En palabras Llanes: Las voces de una generación
- Redacción
- 7 may 2022
- 4 Min. de lectura
Por Alberto Llanes

Las voces de una generación
Hará cosa de un par de años, miércoles, una semana antes de que arrancara esta pandemia, me tocaba dar una charla en la escuela secundaria Enrique Corona Morfín. El lunes la ciudad y el país se habían paralizado ante el movimiento llamado: #ElNueveNadieSeMueve, donde ninguna mujer iba a salir a la calle. Yo me encontraba en incapacidad debido a un herpes zóster que me pegó vaya a saber dónde. Mi mujer y un grupo de amigas asistieron a la marcha del domingo. Quise acompañarla como le hago siempre y casi a todos lados. Pero ella y yo creímos prudente no hacerlo para no enardecer más a una muchedumbre de mujeres que están dolidas, lastimadas, que han sido vejadas, vilipendiadas y mucho más. Mi incapacidad terminaba ese miércoles, así que regresé a trabajar el jueves 12. El lunes sí lo trabajé, aunque no en la facultad, sí fui al colegio Campo Verde a impartir mi taller de escritura creativa al que asistieron puros hombres y un integrante nuevo que va en cuarto de primaria. La mañana de ese lunes fue rara. Ninguna mujer en la calle o si las había eran las menos, la mayoría tienen que salir de sus casas por el sustento de cada día, amén del paro nacional ante el recién 8 de marzo, día de la mujer. Yo me desespero sin hacer nada y ya me urgía regresar a los escenarios rockeros de la cultura del estado. Mi gran regreso sería ese miércoles en la escuela Enrique Corona Morfín donde de la Acpe (Asociación Colimense de Periodistas y Escritores) me había invitado a dar una charla. Esa mañana les hablaría de literatura y cocina con la charla: «Recetario ficcional de rica comida imaginaria». La marcha del domingo fue todo un éxito, mi mujer llegó emocionada y me dijo que se habían juntado muchas mujeres, que no había visto a tantas reunidas en un mismo punto para luchar por una causa justa y necesaria. Las mujeres de mi generación se quedaron calladas e incluso los hombres también, esta generación, por fortuna, no lo ha hecho. Pasó el martes y mi mujer regresó a sus actividades y yo a las mías aún con mi incapacidad. Sin embargo, fui a la facultad de total incógnito y traté de resolver algunos pendientes. El miércoles, último día de mi incapacidad, me levanté muy temprano y me metí a bañar. En la ducha repasé mentalmente la charla que daría a los y las jóvenes de la secundaria federal. Pensé en decirles que esa mañana mi objetivo ahí era convertirlos/as aunque sea por un momento en escritores/as y en cocineros/as. Salimos de la casa temprano, fuimos a llevar a los niños a las respectivas escuelas. Mi mujer me invitó a desayunar. Mi charla era a las diez y media. La llevé a su oficina y fui a la Falcom a resolver pendientes. En el camino recibí una llamada de la directora y con más razón fui. Llegué. Le expliqué de mi regreso a los escenarios rockeros y culturales y me dio luz verde de ir a la secundaria (yo seguía de incapacidad). Al llegar y estacionar mi vehículo por donde estaba el restaurante ahí cerca del Cecati 183 y frente el kínder del cual su nombre no recuerdo, vi que tenía sendas pancartas del rey y la reina de la primavera, caminé rumbo al Isenco escuchando gritos y algarabía, yo supuse que esos gritos eran a consecuencia de esos festejos del kínder y de la recién primavera próxima a entrar. Cabe señalar que esa zona está llena de escuelas. El kínder, el Cecati 183, el Isenco, la Enrique Corona Morfín y la primaria Libro de Texto Gratuito. Sin embargo, conforme fui poniendo atención, esos gritos eran más bien consignas, reclamos, la gente estaba levantando la voz exigiendo justicia. Casi al doblar la esquina del Isenco el presidente de la Acpe Julio Alberto León marcó mi número de celular y... Al contestar... Lo que me temía. Mi rica charla del recetario ficcional de comida imaginaria que iba a impartir en la secundaria federal se cancelaba. Los reclamos, los gritos, las consignas salían justamente de la Enrique Corona Morfín exigiendo la destitución de un profesor, un tal Yeme que no conozco, pero vi que se había ganado el odio de las adolescentes que reclamaban con justicia y razón su destitución. Mi mujer, al contarle el hecho y mi frustración de quedarme con las ganas de convivir con el estudiando de la secundaria, me comentó que ese profe, desde cuando ella era estudiante, había tenido esa fama (de acosador) y abusaba de las jovencitas e, incluso, de algunos caballeros. Y nadie le decía nada, menos las autoridades escolares. Así las cosas. Yo me acerqué lo más que pude a observar. Obvio no me dejaron entrar y vi y leí la petición de hombres y mujeres, estudiantes de la Enrique Corona que se unieron por un momento, que su grito fue el mismo, al exigir sus derechos. Yo me quedé con las ganas de conocerlos/as pero creí, en aquellos días, que de seguro habría otra oportunidad cuando las autoridades hubieran tomado nota de esto, y lo hubieran resuelto con cordura pero de manera enérgica y caiga quien caiga, y la comunidad estudiantil volviese a ser la misma de antes, aunque, después de esto, jamás nadie vuelve a ser el o la misma. Han pasado dos años de todo esto, al tal maestro lo movieron de escuela, nos pegó una pandemia que apenas si nos deja asomarnos a la calle poco a poco, ha fallecido en el medio mucha gente; en esta nueva escuela, hará cosa de un mes, la comunidad estudiantil (ahora de aquella otra nueva sociedad escolar) volvió a manifestarse en contra de Yeme, diciendo que no querían eso, sino que iban por su destitución y lo lograron. Yeme ya no es más profesor. Los tiempos que se viven son convulsos, álgidos, extraños es cierto, pero lo que sí, se ve y es palpable, es que la sociedad ya no está dispuesta a soportar más atropellos, ya no. Y como este, se dejarán venir más y más casos…
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