Vislumbres: El fuerte de Cebú y los preparativos para el regreso Capítulo XXIV
EL FUERTE DE CEBÚ Y LOS PREPARATIVOS PARA EL REGRESO. –
Capítulo XXIV
Desde antes de que los pasajeros y los tripulantes de la expedición desembarcaran en Cebú, habían advertido que tanto el clima como el paisaje de aquellas remotas islas no eran demasiado diferentes a los de las costas novohispanas, por lo que no les resultó muy difícil adaptarse a vivir allí.
Exceptuando al cosmógrafo y a los pilotos más expertos que lo acompañaban, la mayor parte de las personas que iban en las cuatro naves ignoraban casi todo de lo que hoy llamamos Geografía; nada sabían de la importancia que tiene la ubicación de cualquier sitio respecto del Ecuador y los polos, y jamás hubiesen podido explicar por qué, aun estando en el lado opuesto de enorme océano, había tantas similitudes entre las costas de la Nueva España y las de las islas a las que estaban llegando. Pero como nosotros ya contamos con muchas más fuentes de información, sabemos, por ejemplo, que Latitud (o distancia existente entre el Ecuador y cualquier sitio del mundo) es uno de los factores que determinan el clima de cada lugar y, en ese sentido, por si los lectores dudaran de mis palabras, les sugiero que miren un buen mapamundi, para que constaten que la posición que tienen Las Filipinas respecto del Ecuador y del Trópico de Cáncer es casi la misma que ocupan Oaxaca, Chiapas, Guatemala y buena parte del resto de Centroamérica. Siendo eso lo que explica muchas de las similitudes climáticas, biológicas y paisajistas que hay entre dicho archipiélago y toda esa porción de nuestro continente, que en el caso de México se prolonga con esas condiciones hasta el sur del estado de Sinaloa.
Y si mencioné todo lo anterior fue porque, cuando los soldados y los embajadores de Legazpi lograron pacificar al cacique Sicatuna y lo convencieron de volver con sus guerreros al pueblo, ya estaba transcurriendo mayo y se estaban comenzando a formar las nubes anunciadoras del monzón. Nubes, por cierto, muy similares a las que en nuestra región anuncian la proximidad de la temporada ciclónica.
Al observar tales nubes, y con base en las observaciones que hizo durante de los casi nueve años que permaneció viviendo en esas islas, nuestro admirado cosmógrafo debió seguramente recordar que los vientos del monzón coincidían con el inicio de junio, y soplaban con mayor frecuencia de sur a norte. Por lo que, como ya se dijo en el capítulo anterior, se presentó con don Miguel para decirle que, si querían encontrar con éxito la anhelada ruta para el tornaviaje, deberían apresurar los preparativos para poder hacerlo.
Al verificarse dicha reunión, Legazpi le habría dicho a Urdaneta (como ya se comentó también) que el capitán del San Pedro iba a ser Felipe de Salcedo, un nieto suyo de apenas 18 años de edad, y que el cosmógrafo había aceptado hasta con buen humor esa designación porque, siendo Salcedo totalmente inexperto en las cuestiones marítimas, el mando real lo habría de llevar él (Urdaneta).
Lo que no les dije, sin embargo, fue que don Miguel tenía perfectamente claro que cuando el galeón partiera, se habrían de ir a bordo varias decenas de marinos y soldados. Dato que lo obligó a considerar que los individuos que se quedarían junto con él a radicar en Cebú, serían realmente pocos y, que, por lo mismo, nada raro sería que, viéndolos disminuidos en capacidad para defenderse, los cebuanos y sus posibles aliados de las islas vecinas hicieran causa común para atacarlos después.
En función de esto último, y por lo que se pudiera ofrecer, desde el día 8 de mayo el Adelantado dio inicio a la construcción de un fuerte. Para que, de esa manera, el personal que habría de permanecer en tierra lo hiciera a buen resguardo, mientras que los demás pernoctarían (las más de las veces) en el galeón “San Pablo”, en el patache “San Juan” y en bergantín que nombraban “Espíritu Santo”. Todo esto mientras les llegaban refuerzos de la Nueva España. Refuerzos, por cierto, que jamás llegarían si Urdaneta no lograba cumplir con su cometido.
Así, pues, la mayoría de aquellas personas se tuvieron que afanar en lo que restó de mayo: unos para adelantar lo más posible la construcción del fuerte, y otros para aprovisionar y poner a punto el galeón San Pedro.
Pero, muy ajenos a todo lo que sucedía en Cebú, los tripulantes de otro pequeño navío de indudable aspecto europeo, iban saliendo del laberinto de aquellas islas y bogando con rumbo norte. Pero ¿cuál era esa embarcación y por qué motivo se hallaba también en Las Filipinas?
LA INESPERADA REAPARICIÓN DEL PATACHE SAN LUCAS. –
Como los lectores recordarán, fue un día de a mediados de enero de 1565 cuando, habiendo dejado atrás el “atolón de Pulap”, el patache San Lucas se dirigió hacia el suroeste y, habiendo decidido “bajar” unos pocos grados con rumbo hacia la “Línea Equinoccial” (o Ecuador), llegó a finales de ese mes a la isla de Mindanao. Donde, como quien dice, lo dejamos de ver.
De conformidad con la “Relación muy singular y circunstanciada” que su capitán, Alonso de Arellano, se vio obligado a escribir algunos meses después, se sabe que en Mindanao habrían reparado algunos leves daños que padeció el barquito durante su travesía en solitario, y que, posteriormente, se habrían dedicado a buscar las otras cuatro naves entre los canales de las islas, sin haber podido recibir una sola noticia de ellas. Por lo que supusieron que naufragaron o siguieron un derrotero muy diferente.
Agrega que, cuando se convencieron de lo anterior, no tuvieron más remedio que enfrentar la situación y, para tratar de salir lo menos raspados posible, se dedicaron a comerciar e intercambiar los productos que habían llevado desde la Nueva España, habiendo logrado más o menos llenar, sobre todo con canela, y con un poco de pimienta y algunas otras especias más, la bodega del barco.
Finalmente, una vez que todo eso sucedió, y ya no teniendo ninguna necesidad de permanecer allá, Arellano menciona que se dedicaron a conseguir provisiones y a llenar sus barriles con agua limpia, antes de apuntar su proa hacia Cipango, como los marinos españoles decían entonces al Japón.
Sus notas indican que dejaron atrás Mindanao el 22 de abril de 1565. En tanto que, las que redactó uno de los escribanos de la expedición, dicen que fue ¡ese mismo día!, cuando las otras cuatro naves zarparon a su vez desde la isla vecina de Bohol con rumbo a Cebú. Pero ¿por qué Arellano y Lope Martín dirigieron su barco hacia Japón?
Arellano jamás reveló en su escrito por qué decidió tomar ese rumbo, pero entre algunos de los tripulantes de los otros cuatro barcos existió la suposición de que, si se fue en esa dirección, fue porque había escuchado decir a fray Andrés que la única ruta que él consideraba posible para volver desde Las Filipinas hasta las costas novohispanas era “subiendo por el mar hacia una Latitud superior a los 38 grados norte, para de ahí doblar hacia el este”; o porque copió las notas que el afamado cosmógrafo había redactado al respecto.
Ninguno de los historiadores que me ha tocado leer (y que muy brevemente hablan de Arellano) menciona que habiendo él quedado solo y sin hallar a los demás navíos, haya decidido consultar con los navegantes nativos de las islas sobre ese delicado asunto, ni comentan, tampoco, que él haya podido tener alguna otra experiencia previa de navegación por aquellos remotos rumbos, que le hubiese podido servir como base y guía para regresar, sano y salvo hasta el Puerto de Navidad. Pero ¡el hecho fue que sí lo hizo! Y que al hacerlo sorprendió a imperio español. En el que por lo pronto se quedaron con la duda de cómo haya podido lograrlo.
UN AVISTAMIENTO SORPRESIVO. –
Pero, haya sido, como haya sido este asunto, lo cierto fue que durante algún momento del caluroso el 9 de agosto de 1565, uno de los pocos habitantes que seguían estando en el puerto de Navidad vio, en el horizonte, las velas de un solitario navío que se aproximaba, y corrió a dar la voz de alarma.
Nunca he leído un solo párrafo que haga referencia a lo que debió de ocurrir en aquel interesante momento, pero nada nos cuesta imaginar el alboroto que se generó entre los pescadores y los buscadores de perlas de Navidad, cuando lograron identificar las formas del San Lucas, construido allí mismo unos tres años atrás. Ni el cúmulo de preguntas que se formaron en sus mentes cuando lo vieron llegar dañado y solo.
Tampoco conozco (y tal vez no existe) un solo testimonio que haya expuesto alguno de los marineros que iban bajo el mando del capitán Arellano, pero, por lo que sucedió después, todo parece indicar que cuando los lugareños les preguntaron sobre el destino de los demás barcos, de común acuerdo respondieron que era posible que se hubiesen perdido o naufragado, porque cuando llevaban apenas diez días de navegación, durante la noche del 30 de noviembre al 1° de diciembre, una fuerte lo borrasca les pegó y los separó de ellos, sin que nunca hayan podido volver a verlos, aunque duraron algunas semanas buscándolos.
En ese sentido resulta muy fácil imaginar la tristeza que invadió a los habitantes de Navidad, puesto que seguramente entre los “perdidos”, “naufragados” o “desaparecidos” habría más de algún familiar, amigo o conocido suyo.
Arellano y Lope, por su cuenta, decidieron quedarse algún tiempo allí, no sólo para reparar el barco que les había sido asignado, sino, tal vez, para calibrar las reacciones que la noticia de su llegada podría provocar en las rancherías vecinas y, sobre todo, en las autoridades de las dos cabeceras regionales más cercanas y pobladas por españoles. Mismas que, como se recordará, eran la Villa de Purificación y la Villa de Colima.
El viaje de regreso no había sido, por otra parte, muy placentero para la tripulación del patache, sino que padecieron sed, hambre y el muy temido “escorbuto”, por lo que resultaba obvio que debían reposar y alimentarse mejor para recuperar las perdidas fuerzas y sanar de sus males.
No sabemos cuánto pudo durar ese lapso, pero sí que, en el transcurso de esos días, la noticia del arribo del patache a Navidad se dispersó, y que, una vez llegando a Colima, el alcalde mayor se vio en la necesidad de enviar, acaso con algún arriero, una carta informando al Virrey de lo que acababa de saber.
LAS PRIMERAS ESPECIAS QUE LLEGARON DIRECTAMENTE A LA NUEVA ESPAÑA. –
Y mientras todo ello ocurría, gentes de todas las poblaciones relativamente cercanas, incluso de la todavía entonces muy pequeña “ciudad” de Guadalajara, se enteraron de que en la bodega del patache había canela, pimienta y algunas otras especias. Por lo que algunos individuos que tuvieron el modo de hacerlo, viajaron hasta Navidad con el propósito de hacer negocios con su capitán. Habiendo sido ése el primer momento en que arribaron directamente a la Nueva España, especias traídas desde las legendarias Islas del Poniente.
Según testimonios de muchos arrieros del siglo XVI, el viaje “normal” entre la Villa de Colima y la ciudad de México duraba veinte días, y entre Navidad y Colima entre tres y cuatro, dependiendo de las condiciones del tiempo. Así que hay bases para inferir que la noticia del arribo del patache al puerto colimote tardó aproximadamente un mes para llegar hasta el Palacio Virreinal, en donde, de haber prevalecido otras condiciones, se hubiera programado la celebración de un festejo oficial, por la importancia que tenía el hecho de un navío “del rey” había, finalmente, logrado encontrar la tan buscada ruta del tornaviaje. Pero como tampoco hay noticias de que en la ciudad de México se haya llevado a cabo en esos días ningún festejo similar, cabe deducir que no hubo nadie en la capital del virreinato que encontrara un motivo para festejar, máxime al no saber qué les habría ocurrido a todos los demás participantes de la expedición.
En ese mismo contexto, y por más torpe que Alonso de Arellano haya podido ser, debió de tener muy claro que las autoridades virreinales no tardarían en llamarlo para que les informara de cuanto él supiera sobre lo ocurrido desde que las cinco naves zarparon el año anterior. Y, pensando en eludir lo más posible su responsabilidad y sacar un beneficio de las acciones que realizó, apresuró las reparaciones del barco, y en cuanto sus marineros estuvieron en condiciones de navegar, les dio la orden de levar velas y dirigirse hacia el puerto de Acapulco.
LA TRIPULACIÓN DEL SAN PEDRO SE APRESTA PARA PARTIR. –
Pero olvidémonos un rato de Arellano y su gente, y retomemos el hilo de la crónica que escribió el piloto Esteban Rodríguez, quien sobre los hechos que le tocó observar, nos dice que a finales de mayo el San Pedro ya estaba listo para iniciar el último y más importante tramo del viaje. Un viaje que, de completarse – agrego yo-, habría de ser trascendental para la marinería y el comercio de todo el mundo.
Gracias a esa crónica sabemos que, junto con él y fray Andrés, iban otros dos pilotos para completar tres turnos por día; que su tripulación estaba formada por 200 hombres; que como capitán iba el ya mencionado Felipe de Salcedo, más un escribano oficial, un maestre, un contramaestre y un segundo fraile, al que por alguna razón el padre prior consideró que era conveniente que volviera a la Nueva España.
La nave, pues, terminó de ser abordada la tarde del 31 de mayo de 1565, y no se necesita una bola de cristal para deducir que cuando todo esto sucedió, había, entre las pocas más de 200 personas que se quedaron a vivir en Cebú, una gran desazón, por quedarse tan solos en aquel remotísimo rincón del mundo; y que entre los pocos más de 200 que abordaron el San Pedro, la desazón no debió de ser menor, puesto que cada uno de ellos sabía que en cuanto subiera la marea alta del 1° de junio habrían de iniciar un viaje hacia lo totalmente desconocido.
¿Tendrían los primeros la oportunidad de sobrevivir en la isla? Y ¿tendrían los segundos la dicha de volver a la Nueva España?
Continuará.
PIES DE FOTO. –
1.- Antigua pintura que alude a la rendición del cacique Sicatuna, y al inicio de la colonización de Cebú.
2.- Sólo un mes permaneció Urdaneta en esta ocasión en Cebú. Las condiciones climáticas lo apremiaron para iniciar el regreso.
3 y 4.- Si usted, lector, observa y compara las fotografías 3 y 4 comprobará lo que se afirma al principio de este capítulo: la 3 es de una playa de Cebú, la 4 de Barra de Navidad.