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Sismos, pestes y vendavales en Colima y sus alrededores (Décima parte)

Por Abelardo Ahumada.

Sismos, pestes y vendavales en Colima y sus alrededores


Décima parte


CONDICIONES PRE-REVOLUCIONARIAS. –


En el capítulo anterior les dije que fue hasta el 12 de diciembre de 1908 cuando la gente en Colima dejó de trasladarse casi exclusivamente a pie o en bestia, porque ese preciso día se inauguró la vía ancha del ferrocarril que conectaba a Colima con Guadalajara.


Hasta esa fecha el único medio de comunicación más o menos expedito con que contaban Colima y Manzanillo para contactarse con Guadalajara y con el resto del país, era el hilo telegráfico inaugurado 40 años antes. Y a nuestros bisabuelos les había sido relativamente más fácil viajar, por ejemplo, desde Manzanillo hasta Panamá o San Francisco por mar, que por tierra hasta la ciudad de México, porque gran parte de este viaje se tenía que realizar a pie o en lomo de bestia por lo que había sido el Camino Real.


En el aspecto socio económico las clases sociales estaban muy claramente distinguidas, predominando las bajas, mientras que la clase alta la constituían unas cuantas familias emparentadas entre sí, y eran dueñas de las más grandes haciendas y almacenes de la entidad, e igual se iban repartiendo o intercalando en los puestos de gobierno. Todo ello con el consentimiento e incluso el amparo de don Porfirio Díaz, de quien se replicaban en la entidad las mismas prácticas reeleccionistas que desde casi 30 años atrás él había impuesto a la figura presidencial.


Y eso sin mencionar que nuestros paisanos de entonces tenían, tácitamente prohibido, hablar mal del gobierno. Y más si lo que se dijera o hiciera fuese con el plan de no acatar los dictámenes del presidente Díaz a nivel nacional, o los lineamientos de cada gobernador en turno. Siendo muy de notar que los pocos que se atrevían a exponer ideas contrarias al respecto, se exponían a caer en la cárcel o a ser inscritos en la lista negra de los enemigos del régimen.


Aparte de lo anterior, se sabe que muchos de los miembros de las clases acomodadas exigían de sus peones o sirvientes el tratamiento de amos, y que, aun cuando algunos asumían ante sus sirvientes y trabajadores una especie de actitud patriarcal, similar a la que don Porfirio asumía respecto a sus gobernados, había otros que franca y sencillamente los explotaban.


Siendo esas las condiciones, pues, en que se debatía la mayoría de los trabajadores colimotes.



LOS ALBORES DE LA REBELIÓN. –


Y sí ésos fueron algunos antecedentes de carácter económico-social, no podemos soslayar los de carácter político:


En ese sentido cabe mencionar que durante el muy largo periodo porfirista sólo habían gobernado en Colima tres individuos, que se reeligieron tantas veces como les fue posible hacerlo.


Otro dato es que, siendo ellos y los miembros de otras familias emparentadas los que detentaban también el poder económico, la clase política tal cual estaba conformada, casi en su mayoría, por hombres de mayor edad, cuya presencia y acciones impedían que los jóvenes accedieran al poder y había, en consecuencia, varios treintañeros, cuarentones y cincuentones que estaban frustrados por no poder ser lo que ambicionaban.


Pero como quiera que todo haya sido, a mediados de diciembre de 1909 se tuvo noticia de que el candidato Francisco I. Madero no tardaría en llegar a Colima para presentar también allí su libro “La Sucesión presidencial de 1910”, en el que manejaba el famoso lema que el propio Díaz había usado treinta años atrás: “Sufragio efectivo, no reelección”.


“El Chaparrito” llegó a Colima en el tren el 27 de diciembre de 1909, intentó pronunciar un discurso durante la mañana del día 28 (¡Día de los Santos Inocentes, para acabarla de amolar!), pero no lo dejaron las autoridades locales. Y el único y mediano éxito que tuvo en Colima fue que hasta donde estaba hospedado acudieron unos pocos colimenses a saludarlo. Entre ellos un joven policía colimote llamado Eugenio Aviña. El que ya en 1910 habría de tomar las armas para iniciar el movimiento aquí.


Las elecciones de julio de 1910 año fueron totalmente amañadas para que Díaz y sus candidatos volvieran a ganar. Pero para ese tiempo los colimotes inconformes ya eran muchos más, y en abril del año inmediato, cuando supieron que Porfirio Díaz finalmente dobló las manos y emitió un documento oficial en el que prohibía que se reeligieran los gobernadores, brincaron de gusto y se dispusieron a tener el suyo para gobernador. Sólo que, para esas mismas fechas, dando seguimiento al famoso Plan de San Luis, los maderistas locales ya se estaban organizando para, en unión con otros de los municipios vecinos de Michoacán, iniciar la rebelión armada.



Así las cosas, cuando en Colima se supo por el telégrafo que la primera tropa revolucionaria encabezada por Francisco I. Madero, Pascual Orozco, Francisco Villa y otros líderes que simpatizaban con la causa habían logrado tomar Ciudad Juárez el 10 de mayo, y que los zapatistas habían iniciado el 14 “el sitio de Cuautla”, los maderistas de Colima, encabezados por el comandante Eugenio Aviña, tomaron sus armas y sus cabalgaduras y se fueron por el camino de Tepames y Estapilla con la intención de encontrarse con sus compañeros michoacanos del otro lado del río Coahuayana, en los terrenos del rancho de San Vicente y la hacienda de Chacalapa, donde formaron “El Michoacano”, un batallón que durante los meses posteriores daría mucho de qué hablar.


Los demás líderes del movimiento reconocieron la capacidad de Aviña y le dieron el rango de general. Y la primera decisión que tomaron fue la de encaminarse todos de regreso a Colima, para, valga la redundancia, “tomar la plaza” a sangre y fuego si fuera necesario hacerlo.


Para fortuna de todos el gobernador De la Madrid, sabiendo tal vez que Díaz estaba disponiéndose a negociar con los revolucionarios, o incluso para renunciar, consideró que no era necesario seguir aferrándose al poder y les entregó pacíficamente su renuncia el día 18 de mayo.


Hasta ese momento “la revolución” no había provocado sangre ni muerte en Colima, pero después sí lo hizo; como cuando en abril también, pero de 1913, el gobierno estatal masacró a un grupo de alzados en las riberas del Río Grande, junto a Juluapan, y terminó fusilando a otros (que ese mismo día capturó) junto al panteón de Villa de Álvarez, llegando al extremo de colgar sus cuerpos del kiosco de Colima para escarmiento de sus compañeros y como advertencia de lo que les podría suceder a quienes quisieran asumir similares conductas.


Hubo otros capítulos sangrientos, pero el más notorio y terrible de todos ocurrió el domingo 17 de julio de 1914, cuando tras de haber entrado el ejército obregonista al centro de la ciudad de Colima, en la estación del ferrocarril se produjo un desigual combate contra los exfuncionarios huertistas del gobierno estatal, y cuando, cosa de una hora después, los mismos obregonistas fusilaron a ciento y pico de soldados, también huertistas, que se habían rendido sin combatir en las instalaciones de hacienda de La Albarradita.


No sobra indicar que todo ese tiempo los generales gobiernistas utilizaran el tristemente famoso método de “la leva” para aumentar el número de sus combatientes, llevándose a la fuerza a un buen número de muchachos para enseñarlos a pelear, y de los que no hay registro de cuántos pudieron volver y cuántos no. Tiempo también propicio para que se levantaran en armas algunos grupos de guerrilleros revolucionarios, y otros de descarados bandidos que se hacían pasar como tales, pero en el que, como rebote de todas esas acciones, la agricultura y la ganadería sufrieron un colapso y casi se paralizaron en todo el estado. Por lo que el comercio languideció también, la obra pública se suspendió, los productos de primera necesidad se encarecieron “hasta las nubes” y decenas de familias decidieron emigrar hacia Guadalajara y otros lugares considerados más seguros. Siendo hasta mediados de 1917 cuando, una vez promulgada la Constitución y detenidos ya los combates, poco a poco en Colima se fue recobrando la perdida normalidad.



“LA INFLUENZA ESPAÑOLA”. –


Pero el respiro de tranquilidad que tuvieron nuestros abuelos fue bastante corto, pues habiendo transcurrido la última parte de la Revolución Mexicana a la par de la Primera Guerra Mundial, sucedió que casi cuando estaba por terminar ésta en Europa, dio inicio una pandemia mundial que fue más terrífica y mortal que la propia guerra. Pandemia a la que históricamente se conoce como “La Influenza Española”. Y que según ahora se sabe, estuvo vinculada con la gripe “provocada por un virus tipo A, del subtipo H1N1”, y que cuando se presentó, halló al mundo totalmente desprevenido, infectando “a un tercio de la población” y llegando a provocar “más de 40 millones de muertos”. Aunque hay opiniones de que pudieron ser muchos más, en la medida de que hubo países muy pobres y subdesarrollados en los que nunca llevaron registros del número de muertes que se suscitaron en sus territorios.


Por las noticias que se recogieron después se supo que la pandemia pudo haber iniciado “en Francia en 1916 o en China en 1917”, con un número de casos no muy crecido; y que su primera presencia masiva parece haberse dado en marzo de 1918, atacando a un grupo de soldados estadounidenses que acababa de regresar de Europa, y que se hallaban estacionados en “la base militar de Fort Riley”, Kansas.


Varios de los gobiernos de algunos países que se hallaban en crisis a causa de la guerra se negaron a difundir la nota de que entre su gente estaba pegando también la influenza, pero en España, cuyo gobierno se había conservado neutral en la guerra, no se negó ni ocultó nada. Por lo que habiendo sido los periódicos españoles los primeros en reportar la presencia de la pandemia en sus poblaciones, se creyó equívocamente que había iniciado allí.


El hecho, sin embargo, fue que, haya iniciado donde haya iniciado, al promediar 1918 se presentó también en México, y a nuestra región cundió hacia finales de noviembre, empezando a cobrar sus primeras víctimas en diciembre.


En un artículo de la revista “National Geographic” dice que “la cepa mataba a sus víctimas con una rapidez sin precedentes”; que en los Estados Unidos, “abundaban las informaciones sobre gente que se levantaba de la cama enferma y moría de camino al trabajo”. Y que los síntomas que manifestaban las personas más graves “eran espantosos: los pacientes desarrollaban fiebre e insuficiencia respiratoria; la falta de oxígeno causaba un tono azulado en el rostro; las hemorragias encharcaban de sangre los pulmones y provocaban vómitos y sangrado nasal, de modo que los enfermos se ahogaban con sus propios fluidos”.


Yo no conozco ni un solo reporte médico mexicano y menos colimote, pero en una publicación muy escueta que se encontró mi compañero y amigo, cronista de Quesería, Colima, ingeniero Arturo Navarro Íñiguez, en un periódico de 1919, dice que sólo “en la ciudad de Colima” fallecieron, entre el 15 y el 31 de diciembre de ese año, 67 personas; y que entre enero y marzo enero y marzo de 1919, fallecieron otras 41. Siendo los “síntomas principales: catarro, fiebre y si se presentaba hemorragia nasal, difícilmente sanaban”. Señalando además que dicha “pandemia causó estragos en pueblos y rancherías de la región debido a la carencia de recursos sanitarios para combatirla”.


Por su parte, don Virginio García Cisneros, un exseminarista nacido en Apulco, Jalisco, en 1899, y radicado en Colima desde 1913, al haber sido testigo de la epidemia a nivel local, en un artículo que publicó en el periódico “Ecos de la Costa”, dirigido entonces por el profesor Gregorio Macedo, anotó que aun cuando la gripe española “no provocó los estragos de la fiebre amarilla”, sí fue “una fiebre maligna” que generó “otra ola de terror” y cobró muchas víctimas. Habiéndose dado varios casos extraordinarios en los que todos los miembros de algunas familias fueron atacados “por el mal al mismo tiempo, sin poderse auxiliar unos a otros, o pedir auxilio a los vecinos”, dando como resultado que murieran todos.



Señaló asimismo que, “aunque casi nadie escapó” al contagio, hubo, se podría decir, tres tipos de pacientes: aquellos a los que les pegó como un simple y tolerable resfriado; otros a los que los puso graves pero no los mató, y otros que fallecieron en condiciones muy críticas: “Afortunadamente -escribió el también maestro del coro de Catedral- la enfermedad no atacó a todos con la misma virulencia”. Puesto que hubo muchísimos “casos benignos”. Y mencionó también que la primera señal que por lo regular tuvieron los pacientes de que “la enfermedad ya había entrado en su organismo” consistió en que “sentían de repente como un golpe en la espina dorsal, a la altura de la cintura”, seguido de una notable elevación de la temperatura y de una “hemorragia nasal que, si no se atendía con eficacia, era segura su muerte”.


Pero en los casos leves las diferencias fueron que la temperatura “nunca subió más de 38 grados, ni pasó de tres o cuatro días, nunca se perdió el apetito, y los enfermos comían como toda persona sana”. Aunque, en los casos intermedios, digamos, “al retirarse la enfermedad, el individuo había quedado como una piltrafa”, sin fuerzas, “al extremo de no poder caminar ni una cuadra sin verse obligado a sentarse”.


Y volviendo a comparar “la Influenza Española” con “la fiebre amarilla” a nivel local, dijo también: “En esta vez hubo más calma y más acierto en las autoridades. El cuerpo médico trabajó incansablemente y hubo brigadas de voluntarios que se dedicaron a trasladar a los enfermos graves a los hospitales y puestos de socorro […] Los casos benignos se trataron a base de limonadas calientes, y para combatir el microbio del medio ambiente, se ordenó no barrer las calles sin haber regado antes, para no levantar polvo, y ese riego era abundante en la mañana y por la tarde […] Se mandó también formar hogueras, en las cuales se echaban ramas verdes, principalmente sauz o eucalipto y azufre, para que hiciera bastante humo, y seguramente fue eficaz medida para combatir el microbio, porque la enfermedad empezó a ceder con rapidez”.


Continuará.


PIES DE FOTO. –

01.- En 1909 Madero se lanzó de candidato y el 27 de diciembre llegó a Colima sembrando alguna esperanza de cambio.


02.- En abril de 1913 llegó un momento en que la Revolución ensangrentó a Colima, y algunos generales se llevaron a muchos jóvenes en la famosa leva.


03.- Y durante la “influenza española” volvieron a aparecer los famosos “carretones de la muerte”.


04.- Miles de muertes hubo en todo el país. Nótese que un médico japonés inventó el cubrebocas ya en ese tiempo.

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