Una noche de abril en la casa más bonita de la Ciudad de México

Por Juan Antonio Sánchez

La noche se asomaba en las postrimerías de la casa más bonita en la Ciudad de México, la “Capilla Alfonsina”, su director, el Dr. Javier Garciadiego, acompañado del Embajador de Guatemala en México Excmo. Sr Edgar Armando Gutiérrez, el Dr. Alberto Enríquez Perea y la audiencia ahí presente, disfrutaban, entre leves cuchicheos, de las miles de anécdotas que han creado esa atmósfera única, donde los libros te hablan, los cuadros te miran y sonríen… en ese santuario o capilla, “un verdadero templo del saber”, como bien lo describiría Enrique Díez-Canedo, escritor español y amigo de Reyes.

La sala atiborrada de libros, pinturas, bocetos, litografías, historias, encuentros, secretos… es una verdadera terapia para fortalecer las cervicales, pues mientras los asistentes esperaban la razón por la cual —como si hiciera falta una razón para ir a abrazar a Don Alfonso— diera inicio, su cabeza no deja de girar como un satélite dentro de ese universo llamado la Capilla Alfonsina, parecía que tenían la esperanza de encontrar a Don Alfonso Reyes escondido en algún rinconcito o detrás de algún librero.

El 2 abril, mientras Trump lanzaba su guerra arancelaria contra el mundo, los que estamos esa noche ahí presentes nos preparábamos para disfrutar, ajenos del mundo y sus vicisitudes del conversatorio “La inteligencia guatemalteca y su relación con Alfonso Reyes”, impartida por el Dr. Alberto Enríquez Perea (Premio Alfonso Reyes 2024), que organizó el INBAL, a través de la CNL y la Dirección de Asuntos Internacionales, en colaboración con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Guatemala.

El texto que el Dr. Enríquez Perea leyera parecía arrancado del secreto diario tomo VIII del mismísimo Alfonso Reyes, si es que Reyes hubiera dejado un tomo VIII de sus diarios. La peregrinación por la que nos llevó con su lectura a los devotos de Don Alfonso nos hizo conocer los pasajes sagrados de la estrecha relación epistolar que a lo largo de su vida mantuvo con Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón, destacados poetas y escritores guatemaltecos.

Leer las dedicatorias, cartas y postales que Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón le escribieron al mejor diplomático mexicano, en la misma casa que él y su esposa ocuparan hasta su muerte, hizo que esa noche se convirtiera para los ahí presentes en una anécdota… porque, como exquisitamente lo dijo el maestro de maestros… “Hay que interesarse por las anécdotas. Lo menos que hacen es divertirnos. Nos ayudan a vivir, a olvidar por unos instantes: ¿hay mayor piedad? Hay que interesarse por los recuerdos, harina que da nuestro molino”.

La noche del 2 abril, al menos para los ahí presentes, será sin duda una anécdota que se podrá contar —gracias al íntimo texto Dr. Alberto Enríquez— como si cada uno hubiera recibido una invitación personal del mismísimo Alfonso Reyes a visitarlo y conocer lo que él describiría como… “Estas son las líneas que escribo en mi casa, hecha con el esfuerzo de toda mi vida, para dar asilo conveniente a mis libros… ya está aquí el salón especial para recibirlos, de dos pisos con mezanine. Arriba en un volado, estará mi escritorio. Tengo luz cenital, ventanitas alargadas en todos los nichos que dan a la calle, y una gran vidriera al lado de mi escritorio que recorre los dos pisos. No puedo creer a mis ojos”…. Y efectivamente una vez que entras a la Capilla Alfonsina no podrás solo creer lo que ves, esto va más allá: no podrás explicar lo que te hace sentir… “la casa, donde se respiraba todo un ambiente de paz y tranquilidad, más en el área de biblioteca y trabajo de Reyes”.