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Café exprés: Quince años en la Universidad de Colima

Por: Alberto Llanes

Quince años en la Universidad de Colima

Octubre de 2020, cumplo quince años laborando en mi alma mater que es la Universidad de Colima. Entré a trabajar en el, cada vez más añejo 2005, luego de un acto de total de rebeldía cuando renuncié (sabiendo todo lo que esto traería consigo) a un famoso periodo local donde trabajaba en aquellos ayeres, y renuncié por la idea y convicción de convertirme en escritor.


Resulta que en esos días había un diplomado de la Sogem (el segundo y el último que se hizo en Colima) y yo pedí a mi lugar de trabajo una oportunidad para tomar ese diplomado (era una semana al mes y por las tardes), ante la negativa de ese gran e importante rotativo local, me armé de valor y renuncié.


No me dieron carta de recomendación (y me lo advirtieron casi casi como amenaza y no me la dieron por sus tumpiates porque yo siempre cumplí, trabajé bien y demás), les dije que no me importaba y que no iban a truncar mi sueño, que ninguna pinche empresa por muy grande e importante que fuera, iba a decirme qué hacer con mi vida (claro, yo por dentro estaba temblando de miedo).


Me dijeron que concluyera la semana y no quise, me amenazaron con no darme finiquito, no me inmuté. El gerente general fue por mi carta de renuncia (se dio cuenta de que era de carácter irrevocable), me la extendió, la leí, me dijo que para qué la leía, no le hice caso y continué, firmé con tinta azul (temblaba, claro, sobre todo porque tendría, en mi casa, que explicar que me volvía a quedar sin trabajo y todo por querer estudiar un diplomado en creación literaria). En fin.


Regresé la carta firmada y se la extendí al gerente que, muy dueño de la situación se rio socarronamente (no sé si su risa fue porque no había notado tantos huevos puestos en una acción o por alguna otra razón, aunque yo tampoco supe de donde me salió tanto valor, la verdad). Salí de ahí y, casi al cerrar la puerta me dijo que regresara el viernes (día de pago semanal) por mi dinero.


No le contesté, pero por dentro casi le lanzo una mentada de madre, así que respiré profundo y pensé que él nada más era un trabajador más de esa empresa-emporio y, claro, el viernes fui por mi pago. Al pisar la calle me enfrenté de nuevo al mundo del desempleo, se siente bien feo, la verdad. Al llegar a mi casa luego de ir a beber algunas cervezas con el poco dinero que me quedaba, mi madre me cobijó en sus brazos y me dijo: «¿Renunciaste verdad?», le respondí que sí con la pura cabeza, no me salió la voz hasta que sentí su abrazo cálido y pude decir: «Que no podría renunciar a mi sueño», mi madre volvió a su abrazó y recuerdo sus palabras: «Ya saldrá algo más importante para ti»... e hizo cierto énfasis en la palabra importante…


Al día siguiente, con quince pesos y varias solicitudes salí a buscar, de nueva cuenta trabajo, llegué a la Universidad de Colima, a la cafetería de coña Carmen a comprar un vaso de agua, había ido a entregar una solicitud de empleo por ahí cerca y necesitaba del abrazo de mi Facultad de Letras y Comunicación, verla, sentir su actividad cotidiana, su día a día. Me senté, totalmente frustrado y cansado, en las bancas de metal de la Falcom. Revisé mi bolso y seguían esos quince pesos ahí (había caminado desde mi casa hasta el lugar donde iba a entregar la solicitud y de ahí a la universidad). Pedí una botella de agua que me costó en aquél entonces siete u ocho pesos, no lo sé (más que el costo en dinero, esa botella me costó regresarme a pie) ...


En eso estaba, cuando mi guía y gurú, un ángel protector apareció por los pasillos... el querido maestro Víctor Gil Castañeda que, al verme, con su alegría característica se acercó a mí, se sentó a platicar y, luego de estrechar mi mano me preguntó lo que era obvio: "¿Cómo me iba en mi lugar de trabajo?", al contarle lo sucedido su rostro se tornó triste pero, a la vez, un rayo de luz iluminó, dicho esto con todo respeto y el cariño que le tengo, su pelona que, al contacto con un haz de luz filtrada por el ramaje de los árboles de los mangos que adornan la Falcom, brilló, haciendo la luz más intensa y casi casi como de caricatura como cuando a alguien se le ocurre una muy buena idea.


Entonces el maese de maeses me preguntó que si traía solicitudes, le dije que sí, traía cinco o seis en mi mochila donde cargaba Caracol Beach, la tremenda novela de Eliseo Alberto que, en aquellos, días estaba leyendo. Me dijo que lo acompañara pero no me decía adónde, ni qué diantres se le estaba ocurriendo, a paso casi casi veloz me llevó a la Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima, me preguntó si conocía a la querida maestra Guille Araiza, la dije que sí, e incluso conocía a Inés Sandoval de cuando publicaba en el Cartapacios (posteriormente Alta Mar) y me pagaban con un boletito que podría cambiar por un libro (eran otros, maravillosos tiempos). Inés Sandoval, también muy querida, era quién nos pagaba con esos boletitos, entonces las conocía a las dos.


Fue ahí, casi casi a la entrada del edificio, cuando el maestro Moy, desconocidamente conocido, vaya la redundancia, como Víctor Gil, me dijo que estaban buscando, ahí en la dirección, editores, que hiciera una prueba... y me llevó hasta la entrada, pidió una cita con Guille y me dejó. De aquí en adelante me las tendría que arreglar yo sólo, «pensé y en eso me apliqué».


Hice antesala, estaba de secretaria doña Mary, esperé pacientemente y... y quince años después acá estoy, ahora en la coordinación académica de mi queridísima Facultad de Letras y Comunicación, coordinación a la fui invitado a trabajar por la maestra Paulina Rivera Cervantes, pasé trece años en Publicaciones, llevo dos en la Falcom y no sé qué aventuras más vendrán (este, por ejemplo, fue año pandémico), pero puedo decir que he vivido y conocido a muchos universitarios/as que trabajan porque a nuestra alma mater le vaya bien, gente muy talentosa (que quizá no tienen el reconocimiento que se merecen), he conocido muchas secretarias, gente de servicios generales y ahora guardias (que antes no había en las entradas) y, sobre todo, he conocido a muchos alumnos/as que tienen el mismo sueño que tuve y tengo todavía yo: ser escritor/a.


Esta pelea es a muchísimos rounds... habrá mucha gente en el camino que nos va a decir que NO (incluso la misma familia), sin embargo, tenemos que luchar por nuestros sueños, por nuestra idea, por lo que queremos ser y hacer, a veces la batalla parece que nos quiere ganar, pero otras, otras muchas veces nos abraza tanto y tan fuerte que por esos momentos todo esto, en serio lo digo, todo esto vale mucho la pena...

Gracias Universidad de Colima, gracias Dirección General de Publicaciones, gracias Facultad de Letras y Comunicación y gracias a ti por leer todo este choro mareador que me estoy aventando. Se dice fácil esto de tener y cumplir quince años de labores, pero ha requerido del apoyo de mi familia, papá, mamá (que en paz descanse), hermano y mi tía coca (también que en paz descanse) y ahora de mi otra familia, Mirna, Santiago y el pequeño Ricardo... para seguir en la batalla y darle gusto al gusto... salud por todo ello. Bendecido estoy, he dicho.

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