Café exprés: Regreso a la casa primera[1]
Regreso a la casa primera[1]
Hola, buenas tardes, me presento porque mi abuela dice que la gente educada se presenta. Mi nombre es Alberto Llanes y soy un exdefeño convertido en colimote, que regresa a la gran ciudad a hablar de la literatura de aquél hermoso y cálido estado. Me acompañan amigos-hermanos del terruño donde he vivido los últimos años y, donde también, me he enamorado y desenamorado. Casado y divorciado, donde he tenido hijos y, donde, simplemente, soy Alberto Llanes. Aquí quizá no sea nadie o nadie me conozca, pero así son las grandes ciudades.
Qué chido que ahora mi ciudad que también considero mía (al grado de, en Colima, meter casi cualquier tipo de comida a un bolillo y es que el bolillo colimense es una delicia, lástima que no traje algunos; yo soy un bolillero por excelencia no sé si ya me vieron la panza), decía que qué chido que ahora mi ciudad se llame CDMX aunque yo prefiero seguirle diciendo D.F., como aquél D.F., de Chava Flores, el de Rockdrigo González (quien perdió la vida en el terremoto del ochentaicinco, terremoto del que hablaré un poco más adelante) y el D.F., de Alejandro Lora entre muchos millones más de mexiqueños y mexiqueñas o mexiquenses, vaya el gentilicio.
Por diversas razones que uno no se puede explicar desde 1986 vivo en Colima. Era año mundialista y yo soñaba con ver jugar a Maradona en el estadio Azteca. Todavía recuerdo la dirección donde vivía: Unidad Infonavit Culhuacán, zona dos, edificio diez, entrada A, departamento 201, (relativamente cerca del estadio Azteca). Mi sueño quedó roto cuando mi padre anunció que nos íbamos a vivir a Colima. Obviamente me encabroné y no era cosa menor. Jamás volví a tener otra oportunidad de ver jugar a Maradona. En fin.
Yo creo que mis padres pensaron que en Colima no temblaba y al año siguiente del terremoto de 1985 pisamos la tierra del rey de Colimán. Un putazo de vegetación asfixió mi cuerpo que venía, quizá, con un chingo de intoxicación gracias a los imecas dañinos. Ese trancazo de vegetación con que me recibió Colima aquella primera vez es una de las sensaciones que jamás he vuelto a sentir. Fue una combinación entre coco, palmera, brisa, calor y terruño nuevo o qué sé yo embriagante. Ese calor yo sólo lo había sentido, acá en el D.F., en los baños de vapor a los que íbamos cuando en el departamento el suministro del agua fallaba y nos quedábamos sin el líquido vital; en Colima jamás he vuelto a vivir esa experiencia de sufrir por agua. De pequeño recuerdo que de edificio a edificio cargaba cubetadas de agua para las necesidades básicas. Así las cosas.
Creo que me resbalé en la famosa piedra lisa porque ya no salí… o ya no salimos de Colima. No regresamos al D.F., ni por el cambio (bueno, más o menos sí y ahora heme aquí).
Mi primer encuentro con la literatura lo tuve en segundo año de primaria, sí, justo cuando llegué a Colima. A medio ciclo escolar me inscribieron y me aceptaron (lo que se me sigue haciendo muy muy raro, pero bueno); cursé el segundo grado de primaria en una escuela (la Gregorio Torres Quintero) que derrumbó el terremoto del año 2003.
Para quien es colimense de cepa sabe que Torres Quintero fue un maestro normalista, escritor y político del terruño y fue el creador del sistema onomatopéyico para la enseñanza de la lectura a nivel nacional. A esa edad, en ese año mundialista en México, yo no tenía ni (p) idea de quién era Torres Quintero y supongo que, como todo niño ni me interesaba saberlo.
He vivido, a lo largo de mi vida cuatro terremotos, por eso digo que mi padre quizá no tuvo idea o se la vendieron a no sé qué precio y nos llevó a vivir a Colima quizá con la información de que allá (en ese pequeño paraíso terrenal) no temblaba. Craso error.
En 1995 cuando yo era instructor del Conafe sentí el segundo movimiento más fuerte de mi vida de la tierra al moverse; el primero fue obviamente cuando vivía en el De Efe y del cual describo brevemente en mi libro de cuentos que presento mañana (por cierto, extiendo la invitación a todos ustedes porque si no me hago promoción yo… ¿quién?).
En ese mismo año tuve mi segundo encuentro con la literatura y como que la carrera me iba llamando. Para ese tiempo ya había leído algunas obras importantes de la literatura universal. En aquellos días tenía diecisiete rebeldes años y estaba peleado con el mundo y, principalmente, con mi papá; oía rock pesado y mi padre era el first enemy (hasta en eso el viejo fue el mejor enemigo que pude tener, porque gracias a él y a mi madre soy medianamente lo que soy). Ahora he envejecido terriblemente y mi papá ya es mi amigo, él entendió que las letras son lo mío y yo entendí que él quería lo mejor para mí, pero lo mejor para mí no era estudiar medicina como quizá él quería, porque, aún ahora, no tengo ni puñetera idea de para qué sirve un mejoral.
En ese segundo encuentro que tuve con la literatura el país pasaba por una de sus peores crisis (en realidad siempre ha estado crisis y lo sigue estando, soy de la generación que ha oído esa palabra desde que tengo uso de la razón). El director del Conafe en aquellos ayeres era nuestro querido gran poeta Víctor Manuel Cárdenas Morales, fallecido recientemente, en el año 2017.
Conocer a un poeta que te dejaba la mano perfumada por horas a esa edad fue decisivo para dedicarme a escribir. Mi tercer encontronazo con la literatura lo tuve cuando anuncié en casa que iba a entrar a estudiar el bachillerato en artes y humanidades al Cedart Juan Rulfo; pues hagan de cuenta que dije que me iba a dedicar a delinquir o a ser un niño-adolescente de la calle, con su bolsita de pegamento para inhalar en la mano y todo. La familia pegó el grito en el cielo y casi casi me excomulgan y estoy seguro que he quedado fuera de todo contrato de herencia y demás, ni modo. Por aquellos años anunciar que me iba a dedicar al arte fue como si hubiera sido casi casi lo mismo que anunciar que me iba a volver zapatista y me esperaba la guerrilla.
En el Cedart conocí a una gran amiga Zaira Ríos Cuevas, su mamá era y es escritora, una gran escritora, la maestra Guillermina Cuevas. A Guille la conocí en las reuniones, (poco ortodoxas, por cierto), de padres de familia que hacía el Cedart. Su presencia provocó un revuelo en mí porque Guille no parecía escritora, no por lo menos la idea que yo tenía de las escritoras y escritores. Cuando la saludé, mi mano no quedó perfumada por horas como sí sucedía con Víctor Manuel, pero la calidez de su contacto fue mucho más notoria, a la fecha es una de mis principales y creo que la única, lectora de mi obra o lo que sea que escribo.
Tiempo después supe de la relación de amistad y camaradería que había entre ambos escritores (Víctor y Guille). Yo no recuerdo si Guille en aquellos ayeres del Cedart leyó algunos textos míos o no. Posiblemente sí, porque en las reuniones de padres de familia del Cedart a veces, los alumnos, teníamos que dar alguna muestra de nuestro trabajo artístico en danza, teatro, música, artes plásticas o literatura, por eso digo que esas reuniones eran poco ortodoxas.
Mi siguiente paso fue sin duda alguna entrar a la Facultad de Letras y Comunicación de la que no he salido desde 1999 a la fecha y no, no soy una especie de Mosh, ni tampoco un fósil universitario, ni ningún tipo de estudiante repetidor y repetidor ad infinitud, lo que pasa es que ahora trabajo para la Universidad de Colima justamente en la Facultad de Letras, por eso mismo sigo yendo, todos los días (de lunes a viernes) a la escuela, como cuando cursaba los créditos de mi educación superior.
Cuando anuncié mi ingreso a la Falcom (como se le conoce a la querida Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima), hagan de cuenta que, para mi familia, fue el anuncio de que me iba a la guerra del golfo pérsico, o a Kosovo, a Vietnam o ya de plano que iba a andar de pinche loco mariguano (esto aunado un poco a la música que oía y sigo escuchando a la fecha y aquí sí le doy un poco de razón a mis padres, sobre todo a mamá que era la que soportaba mi música. Considero que sí: Kurt Cobain, gritaba mucho más gacho que mi mamá cuando me regañaba).
Para este nuevo anuncio mi padre se dio por vencido y optó por ya no decirme nada (le vi el semblante triste y es de las pocas veces que lo he visto llorar). Ya no me dijo nada al grado de que llego incluso, algunas veces, hasta ni a dirigirme la palabra y yo opté por sí, andar de pinche loco mariguano, pero tratar de aprender algo de esta mala vida que termina siendo la mera buena a final de cuentas y echarle ganas con disciplina y entusiasmo. Mucha disciplina.
Fuimos la generación 1999-2003 y de ahí se desprenden un buen número de escritores empezando por Carlos Ramírez Vuelvas, nuestro querido amigo y ahora secretario de cultura, David Chávez que es mi compadre, y quien me acompaña esta tarde en la mesa, Ihovan Pineda, también mi compadre que se quedó en Colima a cuidar el negocio y a escribir, Jaime Obispo, Oscar Chapula (que pronto será también mi compadre) y con quien sacaré próximamente un libro (a ver si nos vuelven a invitar a esta feria a presentarlo), le siguen Carmen Zamora, Gabriela Flores y nada más, aunque de esa generación hay muchos más egresados que si bien no se dedican a escribir sí hacen periodismo y comunicación ya sea conduciendo programas, colaborando detrás de cámaras qué sé yo.
En la Falcom vinieron y conocí muchos nombres más de personas que tienen y tuvieron el mismo sueño que tuve yo. Creo que Colima es una tierra de grandes talentos literarios. Ahí descubrí y descubrimos a Avelino Gómez (quien ganó el premio de poesía 2018 y su libro se presenta al día siguiente del mío[2]), Nadia Contreras, Jorge Vega, Octavio Romero, Verónica Zamora, Magda Escareño, Gloria Vergara, Ada Aurora Sánchez (actual directora de la Falcom), Rogelio Guedea, Sergio Briceño, Alberto Vega, Adín Valencia, César Anguiano, José (Meche) Barocio, Armando Polanco, Abelardo Ahumada, Alfredo Montaño (†), Salvador Márquez Gileta (†), Francisco Blanco (†), Ángel Gaona, Grace Licea… que son autores y autoras una generación o varias generaciones antes a la nuestra.
La Falcom está cumpliendo en este 2020 cuarenta años de haber sido fundada y de seguir dando talento a nuestro estado, para muestra: Krishna Naranjo (que también nos acompaña en la mesa), están también Gabriel Govea, Miguel Govea, Oscar René Robles, Magda Orozco, Indira Torres, Zeydel Bernal, Jetzabeth Fonseca en fin… no me gustaría dejar a nadie fuera pero cuando uno hace un listado tiende a ello, escritores y escritoras que sí y no han egresado de la Falcom, la mayoría sí. Todas son personas dedicadas en cuerpo en alma a esta pasión que reúne un mucho de obsesión, compulsión y hasta cierta desfachatez, a este sueño de tundir teclas y de dar una perspectiva de este mundo, una cosmovisión de este paso por lo que hemos denominado vida y que quede el registro de ello.
De todas estas personas han quienes han resistido a esta dura batalla de escribir y hay quienes han desistido y se van por otro camino, pero en los suplementos culturales han quedado sus nombres impresos con alguna muestra de su incipiente trabajo.
Viene una generación detrás empujando muy fuerte: Morelia Trujillo, Liz Romero, Melissa Aguilar, Gaby Zepeda, Ingrid Guijarro, Coral Anahí, que no sabemos si harán de esto una pelea a doce rounds, un juego de béisbol que se vaya a extrainings o un partido de futbol americano resuelto en tiempo extra, no lo sabemos, pero están en las aulas y están escribiendo y uno se ve entonces reflejado en los ojos del otro cuando teníamos esa rebelde edad y en casa anunciamos nuestro afán por las letras.
Me da mucho gusto estar de nuevo en mi querida ciudad y con todos ustedes presumiendo un poco las maravillas que tiene mi estado, porque ya lo dijo la gran Chavela Vargas: “Los mexicanos nacemos donde nos da la chingada gana”.
Y eso que todavía no les cuento de Griselda Álvarez, Trinidad Lepe Preciado, Balbino Dávalos, Francisco Hernández Espinoza, Ismael Aguayo Figueroa y tantos hombres y mujeres más que, desde el trópico, siguen dejando su huella impresa.
Muchas gracias por su atención.
[1] Texto leído en la mesa redonda de literatura colimense dentro de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería en la Ciudad de México, evento llevado a cabo el día 26 de febrero de 2020 en la capilla del recinto cultural.
[2] Se presentó el día 2 de viernes en el auditorio seis de la Feria Internacional del Libro de Palacio de Minería. El libro se llama: La ciudad te seguirá, un portento poético ganador.