Vislumbres: Una travesía trascendente (segunda parte)
UNA TRAVESÍA TRASCENDENTE
Segunda parte
BREVE RECAPITULACIÓN Y UNA ADVERTENCIA. –
En mi colaboración anterior les dije que, en agosto de 1519, mientras Hernando Cortés estaba en Cempoala, disponiéndose a iniciar el arduo viaje que lo llevaría al encuentro con los tlaxcaltecas y los mexicas, su casi tocayo, Fernando de Magallanes, marinero portugués de gran experiencia, estaba en Sevilla, disponiéndose también a iniciar el primer viaje por barco alrededor del mundo. Y que, mientras Magallanes partió de Sevilla por el río Guadalquivir el día 10 de ese mes y año, Cortés partió de Cempoala el 16, con sólo seis días de diferencia.
El propósito de hacer esta correlación es el de hacer notar a nuestros lectores que, sin que nadie se lo hubiese podido imaginar jamás, y sin que ambos personajes se hayan visto nunca, las dos series de hechos que dichos aventureros peninsulares iniciaron en aquel agosto memorable se habrían de entrecruzar casi ocho años después, y que ese “entrecruzamiento” sucedería en el primero de los tres puertos que el conquistador español fundó en las costas de la Mar del Sur, tras la caída de México-Tenochtitlan.
Igualmente les platiqué que Fernando de Magallanes falleció en un combate contra el “rey” de una de las futuras Islas Filipinas, y que Juan Elcano tuvo que hacerse cargo de la única nao que finalmente volvió a España, propiciando con información que llevó el desbordamiento de la ambición del rey y sus allegados. Los que para pronto comenzaron a organizar una segunda expedición con una flota más grande, y con mayor número de gentes, entre los que, para aprovechar su experiencia, iba otra vez Elcano, al mando de una de las naves, llevando como una especie de grumete a Andrés de Urdaneta, un jovencito de sólo 17 años, que con el paso del tiempo demostró tener una gran capacidad para las matemáticas y el manejo del astrolabio, la brújula y “las cartas de marear”.
Joven que varios años después de haberse convertido en adulto habría de visitar también la capital de la Nueva España, y ser convocado por el primer virrey, para combatir a los belicosos indios caxcanes que estaban haciendo imposible la vida de los colonos españoles en la incipiente Guadalajara.
Hasta ahí va el resumen. Lo que hoy sigue es el desarrollo de al menos una parte de tan entreverada historia.
UNA PERSPECTIVA EQUÍVOCA. –
Si como ya lo vimos en un capítulo anterior, Moctezuma llegó a creer que Cortés era Quetzalcóatl y por eso se sometió a sus designios, hoy quiero mencionar que Cortés tuvo, también, una perspectiva equívoca respecto a lo que eran las tierras cuyas costas comenzó a recorrer por mar desde Cozumel hasta Ulúa.
Él y sus coterráneos creían, en efecto, que Yucatán, por ejemplo, era una isla, y aun cuando algunos de ellos llegaron por la costa del golfo hasta La Florida, durante un buen tiempo siguieron pensando que no tardarían en encontrar un estrecho entre esa “isla” y otras, que les posibilitaría ir más directo a “las islas de la Especiería”, en donde asimismo pensaban hacerse ricos comerciando con pimienta, clavo, canela y demás especias con las que los europeos se habían encariñado.
Cortés no fue, en ninguna medida ajeno a esa creencia y, basado en ella, trazó planes, realizó acciones y gastó miles y miles de “pesos de oro”, como cualquier buen lector lo puede comprobar dando un repaso a sus “Cartas de Relación”.
Así, pues, y también como ejemplo, déjenme comentarles que ya desde finales de 1519, Cortés empezó a delinear una serie de acciones que llevaban ese propósito, como se mira, ya muy puntualmente, en una carta suelta que, el 15 de mayo de 152, él mismo envió al Emperador Carlos V desde la casona que se estaba construyendo en Coyoacán. Carta en la que entre otras cosas le dijo: “En la relación que ahora le envío, verá vuestra majestad la solicitud y la diligencia que he puesto en descubrir la Mar del Sur [… mar a la que] he descubierto por tres partes”. Añadiendo inmediatamente que, desde su punto de vista, y por la trascendencia que tal descubrimiento podría tener para las empresas que el rey pudiera emprender, tales descubrimientos serían “uno de los más señalados servicios que en las Indias” se hubiesen hecho a la corona.
Si usted, lector, se detiene un poco y analiza este párrafo, se dará cabal cuenta de que a pesar de haber transcurrido casi 30 años del primer (y supuesto) viaje de Colón “a las Indias”, Cortés y los suyos seguían creyendo que habían llegado a ellas, pero, por otra parte, tomará nota también de que, por los informes que comenzó a recoger de Moctezuma y su gente, Cortés había llegado a la conclusión de que las muchas playas que se localizaban unas leguas al sur de México-Tenochtitlan pertenecían a la Mar del Sur que Vasco Núñez de Balboa había a su vez “descubierto” hacia finales de septiembre de 1513, en lo que hoy se conoce como el Istmo de Panamá. Siendo por ello que en dicha carta se ufanaba ante el rey diciendo que él, Cortés, también había descubierto esa mar, pero no sólo por una, sino por tres partes.
Y aquí hemos de añadir nosotros que la necesidad de conocer y explorar dichas costas se convirtió en una obsesión para el conquistador, como lo podremos constatar en varios otros de sus escritos. Tanto que, en su carta fechada el 15 de mayo de 1522, dice primero que luego de haberse entrevistado con unos emisarios del Cazonci de Mechoacán, les preguntó que si era cierto que por su tierra se podría ir “a las costas de la Mar del Sur”, y ellos le respondieron que sí, pero que en ese momento no porque “para pasar al mar” tendrían que hacerlo por tierras “de un gran señor con quien ellos tenían guerra”. Y añade enseguida que, según había tenido oportunidad de conversar con algunos de sus compañeros “que tienen alguna ciencia y experiencia en la navegación de las Indias” (sic), él tenía “por muy cierto que” si decidieran a navegar “por estas partes de la Mar del Sur, se habrían de hallar muchas islas ricas de oro y perlas y piedras preciosas y especiería”. Certeza, según él, con la que coincidían algunas otras gentes de “letras y experimentadas en la ciencia de la cosmografía”.
UNA DECISIÓN TOMADA. –
Pero independientemente de que más tarde se supo que aquella había sido “una perspectiva equivocada”, Cortés la consideró “muy cierta” y, en consecuencia con todos la esa argumentación, ya casi al final de esa misma carta, le informó al rey que acababa de disponer que “en una de las tres partes por donde yo he descubierto la mar”, se habrían de construir “dos carabelas medianas y dos bergantines; las carabelas para descubrir [mar adentro] y los bergantines para seguir la costa” tanto al sureste como al noreste. Señalando inmediatamente que para esos efectos ya había enviado hacia ese puerto (Zacatula), “a una persona de buen recaudo (de su confianza) junto con cuarenta españoles, entre los que van maestros y carpinteros de ribera, y aserradores y herreros y hombres de la mar”, acompañados por un gran número de cargadores o tamemes indios, que sobre sus espaldas llevaron todas las piezas de los bergantines que había mandado construir en el lago de Texcoco, junto con “la clavazón, las velas y otros aparejos necesarios para dichos navíos”.
Datos que confirmó Fernando de Alba Ixtlilxóchitl, en su “Relación de la venida de los españoles”, al anotar: “[…] Y para esto [Cortés] pidió a Ixtlilxóchitl [Rey de Texcoco] que le diese algunos carpinteros y gente para que fuese con ellos, y que les llevasen el hierro, armas, velas, maromas y otras jarcias de unas que [todavía] estaban en Veracruz”.
Datos que asimismo corroboró fray Jerónimo de Alcalá, el redactor final de la “Relación de Michoacán”, al aseverar: “[Luego de que el cazonci visitó a Hernán Cortés en Coyoacán y vio que le habían quemado los pies a Cuauhtémoc] llamóle el marqués y díjole: Vete a tu tierra, ya te tengo por hermano. Haz llevar a tu gente estas áncoras (anclas y demás implementos) … Y envió el cazonci a Cuiniarángari con aquellas áncoras a Zacatula el catorce de noviembre del presente año [1522]. Y fueron mil seiscientos hombres y dos españoles”.
Tantos informes coincidentes nos permiten a nosotros imaginar cómo fue, primero, que varios cientos de tamemes texcocanos se fueron, evidentemente a pie, hasta Veracruz para recoger todo lo que restaba y podía ser útil de los barcos que con toda intención Hernán Cortés había ordenado perforar sus cascos. Y cómo fue después, que en muy larguísima procesión, fueron todos esos cargadores subiendo por las veredas de la sierra hasta la Meseta de Anáhuac, fatigados por la carga y comiendo y descansando en donde podían, todo para complacer los caprichos del conquistador, y llevarlos al menos hasta México, desde donde los tamemes del cazonci harían lo mismo, ya por sus propias veredas, para llevarlos inicialmente hasta Tzintzuntzan y luego hasta Zacatula, que como se sabe, era un puerto mexica situado junto a la desembocadura del caudaloso Río Balsas. Completando de esa cansada manera una enorme y muy pesada travesía a pie desde un mar a otro, atravesando llanos, arenales, selvas y pantanos, lo mismo que subiendo cerros y montañas o descendiendo por hondos abismos y barrancas.
OTRAS NOTICIAS COMPLEMENTARIAS. –
En el capítulo anterior les mencioné también que a principios de 1525 la gente del rey Carlos V estaba terminando de construir, avituallar y armar con cañones siete naves más, para emprender el segundo recorrido alrededor del orbe, y que al frente de esa poderosa armada habría de ir “un fraile juanino, llamado García Jofre de Loaisa” que, además de llevar el nombramiento de “capitán general”, llevaba el de gobernador de las Islas Molucas, o de “La Especiería”, como mejor eran conocidas.
El asunto es que la gigantesca flota, con 450 hombres (y ya muchas mujeres para poblar en las islas) partió desde La Coruña el 24 de julio de 1525. Pero se dio el caso de que habiendo transcurrido un año desde su partida, no se tenía ni una sola noticia de lo que hubiera pasado con ella. De modo que tanto en el ánimo de los familiares y amigos de los que iban en la expedición, como en el del poderoso monarca, empezó a generarse una gran preocupación y el deseo de saber qué les pasaba, en dónde estaban y cómo les estaba yendo.
En el ínterin de todo eso, Cortes le envió otra larga carta informativa al rey, en la que entre otras muy interesantes cosas le platicó que ya había cambiado de sitio el puerto de Veracruz a donde llegaran mejor los barcos, y que, habiéndose enterado de que Magallanes había descubierto un estrecho en el sur, él mismo estaba afanado por “descubrir el secreto de la costa entre el río Pánuco y la Florida”, tal vez por saber que “el adelantado Juan Ponce de León”, había notificado la existencia de otro posible estrecho, confundiéndolo tal vez, con lo que en realidad era la desembocadura del anchísimo río Misisipi.
Y dos o tres párrafos más adelante, también le hizo saber al rey que ya tenía listos para zarpar en julio (de 1524) los navíos que había mandado construir en Zacatula, a los que pretendía enviar por la costa al sur, al tiempo que enviaría otros por el norte más allá de la Florida, previendo que, ya fuera por un lado o por otro no se les podría ocultar el mencionado estrecho.
Dice más todavía Cortés en esa larguísima e importante carta, pero como había abierto, digamos, que demasiados frentes contra muy diversos pueblos rebeldes, hubo otros problemas y levantamientos que reclamaron mayormente su atención y los barcos que iban a botarse en julio de aquel año ni siquiera fue posible terminarlos y su construcción se pospuso.
No tuvo, tampoco, ni el cuidado ni el tiempo de corregir o enmendar algunos de los datos erróneos que anotó en su carta, de tal manera que varios meses después, cuando finalmente llegó ésta a manos del emperador, seguía llevando la noticia de que los barcos de Zacatula ya estaban listos. Y fue por eso que, dando por cierta esta otra equívoca noticia, el emperador pensó que los barcos de Hernán Cortés estarían en condiciones de zarpar para ir en busca de los extraviados, sin que ni él ni Cortés supieran que, para esas fechas, la gran flota de fray García Jofre de Loaysa estaba desmembrada y sólo quedaban él, Elcano, Urdaneta y unos cuantos marinos más en la nao capitana Santa María de la Victoria, navegando “en la mitad del Pacífico a la altura del Ecuador”.
Cuentan las crónicas en ese mismo sentido que “el 20 de junio de 1526”, estando el rey Carlos en uno de los “salones de la Alhambra”, en Granada, “firmó una cédula ordenando a Cortés organizar una expedición” con sus barcos recién construidos, para salir “en búsqueda y socorro” de la flota de Loaisa. Y dicen también que muy ajeno a la preocupación del rey sobre su salud y condiciones, Loaisa sucumbió 40 días después. Varios meses antes de que la cédula firmada por el rey llegara a manos de Cortés.
Continuará.
PIES DE FOTOS. –
1.- En un párrafo de la “Segunda Carta de Relación”, fechada el 30 de octubre de 1520, Hernán Cortés le informó a Carlos V que “[después de entrar a Tenochtitlan y tomar preso a Moctezuma) le rogué que me mostrase las minas en donde sacan el oro”.
2.- Y en otro inmediato anotó: “Asimismo […] le rogué [que me informara] si en la costa del mar había algún río o ancón en que los navíos pudiesen entrar [Y al …] otro día me trajeron figurada en un paño toda la costa…”.
3.- Desde ocho años atrás Cortés sabía del “descubrimiento de la Mar del Sur” por parte de Vasco Núñez de Balboa.
4.- Motivado por todo ello, le pidió al rey Ixtlilxóchitl que le prestara un montón de tamemes para que le trajeran desde Veracruz a México todo lo que había quedado útil de los barcos que había dejado varados junto a San Juan de Ulúa, y le pidió más tarde al cazonci de Michoacán que con sus propios tamemes, hiciera llevar todas esa cargas desde México hasta el puerto de Zacatula.