas que son los menonitas. Manzanares a los que cubren con gigantescos tramos de una malla negra, para proteger sus frutos de las granizadas.
CIUDAD CUAUHTÉMOC “TIERRA DE LAS TRES CULTURAS”. –
Creo haber dicho en la primera parte que en todos los estados del norte se notan muy claramente los cambios de las cuatro estaciones del año. Pero ahora quiero agregar que, debido a ese fenómeno, cuya presencia no es tan notoria ni en el centro ni en el sur del país, y menos en Colima, donde vivo, nunca será igual viajar por todas esas tierras en cualquiera de las estaciones.
En ese final de julio, por ejemplo, las ligeras lluvias que ya mencioné (y que realmente son muy pocas durante todo el año), le habían dado a la tierra un ligero verdor, y los árboles todos estaban cubiertos de hojas, exponiendo su alegría veraniega. Pero en aquella mañana del 20 de octubre de 1977, cuando pasé por ahí por primera vez en el tren, para desempeñar en la sierra la plaza de profesor rural que me acababa de ser asignada, aquel inmenso terreno parecía muy seco, y los pocos árboles que de tanto en tanto iba viendo, tenían las hojas doradas o amarillas, a punto ya de desprenderse.
Después volví a pasar por ahí en las vacaciones de Navidad y toda esta gigantesca altiplanicie, me pareció entonces un páramo desolado en el que soplaba un cierzo difícil de soportar, aun cuando sobre mi camisa llevaba un suéter y una gruesa chamarra encima.
Pero ya no divaguemos en la nostalgia y concentrémonos en el disfrute que nos estaba proporcionando el viaje en esta ocasión, porque después de 42 años, cuando me encontré a la entonces pequeña y terrosa Ciudad Cuauhtémoc, hoy la volví a ver próspera, crecida, modernizada y demostrando tener un gran potencial agropecuario e industrial; con un poco más de 170,000 habitantes, según proyecciones que se han hecho después del último censo poblacional, y que la convierten en la tercera ciudad más poblada de todo el estado, después de la fronteriza Ciudad Juárez y de su capital.
Un almuerzo hecho con café con leche y con burritos de diferentes guisados, nos puso a tono con los muy gratos sabores que lograron imprimir a sus guisos las muy laboriosas mujeres que siglos atrás vivieron en la entonces más desolada región por la que íbamos pasando.
La ciudad, trazada desde sus inicios con amplias calles, no tiene ningún problema para seguir expandiéndose por falta de espacio, pero sí por limitaciones de agua. Pero como quiera que sea su población se muestra orgullosa de su laboriosidad y en su entrada exhiben un gran letrero: “Bienvenidos a la región manzanera más importante del mundo”; que es casi como decir, de Uruapan, Michoacán, “la capital mundial del aguacate”, y de Tecomán, Colima, “la capital mundial del limón”. Datos que, si no son ciertos, no tengo elementos para refutarlos.
LA CIUDAD DE LAS TRES CULTURAS. –
Hoy llaman a Cuauhtémoc “la ciudad de las tres culturas”, porque conviven en ella algunos rarámuris, numerosos mestizos y aproximadamente unos 40 mil menonitas, pero tendríamos que hacer notar que, por más triste que nos resulte hacerlo, los rarámuris no sólo son allí los menos, sino los más pobres y los que parecen no tener ganas de construir un futuro digno.
Hace cien años, sin embargo, lo que hoy es la muy laboriosa y productiva ciudad no era sino un pueblito terroso que llevaba el muy sugestivo nombre de San Antonio de los Arenales. Pueblito junto al que, sin embargo, desde 1883, la primera empresa ferroviaria norteamericana que recibió la concesión para construir una vía hasta la sierra, puso una “estación de bandera”, que se mejoró significativamente cuando, en 1907, se terminó la vía hasta Nariachi, una diminuta ranchería rarámuri que ahora es el pueblo mágico de Creel.
Pese a la estación del ferrocarril, la infraestructura de San Antonio de los Arenales no daba para mucho más y el pueblito vivió durante muchos años sin dar ninguna señal de lo que sería décadas después. Luego estalló en Chihuahua la Revolución, y aquel periodo cruento y doloroso impidió cualquier desarrollo en la zona, hasta que, un gélido día de marzo de 1922, llegó allí el primer procedente de Canadá, transportando a unos cuantos cientos de muy rubios personajes, que conversaban entre sí en una desconocida lengua para los mexicanos, y que poco a poco fueron bajando de los vagones de carga, fortísimos caballos belgas, carretas, baúles, madera labrada y mucha herramienta desconocida por los lugareños.
¿Quiénes eran esos singulares personajes que parecían venir desde alguna época remota y de un mundo del que los pobladores de San Antonio de los Arenales no tenían noticia de su existencia? Se trataba de los menonitas, una gran comunidad religiosa de origen europeo, surgida en el siglo XVI, durante la época iniciada por el ex monje católico Martín Lutero, y que un poco tiempo después, fue dirigida por el ex sacerdote Menno Simons, asumiendo como regla y modo de vida la Biblia traducida por el monje alemán, y rechazando ordenamientos de orden civil, sobre todo los que llevaban a los hombres a la guerra.
Un largo peregrinaje de la comunidad menonita los hizo ir desde Los Países Bajos (Holanda y Bélgica, principalmente), primero hacia Rusia, luego hasta Canadá y ciertos lugares del norte de los Estados Unidos, estableciendo en cada colonia que iban fundando un ejemplo de entrega, trabajo, dedicación, sobriedad y solidaridad, inspirados por su orientación religiosa, a la que por diferenciarla de las demás iglesias protestantes, se le denominó Anabaptista.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, los gobiernos canadiense y estadounidense se involucraron en ella y comenzaron a reclutar jóvenes para enviarlos a pelear en los escenarios donde se estaba desplegando el sangriento conflicto. Los líderes menonitas, pacifistas por antonomasia, se negaron sin embargo a permitir que sus jóvenes participaran como soldados y, como represalia, los mencionados gobiernos comenzaron a presionarlos y a disminuir sus prerrogativas, viéndose entonces ellos obligados a buscar nuevos espacios en donde pudiesen vivir como lo deseaban.
Mandaron exploradores a muchas partes de México, Centro y Sudamérica y, habiendo encontrado unas promisorias pero desoladas tierras que les parecieron aptas para sus propósitos, fueron a entrevistarse con el presidente Álvaro Obregón (a quien aún hoy siguen admirando) para exponerle sus propósitos de colonización, siempre y cuando se les respetaran sus arraigadas creencias, sus modos para organizarse y no se les obligara a pronunciar ningún juramento, ni a enrolar a sus jóvenes en los conflictos armados. El presidente Obregón les dio su anuencia y, acto seguido, en 1921 compraron, “al chas, chas”, cien mil hectáreas de tierras jamás cultivadas (a razón de poco más de 21 de aquellos pesos por hectárea) a unos grandes latufundistas chihuahuenses, dueños de la extensísima hacienda de Bustillos.
Y hacia finales de muy frío mes de febrero de 1922, las primeras familias que habrían de emigrar, abandonaron sus propiedades en Canadá, cargaron con cuanto pudieron en el primero de los 36 trenes que iban a rentar, e iniciaron su cuarto éxodo masivo desde aquel país, atravesando la inmensidad del país vecino, hasta cruzar el Río Bravo a la altura de Ciudad Juárez y El Paso y llegar, el día 8 de marzo, a las tierras yermas de junto a San Antonio de los Arenales, en donde para ellos no había sino un horizonte vastísimo en el que, con incontables esfuerzos, tendrían que labrar su futuro.
Continuará.
PIES DE FOTO. –
1.- Catedral de Chihuahua, comenzada a edificar en 1725 y concluida 54 años después. Hermosa joya del “Barroco Tardío”.
2.- Artístico kiosco de hierro forjado de la plaza ubicada entre Catedral y el Palacio Municipal. Lo importó desde Europa por el coronel Miguel Ahumada, gobernador en tres ocasiones de aquella norteña entidad.
3.- La carretera que va desde Chihuahua a Cuauhtémoc, primero, y desde ésta a la sierra, después, va, poco a poco, en continuo ascenso.
4.- Templo de San Antonio de Padua, el más importante de Ciudad Cuauhtémoc. Pero hay otro, muy importante también, de los anabaptistas, mejor conocido como menonitas.
5.- Modernas y muy funcionales instalaciones de los laboriosos menonitas.