Vislumbres: Cuatro años y muy poco avance
CUATRO AÑOS Y MUY POCO AVANCE. –
El 13 de diciembre de 1557, pues, el virrey Velasco “nombró por administrador del astillero [del puerto de Navidad] a Hernando Botello, alcalde mayor (en aquel momento) de Autlán”. Ordenándole que se hiciera cargo de la construcción de los seis navíos con que habría de contar la flota que él y su monarca, Felipe II, habían decidido enviar hacia Las Islas de la Especiería. Pero cuando el antiguo conquistador se hizo presente en dicho puerto, no sólo constató el estado de abandono y deterioro en que se encontraba el viejo astillero que casi veinte años antes se había levantado allí, sino que se dio cuenta que faltaban carpinteros, herreros, sogueros, calafateadores y otros trabajadores especializados; lo mismo que clavos, anclas, brea y demás pertrechos para llevar a cabo semejante tarea.
Y aunque no hay (o al menos no conozco) ningún documento mediante el que Botello haya expresado lo que se encontró y lo que le faltaba, sí hay, empero, otros documentos anteriores y posteriores que, independientemente de que hayan sido escritos o reseñados por otras personas, nos dan una idea muy clara de lo que aquél tuvo que hacer para realizar su difícil trabajo. Pero antes quiero hacerles recordar a los lectores que, cuando Pedro de Alvarado recibió la autorización para realizar sus propias exploraciones marítimas desde las costas de Guatemala, lo primero que hizo fue acondicionar el único puerto que por entonces se había encontrado en dichas costas, y que se llamó Acajutla. Puerto hasta el que – como lo expresó Bernal Díaz del Castillo, regidor entonces del puerto de Coatzacoalcos- se tuvo que llevar (desde España y Veracruz incluso) prácticamente todo lo que no fue madera, cruzando el territorio por el Istmo de Tehuantepec, usando primero los cauces de algunos ríos más o menos navegables, y luego a lomo de bestia o de tameme, en un camino total que superaba las “ciento cincuenta leguas”. Resultando todo aquello tan caro, que como afirma el mismo cronista, “con el dinero que Alvarado gastó en tal empresa, en Sevilla hubiera construido no trece sino ochenta barcos”.
La opción que Botello y sus jefes tenían era la misma, pero conviene agregar que, aun cuando fray Andrés de Urdaneta no estaba en 1557 implicado en los trabajos preparativos de la mencionada flota, conocía perfectamente el Puerto de Navidad, y que, por eso, en 1561, cuando ya que se involucró, no dudó en indicarle al rey que, dado que allí los trabajos de los navíos no iban muy avanzados que digamos, lo mejor sería cambiar el astillero hasta Acapulco. Como se puede observar en el título y en los párrafos de un documento que al respecto le tocó redactar, y que, para la más cómoda intelección de los lectores actuales, me permitiré adaptar a los usos idiomáticos de hoy.
El documento se conoce con el título de “Derrotero muy especial hecho por fray Andrés de Urdaneta, de la navegación que había de hacer desde el puerto de Acapulco para las Islas de Poniente”. Y los párrafos seleccionados dicen:
“En razón de que el puerto de la Navidad […] está a 115 leguas de la ciudad de México, y a 180 del puerto de Veracruz, poco más o menos; y a que es tierra mal sana, por lo que los oficiales y gentes que residen en el dicho puerto muchas veces enferman y mueren algunos, y [porque] en toda la redonda del puerto hay muy poquitos indios [que pudiesen ir a trabajar en él], a mí me parece que convendría que el astillero que está en el dicho puerto […] se mude a otro más cómodo y sano […] Como el de Acapulco, [no sólo porque está mucho más cerca de México, sino porque] tiene buenas partes para que en él se arme el astillero para hacer navíos y para que en él sea la carga y descarga de ellos, y por ser […] grande, seguro, muy sano y de buenas aguas y mucha pesquería, y por tener a cinco, a seis leguas y pocas más mucha madera para la tablazón, y pinos para fabricar los mástiles y los demás palos”.
Pero como una buena parte de la inversión ya se había hecho, y como para esa época, el capitán Juan Pablo de Carrión ya había sustituido a Botello en el astillero y puerto de Navidad (y se ostentaba incluso como el almirante de la flota), éste se opuso a cambiar de sitio y, tras hacerle notar al virrey que todo iba avanzando a buen ritmo, le envió también al monarca su propia “Relación” de los hechos, junto con una opinión muy particular sobre “la navegación que la dicha armada” debería, según él, realizar. Por lo que a la postre, los barcos se siguieron construyendo allí, pero ¿cómo? ¿con quién? Y ¿a qué precio?
INCREÍBLES DIFICULTADES. –
Los comentarios que transcribí al respecto nos deben dar una idea aproximada de lo que se tuvo que hacer allí, pero déjenme ahora mencionar otros datos que nos permitan ampliarla o profundizarla: y de lo primero que quiero hacer mención es este sentido es de que, según la “Relación y cuenta de los gastos que Hernán Cortés hizo en la armada al mando de Saavedra Cerón”, se requirieron, por ejemplo: “tres sierras francesas, una sierra de mano, seis escoplos y dos gubias, un quintal y medio de plomo, seis arrobas de metal rico de Mechuacán, quince pipas (o barriles) de duela, dos lonas grandes, tres martillos de orejas , una barrena grande, pernos, dos hierros para sacar y meter cinchas para las pipas, cuatro calderas, cincuenta cargas de duela, cien aros de hierro, cincuenta y nueve cargas de jarcias y sogas de navíos, diecinueve cadenas de navíos, doce velas pequeñas y tres maestras, veinte cargas de resinas de mexicanas, y otras de resinas de Castilla, diecinueve hachas vizcaínas, dos mi estoperoles, mil clavos de torno y quinientos clavos algo mayores”, etc. Cantidad de útiles e implementos de los que sólo muy pocos se fabricaban en la Nueva España y de los que la mayor parte se tenían que importar; junto con las ballestas, los tiros faluetes, las escopetas, los cañones, las escopetas, los corseletes, las celadas y muchas otras armas ofensivas y defensivas, así como la gran cantidad de productos manufacturados que, traídos desde Europa hasta Veracruz y México, los integrantes de la expedición llevarían para comerciar o intercambiar por especias con los pobladores de las islas.
Así, pues, tal y como lo señaló Urdaneta, ¡todo se tenía que llevar desde muchas otras partes hasta Navidad!, en donde, aparte, “según informaciones fidedignas levantadas en la villa de Colima en 1612”, dice Sevilla del Río que tampoco hallaron algunos árboles que requerían para construir ciertas piezas específicas para uno de los barcos grandes, por lo que debieron trasladarlo hasta el cercano puerto colimense de Salagua, en donde habrían terminado de armarlo.
Para proceder, entonces, al traslado de tantos y tan diversos materiales y productos se tuvo que echar mano de una gran cantidad de recuas, de cientos (tal vez miles) de tamemes y de dos o tres barquitos que desde unos pocos años antes habían sido adaptados como los primeros buques de carga y pasaje que desempeñaron tan necesarias tareas entre los puertos de la costa novohispana y los de Guatemala y Nicaragua. Contratando el virrey para dichos efectos al menos a un tal Juan de la Isla, vecino de Veracruz, para que desde allá enviara carpinteros, calafateadores y otros trabajadores más, junto con algunas piezas de artillería y las municiones correspondientes; y a un experto piloto que años atrás se había radicado en Colima, que se llamaba Juan Fernández Ladrillero, y que tenía – dice Sevilla del Río – una lancha muy bien armada, con la que, en compañía de otros dos paisanos, sacaba perlas en el puerto de Salagua, invitándolo a que, utilizando su experiencia como piloto, trasportara diferentes productos desde Tehuantepec hasta Navidad. Un hombre al que, bien vistas las cosas, tendríamos que considerar, si no el primero, sí uno de los primeros europeos que inauguraron la transportación de puerto a puerto en las costas del Pacífico americano.
DESESPERANZAS CONTRA LOS FALSOS SUEÑOS. –
En relación a todo esto habría que añadir algo que en lo que al parecer no se ha reflexionado: Voy a tratar de explicarlo:
En aquellos años no había en toda la Nueva España (y menos en las provincias encabezadas por Valladolid, Guadalajara y Colima) casi nadie que ofreciera, y casi nadie que tuviera un empleo fijo. Por lo que cada vez que se abría alguno tenía, como tal vez hoy ocurre, varios solicitantes.
En función de eso, tanto las autoridades virreinales como los principales individuos involucrados en los preparativos de la expedición, llegaron a creer que cuando se comenzaran a realizar los pregones invitando a la gente a participar, serían muchas las personas que se presentarían en el puerto de Navidad para ofrecer sus servicios y requerir un empleo conforme a sus habilidades y oficios, pero no fue así, y se vieron desconcertados, encontrándose con la necesidad de llevar hasta allá, centenas de indígenas de pueblos distantes, y de comprar incluso, con similares propósitos, un poco más de cincuenta negros.
Por otra parte, hay claras evidencias de que, individuos que ya habían sido contratados para trabajar en “la obra de los navíos”, no se presentaron en Navidad o huyeron de allí. Pero ¿por qué?
Tratando de hallar una explicación, el único motivo que encuentro es que una gran parte de los escasos criollos y españoles que habitaban en las provincias mencionadas, tal vez ya estuviesen ariscos por los malos resultados que habían tenido las expediciones anteriores. En las que, como lo hemos venido comentando, la mayoría de quienes las emprendieron, en vez de encontrar algún fruto en ellas, sufrieron penurias, hambres y fatigas, cuando no la muerte. Aparte de que quienes lograron sobrevivir quedaros endeudados, descapitalizados, algunos en quiebra total. No siendo por menos que, cuando finalmente Urdaneta puso otra vez sus pies allí, informara con desgano al virrey que, a pesar de haber transcurrido más de tres años desde que iniciaron, las obras iban demasiado lentas, y faltaba aún mucho por hacer.
UN PLEITO PERSONAL Y UN TERCERO EN DISCORDIA. –
Al capitán Juan Pablo de Carrión, que como dije ya se hacía pasar por almirante de la flota, no le debió de haber parecido muy bien que Urdaneta informara lo que informó; pero supuso que como el virrey era su paisano (y confiaba en él), quizá no sucedería nada.
El virrey, en efecto, no quiso desaparecer a Carrión de la escena, pero decidió enviar a otra persona para que certificara los hechos y con suficiente poder como para hacer que el pretendido “almirante” se quedara, de momento, en un nivel secundario:
El enviado a supervisar fue “don Alonso Martínez”, un clérigo al parecer muy calzonudo, que se desempeñaba como alcalde mayor de la provincia de Michoacán, con cabecera en Valladolid.
Y don Alonso, según el investigador Luis Muro, recibió la orden directa del virrey de largar provisionalmente su chamba e irse a presentar en Navidad, donde, de ser ciertos los informes, debería buscar el modo de apresurar la construcción y el aprovisionamiento de las naves.
Al virrey (apremiado constantemente por Felipe II) le urgía que los barcos estuvieran listos lo más pronto posible, y para poder lograr esto, dotó al alcalde mayor de Valladolid con una vara de mando y poderes especiales, entre los que estaba uno que lo facultaba para que todos los habitantes de los pueblos dependientes de Valladolid, Colima y Guadalajara le obedecieran en lo que se les requiriera, sin importar su condición de clase, rango y nivel social. Siempre que pudieran ser útiles por su habilidad u oficio.
Martínez no quiso, entonces, hacer el viaje en balde desde Valladolid hasta Navidad, y habiéndose hecho acompañar de un escribano y de un contingente armado que lo apoyara en dichos menesteres, se fue recorriendo todos los pueblos vecinos del Camino Real desde Michoacán hasta su destino, recogiendo gente e incautando trigo, manteca, quesos, fiambres y todo tipo de víveres que pudiesen durar, para que los trabajadores de Navidad no pasaran por lo pronto dificultades para comer.
EFICIENCIA MEDIANTE ABUSO DE PODER. –
Se necesitaba, pues, eficiencia, y eso es lo que habría de intentar el bachiller Martínez, quien, desde mucho antes incluso, de llegar físicamente al puerto, ya iba precedido por una fama atemorizante.
En ese tenor se sabe, por ejemplo, que ordenó a los caciques de diferentes pueblos de Michoacán, Colima y Nueva Galicia que enviaran a ciertas cantidades de hombre fuertes y trabajadores al puerto de Navidad, y que muchísimas quejas se levantaron por esos traslados, en la medida de que se quedaban muchas de aquellas comunidades sin brazos para sembrar y levantar las cosechas, amenazando a todos esos pueblos el hambre.
Las quejas de los indios no les importaban a dichas autoridades, sino la aceleración de las acciones. Así que, una vez logrado esto, el “comisionado especial”, podríamos decir, regresó a Valladolid, y dejó a Juan Pablo de Carrión advertido de seguir trabajando con ese mismo ritmo.
Para colmo de males, el 27 de mayo de 1563, cuando ya todas las obras comenzaban a marchar “con el viento en popa”, un gran terremoto azotó toda la región, y destruyó, en el puerto de Navidad la mayor parte de las precarias viviendas, y de manera notoria “la casa real”, que era donde, aparte de vivir Carrión y los demás “funcionarios”, diríamos hoy, guardaban la pólvora, las municiones y los bastimentos.
Urgía, pues, reconstruir, pero de lo que se hizo, o tuvo que hacer, hablaremos en el capítulo siguiente.
PIES DE FOTO. –
1.- Es muy posible que la inmensa mayoría de los turistas que hoy van al muy bello pueblo de Barra de Navidad no se imaginen siquiera que hace 460 años, allí se estaban construyendo las naves con las que se inició la conquista de Las Filipinas.
2.- Y es muy posible, también, que la mayoría de los habitantes sólo tengan una muy vaga idea de lo que allí ocurrió en el tiempo que estamos narrando.
3.- A don Luis de Velasco no sólo lo apremiaba el rey Felipe II, sino que la muerte le estaba tendiendo un cerco que le impediría ver el final de la gigantesca tarea que había emprendido.
4.- A Juan Fernández Ladrillero, experto piloto español, “vecino de Colima”, se le puede considerar, a partir de sus trabajos en el puerto de Navidad, como el precursor del transporte marítimo entre los puertos que había habilitado Cortés y los de Guatemala y Nicaragua.