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Vislumbres: Recuerdos, Evocaciones Capítulo XXII


RECUERDOS, EVOCACIONES. –

Capítulo XXII


Ningún libro, ninguna sola carta nos dice qué fue lo que hizo y pensó Urdaneta la mañana del 13 de febrero de 1565, cuando empezó a distinguir el perfil montañoso de la isla Samar. Pero si fue tan inteligente y sensible como afirmaron algunos de quienes lo conocieron, podemos dar por seguro que, no habiendo olvidado los casi diez años que de joven vivió en aquel remoto archipiélago, debe de haber experimentado un cúmulo de emociones, puesto que fue allí, por ejemplo, en donde tuvo que pelear y matar para sobrevivir; en donde tuvo que aprender algunas lenguas locales para comunicarse; en donde se enamoró por primera vez de una hermosa nativa, con la que al paso del tiempo tuvo al menos una hija; y en donde cayó preso de los portugueses antes de volver con esa niña a España.


Y tomando como base esos datos personales, hoy quiero imaginarlo, treinta y tantos años después, ya casi con 60 de edad, ataviado con el hábito agustino, de pie sobre la cubierta, y con ambas manos puestas sobre la borda, mientras que don Miguel López de Legazpi, se acercaba hacia él, y con admiración y respeto a sus habilidades como navegante, le dirigía un saludo:

  • Buenos días, padre Urdaneta, ¿cómo amaneció vuestra merced?”

  • Muy bien, don Miguel, ¿y vos?

  • Pues no tan bien como vos, pero contento porque después de tantas preocupaciones y penurias, habremos de tocar tierra otra vez… ¿Identifica usted esa isla?

  • Por supuesto que sí, se llama Samar, es la segunda isla más grande de todo ese hermoso archipiélago.

  • ¿Son muchas, entonces?

  • Muchísimas, son un dédalo de islas e islotes. Cualquier marino que no sea muy atento a los detalles se podría perder entre todas ellas… Mire, señor capitán. ¿Alcanza a ver la cascada que, entre muy escarpadas peñas, desciende a la playa que se ve en el ancón de esa bahía?

  • Sí, como no.

  • De la orden, entonces, si no tiene inconveniente, de que los pilotos enfilen sus proas hacia allá. Es una bahía con suficientes brazas como para no tener ningún miedo a encallar. Hay cantidad de agua dulce, una gran extensión de cocoteros, mucha pesca y abundantes piezas de caza.

  • Pues no se diga más…

Pero más allá de lo imaginario, conviene a nosotros recordar que, 44 años atrás, Fernando de Magallanes había estado también en Samar, y que el 7 de abril de 1521, había llegado también a Cebú, en donde tuvo tratos “con el joven rajá Humabon y con su consorte Humamay”, quienes aceptaron recibir el bautismo y que, veinte días después, habiéndose visto forzado a pelear con otros nativos nada pacíficos, Magallanes y muchos de sus compañeros perdieron la vida.


De todo ese triste acontecer fray Andrés estaba muy bien enterado desde que fue ayudante del capitán Juan Sebastián Elcano, y de muchos hechos más, ya que vivió en las islas, pero ¿qué otras novedades les deparaba el destino a partir de ese día 13, que para muchos individuos crédulos podría ser incluso funesto?

NUEVAS DECISIONES Y UN NUEVO PERSONAJE. –


Las crónicas y los apuntes que sobre de esa expedición existen nos dan a entender que una vez que las cuatro naves anclaron en la hermosa bahía, “Urdaneta, el maestre de campo y el capitán Goiti, desembarcaron para reconocer aquellos parajes”, y que, cuando constataron que no había peligro, ordenaron a los remeros que volvieran al galeón San Pedro, para decirle al capitán general que podrían desembarcar los que quisieran.


No hay descripciones del campamento que se formó, pero es más o menos fácil deducir que éste debió instalarse junto a la desembocadura del riachuelo y bajo los árboles y las palmeras más cercanos a la playa.


Lo otro que se nos da a entender es que, un día o dos después, luego de haber descansado un poco de las vicisitudes del viaje, don Miguel, fray Andrés y los demás individuos de mayor rango y responsabilidad, se reunieron de nuevo para decidir qué hacer: lo primero que se hizo en ese sentido fue revisar el estado en que se hallaba cada uno de los barcos, y viendo que era necesario reparar algunos daños, fray Andrés recurrió una vez más sus indispensables “cartas de marear” y decidió que, para realizar con más comodidad y seguridad esas reparaciones, que afortunadamente no eran muchas ni tardadas, era conveniente trasladarse a la no muy lejana bahía de Leyte, bien resguardada de vientos y corrientes marinas.


Si usted, lector, decide detenerse unos minutos para revisar un mapa de Las Filipinas, descubrirá que, en el sur de Samar, antes de llegar a la punta extrema, está esa bahía que comento. Y ahí fue donde permanecieron las naos más grandes en reparación desde el 20 de febrero hasta el 5 de marzo, mientras que, trasladándose en la pequeña fragata que se le compró a Juan Pablo de Carrión, fray Andrés y unos cuantos marineros fueron a buscar la isla de Cebú; en tanto que en el galeoncete “San Juan “, Legazpi y otros tripulantes y soldados más fueron a recalar en la isla de Bohol.


El principal propósito de realizar estos dos recorridos era el de tratar de averiguar cuál era la situación reinante en cada una de ellas para que, con base en eso, pudiesen decidir en qué espacio convendría quedarse para definitivamente poblar.


Hasta este momento, sin embargo, hay un detalle importante que no ha sido mencionado aquí, y que se refiere al hecho de que desde varios meses antes de que López de Legazpi fuera comisionado como capitán general de la flota, en Navidad ya estaba radicando otro personaje que, si bien allá pasó casi totalmente inadvertido, en las islas desempeñó un papel muy destacado. Me refiero a la presencia de un “intérprete malayo” que años atrás se convirtió al cristianismo y que, habiendo recibido “las aguas bautismales”, respondía al nombre de Pedro Pacheco. Siendo este elemento el que a partir de ese día acompañó constantemente a Legazpi, porque fray Andrés no necesitaba traductor.


No hay casi noticias de este otro interesante personaje, pero se supone que Pedro Pacheco haya sido un nativo de Malasia (región isleña muy cercana a Las Filipinas) que, al involucrarse también en la navegación, y al ser asimismo hábil para aprender idiomas, se convirtió en un aventurero más que, viajando por primera ocasión a la Península Ibérica por la ruta de África, aprendió bastante bien el castellano, y luego pasó a México, en donde habiéndose de algún modo enterado de los preparativos de la expedición a Las Filipinas, se alistó en la tripulación, a sabiendas de que su conocimiento sobre algunas de las lenguas que más se hablaban en las Islas del Poniente le iban a servir para que lo contrataran. Y viendo la posibilidad de que, estando más cerca de su lugar de origen, tal vez ésa fuera su última oportunidad para volver allá.

LAS PRIMERAS NEGOCIACIONES. –


Los nativos de Bohol ya tenían el antecedente de que, desde que en 1511 Portugal se posesionó de la isla de Malaca (gran productora y centro de acopio de clavo, canela y otras especias), los marinos de aquel país, muy parecidos, por cierto, a los españoles, habían incursionado en otras islas cercanas y habían cometido grandes crímenes y numerosas tropelías, por lo que al ver ahora al galeoncete novohispano, inicialmente creyeron que sus tripulante eran portugueses y no les permitieron desembarcar, pero valiéndose Legazpi del intérprete malayo, le envió primero algunos regalos “al reyezuelo de la isla”, con el ofrecimiento de intercambiar más productos como aquéllos por “arroz, carne, frutas y verduras”.


Sicatuna, que así se llamaba el cacique, aceptó realizar el trato y, yendo con alguna timidez, se aproximó con su canoa al barco, a donde Legazpi lo invitó a subir, acompañado por cuatro de sus más fuertes guerreros.


Ya arriba, Legazpi le obsequió a Sicatuna y sus guaruras, diríamos hoy, unos vasos de vino y algo de la mejor comida que llevaban. Departió con ellos un rato, para ganarse un poco más su confianza, y cuando ya estaban alegres, a Sicatuna le regaló “cuatro varas de manteles alemanes, un espejo, una bacinilla, [varios] cuchillos, tijeras y cuentas [de vidrio de colores], y a los que con él venían les dio también unas baratijas, con lo que se despidieron muy contentos”.

Sicatuna les hizo llevar entonces el “arroz, los cerdos, las gallinas y las cabras” que le habían ofrecido pagar, y les permitió descender a tierra, en donde Legazpi “les hizo decir misa” a los religiosos agustinos.

A los dos o tres días de estar allí, llegó la fragatilla en la que viajaba fray Andrés, y casi inmediatamente los dos galeones… Acto seguido, y para cumplimentar las formalidades del caso, Legazpi realizó con Sicatuna un pacto de sangre (pues cada uno bebió algunas gotas de sangre del otro mescladas con vino), ratificó su amistad y… “Tomó posesión de la isla para la Corona de Castilla, firmando Urdaneta como primer testigo”.


Todo esto sucedió a mediados de abril de 1565, durante la Semana Santa y, tras despedirse el “Sábado de Gloria” de sus nuevos amigos, “en la madrugada del 22 – fiesta de la Resurrección – la expedición dejó Bohol y se hizo a la vela con rumbo a Cebú”. Todo eso una fecha como la de hoy, pero hace 455 años.


A pesar de ser corto ese trayecto, el galeón San Pablo se fue un poco más lento porque se averió, al parecer, alguna de sus velas. Pero sabiendo muy bien su piloto a dónde tendría que dirigirse, y sabiendo asimismo los demás que la avería no era grave, siguieron el rumbo marcado y los primeros tres navíos llegaron a la bahía de Cebú el día 27, a eso de “las 10 de la mañana”.


Por el recorrido previo que había hecho Urdaneta, y por las pláticas que López de Legazpi había sostenido con Sicatuna y su gente, sabían muy bien que “el régulo de Cebú” no estaba dispuesto a conciliar con los europeos, de manera que, por simple y sencilla precaución, decidieron esperar a la nao almiranta, llena de marinos y soldados, y fondearon (o anclaron) a distancia prudente de la playa.


Temprano, sin embargo, el día 28, arribó también el galeón San Pablo y, valiéndose una vez más del “intérprete malayo”, Legazpi lo hizo conducir en lancha y con escolta hacia la playa, para informar al mencionado “régulo”, que ellos venían con la intención de “hacer las paces” con él y su pueblo, pero el cacique se negó.

Envió después Legazpi en otra lancha a fray Andrés, y “a Mateo de Sanz, Maese de Campo y Capitán de la Almiranta […] a que les requiriesen una, dos y tres veces para persuadirles que estableciesen las paces”. Pero aun cuando estos dos personajes intentaron de varios modos lo que se les encomendó, “Tupas, el señor principal de las islas” se mantuvo en su negativa porque estaba convencido de que los individuos que tenía enfrente, eran “unos portugueses - que se hacían llamar castellanos del Maluco- “, que un tiempo atrás “habían robado, matado y hecho prisioneros a varios centenares de hombres en las islas vecinas”.


Viendo entonces que la vía diplomática resultó, diríamos, infructuosa, Legazpi ordenó a los marinos y a los artilleros tener listos los cañones que llevaban, e hizo que los soldados, provistos de mosquetes, ballestas y armaduras, se subieran a las lanchas para irse a pelear a la playa, mientras que los cebuanos se parapetaban para repelerlos.


Las islas ya estaban cursando la época más seca y caliente del año, y eso fue un detalle que, sin que lo previera nadie, favoreció grandemente a los hispanos, porque habiendo pegado uno de los disparos en una zona muy llena de maleza, se produjo un incendio, las flamas cundieron hacia donde estaba el pueblo y se empezaron a encender algunas de las casas techadas con zacate, provocando el terror de las familias, que salieron huyendo de la quemazón.


A los guerreros cebuanos les llegó también parte del fuego, y como eran supersticiosos y vieron que un estallido les provocó el incendio de su pueblo, unos decidieron huir y otros rendirse.


Tras someterse los cebuanos, un “marinero de la nao capitana” que se llamaba “Juan de Carnuz, natural de Bermeo”, se aproximó a “una de las más pobres e humildes moradas, de poco aparato”, en donde se encontró “una imagen del Niño Jesús”, guardada todavía en una cajita.


El marinero, asombrado de semejante descubrimiento, se lo fue a mostrar a su capitán, y éste, azorado también, la llevó al capitán general quien, igualmente quedó con los ojos de plato, porque aquella figura, de manufactura europea, era “un niño de madera bellísimo”.


La noticia de semejante hallazgo llegó de inmediato a quienes habían permanecido a bordo de las naos, y cuando la estatuilla le fue mostrada a fray Andrés, él recordó haber oído en su primer viaje con Elcano, algo respecto a que una figura del niño Jesús le había sido obsequiada por Magallanes a Humamay, cuando ésta y su marido, Humabon, aceptaron ser bautizados y recibir nombres cristianos. Pero ¿fue esa respuesta un invento del fraile o todo eso ocurrió realmente así?


En el próximo capítulo lo llegaremos a saber, y nos aproximaremos al desenlace de toda esta larga historia.



PIES DE FOTO. –


1.- El 13 de febrero de 1565 Urdaneta y sus acompañantes desembarcaron en una playa de Samar, para reposar unos días y rellenar sus barriles con agua fresca.


2.- Cualquier persona que conozca Guerrero, Michoacán, Colima y Jalisco podría jurar que esta playa es de uno de estos estados mexicanos, pero no, es de Leyte, Filipinas.


3.- El 22 de abril de 1565, un día como hoy, pero hace 455 años, las naves de Legazpi dejaron atrás Bohol, y se digirieron a Cebú.

4.- Y después del breve combate, a los españoles que participaron “les aconteció un milagro: se hallaron una imagen del Niño Jesús guardada todavía en su cajita”.

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