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Vislumbres: El día en que llegaron “los dioses”, tercera parte y concluye


EL DÍA EN QUE LLEGARON “LOS DIOSES”

Tercera parte y concluye


LA CAPTURA DE MOCTEZUMA. –


No es mi propósito exponer todo cuanto aconteció a partir de que el 9 de noviembre de 1519 los conquistadores españoles entraron por primera ocasión a México-Tenochtitlan, sino el de resaltar el dato de que hace 500 años, en esa fecha exacta, inició toda una larga serie de procesos cuyas consecuencias y su desarrollo se pueden seguir observando hasta hoy.


En mi colaboración anterior terminé diciendo que el día 15 de noviembre de aquel año, seis días después de que Moctezuma recibió a Cortés y sus gentes y los hospedó en el gigantesco Palacio de Axayácatl, el monarca mexica decidió visitarlo otra vez, sin siquiera sospechar que el muy taimado capitán español ya tenía pensado aprehenderlo y tomarlo de rehén ante la población.


Cruzando, como se dice, la información que las fuentes mexicas y españolas que hemos venido utilizando y mencionando, puedo afirmar que el evento ocurrió más o menos así:


En primer término, y movidos evidentemente por la curiosidad y el deseo de saber qué pasaría después, algunos de los “grandes señores” de la nobleza que gobernaba los demás pueblos del lago, estuvieron llegando con Moctezuma para, entre otras cosas, preguntarle por qué no había mandado matar a los españoles desde cuando llegaron a la costa, y por qué les había permitido entrar a la ciudad y los seguía manteniendo en calidad de huéspedes, junto con todas las huestes indias enemigas que habían hecho entrada triunfal, avergonzando a los guerreros tenochcas. En respuesta Moctezuma les habría dicho que permitió todo eso porque quería comprobar por sí mismo que los recién llegados no eran dioses, y que, por otra parte, si continuaba hospedándolos y dándoles de comer, era para darles confianza y tener posteriormente la oportunidad de capturarlos y sacrificarlos a los “verdaderos dioses”.


Ya contentos con ambas explicaciones, varios de esos nobles aliados y/o subordinados de Moctezuma acordaron con él, (muy posiblemente el 14), ir a visitar al dicho Cortés el 15, con el supuesto propósito de mostrarle sus respetos, pero con la idea oculta de observar en qué condiciones estaban él y sus gentes, y ver la manera, después, de cumplir con lo que les había dicho Moctezuma. Sólo que cometieron el gravísimo error de no suponer que el capitán español estaba muy prevenido ante cualquier posibilidad negativa y que, bajo esa prevención, ya tenía un plan armado en sentido contrario. Así que, cuando Moctezuma y aproximadamente una docena de nobles se presentaron a visitar a Cortés, él ya les llevaba un paso adelante, de modo que una vez que fueron cubiertas las formalidades de la salutación y sus visitantes se hallaban más desprevenidos y confiados, hizo una seña a sus soldados y ellos se lanzaron sobre los indígenas y aprehendieron a Moctezuma, sobre el que más interés tenía, y “al señor Itzcuauhtzin, soberano de Tlatelolco”, el más cercano de sus posibles apoyadores.


En reacción a todo ello, y confundidos por el silencio y la quietud que mostró en ese momento su antes venerado y valeroso tlatoani, dice el informante tlatelolca que “Cacamatzin, soberano de Texcoco, y los demás grandes señores que iban con él”, se mostraron sorprendidos y, no sólo corrieron para impedir que a ellos los atraparan también, “sino que lo abandonaron con rabia”.

LAS REACCIONES INMEDIATAS. –


Esa expresión me parece muy significativa y reveladora de la división que, por una parte, se generó entre los pueblos tributarios del imperio mexica situados en alrededor del lago y, por otra, la que se comenzó a gestar entre la propia nobleza tenochca, que tan acostumbrada estaba a vivir de los tributos que aquéllos estaban obligados a entregarles.


Y en cuanto a lo que sucedió inmediatamente después, el redactor indígena del llamado Códice Florentino, dice que en “cuanto los españoles se hubieron establecido adecuadamente […] trataron de saber de Moctezuma todo lo relacionado con las riquezas de la ciudad, las armas, los escudos. [Y] le hicieron muchas preguntas…”


Dice, asimismo que, rodeado completamente por los españoles, Moctezuma los llevó a donde estaba “la cámara secreta de los tesoros”, a la que denominaban Teocalco (“Casa de dios”). Y que, rapidísimo, mostrando al mismo tiempo su avaricia por el oro, y sin darle ningún valor a las bellas obras del arte plumario, a las máscaras, las estatuillas y a los tejidos que los mexicas tenían en alta estima, les arrancaron el metal y lo hicieron quemar, para quedarse únicamente con el oro convertido en lingotes. Aunque sí tuvieron a bien rescatar ciertas joyas que tenían engarzadas jade, turquesas y otras piedras preciosas. Dándole la oportunidad a los tlaxcaltecas que los acompañaban a que se robaran todo lo demás.


Al observar todo esto, la mayor parte de las personas que por órdenes de Moctezuma se habían dedicado a proveer de alimentos a los españoles, dejaron de hacerlo, y el conquistador le urgió al moonarca para que, utilizando la voz de Malitzin, desde una azotea los arengara diciendo que debían de seguir trayéndoles los bastimentos. Todo ello mientras que, como ya dije antes, un gran sentimiento de inconformidad se iba anidando en los corazones de los guerreros mexicas, minimizados hasta ese momento.


En las fuentes hispanas no se mencionan así esos datos, pero de algún modo se corroboran. Sin embargo es de notar que, tanto Hernán Cortés, como Bernal Díaz del Castillo, que en todo momento estuvieron atentos a ese acontecer, mencionen, por ejemplo, que lograron que Moctezuma, libre de los iniciales grilletes que le pusieron, y ya con mejor semblante, les diera, como se dice hoy, un tour por los principales espacios de la ciudad, quedando admirados de lo bien dispuestas que estaban las calles, los canales paralelos en los que circulaban cientos de chinampas, el gigantesco mercado, o “tiangues”, como le dijeron, y los altísimos templos, por cuyas empinadas escaleras habían descendido, por decirlo así, cascadas de sangre, en función de que al menos durante los anteriores dos siglos, miles de víctimas habían sido sacrificadas a los dioses, principalmente a Huitzilopóchlti, o “Huichilobos”, como anota Cortés. Pero leamos mejor dos o tres párrafos que le envió de su propia pluma al rey, para que miremos eso que él vio:

“Hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus ídolos de muy hermosos edificios […] y en las principales hay personas de su secta, que residen constantemente en ellas […] en buenos aposentos. Todos estos religiosos visten de negro y nunca se cortan el pelo ni lo peinan [… tampoco] tienen acceso a mujer, ni entra ninguna en dichas casas de religión. Tienen abstinencia de comer ciertos manjares […] y entre todas estas mezquitas hay una, la principal, que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza y particularidades de ella, porque es tan grande su circuito, todo cercado de muro, que [en su interior] se podría muy bien hacer una villa para quinientos vecinos… Tienen gentiles aposentos con grandes salas y corredores y torres muy altas. La principal es más alta que la torre de la iglesia de Sevilla”.


Más adelante narra que, habiendo visto ya, en otros pueblos, la nula reacción que hubo cuando les “derrocó a sus ídolos”, aun estando Moctezuma ahí presente, derrocó a sus “principales ídolos de sus sillas y los hice rodar por las escaleras abajo”, ordenando la limpieza inmediata de aquellos sitios que mal olían a sangre descompuesta, para poner en su lugar “imágenes de Nuestra Señora y otros santos”.


Hablando sobre lo mismo, López de Gómara, cronista muy tempranero que entrevistó a muchos de los soldados de los que participaron en eso, escribió que cuando Moctezuma iba al templo, “las más de las veces iba a pie”, acompañado de unos señores que iban a cada lado suyo y otro adelante con varas de mando en sus manos. Aunque hubo otras ocasiones en que se hacía llevar “en andas” y él mismo portaba in cetro … “Era muy ceremonioso en todas sus cosas y servicios” pero “siempre que Moctezuma iba al templo, [los sacerdotes] mataban muchos hombres en el sacrificio, y porque no hicieran tal crueldad y pecado”, dice que Cortés le pidió que ordenara a sus sacerdotes cesar con aquellos ritos y “lo previno” sobre que, si no le hacían caso, él mismo los haría derrocar. Pero agrega que Moctezuma no le hizo caso y que le mandó decir, en cambio que, si se atreviese a cumplir su advertencia, sus súbditos “se alborotarían y tomarían las armas en defensa y guarda de su religión y dioses buenos”. Provocando así que, “la primera vez que después de preso salió [Moctezuma] al templo”, Cortés y sus soldados se fueran con él, terminando por derrocar a los mencionados ídolos cuando se dieron cuenta de que, pese a la instrucción dada, los sacerdotes habían sacrificado a cuatro hombres.


Los españoles dieron grandes voces de coraje al observar lo que para ellos era un gran desacato a Cortés, y procedieron, como ya se dijo, a echar aquellos ídolos por las escaleras delante del propio hueytlatoani y sus gentes, quienes, si bien tuvieron una inicial turbación, luego de dispusieron a “tomar las armas y matarlos allí”. Pero que, una vez más, haciendo uso del poder que aún le quedaba, Moctezuma “los mandó estar quedos”, y la cosa no pasó aparentemente de allí. Aunque es de suponer que los ánimos de los sacerdotes y de las personas más religiosas quedaron sumamente caldeados, no nada más contra Cortés, sino contra el mismísimo Moctezuma.

UN INEXPLICABLE APACIGUAMIENTO. –


A pesar de todo lo aquí expuesto, y por increíble que nos pueda parecer, no hubo en México-Tenochtitlan, durante los ocho meses siguientes, ni una sola rebelión organizada en contra de sus indeseados “visitantes” y, aunque terminaron volviéndose a sus respectivos lugares las huestes indígenas que los escoltaron al hacer su entrada a la gran ciudad, ellos (los españoles) no sólo permanecieron allí en plan de “huéspedes VIP”, como podría ser calificados hoy, sino que, en el ínterin, recibieron de boca del propio Moctezuma y sus subordinados, toda la información que les fue requerida sobre los lugares en donde estaban las minas de donde les traían el oro; de los pueblos que les tributaban; del monto y la calidad de los tributos que les enviaba cada uno; de los puertos que pudiera haber, etc.


Y sigue siendo un misterio hasta hoy por qué, a pesar de que hubo ocasiones en que en el Palacio de Axayácatl hubo menos de 200 españoles armados, nunca los mexicas aprovecharon la oportunidad para aniquilarlos.


El informante tlatelolca expuso su propia visión de los hechos: “Los mexicanos de ninguna manera se atrevían a ir para allá. Estaban muy asustados, tenían mucho miedo, estaban azorados […] Era como si hubiera allá una bestia feroz, como si la tierra estuviera muerta”.


Mientras que el que escribió la Crónica Mexicana en náhuatl, explica que una vez que los españoles “descubrieron el gran tesoro de México” y se apoderaron de él, descubrieron también “un aposento muy secreto y apartado, donde estaban las mujeres de Moctezuma con sus damas y amas que las servían y miraban por ellas”, pues se habían escondido por miedo también. Luego explica que otros de sus paisanos decían que algunas de esas mujeres estaban recogidas en los templos, como si hubieran sido monjas; pero que, cuando los españoles descubrieron a unas y a otras, “no creo -dice el narrador- que aquellas perseverasen en su castidad”, ni que las mujeres de Moctezuma “le guardaran fidelidad”.


Y completa su narración diciendo que, al menos hasta principios de junio de 1520, cuando Cortés recibió la noticia de la llegada a la costa de los barcos de Pánfilo de Narváez, los españoles estuvieron en Tenochtitlan “en ese contento y descanso, comiendo y bebiendo (y fornicando) sin pena ninguna”.


Bernal Díaz sí explica que Cacamatzin, el rey de Texcoco y sobrino de Moctezuma, intentó movilizar a los otros tlatoanis de las ciudades del lago para ir en rescate de su tío, y matar a todos los españoles, pero que un grupo de espías del propio monarca, le informaron de tales acciones (de las que por intérpretes se enteró también Cortés) y que concertados el uno y el otro, primero enviaron secretamente a un grupo de guerreros selectos a capturar a Cacamatzin, y que, una vez teniéndolo preso, y luego, todavía en secreto, mandaron llamar los “señores de Iztapalapa, Coyoacan y Tacuba”, como quien dice para “leerles la cartilla”. Así que, cuando éstos hicieron acto de presencia, fueron informados de la prisión de Cacamatzin y los tomaron presos también, de tal modo que “ocho días los tuvo presos Moctezuma con cadena gorda”, por lo que “no poco se holgó (alegró) Cortés, y nosotros también”. Yéndose ya después, los tres señores libres y en paz.


Viendo las cosas desde su perspectiva, López de Gómara resume el caso en el siguiente párrafo: “Hombre sin corazón y de poco [valor] debía ser Moctezuma, pues se dejó prender, y preso, nunca procuró soltura (por “nunca intentó escaparse”) … rogándole a los suyos no enojar a Cortés por no enojarlo a él”.

PUNTO FINAL. –


Antes de concluir, por hoy, el hilo de esta secuencia histórica, quiero mencionar un punto que me llama poderosamente la atención, pero se los plantearé, muy estimados lectores, con una pregunta: ¿Qué pensarían ustedes de un individuo que, habiendo sido recibido cordialmente de visita en una casa, después quiere convertirse en dueño de la misma y hace todo lo posible, incluso destruirla, para que ya no la habiten más quienes vivían en ella?


Supongo que tal vez dirán que mínimo fue un canalla. Y eso es lo que precisamente pienso que fue Cortés.


PIES DE FOTO. –


1.- Cortés y su gente fueron aposentados en el Palacio de Axayácatl.

2.- Taimado como era, el conquistador previó que Moctezuma pudiese estar tramando algo en su contra y, seis días después de haber llegado a México, lo tomó prisionero y le puso grilletes.

3.- Unos días antes de “derrocar a los ídolos mexicas”, Cortés fue llevado a conocer los aposentos de los sacerdotes principales y quedó maravillado de la amplitud y disposición de sus edificios.

4.- En una esquina del actual edificio del Monte de Piedad, aun es visible esta placa cerámica, desapercibida por la mayoría de los transeúntes.








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