Vislumbres: Una travesía trascendente (Tercera parte)
Una travesía trascendente (Tercera parte)
A quienes hayan tenido la enorme paciencia de seguir el desarrollo de los capítulos anteriores, quiero recordarles que en el anterior a éste les comenté que hacia mediados de 1526, no había ni una sola noticia sobre la gran flota española que, con el propósito de dar la segunda vuelta alrededor del mundo, partió de La Coruña el 24 de julio del año anterior, y que, preocupado por ello, el emperador Carlos V, emitió en Granada, una “real cédula ordenando a Cortés”, quien por entonces estaba en la ciudad de México ya sin el poder que antes tuvo, “organizar una expedición” con unos barcos recién construidos”, que tenía en el puerto de Zacatula, para salir “en búsqueda y socorro” de los barcos de la mencionada expedición.
En aquellos años todos los mensajes que la Corona emitía o recibía tardaban varios meses en llegar a sus destinos, puesto que los navíos en que se transportaban primero tenían que realizar la travesía Atlántica, que duraba casi dos meses, y luego tenían repostar o detenerse a reparar en algunos puertos de las islas, de modo que la cédula en comento no fue la excepción, porque cuando Cortés le hizo envío, por su parte, de tres cartas al rey, entre el 3 y el 11 de septiembre de ese mismo año, es fácil percibir que la dicha cédula no había llegado a sus manos. Pero sí otras importantes noticias que de inmediato turnó al rey, y que asimismo tenían que ver con los descalabros que había padecido una gran parte de la armada de fray García Jofre de Loaysa.
Con esto quiero decir que la cédula que Carlos V dirigió a Cortés, y las cartas que éste dedicó al emperador se cruzaron en alguna parte del trayecto. Pero lo que no supo ninguno (sino hasta muchos meses más tarde) fue que el 30 julio intermedio, fray García Jofre de Loaisa “entregó su alma al Señor”, mientras navegaba en su nao capitana Santa María de la Victoria, “en la mitad del Pacífico a la altura del Ecuador”.
Ahora bien, ¿cuáles eran esas noticias de las que circunstancialmente Cortés se había enterado y qué relación tienen o tuvieron con el tema que estamos tratando de desarrollar?
De eso es lo que escribiré en el siguiente subtítulo:
LA INCREÍBLE HISTORIA DE UN PATACHE PERDIDO. –
Los pataches eran unos barcos pequeños, bastante más fáciles de maniobrar que los barcos mayores y que, por sus ventajas de maniobrabilidad solían ser incorporados en las flotas expedicionarias para para llevar mensajes, pequeñas cargas, bastimentos, agua y pasajeros entre unos barcos y otros.
Y fue un patache, el Santiago, al que hoy nos vamos a referir:
Este pequeño barco formó parte, desde un principio, de la flota de Jofre de Loaisa, y llevaba como capitán a un tal Santiago de Guevara. Su cronista narró después que la flota empezó a tener problemas desde mucho antes de llegar a las costas de Brasil, que hubo varios motines y deserciones y que, finalmente, cuando llegaron al Estrecho de Magallanes, el navío Sancti Spiritus, que comandaba Juan Sebastián Elcano, dio contra unas rocas y hubo de ser abandonado, pasando los sobrevivientes a la Santa María de la Victoria. Nao de la que el dicho patache se separó involuntariamente después, por un vendaval, a los pocos días de haber pasado el mencionado estrecho.
En la bodega de este barquito no había gran cosa que comer por lo que, estando ya como a mil leguas de las costas de la Nueva España y a casi dos mil quinientas de las islas Malucas, a donde supuestamente se dirigía la nao de Loaisa, el capitán Guevara tomó la decisión de ir en busca de las costas reportadas dos años antes por Hernán Cortés, con tan buena suerte de su parte que “después de casi dos meses de travesía”, enfermos, hambrientos, exhaustos, “el 25 de julio de 1526” (cinco días antes del fallecimiento de Loaisa, y un año antes del “descubrimiento” por mar del Puerto de Santiago de Buena Esperanza, en las costas de Colima), tocaron tierra con ayuda de los indios de Tehuantepec.
Como el capitán estaba muy enfermo, un cura que venía con ellos como capellán, que se apellidaba Juan de Arízaga, le refirió al español todas las peripecias del viaje y le pidió unos guías indios para continuar su viaje a pie a México, con la intención de rendirle un informe con detalles al capitán general Hernán Cortés. Y así fue cómo, en algún día de agosto, dos o tres meses antes de recibir la cédula de Carlos V, él se enteró primero de lo principal que le había sucedido a la flota de Loaisa.
Los documentos, en cuanto tales, nunca dicen todo lo que en realidad pasó, pero nos dan pistas para suponer o inferir al menos otra parte de la realidad, así que, habiendo yo leído con mucho cuidado las tres cartas que Cortés fechó entre el 3 y el 11 de aquel septiembre de 1526, puedo afirmar, con cierta seguridad, que el antiguo conquistador, despechado como estaba por saber que ya no tenía poder para gobernar en la Nueva España (porque el rey había decidido integrar una Real Audiencia para gobernarla), seguía queriendo ser el más grande de los conquistadores, y no fue por menos que, al enterarse de lo ya dicho, y de anexarle los pliegos que contenían el informe del padre Arízaga, le dijo primero al rey que los navíos que navíos que había mandado construir en Zacatula, ahora sí estaban “muy a punto para hacer su camino”, y que, en cuanto los tuviera ya provistos con “ciertas armas, artillería y munición” que había hecho traer desde España, y trasladar desde Veracruz a Zacatula, estarían listos para navegar y hacer con ellos cualquier servicio que se le ofreciera al rey. Llegando al extremo de decirle que, si él (el monarca) estaba de acuerdo, él (Cortés) estaría dispuesto a salir de la Nueva España para irse en busca de la famosa “especiería” y conquistarla para la corona: “Yo me ofrezco – dijo- a descubrir por aquí toda la especiería y otras islas… [y hasta] Maluco y la China” para que usted ya no esté batallando contra el rey de Portugal, que se las disputa, “y las tenga por cosa propia y los naturales de aquellas islas lo reconozcan y sirvan como su rey y señor”.
Pero tal ofrecimiento se cruzó con la cédula real, Cortés se vio obligado a obedecer las instrucciones que ésta contenía y tuvo que apresurar el avituallamiento y la partida de sus naos armadas en Zacatula.
EL PRIMER CRUCE POR EL PACÍFICO. –
La necesidad y la desconfianza obligan a tomar, a veces, ciertas decisiones con las que se puede alguien brincar las reglas. Y como Hernán Cortés era un individuo que estaba muy acostumbrado y a decidir acciones sin el consentimiento de nadie, le dio el mando de las naos a su primo Alvaro de Saavedra Cerón junto con las instrucciones del rey, y junto con otras, secretas, que él mismo había redactado: las primeras iban en el sentido de buscar las naves perdidas de Loaisa, y tratar de ayudar a sus marinos y navegantes; las segundas, que se informe de todo lo referente al cultivo de las especias y que, se apropie (por compra, por robo, o como fuera) de cuantas plantas vivas de aquéllas pudiera, para trasplantarlas en tierras apropiadas de la Nueva España y, así, ya no tener que ir por ellas a las islas.
Encontrar, sin embargo, a unas islas a las que jamás había ido, y a unas personas perdidas en ellas, no era una tarea que pudiese alguien realizar con alguna certeza, y menos en un tiempo en que ningún barco europeo había cruzado aún la inmensidad del Océano Pacífico desde las costas novohispanas hasta las de cualquier archipiélago asiático. Así que hemos de asumir que Álvaro de Saavedra Cerón recibió aquella encomienda como el mítico Hércules recibió la de sus “doce trabajos”. Aunque, por otra parte, hay noticias de que, ya sano de sus padecimientos, el capitán del patache Santiago no sólo le compartió a Saavedra todo lo que él sabía, sino que se enlistó en la expedición para seguir corriendo el mundo.
El hecho es que tres de las naves de Cortés partieron desde Zacatula, el 31 de octubre de 1527. La Florida era la nao capitana, llevaba cincuenta hombres y a Álvaro de Saavedra como capitán. El Santiago (no confundirlo con el patache), con 45, con el capitán Luis de Cárdenas y el bergantín Espíritu Santo, con sólo quince hombres y como capitán Pedro de Fuentes. Barquito que el 24 de julio de ese mismo año se convirtió, en su viaje de prueba, en el primer navío español que entró a las actualmente llamadas “bahías gemelas de Santiago y Manzanillo”.
Los ciclones más fuertes de ese año al parecer ya habían pasado, pero todo hace suponer que hubo algunos otros fenómenos posteriores “la noche del 15 de diciembre se separaron las otras dos naos de la capitana y nunca volvieron a verlas”.
En el ínterin de todo eso, ya también Juan Sebastián Elcano había fallecido y, con muchísimos trabajos de por medio, 105 de los 450 que habían zarpado de La Coruña se toparon con la isla de Mindanao, en donde “tomaron refresco”, curaron sus heridas, repararon la Santa María de la Victoria y consiguieron algunas provisiones antes de continuar con su recorrido y toparse con unos portugueses en una fortaleza que tenían en una isla que llamaban Tenarte.
Salvaron sus pellejos como pudieron y siguieron navegando hasta Tidore, otro sitio en donde su nave ya no pudo continuar y construyeron una fortaleza para defenderse tanto de los portugueses como de los isleños.
El capitán de los sobrevivientes se llamaba Hernando de la Torre, y ya para entonces Andrés de Urdaneta estaba rondando los 20 años, y estaba aprendiendo algo de tagalo, la lengua de esas islas.
Volviendo ahora al derrotero que siguió La Florida, cabe señalar que fue el día 6 de enero de 1528, cuando finalmente, después de un rapidísimo recorrido de dos meses y una semana, el barco de Álvaro de Saavedra Cerón “descubrió” unas islas a las que, por ser costumbre española, bautizó como “las islas de Los Reyes”, pertenecientes al “Archipiélago de San Lázaro”, que posteriormente que sería conocido como Las Filipinas.
Varios meses navegó este buque entre una isla y otra de la multitud de ellas que hay allá, buscando a los marineros desaparecidos, hasta que el 30 de marzo de 1528, llegó a la fortaleza de Tidore, auxiliando “con armas y medicinas” a los sobrevivientes de la destartalada expedición, entre los que muy probablemente estaba Andrés de Urdaneta, un poco más maduro aún.
No hay muchos detalles más que nos briden una luz sobre lo que sucedió inmediatamente después, salvo que, habiendo cumplido con su deber, Álvaro de Saavedra aprovisionó nuevamente su nave y puso su proa en busca de la Nueva España, habiendo logrado llegar a la Nueva Guinea. Otra isla de la que los españoles tampoco tenían noticia.
Desde ahí volvió a Tidore y, habiéndose convencido de que por el Pacífico no se podía volver a la Nueva España, se decidió a emprender el viaje a su querida península por la conocida ruta del Cabo de Buena Esperanza, pero murió en el trayecto, sus compañeros volvieron a Tidore y hasta ahí terminaron sus aventuras. Habiendo sido, pues, este primo de Hernán Cortés, y en una de las naves mandadas a construir por aquél, quien realizó el primer viaje atravesando todo el Pacífico desde la Nueva España.
No hubo, sin embargo, ni una sola noticia de todos estos acontecimientos sino hasta 1534, cuando unos pocos marineros de los que había ido con Álvaro de Saavedra, volvieron a Sevilla, llevando, entre otras cosas, los “diarios de a bordo” que habían ido escribiendo, como era costumbre reglamentada, él mismo mientras vivió, y el capitán Hernando de la Torre, desde que asumió el mando.
EL PRIMER RETORNO DE URDANETA. –
No sabemos cómo, ni cuándo Urdaneta parece haberse enamorado de una isleña, pero en 1536, ya con 28 años cumplidos y ya casi tras once años de haber partido de su tierra volvió a su Villafranca, llevando consigo a una niña, que debió de haber sido el fruto de aquel amor, y que se llamaba Grecia.
Ningún otro dato he podido encontrar que me diga cómo fue que se atrevió, según se dice, a dejar esa chica allá, como en depósito, digamos, con la familia de uno de sus hermanos, pero siendo él hombre de mar, un día, cosa de tres años más tarde, luego de que el capitán Pedro de Alvarado, entonces gobernador de Guatemala, había logrado conseguir un permiso especial del rey para, ahora él, continuar con las expediciones marítimas, Urdaneta fue contactado mediante una carta para que se viniese a la Nueva España, en donde, ahora bajo el patrocinio de este otro viejo conquistador, pudiese poner en práctica su gran experiencia como navegante.
La vida, pues, le estaba poniendo otra tentación y, no pudo resistirla.
Continuará...
El servicio al que"San Lucas", quizás el patache màs famoso, capitaneado por Alonso de Arellano llevaba de piloto al mulato ayamontino Lope Marti, cuyos conocimientos de navegación, junto a los datos ofrecidos por fray Andrès de Urdaneta, le permitió realizar el primer tornaviaje en 1565, algo que se había intentado en otras cinco ocasiones en los 25 años anteriores.