"Un mundo sin escuelas"
"Un mundo sin escuelas"
Tomando en cuenta que la pandemia del Covid 19 está impactando incluso el sistema educativo y que será muy difícil que al corto plazo se pueda volver a las "clases presenciales", como ahora las llaman, para diferenciarlas de las que se dan "en línea", quiero comentar algo que quizá nos pueda servir para quitarnos la preocupación de que nuestros niños no vayan a las escuelas:
En 1978, exactamente un año después de que había ingresado como "maestro rural" a la SEP, llegó a mis manos un libro de un ex cura austriaco que vivía entonces en Cuernavaca, y que al parecer era muy amigo de don Sergio Méndez Arceo, el famoso obispo que desde Cuernavaca impulsaba las ideas de la "Teología de la Liberación", que yo había estudiado en el Seminario Regional del Norte en Chihuahua y Ciudad Juárez.
El autor se llamaba Iván Ilich, y su libro sostenía la tesis principal de que el mundo podría muy bien vivir sin escuelas y sin la no muy efectiva "educación institucionalizada".
Apoyándose fuertemente en la historia, Ilich (quien antes de graduarse con honores, a los 20 años, en la Universidad Gregoriana de Roma, ya había cursado dos carreras que nada tenían que ver con ser cura), afirmaba que hasta antes del siglo XIX, cuando en Europa empezaron a proliferar las escuelas, en la mayor parte de las naciones del mundo, y a lo largo de toda la vida, los adultos y los viejos de cada uno de los diversos pueblos existentes, SIEMPRE HABÍAN PODIDO ENSEÑAR A SUS HIJOS Y A SUS NIETOS Y DEMÁS A VIVIR Y A DESARROLLARSE O DESENVOLVERSE de conformidad con su vida cotidiana, con sus entorno natural, y de manera personalizada.
Yo, que en ese tiempo estaba viviendo y trabajando en el fondo de la Barranca del Cobre, en la Sierra Tarahumara, le creí. Puesto que tenía ahí enfrente, a la vista, precisamente a los rarámuris (o tarahumaras) perfectamente ambientados a sus circunstancias, pero siendo forzados a vivir, primero por los misioneros y después por las autoridades educativas mexicanas y chihuahuenses, conforme a un modo totalmente distinto a sus creencias y necesidades, alterándolos y descocertándolos. Siendo nosotros, los profesores, el principal instrumento para realizar ese propósito.
Cuando me quedó perfectamente claro que nuestra enseñanza libresca, planeada desde la ciudad de México no sólo chocaba contra la manera de ser de los tarahumaras y que, en vez de ayudarlos a ser como ellos querían ser, los obligamos "a dejar de ser", pedí mi cambio y me fui de allí.
Por otra parte, entendiendo que Ilich tenía razón y que la SEP tuvo un punto de coincidencia con él, en la idea de que "hay que educar para la vida", seguí siendo profesor pero cuestionando siempre el aspecto masivo de la educación institucionalizada y tratando siempre de adaptar, al menos en mi aula, los programas oficiales a las circunstancias medioambientales, sociales y económicas de cada pueblo en que trabajé.
Volviendo al tema inicial, creo, como decía Ilich, que las escuelas tal como las conocemos hasta hoy NO EDUCAN PARA VIDA y creo que como sociedad debemos de aprovechar esta oportunidad que la misma vida nos está dando para que las familias en lo particular y la sociedad en lo general retomen y reaprendan el papel que como educadoras tuvieron siempre.