UN HOMBRE, UNA ORQUESTA
UN HOMBRE, UNA ORQUESTA
Primera parte
* Entrevista a Horacio Naranjo Garibay
La madrugada de este miércoles 20 de mayo falleció Horacio Naranjo Garibay, mejor conocido como “El Colorado Naranjo”, porque desde cuando fue niño y hasta que encaneció era pelirrojo.
A Horacio se le ha catalogado como el más grande trompetista que ha habido en Colima, y uno de los más grandes del occidente de México.
En relación a él, a su recuerdo y a un afecto cercano que le tuve desde niño, pues se casó con una tía mía (Teresa Macías Ochoa), prima hermana de mi mamá, en febrero de 1994 lo entrevisté en dos intermedios de la presentación de su orquesta, en el Casino de las Fiestas Charrotaurinas de Villa de Álvarez, y posteriormente platiqué varias otras veces con él, e hice la reseña de al menos tres memorables bailes en que su orquesta tocó.
Pero este año, sabiendo que Horacio ya estaba muy enfermo, reescribí la entrevista y, adicionada con algunos datos más recientes, la presenté, como una ponencia, en el Noveno Coloquio Regional de Crónica, Historia y Narrativa que, convocado por la Asociación de Cronistas de Pueblos y Ciudades del Estado de Colima, se realizó el sábado 22 de febrero del año en curso, en la cabecera municipal de Tecalitlán, Jal., donde nuestro buen colega Renee Chávez Deniz y las autoridades municipales se lucieron como anfitriones.
Hoy, cuando ya Horacio ha traspuesto el umbral de la vida, les compartiré dicha ponencia en tres o cuatro partes, iniciando, obviamente, con los datos que se refiere a la entrevista tal cual, y los de su origen como músico.
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“Son las catorce treinta horas de cualquiera de estos festivos ‘días de toros’ (de 1994) en Villa de Álvarez. La gente que acudió al ‘recibimiento’ bebe, come o baila siguiendo las notas de ‘Frenesí’, que los músicos de la orquesta de El Colorado Naranjo despliegan con tanta armonía. Hay un ‘solo’ de trompeta y, Horacio, el mejor trompetista de la región, atrapa todo el aire que puede en una respiración profunda, para irlo soltando tono a tono, con la rutilante ejecución de ‘ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta, tá, y que tú vayas por donde yo voy, ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta, tá, bésame con frenesí…”
Como poderosas palancas de un fuelle de fragua, los codos del músico se abren y se cierran, presionando sus pulmones. Las notas se van desgranando, la orquesta lo rescata de su ‘solo’, y se ve entonces la huella de la boquilla impresa, amoratada, en los labios del director.
Suena luego el trozo musical que indica que se van a una pausa y, El Colorado, vestido con un traje gris metálico, se retira al fondo del proscenio (o ‘escenario’), para recuperar sus bríos y comerse un plato de birria con “frijoles puercos”.
Lo dejo que repose unos minutos para se dedique a saborear el apetecible potaje y, cuando veo que se limpia los labios y pone el platillo a un lado, voy en su busca, sabedor de que en aquel reducido recinto de fiesta no hay nadie tan famoso como él, y que no es por menos que ‘el casino de las fiestas de La Villa’, lleve su nombre, o el de su orquesta, que para el caso es lo mismo.
Como lo conozco desde que él era un adulto y yo niño, ‘le hablo de tú’ a Horacio. Él me recibe entonces con la misma familiaridad, y teniendo yo lista la nota de que su papá fue don Carlos Naranjo Villalobos, y su mamá, doña Felicitas Garibay Flores, luego de los saludos de rigor, le pregunto:
- Hola, Horacio, ¿cuándo empezó la orquesta? ¿Quién la fundó?
- La fundó mi papá hace ya 64 años. Estamos por cumplir 65.
- Y tú ¿cuándo te incorporaste a ella?
- Inicié con mi papá hace 38 años, pero curiosamente, antes de con él estuve tocando en la Banda de Música del Gobierno del Estado. De hecho, yo no aprendí a tocar con mi papá, sino con el capitán Galloso Pineda, quien era el director de la banda en tiempos del gobernador Jesús González Lugo… (1949 a 1955). A propósito de esto – comenta una anécdota- fíjate que un día, cuando yo estaba de solista en la banda, mi papá estaba entre el público, pero algo lejos, y alguien le preguntó si sabía quién era ese solista, a lo que contestó que no. “¡Hombre, pero es tu hijo!” “¡Ah, caray! – se sorprendió-. Canijo muchacho, no me había dicho nada. Lo único que yo sabía es que estaba yendo a la escuela, pero no que estudiaba música también”.
- ¿Estudiaste música en una escuela entonces?
- No, la estudié primero con el capitán que te dije. Más tarde ya fue con mi papá y luego por mi cuenta. De la escuela sólo terminé la primaria. Mi afición por la música no me dejó para más… Después de estar dos años con la banda entré con mi papá y, ya cuando cumplí 22, él me cedió su lugar. Hoy tengo 55, de modo que la orquesta ya tiene 33 llamándose como se llama.
Las notas que dos mariachis tocan casi simultáneamente, a menos de 20 metros de distancia uno del otro, nos hacen muy difícil nuestra charla. El pelo de Horacio, que antes fue rojizo, ya no tiene más ese aspecto. El hombre, sin embargo, sigue fuerte, firme, riendo con franqueza mientras muestra sus dientes encasquillados.
- ¿Hubo en esto de tu vocación algo en que interviniera la herencia?
- Sí, yo creo que sí. La mayoría de las veces, aunque no siempre, los hijos buscan o quieren ser lo que fueron sus padres. A mí la música me gustó desde siempre, y se puede decir, además, que yo crecí viendo y oyendo los ensayos de la orquesta de mi papá, en la vieja casa en donde ahora tenemos la sastrería, ahí en la esquina de Gregorio Torres Quintero y Gildardo Gómez… Mi papá ensayaba indistintamente por las mañanas o por las tardes, según se acomodaba el tiempo de los demás músicos. Así que desde que tuve conciencia vi cómo se hacía la música en mi casa. Por eso estoy aquí.
Continuará.
* Abelardo Ahumada, Cronista Municipal de Colima