Café exprés: La magia de la poesía Parte II
La magia de la poesía
Parte II
Disculpen ustedes que ande fallando en ciertos datos (como el nombre del restaurante al que fuimos invitados en Tecomán por la maestra Isabel), pero es parte de la memoria o la desmemoria que viene con los años. O, tal vez, es lo bien que la pasamos y entonces, ese hecho pasa a segundo o tercer término. La cuestión es que no recuerdo el día de la presentación en Colima del poemario de mi amigo Juan Carlos Recinos y punto.
Jericó se presentó en el poliforum Cultural Mexiac días antes de nuestra odisea, maravillosa, por cierto, de Tecomán. Como público que soy y asiduo a este tipo de eventos por y para acompañar a mis amigos (y a mis enemigos también, aunque no creo tener yo ninguno, pero creo ser enemigo de alguien y no sé por qué razón, pero ya es cosa de cada quien).
Decía que me gusta acompañar a mis amigos a la presentación de su nuevo libro, porque sé que le pusieron empeño, le dedicaron tiempo, esfuerzo, sacrificio, tesón y mucho más. Sé también que no es fácil publicar y menos en estos días. Y mucho menos en días de pandemia.
Aquella ocasión traía la módica cantidad de 150 pesos, costo del libro, pero resulta que yo traía esa cantidad para vivir lo que restaba de la quincena (tuve que consultar con el propio Recinos la fecha de presentación de su libro, 9 de diciembre de 2019), así que todavía faltaban algunos días para el pago y, por obvias razones, no compré ese día el libro, me reservé para otra fecha. Además, entre Recinos y yo tenemos un acuerdo tácito de intercambio de libros, ello para no generar gastos económicos, yo le regalo mi libro y él me regala el suyo; así de fácil. Lo malo es que el mío lo tenía planeado para finales o mediados del año pandémico 2020. Sí, ese que lleva por título: Una antología fúnebre: Los muchos rostros de la muerte, agenda mortal.
Abrir mi mochila y toparme con un ejemplar de Juan Carlos Recinos me dio mucho gusto, no sé en qué momento se le ocurrió la idea de deslizarlo en el interior, seguramente cuando andaba de moderador con aquellos chicos y chicas de Tecomán. Recinos vio la oportunidad, encontró cerca mi mochila y simplemente lo deslizó. Me agradó mucho encontrar el documento en el interior sin que yo me diera cuenta. Dejé el libro reposar en la mesa del buró, leí la dedicatoria y esperé al día siguiente para empezar su lectura.
El sábado 14 de marzo me levanté a caminar. Leí que la pandemia empezaba a pegar fuerte en varios países, el caso de Italia era alarmante junto con el de España. Al regreso de mi caminata matutina en la que acostumbro a dar diez mil pasos, mi mujer me apresuró a ir al tianguis por las viandas de la semana, y ahí fuimos. El libro seguía reposando feliz en la mesa del buró…
Las labores de casa son cansadas, ir por el mandado, lavar y acomodar la fruta y la verdura, más toda la actividad acostumbrada del sábado, es algo que ni Obama tiene y uno termina rendido más si a eso le agregamos la pequeña gran energía de un terremoto de tres años que es sumamente demandante y exige jugar los 365 días del año, bueno, este 2020 para colmo fue bisiesto, los siete días de la semana las veinticuatro horas al día, simplemente agotador.
Para terminar pronto ese día no leí nada. Los domingos los tengo destinados a ir a visitar a mis padres desde temprano y regreso tarde, por lo que tampoco leí nada. El lunes a las carreras me levanté para ir a la oficina y trabajar y por el trajín, olvidé el libro en la misma mesa del buró donde, seguro estoy, se reía de mí reposando feliz.
Ese pequeño terremoto se dio a la tarea de esconder el ejemplar porque se me traspapeló y no lo encontré, el miércoles de esa semana, miércoles 18 de marzo cumpleaños de mi querida Mirna, se nos dijo que esto de la pandemia empezaría y que lo mejor era permanecer en nuestras casas. El libro se hizo ojo de hormiga, se esfumó, no lo encontré por ningún lado. La pandemia venía en serio y no había para dónde hacerse. Recuerdo que esa semana tuvimos severos contratiempos por muchas cosas; yo seguía en recuperación de un herpes zoster con que fui diagnosticado a mi regreso del Distrito Federal (odio el mote de CDMX) y de cuando en cuando sentía los dolores que me daban por dentro. El 24 de marzo fue mi cumpleaños y empecé a hacer mis videos para recomendar la literatura y a ciertos autores y autoras que en mi peculiar punto de vista no han sido leídos y leídas o que no se conocen mucho… del libro de Juan Carlos Recinos no había rastro, parece que la pandemia se lo había llevado o, así como llegó, así de fácil quiero decir, así de fácil también se me esfumó. Ni hablar.
Para todo esto, en esos días nos estábamos cambiando a esta casa, donde ahora escribo esto, así que todo se nos juntó, el viaje a la FIL del palacio de minería, el cambio de casa, el herpes zóster y una incapacidad de siete días y luego esta bendita pandemia que nos tiene metidos en casa…
Esta historia continuará…