En palabras Llanes: Hoy, como casi todos los días
Por Alberto Llanes.
Hoy, como casi todos los días
Me levanto temprano. Oigo a lo lejos y mientras tomo un baño, el ulular de algunas sirenas, de coches que pasan con prisa. Pienso que ya pasó algo malo, que ya mataron a alguien, que ya hubo un suceso que involucra sangre. Quizá sólo sea una falsa alarma, pero es lo que persiste en el inconsciente colectivo de muchas personas y me incluyo. Todo lo que tenga que ver con patrullas, sirenas y ambulancias de inmediato y, casi casi en automático, se relaciona con un algún acto delictivo. Colima no era así. Colima era un lugar tranquilo, un paraíso (y lo sigue siendo el lugar) no así el ambiente que se vive. Conduzco por las calles para llegar a un laboratorio a temprana hora de la mañana. Un laboratorio que haga algunas tomas para un informe que requiero para mi hijo. Obviamente voy con mi familia. El cielo se torna claro pero todavía está oscuro a esta hora. Hay que recordar que ya cambió el horario y las siete de la mañana son, en realidad, las seis, a la naturaleza no podemos engañarla. A ella no. El cielo está más oscuro y sí, da miedo andar por la calle. Conduzco hacia el lugar, veo, a mitad de la calle, una patrulla atravesada con sus luces roja y azul. Pienso que algo malo pasó. Quizá los policías simplemente están haciendo su trabajo y nada más, pero la reacción primera es esa. Recuerdo entonces que muy temprano oí el aullar de las sirenas. La gente en Colima vive con zozobra. Ya no es lo mismo. Hace tiempo que esto ya no es lo mismo. Avanzo más porque tengo que pasar por ahí, quiera o no, ya no puedo regresarme. La patrulla sólo estaba detenida en medio del tráfico de las seis y media de la mañana. De nuevo viene a mi mente el recuerdo, mientras me duchaba, del ulular de algunas sirenas, quizá no se trata de nada malo y todo es producto de mi imaginación o del miedo o de la costumbre (qué feo que nos estemos acostumbrando a esto y no sé si uno pueda acostumbrarse a algo parecido). Oigo que alguien levanta la voz y volteo con miedo, oigo cuetes y tengo miedo. Un ruido fuerte me sobresalta, y tengo miedo. Se me empareja un motociclista y tengo miedo y quizá ese motociclista es una excelente persona, pero yo tengo miedo y mejor ni le dirijo la mirada, pero… y si no le dirijo la mirada y en realidad quiere hacerme algo a mí o a mi familia, entonces, ¿cómo me voy a dar cuenta? Uf, qué terrible es vivir así, con esta ansiedad. No se puede. Es mucho el estrés, mucha la inquietud, la incertidumbre, y sí, la zozobra. Y tengo miedo por mi familia, por mis hijos, por mi mujer, por mi gente, amigos y conocidos y por todos aquellos que han sido, sin conocerlos, víctimas de lo único que está bien organizado en este país... Ya no basta con lo cara que está la vida, que el dinero no alcanza, que los productos de la canasta básica están por los aires, inalcanzables, que las trasnacionales nos están matando con sus productos, que las medicinas son para pura gente que las puede pagar, que cada vez compramos menos y pagamos más, ya no basta con eso, ahora también hay que vivir cuidándonos la espalda, tener miedo del de al lado o estar alerta incluso del vecino (que muchas veces ni conocemos y, repito, puede que ese vecino o quien esté a nuestro lado sea la mejor persona del mundo) sí, con todo esto tenemos que vivir. Creemos o nos han vendido la idea de que todo aquél al que acribillan o lesionan en la calle es porque anda metido en “malos pasos” y no es así, no siempre es así; y entonces la gente nos voltea la historia y dicen que quizá lo mataron porque no pagó su “derecho de piso” y quizá tampoco sea así. ¿Derecho de piso? Tengo el derecho de pisar donde yo quiera porque México, que yo sepa, es un país libre. Muchas personas que tienen nombre y apellido han caído abatidas por quién sabe qué manos asesinas. Han caído dejando familia, gente desconsolada, dejan también un halo de misterio y de terror, sí, de terror en el resto de la población. Porque si yo algo quiero al terminar mi jornada laboral es llegar a la casa y ver a mi hijo, abrazarlo, verlo caminar, sonreír, ver su inocencia en medio de este mundo fiero que está en descontrol y del que ya, sin quererla ni deberla, forma parte y le estamos dejando no sólo a él, a todos. ¿En qué momento mi país se convirtió en un cementerio callejero? ¿En qué momento se nos hace tan fácil portar un arma y más fácil aún, apuntarle a una persona y todavía más fácil jalar de un gatillo y, por si esto no fuera poco, mucho más fácil todavía privarlo de la vida y se las pongo más fácil aún, hacerlo todo a plena luz de día y en plena avenida(s) súper transitada(s)? ¿En qué momento? ¿En qué momento nos estamos desmoronando como sociedad y matándonos a nosotros mismos? Stephen Hawking en uno de sus tantos artículos predice las tres cosas que acabarán con la humanidad, una de ellas será por la inteligencia artificial; es decir, la tecnología y sus avances desmesurados; la segunda sería si alguna vez encontramos vida extraterrestre, esta no sería para nada amistosa con la humanidad y terminarían destruyéndonos por estar miles de años más avanzados que nosotros y; la tercera y que tenemos justo en la tierra y más cerca de lo que pensamos es la agresión humana, sí, la humanidad destruyendo a la misma humanidad, el hombre destruyendo al hombre, esto sin duda podría acabar con la especie hasta extinguirla y creo que ya estamos llegando a este punto. Qué lejos, literalmente, quedó aquel poeta y gobernante prehispánico de nombre Nezahualcóyotl que dice:
Amo el canto del cenzontle
Pájaro de cuatrocientas voces
Amo el color del jade
Y el enervante perfume de las flores
Pero amo más a mi hermano… el hombre.
Hemos llegado al punto de no amar al prójimo, como iguales, como humanos, como hermanos. Va este texto para todos y todas las víctimas que tienen nombre y apellido y que han caído abatidos. Va por todos ellos/as de los que no sé su nombre pero que sin lugar a duda son humanos, son hermanos, son iguales a mí. Vivimos con angustia, vivimos con miedo, vivimos con rabia e impotencia y no sabemos si este día en el cual traigo una playera con el calendario azteca sea la última prenda que vista y sea el último día que llegue con bien a mi casa.
Punto, fecha y firma, así lo dejo escrito…
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