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Mitos, verdades e infundios sobre la guerra de independencia (Segunda parte)

Por Abelardo Ahumada

MITOS, VERDADES E INFUNDIOS SOBRE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA


Segunda parte

SIN NOTICIAS DE LA GUERRA. –


Algún día de marzo o abril de 2008 los integrantes de la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas recibimos la convocatoria oficial para participar en el XXXI Congreso Nacional que dicha asociación cultural habría de realizar en las ciudades de Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal de las Casas y Chiapa de Corzo, Chiapas.


La convocatoria llevaba implícito el cumplimiento de un acuerdo tomado por la Asamblea General celebrada un año antes, y que consistía en que, ya estando muy próximo el año en que se cumplirían 200 del Inicio de la Guerra de Independencia y los 100 del Inicio de la Revolución, sería útil que todos los participantes, procedentes de muchos rincones de todos los estados de nuestro gran país, pusiéramos por escrito un poco siquiera de lo que durante 1810 y 1910 había ocurrido en nuestras respectivas localidades o regiones relacionado con ambas gestas históricas.


Para sorpresa de los organizadores y de muchos de los participantes, los trabajos que se presentaron con relación a la Guerra de Independencia sólo fueron 24 o 25, realmente muy pocos si tomamos en cuenta la numerosa membresía de la asociación nacional. Mientras que para el tema de la Revolución fueron prácticamente el doble de las ponencias presentadas.


Yo, que llevé a dicho congreso un escrito inédito que titulé “La desconocida participación de Colima en la Guerra de Independencia”, me quedé realmente intrigado por tan escasa participación en aquel tema, y como me tocó presentar mi ponencia en la primera mesa de trabajo, estuve atentísimo a las presentaciones que todos los demás colegas hicieron de los suyos, encontrando incidentalmente en una de las exposiciones la posible explicación de aquel hecho:


Era la mañana del 17 de julio del año mencionado, estábamos sesionando en uno de los amplios salones de un flamante y moderno espacio cultural ubicado muy cerca del centro de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, cuando le tocó el turno de hablar a nuestro hoy ya desaparecido colega, Alberto Muñoa López, cronista de Chiapa de Corzo. Él empezó a decir lo que varios de nosotros interpretamos como generalidades del inicio de aquel movimiento armado, hablando de las acciones de Hidalgo, Allende, Morelos, etc., cuando nuestro también colega, Antonio Magaña Tejeda, cronista de Cuauhtémoc, Col., levantó la mano para pedirle permiso de hablar y le dijo:


“Oye, compañero, nuestro acuerdo fue que todos los que hoy habríamos de participar tendríamos que decir qué fue lo que sucedió en cada una de nuestras regiones con motivo del inicio de la Guerra de Independencia y tú no nos has dicho nada de lo que sucedió en tu tierra y sólo estás hablando de lo que pasó en Michoacán, Guanajuato y Jalisco”.


Un tanto apenado Alberto, explicó: “Es que nosotros no podemos decir nada de lo que pasó en Chiapas durante los once años que duró en otras partes la lucha por la Independencia, porque lo que hoy es nuestra entidad estaba incomunicada por tierra con la capital de la Nueva España, y con el resto de las demás provincias e intendencias, acá no llegó ni un eco de aquella guerra, y sólo se sumó Chiapas al nuevo país hasta el mes de agosto de 1824”. Habiendo ocurrido una situación similar con las provincias de Guatemala, San Salvador, Nicaragua y Costa Rica.


Dos o tres años después tuve por primera ocasión en mis manos seis gruesos tomos que el muy paciente y meticuloso investigador hidrocálido, Juan Evaristo Hernández y Dávalos, logró reunir bajo el título genérico original: “Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1808 a 1821”, que después de casi 30 años de estarlos recopilando, finalmente publicó en 1877.


Esa vez, al haber iniciado la lectura del Tomo I, me encontré con un bando publicado en la Villa de San Felipe Chihuahua el 21 de abril de 1811, mediante el que el general brigadier Nemesio Salcedo y Salcedo, Comandante y General en Gefe (sic) de las Provincias Internas del Reyno de Nueva España, anunciaba a los vecinos de la localidad, y a los habitantes de esa vasta región, de la próxima llegada de un grupo del ejército bajo su órdenes, cuya misión consistía en llevar a esa ciudad a los más importantes caudillos del movimiento insurgente iniciado siete meses atrás en el pueblo de Dolores, de la Intendencia de Guanajuato y del Obispado de Michoacán, a quienes se les había trasladado hasta allá, para que pudieran ser enjuiciados sin demasiados problemas, en la medida de que en las mencionadas Provincias Internas ni los conocían, ni tenían simpatizantes, porque según él (Salcedo), Dios había “mirado con ojos de predilección a dichas provincias, no sólo preservándolas de tantos males [que habían provocado Hidalgo y sus gentes], sino distinguiéndolas con la gloria de haber encadenado a esos monstruos”.


Bando por el que llegué a entender que, así como sucedió con Chiapas, y con las provincias que actualmente son países centroamericanos, los ecos del movimiento armado de Dolores tampoco habían llegado a las referidas “Provincias Internas”, y que no eran otras más que las Californias, el Reino de León, Coahuila, Nuevo Santander (Tamaulipas), Nueva Vizcaya (Durango y parte del actual Chihuahua), Nuevo México y Nueva Extremadura (parte de Coahuila), aunque sí tuvieron unos cuantos rebotes en las de Sinaloa, Sonora y Texas.


Por otra parte, al terminar una revisión somera de los índices de los seis tomos, caí en la cuenta de que la inmensa mayoría de los documentos de los primeros tenían que ver con los actuales estados de Michoacán, Jalisco, Guanajuato y Colima, por lo que muy bien se pudiera asegurar, como ya sospechaba, que al menos durante los primeros meses del conflicto la guerra se verificó en el Occidente de la Nueva España, aunque con posterioridad el escenario de la guerra se trasladó hacia el sur de la capital, destacadamente en lo que hoy es el estado de Guerrero, sin dejar de considerar que hubo otras acciones más en diferentes regiones del país.


Y, encaminado sobre esta otra pista, otro detalle notorio fue que, si bien los primeros líderes de la insurgencia se trasladaron con una parte de su ejército hasta el puesto de Acatita de Baján, muy cerca del pueblo de Monclova, en el desierto de Coahuila, ya no iban en plan de combatientes, sino llevando consigo un dineral (alguien habla de más de 50 burros cargados con monedas de oro y plata) que habían “recogido” en Guadalajara, Zacatecas, Saltillo y otras poblaciones menores, con la mira, justificación o vil pretexto de irse hasta los Estados Unidos para comprar armas, solicitar el apoyo del gobierno de aquel país y volver al que querían liberar mejor pertrechados. Todo eso aparte de que sólo pudieron llegar hasta ahí, porque fue en ese sitio en donde, valiéndose de una ingeniosa estratagema, unos supuestos traidores los hicieron presos.


Habiendo sido ese episodio, tal vez, el motivo por el cual la revolución iniciada en Dolores no cundió más al norte del gigantesco y desolado territorio de las provincias mencionadas. Con excepción tal vez, de Texas, en donde por otras causas, sus habitantes y unos avecindados anglosajones a los pocos años promovieron su independencia respecto de México.



EL FRENESÍ DE LOS PRIMEROS DÍAS. –


En esa misma línea de cosas, si nos fijamos con mayor atención en el contenido de las dos primeras declaraciones que el padre Hidalgo pronunció ante el juez que estaba revisando su caso en Chihuahua, tendremos posibilidad de notar que hay en ellas otros interesantes e importantes datos que contradicen la historia que al menos desde 1921, año en que se fundó la SEP, oficialmente nos han hecho creer: el primero, como ya vimos en el capítulo anterior, que Hidalgo NO SE CONSIDERABA SER EL INICIADOR DEL MOVIMIENTO, sino que reconocía como tal al capitán Ignacio Allende; el segundo, que tampoco Hidalgo participó activamente en la conspiración de Querétaro; el tercero, que sólo se sumó al movimiento en los primeros días de septiembre. Aunque al hacerlo obró ya con total decisión.


Lo que no queda claro en ese mismo contexto es ¿por qué Allende aceptó que el cura de Dolores fuera, o apareciera como líder del movimiento, y luego como capitán general, y más tarde como “generalísimo”, si Hidalgo era cura y Allende no sólo era “el motor” del levantamiento, sino el militar de más alto rango que estaba participando en la lucha?


Me he detenido bastante para tratar de entender este asunto, y la única conclusión a la que he podido llegar es que Allende no era muy hábil para hablar en público, carecía de la elocuencia del cura para convencer y no era, tampoco, ni tan famoso ni tan conocido como sí lo era don Miguel, ni tenía, por último, las relaciones que aquél tenía en abundancia, por lo que le resultaba más que conveniente tenerlo a su lado y al frente del movimiento, conservando él la secreta intención de manejarlo ya en corto. Aunque, a la postre, el tiro le salió por la culata porque si algo tenía el ex rector del Colegio de San Nicolás eran pensamientos propios, una inteligencia libre y un ánimo independiente. De tal manera que no tardó mucho para que, entusiasmado por el curso que fueron tomando los acontecimientos, Hidalgo empezara a tomar decisiones por cuenta propia, se le opusiera incluso a Allende en asuntos de corte militar y terminara por imponérsele delante del grueso del ejército.

Más adelante expondré otros indicios para fundamentar esto que digo, pero por lo pronto los invito a que desglosemos junto el siguiente párrafo que corresponde a la “Segunda Declaración” que el padre Hidalgo dio en Chihuahua la tarde del 7 de mayo de 1811:


“[El reo] dijo que antes de dar el grito no pasó nada más de lo que tiene declarado, y que su inclinación a la independencia fue lo que lo obligó a decidirse con tanta ligereza, o llámese frenesí; [y] que la precipitación del suceso de Querétaro no les dio lugar a tomar las medidas que pudieran convenir a su intento, y que después ya no las consideraron necesarias, mediante la facilidad con que los pueblos los seguían, [por lo que] así no tuvieron más que enviar comisionados por todas partes, los cuales hacían prosélitos a militares por donde quiera que iban”.[1]


Uniendo este párrafo a otros que cité en la colaboración anterior me queda claro que a Hidalgo, como gran lector y agudo argumentador que era en varias materias, le gustaba teorizar sobre el asunto de la independencia, estaba persuadido de que la Nueva España no debía seguir enviando plata, oro y otros productos a la Madre Patria, mientras que ésta continuara bajo el yugo a que la sometió Napoleón Bonaparte, pero no pasaba de ahí, sino que, como bien dijo, se quedaba al nivel del discurso, como tantos de los que hemos intentado componer o cambiar el mundo en charlas alrededor de unas tazas de café o de algunas botellas de vino.



CRECE LA RIVALIDAD Y SE AHONDA LA DIVISIÓN. –


Volviendo al tema de la rivalidad que se fue manifestando entre ambos líderes, resulta que, habiendo quedado muy perturbado el cura por la matanza que la furiosa “plebe” que lo seguía perpetró en la Alhóndiga de Granaditas, al aproximarse a la ciudad México y sostener la también muy agria batalla del Cerro de las Cruces, hay versiones de que Hidalgo se negó a dar su autorización para entrar en ella porque tuvo el fundado temor de que, si lo hacía, su indisciplinado ejército podría provocar una matanza aún mayor. Provocando con ello el enojo de Allende y otros militares de carrera, quienes argumentaban que, si lo hubieran hecho, nada o muy poco les hubiera costado vencer a la guarnición que protegía la ciudad, y su triunfo habría sido tan grande que ya no habrían que tenido que pelear muchísimo más.


A partir de ese momento, y aunque los jefes procuraron mantener la formalidad y ocultar sus desavenencias, lo cierto es que el ejército insurgente se dividió y una de las partes siguió al capitán Allende hasta Guanajuato y otra a Hidalgo hasta Valladolid (hoy Morelia).


En abundancia de lo anterior sabemos también que, cuando ya una y otra fracciones estaban tratando de reponerse de la derrota que les había infligido en Aculco (pueblo del actual Estado de México) el general brigadier realista Félix María Calleja, don José Antonio “El Amo” Torres venció primero a los realistas de Guadalajara en la feroz batalla de Zacoalco, y entró después en ella por el Camino Real de Colima, y en son de triunfo, sin disparar una sola bala. Sentado inmediatamente su cuartel general.


Esa misma noche dictó una carta que envió al padre Hidalgo hasta Valladolid (con copia para el capitán Allende a su cuartel de Guanajuato), y que en esencia dice lo siguiente:


“A las nueve de la mañana de este día (11 de noviembre de 1810) he hecho mi entrada en esta Capital de Guadalajara en paz, pues (…) desde el día seis del corriente (… el Ayuntamiento me mandó) parlamentarla al pueblo de Santa Ana. Los Europeos que tenían en movimiento esta gran ciudad se han profugado (sic) y llevado muchos caudales así suyos como ajenos, tocante a Reales Rentas; pero ya he dado comisión para que los sigan, y creo que no escaparán.


Estoy arreglando este Gobierno como mejor hallo… hasta que V. E. me mande sus órdenes, o… pase a tomar posesión de la Corte de este Reino sujeta ya a su Gobierno.


Pongo á V. E. igualmente en su noticia que el día citado (en realidad fue el día 8) se habrá tomado á la Villa de Colima por un hijo mío, D. José Antonio Torres, en compañía del Capitán D. Rafael Arteaga según se me ha asegurado, aunque nada sé de oficio. Por si no hubiere llegado á manos de V. E. mi oficio en que le comunico haber ganado una batalla a (los españoles de) Guadalajara en el pueblo de Zacoalco, en donde murieron doscientos sesenta y seis, y entre ellos cien Europeos, y los demás Criollos á quienes forzadamente sacaron a lidiar, lo participo á V. E. para su inteligencia y gobierno…”



LA MUY AIRADA REACCIÓN DE ALLENDE Y LO QUE SE VIO VENIR. –


Al recibir esa misiva, Allende se hallaba ocupado en preparar la defensa de la famosa ciudad minera ante un previsible ataque de Calleja y no sólo reprobó la invitación del Amo Torres y la partida de Hidalgo, sino que el 19 y el 20 de ese mismo mes, le envió dos terribles cartas a éste, en las que le decía que mejor debería unirse con él para defender Guanajuato, recuperar Querétaro y atacar nuevamente a México, antes de ver por su seguridad e irse a guarecerse a Guadalajara.


Los términos en que las redactó eran durísimos, y como una muestra de lo que afirmo, ya para terminar la segunda, Allende escribió:


“(…) si como sospecho, Vd. trata sólo de su seguridad y burlarse de mí, juro a Vd. por quien soy que me separaré de todo, más no de la justa venganza personal”.[2]


El ya entonces generalísimo Hidalgo, pese a que la carta contenía términos tan amenazantes, tampoco le hizo caso esa ocasión y siguió su camino hacia La Perla Tapatía. Llegando el 24 llegó hasta la hacienda de Atequiza, donde “le esperaban veintidós coches con las primeras autoridades, que salieron a recibirle hasta aquel punto”.[3] Y dos días después hizo su entrada triunfal a Guadalajara, en donde, desde su perspectiva, instaló el primer gobierno de la América Septentrional.


Continuará.


Pies de foto. –


1.- Él fue don Juan Evaristo Hernández y Dávalos, quien logró reunir la más grande “Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1808 a 1821”.


2.- Don José Antonio Torres derrotó a los realistas de Guadalajara el 4 de noviembre en Zacoalco. Su hijo del mismo nombre tomó Colima el 8, y tres días después “El Amo” hizo su entrada triunfal a Guadalajara.


3.- Hidalgo y Allende se enemistaron feamente desde antes de que se cumplieran dos meses de haber iniciado el movimiento juntos.


4.- Hidalgo hizo su entrada triunfal en Guadalajara el día 26 de ese mismo mes, ya con el tratamiento de “Alteza Serenísima”.


[1] Ibíd., p. 303. [2] Zárate, op. cit., T. V, p. 154-155, 162-163, en donde aparecen las cartas completas. [3] Rivera y Sanromán, Agustín El Joven Teólogo Miguel Hidalgo y Costilla, Anales de su vida y de su revolución de Independencia, Universidad Michoacana, México, 1987, p. 127.

[2] Zárate, op. cit., T. V, p. 154-155, 162-163, en donde aparecen las cartas completas.

[3] Rivera y Sanromán, Agustín El Joven Teólogo Miguel Hidalgo y Costilla, Anales de su vida y de su revolución de Independencia, Universidad Michoacana, México, 1987, p. 127.

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