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Vislumbres: Una travesía trascendente (Novena parte)


UNA TRAVESÍA TRASCENDENTE

Novena parte


“EL VUELO DE LA IMAGINACIÓN”. –


El día 24 de julio de 1536, cuando Alvar Núñez, el negro Estebanico, Alonso Castillo y Andrés Dorantes llegaron a la ciudad de México en medio de las más grandes expectaciones, el virrey Mendoza apenas tenía ocho meses y días de haber llegado a la Nueva España y, excepto el camino desde Veracruz al lago de Texcoco, no conocía prácticamente nada de la gigantesca región que le habían encomendado gobernar, de manera que cuando él, Hernán Cortés y los allegados de ambos estuvieron escuchando en los días siguientes los casi increíbles relatos que salían de los labios de Cabeza de Vaca y sus tres amigos, debieron de echar vuelo a su imaginación y atar cabos (imaginarios también) sobre algunos de los datos que la literatura caballeresca de la época, fantasiosa a más no poder, había puesto en las mentes de quienes se aficionaron a ella.


Así que cuando Alvar Núñez les comentó, por ejemplo, que cosa de un par de años antes se habían internado en una hermosa región (ahora de Nuevo México) en la que se encontraron a unos indios muy bien alimentados, cuyo aspecto les sorprendió, puesto que eran “la gente de mejores cuerpos que vimos, y de mayor viveza y habilidad, y que mejor nos entendían y respondían a lo que les preguntábamos”, debieron de pensar que se hallaron ante un grupo civilizado, y no salvaje o semisalvaje como los que habían forzosamente convivido en los siete años anteriores. Máxime cuando el mismo Núñez les dijo que tres jornadas después, aquéllos los llevaron a su pueblo. Un sitio en donde “había casas de asiento”, sólidas, cimentadas y con buenos techos, en vez de las casas endebles e incluso portátiles que tenían otras tribus.

Siguiendo punto por punto esa narración en el libro que Cabeza de Vaca escribió (y que se titula “Naufragios y comentarios”), nos toca ahora a nosotros imaginar cómo debieron de haber sido las sesiones en que él y sus tres amigos, enjutos, correosos, ennegrecidos de tanto sol, fueron instalados en alguno de los grandes y nuevos salones del Palacio Virreinal en construcción, y se vieron forzados a tener que hablar de sus aventuras delante de aquellos graves señores de “sangre hidalga”, ataviados con ropa oscura y rutilantes joyas, o con hábitos de diversas órdenes religiosas, junto con algunos jóvenes intempestivos recién llegados de España, entre los que seguramente se halló Francisco Vázquez de Coronado, el que, tres años más tarde, dejó el cargo de gobernador de Nueva Galicia para encabezar una expedición que el virrey Mendoza, amiguísimo de su padre, había decidido enviar en busca de “las míticas Siete Ciudades”, cuya correlación hicieron cuando Alvar Núñez les dijo en algún momento que, habiéndose quedado tres días en un pueblo, al que “le pusimos [el nombre de] Las Vacas”, porque había muchos bisontes muertos que los indios estaban descuartizando, se les presentó el cacique de otro pueblo, al que luego fueron, encontrándose con la novedad de que empezaron a mirar muchos cultivos de maíz, frijol y calabaza. Todo eso a la vera de un camino de más de cien leguas, en el que había muchos otros pueblos. Entre los que, después de haber transcurrido “diecisiete jornadas por unos llanos y entre sierras muy grandes, hallamos [muchas otras] casas de asiento” de tres pisos y más, cuyos propietarios les obsequiaron (a ellos, y a los indios que los acompañaban), “muchos cueros de venados, muchas mantas de algodón mejores que las de la Nueva España, muchas cuentas [de collares, hechas con unos] corales que se dan en la Mar del Sur; muchas turquesas muy buenas […] y a mí - afirmó Cabeza de Vaca- me dieron [en particular] “cinco esmeraldas hechas [o labradas como] puntas de flechas”.


La sola mención de que los indios del lejano norte tenían “casas grandes”, contacto con los de la Mar del Sur, ostentaban turquesas en sus atavíos y hasta fabricaban puntas de flechas con esmeraldas, debió de calentar la sesera del virrey y de muchos más de los que habían escuchado semejantes relaciones, por lo que, como lo dije en el capítulo previo, Mendoza se puso de acuerdo con fray Marcos de Niza, para que realizara éste un primer recorrido exploratorio y, cuando el franciscano volvió contando maravillas de su recorrido por esa “Nueva Tierra”, comisionó a su muy estimado pupilo político, Francisco Vázquez de Coronado, para organizar todo lo conducente a una expedición en forma, misma que, según las crónicas de aquellos días, salió desde Compostela el 22 de febrero de 1540, con “150 hombres de a caballos, 200 peones y alrededor de 800 auxiliares indios”.


Siendo muy de notar el hecho de que cada uno de aquellos esforzados peones y caballeros iban sin paga alguna, realizando sus propios gastos. Como fue el caso de Hernando Botello, vecino de Colima y futuro gobernador de Autlán, quien igualmente lleno de ilusiones se fue también a la “Tierra Nueva”, gastando en sus bastimentos “armas y caballos”. O como Bartolomé Garrido, quien no obstante ser casado y ya con hijos, no dudó en conseguir préstamos para irse “Cíbola con armas y caballos”, y que cuando volvió a Colima se halló endeudado y pobre. O como Rodrigo Maldonado, ex alcalde mayor y ex tesorero de la Villa de Colima, quien aparece en la lista de Coronado “con el grado de capitán, llevando cinco caballos, junto Juan de Saldívar y Hernando de Alvarado”.

LOS PRIMEROS PASOS Y EL ENCUENTRO IMPOSIBLE. –


No habiendo Camino Real sino veredas indias, el avance de aquel gran número de personas por espacios tan abruptos y difíciles de transitar como “Plan de Barrancas”, fue sumamente lento y muy pronto se comenzaron a escasear las provisiones que llevaban, pero, como quiera que fuese, organizando partidas de caza y recolecciones de frutos, hojas y raíces, la comitiva de Vázquez de Coronado llegó a principios de abril hasta las orillas del río Tamazula, dedicándose a descansar unos días en la Villa de Culiacán.


Cualquier paisano que haya viajado aun hoy en auto (o camión) a través de Sinaloa y Sonora, puede muy bien imaginar cuáles hayan podido ser los indecibles trabajos y las terribles dificultades que debieron de realizar aquellas gentes para atravesar, ¡a pie o en bestia! ¡en mayo y junio!, aquellos solitarios e incultos territorios, con más de 40 grados a la sombra.


Se supone que dicho contingente trató de reaprovisionarse en Culiacán, pero lo que se sabe es que el 22 de abril salieron nuevamente de allí, para adentrarse posteriormente en tierras que, exceptuando a fray Marcos de Niza y algunos guías indios, ninguno de aquellos aventureros había visto jamás.


El calor inclemente y la resequedad de los páramos no tardaron en cobrar sus primeras víctimas, tanto en los hombres como en los caballos, y como les fue muy difícil hallar los escasos aguajes, o los encontraron con muy poco líquido dada época del año, tanto bestias, como peones e indios auxiliares fueron muriendo de sed y sus cuerpos quedando superficialmente sepultados en aquellas tierras yermas.


Pero mientras que todos esos agobiados señores iban enfrentando éstas y otras dificultades que les presentaba el semidesierto, el capitán Hernando de Alarcón, escribió (en una Relación “dada en Colima, puerto de la Nueva España”), que la víspera del “domingo 9 de mayo” de ese mismo año de 1540, el navío San Pedro y la nao Santa Catalina zarparon desde Acapulco, con la consigna de llevarles auxilio y provisiones a los integrantes de la expedición de Vázquez de Coronado, sin imaginar que éstos, ya para entonces andaban muy lejos del mar.


La mala suerte acompañó a unos y a otros porque, según lo narró luego el capitán Alarcón, antes de arribar al puerto de “Santiago de Buena Esperanza” (hoy Manzanillo), tuvieron “adversa fortuna” y, habiéndose topado con un mal tiempo, los marinos y los soldados que iban en “la nao Santa Catalina se asustaron más de lo debido, y tiraron por la borda nueve piezas de artillería, dos anclas […y ] muchas cosas más, necesarias” para el funcionamiento del barco, y los bastimentos de la propia gente. Viéndose en la imperiosa urgencia de detenerse algunas semanas en el mencionado puerto para reabastecer lo perdido.

LOS EXPEDICIONARIOS DE DESAGRUPARON Y REALIZARON LAS EXPLORACIONES SEPARADAS. –


Aquella demora propició que nunca se pudieran encontrar los miembros de las dos expediciones, pero llegó el mes de julio, las lluvias cayeron en los gigantescos cerros de la Sierra Madre Occidental, y los ríos y arroyos que bajan por sus estribaciones hacia el “Mar de Cortés”, aligeraron la sed de los hombres de Vázquez de Coronado y la carga mental que llevaban, puesto que, en alguno de los vivaques que seguramente tuvieron al pie de la sierra, llegaron a la conclusión de que era necesario dividir el grupo e irse a explorar por diferentes partes, dándose un tiempo más o menos razonable para ir y volver, hasta un punto previamente elegido, en donde se tendrían que reunir.


Una noticia más o menos clara en este último sentido nos dice que un tal Tristán de Luna y Arellano, segundo en el mando de la expedición, y primo del virrey y de la primera esposa de Cortés, consiguió como guías a unos indios de por aquellos rumbos y logró remontar, desde algún punto ya muy al norte de Sonora, las estribaciones de la Sierra Madre, para ir a salir nuevamente al llano, en territorios que hoy pertenecen al estado de Nuevo México. Otra noticia más nos dice que, tras veinte días de caminar hacia el oeste, el capitán Garci López de Cárdenas y su gente, “encontraron un profundo cañón, por cuya base corría un gran río al que inicialmente llamaron Tizón”; pero que no es otro más que el Gran Cañón del Río Colorado. Y una tercera relación nos dice que otro capitán tomó ruta hacia el oriente y arribó hasta la orilla del Río Grande (Río Bravo), muy cerca de donde hoy se halla la ciudad de Santa Fe, Nuevo México, dedicándose durante varios meses a explorar el área y a pacificar unos indios que los historiadores del rumbo de Ciudad Juárez llamaban, curiosamente, “los indios mansos”. En contraste, tal vez, con el Río Bravo, que por ahí pasa.


Cada uno de estos capitanes llevaba, por orden expresa emitida antes por el virrey, una especie de cronista que tenía la obligación de anotar los datos más importantes de cada recorrido y, en el caso de los que avistaron el famoso cañón, fue un Pedro de Sotomayor el que redactó lo que sucedió en su trayecto, diciendo, por ejemplo, que aun cuando hicieron varios intentos para descender al fondo del profundo cañón, no hallaron por dónde y tuvieron que regresarse al punto en que se separaron del resto, por haberse enfrentado con el problema de la falta de agua.


Y por la “Relación” de Hernando de Alarcón, que del italiano tradujo José Miguel Romero de Solís, sabemos que él y la gente de sus barcos fueron deteniéndose en cada punto de la costa en donde les fue posible hacerlo, para preguntar a los indios, y a los escasos hispanos que se iban encontrando, si habrían visto pasar a los hombres de Vázquez Coronado.


Por lo que sucedió después es válido inferir que algunas noticias debieron recibir éstos de aquéllos, pero nunca lo suficientemente concretas o puntuales como para que se decidieran anclar en alguna parte y salieran a buscarlos por tierra.


Del mismo modo es posible inferir que la gente de Vázquez de Coronado utilizó a ciertos indios muy ágiles para ir de mensajeros entre un lugar y otro, porque no de otro modo se entiende que, habiendo llegado la gente de Tristán de Luna a un sitio llamado Tiguex (en el actual Nuevo México), hayan llegado allí mismo, algunas semanas después, Coronado y los expedicionarios que exploraron las riberas del Río Grande.

EL DESCUBRIMIENTO DEL “GRAN CAÑON”. –


El primer avistamiento de la desembocadura del Río Colorado lo habían hecho el 28 de septiembre de 1539, el capitán Francisco de Ulloa y algunas de las demás personas que participaron en la última expedición que patrocinó Hernán Cortés, y el primer avistamiento del cañón que formó ese mismo río, lo hicieron, a muchas leguas de allí, a finales de julio de 1540, las gentes que, como acabo de mencionar, iban con el capitán Garci López de Cárdenas. Pero debo de precisar ahora que, cosa de un mes después, el día 26 de agosto, para ser exactos, los dos barcos que capitaneaba Hernando de Alarcón se aproximaron “al extremo norte del Mar de Cortés”, y no pudiendo navegar hasta el ancón (o fondo) del mismo, decidieron echar anclas, bajar sus lanchas de remos y explorar con éstas, y a pie, lo que parecía ser la desembocadura de un gran río.


“La Relación” de Alarcón nos indica, que debido a los bajos que ya mencioné les fue muy difícil llegar a dicha desembocadura y que, ya estando allí, siendo tan fuerte corriente con que la el río Tizón (o “de la Buena Guía”) bajaba hacia el mar, “apenas podían navegar por él”.


Comenta, igualmente, que poco a poco se fueron adentrando río arriba y que, en cuanto comenzaron a ver el primer tramo del cañón, unos de sus acompañantes dijeron que se habían encontrado con “una barranca grande, como las de Colima”. En obvia alusión a las Atenquique, Beltrán y otras que descienden desde las faldas del volcán, que nosotros conocemos de cerca.

Existen diferentes versiones, sobre lo que sucedió en dicha expedición, y algunas son muy poco creíbles, pero en la relación que hemos venido comentando dice que el día 10 de septiembre, el capitán Alarcón dio por concluida su exploración por el gran río, habiendo vuelto a tomar puerto en Santiago de Buena Esperanza, “a principios de noviembre” de ese mismo año. Seis meses después de haber iniciado el viaje en Acapulco.


Continuará.


PIES DE FOTO. –


1.- Según las crónicas que me ha tocado revisar, la expedición de Francisco Vázquez de Coronado salió de Compostela con rumbo al noroeste, el 22 de febrero o el 1 de marzo de 1540, llevando a más de mil hombres en su compañía.


2.- Aunque de momento no tuvo trascendencia alguna, un grupo de aquellos expedicionarios “descubrió”, en algún punto de Arizona, el impresionante y para ellos inaccesible Cañón de Río Tizón (o Colorado).


3.- Un segundo y un tercer grupo exploraron amplias porciones de los actuales estados de Arizona, Nuevo México, Tejas y Chihuahua, aguardando el siguiente invierno en algún punto cercano al Río Grande, en donde vieron algunas de las ruinas que Alvar Núñez y sus amigos les habían descrito.


4.- Tanto de ida como de vuelta, el puerto de “Santiago de Buena Esperanza” (en las bahías gemelas de Manzanillo) dio cobijo a los dos navíos que participaron en la primera exploración del Río Colorado.




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