Café exprés: La magia de la poesía Parte I
La magia de la poesía
Parte I
Fue el 13 de marzo de este año 2020. Estábamos, un grupo de escritores y escritoras, todos amigos y en sana convivencia, reunidos en la hermana ciudad de Tecomán. La maestra Isabel Martínez nos había hecho la invitación de estar presentes para platicar con un selecto grupo de chicos y chicas de secundaria; ellos y ellas, tienen a su cargo un proyecto muy noble que involucra a la literatura, el café literario: «Libros y café comunitario», proyecto que se desprende de su sala de lectura del mismo nombre. Lo que considero otro gran proyecto muy noble, sin duda alguna. Porque la maestra Isabel y yo nos hemos conocido en ese otro proyecto, del que somos o fuimos parte; un diplomado, del que, por cierto, a estas alturas todavía no sabemos si concluimos satisfactoriamente o no. Digo que son ambos son proyectos muy nobles porque se desprenden y desarrollan a partir del trabajo personal, no nos pagan por fomentar la lectura, al contrario, ambas salas tienen alumnado, la mía, habita, por lo pronto en las instalaciones del Museo Regional de Historia de Colima, en el Centro Histórico y la de la maestra en su escuela, en Tecomán.
Ese día de marzo, antes de la pandemia, viernes 13 por cierto para quién cree en esas cosas, los chicos y chicas del taller: «Libros y café comunitario» sesionaron (por decirle de alguna manera) y el plato fuerte éramos nosotros, los escritores/as colimenses para hablar de nuestras obras, proyectos y las ganas de seguir escribiendo amén y a pesar de todo. El objetivo, transmitirles un poco o un mucho de esta pasión a ese numeroso grupo de adolescentes deseosos de buscar algo más que tragedias en su vida, algo más que un futuro incierto como a algunos les puede esperar.
En la mesa, esa tarde calurosísima, por cierto, estábamos Jetzabeth Fonseca, Lía Llamas, Armando Polanco, Adín Valencia, Melquiades Durán, Juan Carlos Recinos y yo (dentro del público se encontraba Zeydel Bernal). Fue una tarde de reencuentro con los amigos/as escritores (desde ese día no los he vuelto a ver en persona por la contingencia sanitaria que, días después, nos volcó de lleno en nuestras casas y nos tiene guardados, sin vernos, sin platicar de nuestras pasiones, entre ellas, por supuesto, la literatura).
Cada uno/una habló de sus proyectos, de su técnica y obra. En mi intervención traté de ser muy breve porque ya había estado un viernes anterior con ellos. Aquél día regresaba de la FIL del palacio de minería en la Ciudad de México y esa tarde me moví a Tecomán para estar con ese grupo y la promesa de regresar días después con un selecto equipo de amigos y amigas escritores. Y, pues ahí estábamos. Me volví una especie de moderador del evento. El interés personal era que mis amigos/as participaran, pero más que eso, que los chicos y chicas ahí reunidos (en la biblioteca de la Casa de la Cultura de Tecomán) se atrevieran a preguntar, a charlar y que fuera un rollo un tanto más interactivo.
Así que, a la mitad, justo a la mitad y luego de que cada uno de nosotros participamos, presentándonos con los chicos y chicas, hablando de nosotros mismos, leyendo un poco de nuestra obra, etcétera, tuvimos un breve receso donde nos convidaron unos panecillos deliciosos y uno o dos vasos de agua fresca. Al regreso del, vamos a decirle festín, ya no tomé mi lugar en el espacio designado para mí, sino que pedí el micrófono y pregunté a la amable concurrencia si había alguna intervención. Por un principio dudé que alguien se animara, pero estaba equivocado como casi siempre lo estoy. Tecomán es un lugar donde casi no llegan presentaciones de libros o eventos culturales, la gente, entonces, está ávida por algo más que calor, cocos, playa, limones y bañistas; y ahí estábamos nosotros para beneplácito (espero que así lo haya sido) de la concurrencia. De pronto vi muchas manos levantadas y allá me dirigí, micrófono en mano. Hubo preguntas para todos y de todo tipo. Las autoridades de la biblioteca regalaron cinco libros a igual número de personas que levantaran la mano y lanzaran una pregunta. Se agotaron súper rápido. Cada uno de los participantes, al ver esto, sacó sus libros y me los entregó para seguir regalando obra porque las manos seguían levantadas. Saqué de entre mi mochila parte de mis libros y también los doné. Se juntarían otros diez o quince libros. Muy generosos los compañeros y compañeras escritores que, sin cobrar, llegando de Colima, Manzanillo o, incluso, de mucho más lejos, estaban ahí, gustosos/as y, todavía, regalando sus libros.
Hubo de todo, gente que enseñó sus dibujos, alguien que declamó poesía; Lía Llamas fue la que más fans tuvo y la que más preguntas respondió, quizá su voz de locutora atrapó a la concurrencia, quizá su sombrero llamó la atención o su manera de ser tan libre, directa, franca y sin caretas fue lo que atrapó al público juvenil y vaya que el público juvenil es exigente. Adín Valencia robó cámara y fue el que más fotos concedió, al final de todo esto «y los demás no nos podemos quejar», creo que nos fue muy muy bien con este público exigente que pedía una segunda parte de este evento, pero ahora en el jardín de Tecomán (proyecto que se quedó trunco como se han quedado muchas cosas y eventos por la situación que estamos viviendo a nivel mundial).
Posteriormente, y como agradecimiento a nuestra participación, la maestra Isabel y la directora de educación y cultura del municipio Claudia Verduzco Anguiano, nos invitaron a comer-cenar. No quiero hacer muy largo este cuento que les estoy contando. Pero al finalizar el día, al regresar a Colima y dejar a mis amigos Armando Polanco y Lía Llamas (quienes me acompañaron de ida y vuelta). Pasé por mi mujer y mis hijos y nos fuimos a casa a descansar. El trajín había sido largo, agotador y cansado.
Antes de despedirnos, como debe ser, a las afueras del restaurante del que no recuerdo su nombre, pero prometo que lo voy a investigar… intercambiamos firmas y libros, libros y firmas y una que otra foto, repito, como es costumbre. Sin embargo, y ya en casa, un hecho me asombró sobremanera. Al abrir mi mochila, en el interior, descubrí un libro de poesía que no era mío, vaya, que no había comprado yo, ni había intercambiado con el autor.
Me hallé con Jericó de mi querido amigo Juan Carlos Recinos.
Y esta historia continuará…