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Vislumbres: Una Travesía Trascendente Capítulo XVII



UNA TRAVESÍA TRASCENDENTE

Capítulo XVII


HACIENDO AJUSTES. –


A raíz, pues, del fortísimo terremoto que cimbró a las provincias de Colima y Nueva Galicia el 27 de mayo de 1563, lo que tocaba hacer era, evidentemente, reconstruir lo destruido; pero como en el puerto de Navidad ya casi se cumplían seis años de que habían empezado a armar los barcos que intentarían atravesar el Océano Pacífico de ida y vuelta por primera vez, el virrey Velasco abusó de sus poderes y, no importándole lo que pudiera pasar en los pueblos de aquellas provincias, ordenó que, a como diese lugar, se consiguiera mano de obra para reparar el astillero y tratar de concluir su construcción, por lo que, según las investigaciones del profesor Felipe Sevilla del Río, durante lo que restó de 1563 y durante 1564, “toda la zona o comarca cercana a los puertos de Navidad y Salagua (Colima, Autlán, Ameca, Zapotlán, Amula, Tuspa, Tamazula, Guadalajara, Pueblos de Ávalos, etc.) vivió intensamente bajo la influencia de las actividades conectadas a la construcción de los navíos para el viaje de Las Filipinas”.


Se trataba, pues, en esta última etapa, de terminar los barcos, de reunir las provisiones necesarias para el largo viaje, de conseguir e instalar las armas que llevarían, de hacer llegar hasta Navidad la gente que participaría en la expedición, incluidos en ésta no sólo los soldados y marinos que forzosamente tendrían que ir en ella, sino parejas y familias que, entusiasmadas con las ofertas de apoyos económicos y dotaciones de tierras, se habrían de ir a poblar las islas descubiertas o por descubrir. Todo eso en un tiempo, insisto, en que la única ruta para llegar a Navidad desde la ciudad de México y otras poblaciones de relativa importancia era el todavía muy rústico Camino Real de Colima, que durante el tiempo de lluvias se volvía poco menos de intransitable; no sólo por los lodazales que se formaban en él, sino porque no había un solo puente en ninguno de los ríos que obligadamente se tendrían que cruzar, y que entre julio y noviembre todavía hoy descienden desde los cerros a las costas convertidos en poderosos y destructores torrentes.

Así las cosas, pues, hubo una imperiosa necesidad de improvisar, y sobre de esto, Romero de Solís, refiere por ejemplo que, los caciques indios de pueblos tan remotos como “Xilotlán, Mazamitla, Quitupan, Zapotlán, Tuxpan y Tamazula” recibieron la orden virreinal de enviar un gran número de hombre y muchachos hasta Navidad, sirviendo en primera instancia como tamemes o cargadores y, en segunda, como ayudantes de aserradores, carpinteros, herreros, cordeleros, etc.


Aparte, como no se pudieron importar las sogas y las cuerdas necesarias para las gruesas amarras, y para sostener, tensar y operar las velas de los barcos, se dio la orden a muchos de los curas, corregidores y encomenderos de casi la mitad de la Nueva España (y de lugares que hoy forman parte de Guatemala, Honduras y Nicaragua) que buscaran el modo de conseguir toda la pita que les fuera posible para construir dichas cuerdas, habiendo logrado reunir al final más de 350 quintales (16 toneladas y pico) del hilo necesario para trenzarlas.


Igualmente faltaba el trigo necesario para fabricar los panes de “bizcocho” que, por duradero, solía llevarse como bastimento en esos largos viajes. Y para solucionar esta carencia, a mediados de 1563 se dio la orden también de que, de las tierras ya entonces conocidas, se seleccionaran algunas para sembrar y cultivar el trigo necesario; puesto que, como se sabe, en la Nueva España el único cereal que se sembraba era maíz.


Y, en cuanto a la gente que se mencionó, no vayan a creer los lectores que, como en las expediciones previas, se hayan ido a formar grandes filas de personas en las mesas de contratación; sino que más bien faltaron. Habiendo sido por eso que, cuando ya no hubo más voluntarios que acudieran a enlistarse, secretamente se tomó la decisión de que, cuando ya estuvieran los barcos listos para zarpar, se terminarían de llenar con varias decenas de negros comprados y con más de una centena de indígenas que junto con sus mujeres habían sido enviados por sus caciques hasta Navidad.


Un testimonio “de Antonio Leyva, Alcalde Mayor de Ameca en 1579”, y otros similares a los que él mismo expuso, nos posibilitan saber que fueron tan arduos y tan sin paga y sin descanso y alimento los trabajos de cargadores que se le dieron a los indios que “mucha parte de éstos murieron llevando diversos materiales a Navidad”.

LOS ÚLTIMOS MESES Y UN CAMBIO EN EL CURSO DE LOS ACONTECIMIENTOS. –


A finales de 1563 el trigo se comenzó a cosechar y se tuvo la sensación de que ahora sí estaba casi todo listo… El virrey anunció a su monarca que lo más probable era que, en mayo inmediato las naves estarían listas ya para zarpar, pero la vida tenía otros planes, pues en la primavera de 1564 faltaban todavía las anclas de los navíos que, según parece, se habían mandado pedir hasta un puerto español, porque en las tierras “descubiertas” por Cortés no había ningún taller de fundición que pudiese forjar ninguno de esos indispensables artilugios.


Al hacer referencia a esto último, me vuelve a saltar la pregunta de ¿cómo pudieron haber sido transportadas desde el Atlántico hasta el Pacífico? Y la única respuesta que hallo parece ser la misma que ideó Hernán Cortés treinta y tantos años atrás, y que consistió en remontar la carga lo más que les fue posible por el Río Coatzacoalcos, en balsas, hasta muy cerca de donde aún hoy se halla una diminuta población indígena de Oaxaca que lleva el insólito pero sugerente nombre de Paso Real, y que desde ahí, con enormes dificultades, y junto con otros materiales, fueron cargadas y/o arrastradas por mulas o indígenas, a través de esa montañosa región, hasta Tehuantepec.

En mayo, sin embargo, ya estaban las anclas en dicho golfo y fueron reembarcadas en dos pequeños navíos para transportarlas hasta Navidad. Pero afirma Romero que se encontraron con un periodo de calma chicha y pasaron varias semanas sin poder moverse. Por lo que, en consecuencia, las naos que las esperaban en el puerto colimote debieron enfrentar esa otra demora más, y esa espera los forzó a tener que permanecer otros meses más, aguardando que trascurriera el período lluvioso que justo en mayo habría iniciado.


En junio, aparte, se comenzó a correr el rumor de que don Luis de Velasco, el virrey, estaba al parecer, enfermo. Y a principios de julio se difundió la noticia de que ya estaba algo grave.


No tenemos ningún papel que nos indique qué haya ocurrido en Navidad cuando esta noticia llegó hasta allá, ni ni se detuvieron o no las obras, la carga y el acomodo de los productos en las bodegas de los barcos. Pero por lo que sucedió después podemos asegurar que hubo algo que sí se trastocó: y me refiero al inesperado desenlace que tuvo la soterrada disputa que desde casi tres años atrás habían sostenido fray Andrés de Urdaneta y el almirante Juan Pablo de Carrión:


El hecho que detonó este asunto fue que don Luis falleció el 31 de julio de mismo 1564, y que aun cuando la noticia de su muerte tardó aproximadamente 25 días en llegar hasta Navidad, en el ínterin, en México, se había modificado el panorama de la expedición, porque antes de fallecer logró el virrey imponer una última voluntad en el sentido de que, mientras Felipe II no enviara a alguien para suplirlo, la responsabilidad del gobierno de la Nueva España recaería en presidente de la [Real] Audiencia de la Nueva España, el licenciado Francisco Ceinos, quien tomó varias decisiones trascendentales: una que consistió en no aceptar la ruta de navegación propuesta de fray Andrés; otra que derivó en la inesperada substitución de Juan Pablo de Carrión como almirante y otra mediante la que se granjeó el apoyo del mencionado fraile, por ser la única persona que podría encontrar la muchas veces mencionada ruta de regreso.


No sabemos, evidentemente, cuál haya sido el orden ni las circunstancias exactas en que dichas decisiones fueron tomadas, pero de que las tomó, las tomó, porque su resultado se reflejó de inmediato:


Los documentos casi nunca son suficientes para tener pleno conocimiento de algo, pero, a veces, los hechos hablan por sí solos. Y en ese sentido hemos nosotros de creer que en cuanto el almirante supo que su protector y paisano, el virrey, había enfermado de gravedad, debió seguramente de entender que su puesto en la armada estaba en peligro; porque le constaba que un visitador y otros funcionarios menores no habían dado buenos comentarios de él, y porque se decía que muchas de las causas de la demora que había tenido la construcción de los barcos se debía a que había actuado con negligencia y viendo por sus propios intereses.

En ese tenor uno puede suponer que tal vez pensó incluso viajar a México para tratar de impedir que le retiraran el cargo, pero que quizá fue realista también y dedujo que nada podría realmente hacer sino esperar, aunque es sabido que redactó y envió una carta a la Audiencia, en la que, entre otros menudos detalles, le informó a sus integrantes que fray Andrés estaba empecinado en no participar en la expedición si ésta se dirigía, como él mismo (Carrión) lo había propuesto a Las Filipinas.


Este otro informe llegó oportunamente a don Francisco Ceinos y él, como ya lo dije, se cuidó de contrariar al fraile y, por el contrario, le pidió que recomendara a alguien de su confianza para dirigir la armada.


Fray Andrés no era ignorante de las intenciones que tenía el rey; pero sabía manejarse también en el medio oficial y se cuidó asimismo de contrariarlo.


Por otra parte, en cuanto le preguntaron que a quién podría él proponer para sustituir a su no muy querido almirante Carrión, hay bases para creer que no dudó ni tantito y propuso a un conocido y paisano suyo que ni marino era, tal vez para imponer finalmente su criterio cuando estuvieran en el mar abierto. Aunque, como veremos en el siguiente capítulo, tal parece que su juego le salió al revés.

UN PERSONAJE QUE NO HABÍA FIGURADO EN LA ESCENA. –


Si cualquiera de los lectores busca en las redes la biografía de Andrés de Urdaneta inmediatamente lo verá asociado a Miguel López de Legazpi. Y si indaga sobre la expedición de la que tan largamente hemos venido comentando no tardará demasiado en observar que la inmensa mayoría de los textos referidos a ésta dirán: “La expedición de Legazpi y Urdaneta”, o algo muy parecido, siendo que, como lo habrán podido notar los lectores que hayan llegado hasta aquí, este es, apenas, el primer párrafo de tan larga historia en que hemos mencionado a dicho señor. ¿Cómo fue, entonces, que Legazpi entró a la historia como quien dice de súbito y desempeñando un papel tan importante?


Hasta el momento en que estoy redactando estas líneas no he visto que, entre los historiadores y biógrafos que me ha tocado consultar, haya uno solo que se haya detenido gran cosa para responder a esa pregunta. Pero para varios de ellos sí es claro que Juan Pablo de Carrión fue desplazado, y hay al menos una, que se llama María de Montserrat León Guerrero, quien se anima a decir que tal desplazamiento fue por las desavenencias que aquél tuvo con el afamado cosmógrafo.


Sobre este aspecto el investigador Carlo A. Caranci dice que: “Finalmente a Urdaneta se le encargó la […] contratación de las tripulaciones y se le confió la dirección” que tomaría la flota, pero que “Urdaneta propuso […] como capitán general a un conocido suyo de Zumárraga (Guipúzcoa), que había sido escribano y alcalde ordinario de Ciudad de México, Miguel López de Legazpi”.


Por otro lado, Monserrat León afirma que: “Al fallecer el virrey el 31 de julio de 1564, el resto de las cláusulas fueron establecidas por la Audiencia de Nueva España. El visitador Jerónimo Valderrama se encargó de los últimos detalles de la expedición […], fijando en la instrucción los rumbos que se debían seguir tanto en el viaje de ida como en el de vuelta. Las naves debían ir preparadas para su defensa si era necesario, pero no con el carácter de armada de guerra, “procurarían adquirir relaciones y noticias de los chinos y japoneses; de comprarles cartas náuticas; de corregir los errores de las nuestras; adelantar los conocimientos geográficos y etnográficos; estudiar el régimen de los vientos y corrientes; escribir derroteros y descripciones; hacer información en que constara si los portugueses habían poblado o no en las Filipinas”.


Entre uno y otro dato hay, según veo, contradicciones muy notorias. Pero son muchísimos los historiadores que coinciden en afirmar que fue otro guipuzcoano quien sustituyó como almirante de la flota al experimentado marino Juan Pablo de Carrión. ¿Quién era, pues, y qué méritos tuvo Miguel López de Legazpi, para que a última hora fuera elegido como capitán general?


Continuará...



PIES DE FOTOS. –


1.- El segundo virrey falleció el 31 de julio de 1564, el mismo año en que partiría su flota desde Navidad.


2.- Casi tres meses estuvo Felipe II sin saber que su virrey de la Nueva España había fallecido.


3.- La construcción de los barcos que integrarían la flota, su carga y la contratación del personal que iría en ellos, siguió, sin embargo, adelante.


4.- Al fallecer el virrey, el almirante Carrión quedó desprotegido, y por unos meses fray Andrés llevó la batuta en el puerto de Navidad.



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