Convenciones sociales y los límites de la realidad
- Redacción
- 5 ago 2024
- 4 Min. de lectura

Convenciones sociales y los límites de la realidad. Un comentario personal en torno a la participación de Imane Khelif en los Juegos Olímpicos de Paris 2024.
Por: Emanuel del Toro.
Resulta risible que alguien crea que Imane Khelif es una mujer trans, para empezar habría que decir que tratándose de Argelia, hablamos de un país en el que está penalizado por ley ser LGTB o cualquier otra denominación sexo afectiva que escape de lo convencional, seguramente un país del estilo le va andar concediendo un pasaporte femenino a alguien que no esté plenamente legitimada como tal.
Para decirlo con total claridad, sea o no políticamente correcto decirlo así, y se hiera a quien se hiera, Khelif no es ni una mujer de nacimiento o cisgénero –para aludir a la contraposición de lo transgénero–, tampoco una mujer con problemas de balance hormonal, con niveles anormalmente altos de testosterona –como es que han sugerido algunos–, ni que decir de una persona con disforia de género, como es que ocurre con toda aquella persona que se encuentra en el espectro de lo transgenero; contrario a todo lo anterior, se trata llanamente de un hombre con DDS –entiéndase, Diferencias en el Desarrollo Sexual–, no se trata pues de una condición de balance endocrino, porque no es sencillamente algo que pase por el nivel de hormonas en su cuerpo, ni mucho menos un tema de identidad, como es que ocurre con cualquier minoría sexualmente diversa.
Lo suyo –como ya de hecho había demostrado la Asociación Internacional de Boxeo en 2023–, se llama intersexualismo, y alude a personas cuya morfología física no coincide con lo que convencionalmente se dice “masculino” y/o “femenino”, porque sencillamente presentan simultáneamente caracteres o rasgos de ambos sexos. Lo que se traduce en una intrincada relación entre la evidencia observable de los sexos, el sexo cromosómico –o lo que el ADN indica que es la persona, y lo el género o rol a través del cual la persona termina siendo socializada.
Para decirlo en claro y corto: Imane Khelif es cromosómicamente un varón, su ADN acusa XY. Muy distinto es, que por las más diversas razones, ante el sentido de la evidencia morfológica y conscientes de las enormes complicaciones sociales o culturales a las que le tocaría hacer frente, su entorno familiar decidera hacer las adecuaciones médicas y/o legales necesarias para socializarle desde siempre como mujer. Lo cual no es de extrañar si se pone en perspectiva la prevalencia del islam en Argelia, su país de origen.
Ahora que bien, si se trata de ser todavía más precisos, para poner en perspectiva la incidencia de la cuestión, habría que decir que hay cerca de 1.7% de personas en el mundo con una variopinta colección de condiciones biológicas en las que su morfología física y/o la propia constitución cromosómica, y por tanto la apariencia corporal de su sexo y/o anatomía, los hace reflejar simultáneamente tanto rasgos masculinos como femeninos. En tales sujetos, coloquialmente llamados hermafroditas –término que en los últimos años ha entrado en desuso porque sus connotaciones peyorativas–, es posible observar tanto elementos típicamente considerados femeninos, tanto como rasgos masculinos. Lo que se termina traduciendo en toda marejada de consecuencias sociales y/o culturales que dependiendo del contexto social y cultural al que les toque hacer frente, terminan teniendo mayor o menor importancia y/o significado.
Condiciones en cuyo caso, lo más razonable para que nadie se llame a escándalo o controversias intestinas, es que se establecieran nuevas categorías y/o criterios de participación lo suficientemente claros o sostenidos en la más llana evidencia empírica, para que las condiciones competitivas de la totalidad de los participantes que confluyen en una justa deportiva –o de cualquier otra índole–, resulten lo más equilibradas y/o parejas posible.
Que si, que a veces establecer los límites entre una categoría y la otra, no resulta tan claro como de principio se creería, ni dudarlo. Más si lo que encuentra en el medio de la controversia son los límites entro los sexos y/o los géneros, incluso las orientaciones sexo-afectivas, ni dudarlo. La realidad es que por las más variadas razones sociales, culturales y materiales, desde hace una década la cuestión de los límites de los géneros y/o la determinación de los roles que cada cual juega, ha venido cobrando una fuerza importante.
De ahí la creciente importancia de toda esa corriente política progresista –sucintamente llamada woke–, con el feminismo radical y la defensa de las minorías sexualmente diversas como punta de lanza, que en aras de reivindicar un equilibrio social mucho más respetuoso e inclusivo de las diferencias identitarias y sus efectos vivenciales, se ha dado a la tarea de cuestionar todo de convenciones sobre la presunción de que los modelos tradicionales de socialización y/o de los roles de género y del sexo mismo, han propiciado históricamente la inhibición o la exclusión de aquellos cuyas experiencias de vida no se ajustan a los cánones convencionales.
Ahora que bien, al margen de lo que dicha agenda política propugna para ampliar los límites de la discusión sobre los problemas públicos, haciendo la labor por cuestionar los límites tradicionales entre lo público y lo privado, –como si fuera que la arena material hubiera dejado de ser lo suficientemente definitoria de los problemas más significativos del mundo–, es difícil negar que semejante contraste de ideas y/o posicionamientos, con la subjetividad como principal referente discursivo, en detrimento de la realidad objetiva. No va dejar el más mínimo acuerdo, por la sencilla razón de que cuando se pone lo subjetivo como basamento de la realidad social, todo el mundo va tener necesariamente algo que decir, y lo que es todavía más complicado, difícilmente podrá infravalorarse una opinión por encima de cualquier otra. Lo que no hará sino acrecentar los motivos para alimentar la discordia y/o en el encono o la diferencias por trivialidades.
Estemos o no acuerdo con lo que la evidencia observable del mundo en el que vivimos refleja, es difícil negar que cada vez más temas como el ocurrido en la controversia por la participación de Imane Khelif en los Juegos Olímpicos de Paris 2024, prometen ser la comidilla pública. Porque se crea lo que se crea, hoy por hoy hay una fuerte presión del progresismo, para propiciar una suerte de inclusión forzada en la que lo que pareciera estarse intentando normalizar el cuestionamiento a lo tradicional, cual si se creyera que las convenciones que históricamente dieron sentido y/o cohesión a nuestro desarrollo civilizatorio hubieran quedado de súbito total o parcialmente obsoletas. Lo cual resulta cuestionable, y tendría que ser –se piense lo que se piense–, motivo de un intenso debate público.
<
Comentarios