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Los Chacaleros


Los Chacaleros


Todos los años, y casi por lo regular entre mayo y junio, en casi todos los ríos que bajan desde las sierras hasta el Océano Pacífico, algunos de los lugareños se acercan a las riberas para fabricar trampas para los sabrosos camarones o langostinos de río, mejor conocidos en nuestra región como chacalis o chacales. Palabra, evidentemente, de origen náhuatl.


Es una tarea dura, la suya, porque para comenzar se requiere reparar los “acachales” (que son propiamente las trampas) que restaron de los años anteriores y aún pueden funcionar o, de plano, construir otros nuevos.


Camarones o langostinos de río hay, creo, en casi todos los continentes, y son muy diversos los modos de capturarlos. Pero en el caso de los chacaleros de Colima, las lo más común es que construyan sus trampas (o acachales) con varas de sabino debidamente deshojadas y preparadas mediante un modo que realmente ignoro, o con delgados otates (especie de bambú silvestre) que previamente tienen que ir a buscar, a cortar y a traer desde las laderas de los cerros vecinos. Lo que de por sí es un trabajo muy pesado.

Una vez que tienen suficientes manojos de varas u otates para construir con ellos los acachales necesarios, los llevan a un punto que previamente habían elegido junto al río de que se trate y, ya ahí, bajo de la sombra de algún árbol fuerte y de considerable tamaño, los depositan y van a sus ranchos o casas a buscar los implementos necesarios: básicamente un machete, pinzas y un buen rollo de alambre recocido.


Antes, en vez de alambre usaban bejucos o ixtle, pero como esos materiales se pudren con la humedad, y no duran para el siguiente año, últimamente prefieren el mencionado alambre.


Ya que tienen las varas o los otates cortados de una misma medida, agarran un manojo, lo atan fuertemente por una de las puntas y dejan el otro extremo sin atar. Pero, luego, poco a poco a partir de las puntas, van amarrando las varas dejándoles cada vez más separación, poniéndoles por dentro una especie de armazón que consiste en círculos de bejucos de diferentes tamaños, de manera que cuando los amarres llegan al extremo más abierto forman una especie de cono “enrejado”.

Una vez que los tramperos ya tienen armados los acachales suficientes, revisan las duras estacas que, formando fila, habían colocado en los lechos de los ríos: si miran que todavía sirven, ahí las dejan, y si calculan que no, las reponen. Siendo ésta otra tarea muy ardua, porque deben excavar en unos lugares sumamente pedregosos, hasta una profundidad suficiente para que las estacas queden muy fuertemente colocadas.


Si los lectores observan en las fotos verán que corriente arriba, junto a cada estaca, los chacaleros construyen una especie de espolón, o cimiento (sin mezcla) con la finalidad de que “la crecientada”, como ellos le dicen, no pegue directa en las estacas y ellas puedan cumplir con su cometido, que es el de sostener un cable de acero (antes usaban sogas) de lado al lado del río, en el que a su vez habrán de quedar fuertemente atados los acachales.


Muy al parejo de todo eso, los cables deben quedar perfectamente atados en cada orilla, ya sea a unos troncos de árboles muy robustos, o a unas piedras lo suficientemente grandes y pesadas como para que las crecientes no se las lleven con facilidad.

Cada chacalero calcula cuántos acachales puede atender y revisar cuando ya inicie el ciclo lluvioso. Y cuando eso suceda, todos los días, excepto en aquéllos que el río baja tan crecido que los acachales quedan cubiertos por el agua, a muy temprana hora habrán de ir a revisarlos. Y para eso, se meten a la corriente, sosteniéndose con sus piernas y agarrándose al menos con una mano del calble de acero.


Ya ahí, dándose sus mañas para que no se los lleve el agua, meten sus manos y casi medio cuerpo a los peculiares embudos, para sacar de su parte más angosta a los chacales que eventualmente quedaron atrapados desde la víspera y durante la noche.


Y, así, poco a poco, sufriendo a veces el dolor que las tenazas que los animalitos les producen en sus dedos, los chacaleros van echando los langostinos en una bolsa que se atan a la cintura.


Antes de que caliente el sol, los chacaleros o algún miembro de su familia, ya deberán estar llegando a los puntos de venta que tienen localizados. Pero se dan las ocasiones en que a veces no capturan ni un kilo, y todo lo que hicieron en ese día no sirvió para nada.

Desde el punto de vista económico esa actividad podría parecer muy redituable, pero no necesariamente lo es. Y en la contraparte tiene y aun provoca ciertos problemas de índole ecológica a los que de momento no me voy a referir, porque la mayoría de las personas que se dedican a eso, son gente muy pobre que durante las lluvias consigue, a veces, llevar un poco más de dinero a sus casas.


Y, ya para terminar: si a usted, lector, después de haber repasado estos renglones, llega un chacalero y le ofrece su producto, ¿le va a regatear?


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