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En Palabras Llanes: Mucho gusto Ser editor


Mucho gusto

Ser editor


Por: Alberto Llanes

 

 

En 1999, año en que entré a la Facultad de Letras y Comunicación al área de Letras y Periodismo, no sabía que me iba a dedicar a ser editor. En ese año era un joven de 21 años que, simplemente, quería ser escritor. Con ese objetivo entré a la Universidad de Colima, con mi promedio muy por debajo, como ya lo dije en la columna anterior. Sin embargo, con todo esto en contra aunado el nulo apoyo en casa al decir que quería ser escritor, llegué y acá estoy.


            Nuestra generación egresó en 2003, ya también lo dije; desde que estaba en la facultad empecé a vincularme con los medios impresos de la época «ahora todos o la gran mayoría son digitales», ahí empecé escribiendo la nota roja para el primer periódico que se fundó en Colima, era puro aprendizaje; en esas pequeñas notas, traté de sacar mi lado cuentista, novelista que era lo que, a mí, realmente, me interesaba.

            El periodismo es profesión que respeto y admiro; yo no sé si tengo madera de reportero pero en aquellos ayeres lo intenté. De empezar a redactar notas rojas en el Ecos de la Costa, ayudado por mi amigo, colega, compañero y fanático del futbol Alberto Ramos «que en aquellos días era el reportero estrella de ese periódico o que al menos, a mí me lo parecía», llegué a trabajar al periódico Colimán. Ese periódico de los Leaño de Guadalajara, le dio la oportunidad a varios jóvenes egresados de la Falcom de trabajar ahí. Muchos sin experiencia o todavía estudiantes de la carrera de Letras y Periodismo.


            Ahí también llegué a redactar la nota roja, como sabían que venía del Ecos de la Costa, me dejaron ahí. Repito, yo no sé si mi madera es de reportero, me gusta el chisme, saber, conocer, rolar la información, preguntar, pero a veces, el gremio, me cohibía de muchas cosas, yo, simplemente, quería ser escritor.

            Laboré en el Colimán cerca de dos años, resulta que cuando entré, ya había alguien que hacía las policiacas, me tocó cubrir, entonces, otras fuentes para generar información. Sin embargo, alguien de corrección renunció y me pusieron ahí, porque dizque tenía buena ortografía y, sí, podría ser, en ese tiempo leía de cinco a seis libros por semana. La redacción, la sintaxis y la ortografía me la regaló la lectura; antes, en la secundaria, era terrible, una novia que tenía por aquellos años me ayudaba a corregir mis escritos, yo le ayudaba llenándola de besos por aquí y por allá.


            El 24 de febrero de 2005 entré a laborar al Diario de Colima, yo no sabía la friega que ese día iba a traer consigo. Fue la fecha cuando el mandatario estatal, el profesor Gustavo Alberto Vázquez Montes, junto a su comitiva, tuvieron ese maldito percance aeronáutico en el que perdieron la vida. Ese día entré al Diario de Colima, el segundo periódico fundado en la entidad y, en ese tiempo el más importante, más vendido y leído del estado, y entré a laborar como jefe de corrección, pfff, salimos a las tres de la mañana, el periódico salió gordo, lleno de esquelas, tuve corregir las notas, columnas y las miles y miles y miles de esquelas que llegaron ese día. El sistema computacional del Diario de Colima era a base de comandos, tuve que recordar mis clases de computación en el ICEP, utilizando DIR, COPY, DEL, MKDIR, RENAME, CLS y COMMAND COM del bendito sistema Ms-dos.


            A partir de ahí aprendí a editar notas, a aprenderme normativas editoriales, guías de estilo editorial, aprendí que cada editorial tiene la suya, en el periodismo, en aquella época, la guía más utilizada y de consulta y de la que se basaban muchos periódicos para generar la propia era la del periódico El país. Una guía muy completa que se editó en formato de libro y, a la fecha, es un libro de consulta para la aplicación de criterios editoriales.


            No aguanté muchos años en el Diario de Colima, ese mismo 2005 les renuncié con la amenaza de que no me darían una carta de recomendación. Resulta que yo quería estudiar diplomado de la SOGEM que se llevaría a cabo en la entidad, era una vez por mes, pero ese mes, tendría que ir toda la semana en un horario de 4 a 8 de la noche, horario que, obviamente chocaba con el horario laboral que tenía en el periódico. Les di una y mil posibilidades para poder tomar ese diplomado sin perder mi trabajo y la respuesta fue contundente: «No». Mi reacción fue igual de contundente, renunciar en ese momento, aunque me quedara sin trabajo, aunque no me dieran carta de recomendación, aunque mi finiquito estuviera en juego y no sólo eso, mi futuro. Renuncié. Y es que yo sólo quería ser escritor.


            Y, bueno, acá estoy, al parecer todo me fue bien, a la semana siguiente, repartiendo solicitudes de empleo «sí, antes la cosa era así, llenar una solicitud, ir a una entrevista, comprar el periódico “vaya ironía, compraba el periódico donde me había, prácticamente corrido para buscar empleo”, ir a llevar la solicitud, tener una entrevista y esperar el llamado», al hacer todo esto cerca de la Universidad de Colima, pasé a mi adorada Falcom a refrescar el alma, el cuerpo, respirar un poquito de aire seguro, en mi espacio seguro, tranquilo y confiable, en eso estaba, sentado en las bacas de la cafetería que atendía hasta hace poquito doña Carmen, cuando el maestro Víctor Gil Castañeda salió de clases, me vio, fue a saludarme, se sentó junto a mí, creo que me invitó una Coca-cola «era eso o pagarla yo e irme caminando desde la Universidad de Colima campus central hasta Villa Izcalli», me preguntó cómo me iba en el trabajo y le conté mi peripecia, en eso, se le iluminó todo y me dijo que en la Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima se habían quedado sin editores y podrían tener una plaza para mí.


            En ese momento lo que más llevaba en mi mochila eran solicitudes, así que me dirigí allá, acompañado por Moy; por fortuna, Guille Araiza e Inés Sandoval me conocían porque frecuentemente publicaba mis cuentos en el suplemento Cartapacios, posteriormente AltaMar y, por aquella época, a quienes publicamos ahí, nos daban, en esa misma dirección universitaria, un boletito canjeable por un libro, de ahí me conocían ambas. Moy explicó grosso modo mi situación y yo me encargué del resto.


            Duré catorce o quince años laborando en la Dirección General de Publicaciones, editando libros, aprendiendo de maquetación y de todo lo que involucra el trabajo editorial que es un mundo aparte, apasionante a más no poder. Seguiría ahí, trabajando, a no ser por este bendito amor que le tengo a mi facultad, y a que Poly, Beatriz Paulina Rivera Cervantes, cuando era directora de la Falcom, me llamó para colaborar con ella en algo que, al momento, era ajeno a mí: Ser coordinador de carrera. Ahora entiendo que es jefe de carrera, pero en 2019 era ser coordinador de una carrera. Pronto le dije que sí, pero ella, sabiamente, me dijo que lo pensara el fin de semana. El lunes volví a decir que sí, mi trabajo sería suplir en las funciones a mi querida amiga y ahora directora Falcom Krishna Naranjo, ella dejaba la coordinación y entraba yo. Lo demás es historia con un poquito de histeria porque se vino el 2020 y han pasado muchas cosas, hasta este 2025, donde cumplo veinte años en la universidad y regreso al rock and roll académico siendo jefe de carrera ahora de periodismo y periodismo digital.


            Sigo editando, claro que sí, eso nunca lo dejaré de hacer, corrijo tesis, trabajos, mis propios textos, los de mis amigos y amigas escritores, soy dictaminador de obras literarias, poesía, cuento y novela, he sido jurando en ene cantidad de concursos de lectura, escritura, fomento y difusión de la cultura y todo esto empezó con un objetivo, uno simple y sencillo: yo sólo quería y quiero todavía, ser escritor, escritor-lector…    

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