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Sismos, pestes y vendavales en Colima y sus alrededores (Sexta parte)

Por Abelardo Ahumada.

Sismos, pestes y vendavales en Colima y sus alrededores


Sexta parte


En honor y recuerdo a las víctimas del Huracán “Linda”, acaecido entre la noche del 26 al 27 de octubre de 1959, sobre todo en Manzanillo y Minatitlán, Colima.



LOS BARCOS DE LA MUERTE. –


Ya casi para finalizar el siglo XIX se propagó en las costas americanas del Pacífico una devastadora epidemia a la que, por la coloración que adquiría la piel de los contagiados, se le denominó “La Fiebre Amarilla”. Fiebre que en cuanto corresponde a Colima y sus alrededores tuvo, más allá de lo trágico, algunas características que sólo se pueden explicar como producto de la ignorancia que se tenía entonces acerca de las causas que la provocaron y sus posibles tratamientos.


Hablando sobre ese asunto, en 2004 escribí un largo reportaje histórico que lleva el título “Los barcos de la muerte”, y del que a continuación trataré de hacer un resumen suficiente para entender cómo fue que se enfrentaron nuestros bisabuelos a tan terrible epidemia y los estragos que ésta causó:


La epidemia que tuvo dos brotes sucesivos: el primero, en Manzanillo, durante los meses de julio y agosto de 1883; el segundo, más focalizado en Colima, durante la temporada lluviosa de 1884:


Respecto al tema en general, Manuel Sánchez Silva, “El Marqués”, nacido el 14 de noviembre de 1904, escribió:


“En 1882 llegó a Manzanillo, procedente de Panamá, una goleta conduciendo un macabro cargamento de muertos a consecuencia de la fiebre amarilla...


“Ese año de 1882 fue trágico [para Colima]. La epidemia hizo estragos en la población y lo sepultureros no alcanzaban a cavar las fosas necesarias. En unas cuantas semanas resultó insuficiente el antiguo panteón, que estaba en el solar ubicado en la terminación de la actual avenida Madero, calzada de por medio, y don Juan de Dios Brizuela, acaudalado dueño de [hacienda de] La Estancia, obsequió a la ciudad el potrero de Las Víboras para que fuera utilizado como cementerio”. (“Viñetas de Provincia”, Diario de Colima, 6 de octubre de 1967).


Complementariamente afirmó que, en el año referido, un tío suyo, hermano de su mamá, de nombre Gregorio Silva, jovencito de 18 años, que acababa de comenzar a trabajar como celador de la Aduana en Manzanillo, tuvo que visitar la embarcación para cumplir su deber “y se contagió de la terrible enfermedad”, muriendo a los pocos días. Hecho funesto que obligó al papá y a una de las hermanas de aquel muchacho, a viajar hasta manzanillo para a rescatar su cuerpo.



El señor sería el abuelo y la muchacha futura madre de El Marqués, por lo que puede uno deducir que fue de ellos de quienes escuchó los relatos con que construyó su propia versión de los hechos. Versión que sin embargo contiene algunos datos desacertados, porque, para empezar, el brote no fue en 1882, sino al año siguiente; y porque, para finalizar, expone la idea (que durante décadas compartieron muchos de nuestros ancestros) de que en el origen de todo hubo un barco cargado de muertos que, tras de haber atracado en el entonces pequeño puerto de Manzanillo, propició el contagio y terminó matando a un gran número de sus habitantes. Todo eso sin mencionar aún que el antiguo dueño de Diario de Colima mezcló en su memoria los dos brotes que realmente hubo, reduciéndolos sólo uno en 1882.


Un testigo más cercano a los hechos fue el doctor Miguel Galindo Velasco, quien coincidentemente vio la primera luz en el vecino pueblo de Tonila, Jalisco, el 18 de julio de 1883, casi al mismo tiempo que inició en Manzanillo el primer brote al que nos referimos. Por lo que también él llegó a oír, de niño, algunos relatos más frescos que El Marqués, y que luego complementó para publicar su “Historia Pintoresca de Colima” en 1939. Libro en donde, exagerando los términos para llamar la atención de sus lectores, le achacó a una muy famosa cantante mexicana de ópera la culpa de haber sido la propagadora del mal en el puerto. Nos referimos a Ángela Peralta, la que junto con su troupé habría pasado por Manzanillo, viajando en un barco procedente de Panamá. Pero veamos qué dijo Galindo:


“¡La Peralta! ¿Quién no ha oído hablar de la Peralta, siempre que se trata de buenos cantantes? (...)


“Pues esa artista nacional, antes de partir para la gloria eterna, al pasar frente a las costas de Manzanillo, dejó sembrada en este puerto la terrible enfermedad de la fiebre amarilla, de la que ella misma sucumbió en Mazatlán”.


Frase terrible que luego matizó al tratar de explicar el hecho de referencia:


“Sucedió que en el barco en que viajaba la Peralta iba un enfermo de fiebre amarilla, enfermedad entonces desconocida en Manzanillo. Llegó el barco a este puerto, dejó al enfermo, y luego continuó con la Peralta y toda la compañía [de ópera y teatro que ella tenía] hacia el norte. Por desgracia aquel enfermo había contagiado ya a otras personas en el barco, y cuando éste llegó a Mazatlán, allí se deshizo la compañía, pues ya llegaron varios de sus miembros enfermos, y entre ellos la Peralta que sucumbió, como los otros”.


Más testimonios que tuve oportunidad de revisar dicen, sin embargo, que el barco aludido habría llegado a Manzanillo el 23 de septiembre de 1883, pero las muertes no comenzaron ese día sino en julio. ¿Qué fue entonces lo que realmente ocurrió y cómo fue que se presentó la hecatombe que asoló a nuestro puerto?


Indagando un poco por aquí y un poco por allá, nos encontramos con que Manzanillo no fue el único puerto que durante el verano de 1883 padeció la epidemia de fiebre amarilla, sino que el mismo estrago lo padecieron, en lo que a México toca, los puertos de San Blas, Guaymas, Mazatlán y La Paz, siendo reconocidos como los principales focos de infección Mazatlán, en México, y Panamá en Centroamérica; puertos que tocaron a su vez, no uno, sino varios de los barcos que entre julio y septiembre de ese año atracaron asimismo en Manzanillo. Barcos, por cierto, a los que inicialmente no se les relacionó con la epidemia, por el simple y sencillo motivo de que los médicos de aquella época (como lo dijo el Dr. Galindo) no tenían ni la más mínima idea de cómo se originaba la fiebre amarilla y la manera en que se extendía el contagio.



El historiador Moisés González Navarro dice, por ejemplo, que:


“Corría uno de los últimos días de aquel caluroso mes de julio, cuando arribó a Mazatlán un barco de vapor de la Pacific Mail Seteamship Company, que llegaba desde Panamá, con rumbo hacia San Francisco, sin que nadie pudiese sospechar que en su interior, o más concretamente en lasangre de alguno o algunos de sus viajeros, estuviese llegando un microscópico, pero mortal invasor”.


Podemos inferir que sólo un par de días antes, cuando ese mismo barco pasó por Manzanillo, algunos de sus marineros y pasajeros bajaron a tierra mientras se realizaban las consabidas maniobras de carga y descarga mediante lanchas frente al playón y, que, como solía suceder entre los marineros de antaño, algunos de ellos hayan ido por ahí a echarse unas copas o a disfrutar de unos momentos de particular retozo entre las alegradoras del puerto y, que, igual, sin apenas darse cuenta, a uno de esos marineros o pasajeros ya contagiados sin ellos saberlo, se aproximó con su peculiar zumbido alguno de los miles de zancudos que pululaban en el puerto merced a las insalubres condiciones que por ese tiempo prevalecían ahí, máxime ser el tiempo de lluvias.


Y que, una vez ocurrido aquel insignificante detalle, ese zancudito luego le picó a un nativo o vecino de Manzanillo, que se contagió también, iniciando con ello la cadena de transmisión de la enfermedad. Pero como los piquetes de los zancudos eran tan ordinariamente frecuentes y no se tenía la conciencia de que así era como se expandía la enfermedad, cuando el barco levó anclas y se marchó, nadie podía saber que varios de los marineros y los pasajeros que llevaba, ya iban más enfermos que cuando llegaron, y que en el puerto colimote se habían quedado también algunos paisanos inoculados por los mosquitos. Paisanos que, muy ajenos a cualquier otra preocupación, iban de un lado a otro mientras que cada que los molestos animalitos libaban su sangre se convertían en diminutos Drácula que transmitían tan terrible enfermedad.


El hecho fue que, según lo reportó el mencionado historiador, “la fiebre se dispersó rápidamente a los distritos de Rosario, Cosalá y Culiacán, en Sinaloa y en varias partes de Sonora”, provocando a la postre allá un total de 2,541 defunciones.


Concluyó julio, llegó agosto, transcurrió su primera semana y, procedentes de San Francisco, tocaron tierra en Mazatlán un pailebot con bandera mexicana llamado Santiago, y también con bandera mexicana, una goleta llamada Jacoba, para seguir después hacia el sur. Llegando el primero exactamente el día 7 a Manzanillo y la segunda el día 8. Todo sin que nadie en este puerto supiera que en esa misma semana se acababan de reportar en el sinaloense unas muertes que se suponía eran a causa de la malaria (variante del paludismo) y que ya se había declarado allá un brote epidémico de fiebre amarilla muy contagioso. (Tomo IV de la Historia Moderna de México, coordinada por Daniel Cossío Villegas, p. 110 y siguientes).


Y ése habría sido el inicio de la epidemia también en Manzanillo, en donde, desafortunadamente, para el 23 de septiembre ya habían muerto 80 personas y todavía en octubre se creía que se trataba de paludismo, y se intentaba curar a los enfermos con quinina (Periódico “El Estado de Colima”, del 12 de octubre de 1883).


No hay un registro exacto de las víctimas del caso, y algunas cifras se contraponen, pero se sabe que habiendo contado entonces con una población bastante menor a los dos mil habitantes, hacia el final del año ya habían muerto en Manzanillo alrededor de 147 personas; que sólo quedaban en el puerto 175 habitantes y que los restantes se habían ido de allí, con el afán de escapar de la enfermedad y la muerte.



LA APLICACIÓN PUNTUAL DEL MÉTODO CIENTÍFICO. –


Por otra parte, queriendo indagar sobre los motivos que pudieran ser causantes de la pavorosa enfermedad, las autoridades estatales de Colima decidieron nombrar una comisión sanitaria que se trasladara hacia el puerto con el propósito de practicar una investigación a fondo.


Por aquellos días, y de conformidad con el esquema positivista que terminaría por imponerse a lo largo del Porfiriato, se pensó en hacer una investigación que siguiera puntualmente todos los pasos del método científico, y para ello algunos facultativos de la entidad y un ingeniero estadounidense que hacía en Manzanillo las veces de cónsul, fueron considerados como los elementos más indicados para realizar la investigación: así que, una vez que se reunieron, y desde que iban viajando por (o junto a) la laguna de Cuyutlán empezaron a advertir un feo olor que procedía de “las miasmas pútridas” o materias en descomposición que se veían en los lodos que se acumulaban en algunas de sus orillas, y comenzaron a establecer su primera hipótesis. Luego, cuando arribaron al puerto y notaron que por las tardes les llegaba un olor similar, confirmaron su observación, pero al detectar la orientación del viento, dedujeron que aquel olor procedía de las aguas lodosas y estancadas de la laguna de San Pedrito, y hacia allá se fueron en la mañana siguiente para levantar las muestras que pudiesen o no permitirles comprobar su hipótesis.


Ya con las muestras en su poder, las dejaron reposar un tiempo suficiente y los improvisados científicos notaron que, según eso, el olor que manaba de ellas podría ser “hidrógeno sulfurado […] un gas venenoso de pestilente olor y con efectos mortíferos […] el cual es instantáneamente mortal cuando se aspira en su estado puro”.


Y como aquel olor llegaba todas las tardes a Manzanillo, supusieron que quienes enfermaban eran organismos incapaces de soportar la aspiración del gas, y que los que seguían viviendo eran organismos más aptos para resistirlo.


La respuesta les pareció apropiada y llegaron a la conclusión de que ésa era la causa de tan terrible mal, según lo llegó a dar a entender el Cónsul Estadounidense de apellido Malho, en una carta informativa que envió a su gobierno el 15 de marzo de 1884.



LA EPIDEMIA CUNDIÓ TIERRA ADENTRO. –


En septiembre de 1883, tres o cuatro meses antes de que se llevara a cabo dicha investigación, y cuando hasta los médicos colimenses ignoraban que la causa del contagio eran los malhadados piquetes de mosquitos, en la capital del estado empezaron a presentarse algunos enfermos y luego muertos que procedían de Manzanillo, o familiares y vecinos suyos, a los que fue necesario darles cristiana sepultura. Pero al iniciar octubre se presentó una perturbación ciclónica y comenzó a llover demasiado. Por lo que, el día 10, un antiguo arroyo que solía fluir entre los sabinos que después dieron pie a la construcción de la Calzada Galván, creció endemoniadamente y, al ser desviado de su cauce tal vez por la caída de uno de aquellos grandes árboles, la creciente se encaminó derechito hacia la barda norte del Cementerio Municipal, que por entonces estaba poco más o menos en el punto donde hoy se cruzan la avenida Madero y la ya mencionada Calzada Galván, como yendo hacia el potrero de El Moralete.


El golpe fuerte y continuado de aquella corriente sobre la barda hizo que una parte de ésta se derrumbara y que las aguas embravecidas atravesaran el panteón sacando los huesos de los muertos viejos y hasta las vísceras de los recientes, provocando una escena dantesca.


Varios de los cadáveres “más frescos” habían ido a parar allí precisamente a causa de la devastadora enfermedad fiebre, y como los vientos dominantes empezaron a llevar los malos olores a las primeras manzanas de la ciudad, los vecinos empezaron a temer la expansión del contagio y las autoridades le urgieron a la comisión sanitaria que buscara otro terreno, relativamente lejos de la población y desde donde no le pegaran los vientos dominantes para fundar un nuevo cementerio.


Pero la pesadilla que representó para Colima la fiebre amarilla aún no terminaba. Sólo que de eso ya les comentaré después.


PIES DE FOTOS. –


1.- En julio de 1883 varios manzanillenses comenzaron a morir sin causa aparente.


2.- Los médicos creían que eran casos de paludismo y trataban de curar a los enfermos con quinina.


3.- Para el 23 de septiembre ya sumaban más de 80 muertos en el pequeño puerto.


4.- El 10 de octubre una gran tormenta provocó la creciente de un arroyo que corría sobre la actual calzada Galván y derrumbó la barda del cementerio de El Moralete.


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