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Vislumbres: Preludios de la Conquista Capítulo 34

Por: Abelardo Ahumada

PRELUDIOS DE LA CONQUISTA

Capítulo 34


EL FRAILE QUE FUNGIÓ COMO “CORRESPONSAL DE GUERRA”. –


A diferencia de las otras crónicas escuetas del siglo XVI, la que redactó fray Diego Durán sobre el encontronazo que se suscitó entre los ejércitos del hueytlanoani Axayácatl y del cazonci Tzitzicpandácuare abunda en detalles y, aunque esté algo confusa y no bien redactada, nos posibilita entender los motivos por los que se realizó esa guerra y muestra los hechos como una película de nuestros tiempos. De tal modo que, aun sabiendo que él nació casi 40 años después, no pude menos que imaginar al fraile ahí, presenciando el desarrollo de los acontecimientos como si hubiera sido un corresponsal de guerra.


En este capítulo no abordaré, sin embargo, tan sangriento acontecimiento, sino sus inmediatos antecedentes. Pero ¿cómo pudo él lograr tan abundante y precisa información?


La duda me llevó a indagar sobre su vida y su obra, casi nada más para encontrarme con una desilusión, porque como lo anotó don José Fernando Ramírez, en el Prólogo de la “Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de Tierra Firme”, que él mismo rescató y entregó a una imprenta de “los Bajos del San Agustín”, de la ciudad de México, en 1867, fray Diego casi no escribió nada sobre sí mismo, y sus demás compañeros “de la Orden de los Predicadores”, o desconocieron lo que había escrito, o minimizaron su obra, y no nadie redactó una ficha biográfica sobre su persona.


Pero como quiera que todo eso haya sido, don José F. Ramírez, que también anduvo en esa búsqueda, entresacó unos cuantos datos sobre la vida de ese gran cronista, y ahorita los voy a resumir aquí:


En primer término, desencantado, don José F. Ramírez, escribió: “La historia (… fue) injusta con fray Diego Durán, (y) le deparó todas las desventuras que pueden perseguir al que consumó una larga y laboriosa vida en útiles trabajos”. Puesto que aun cuando sus obras lo muestran como “uno de los más ardientes propagadores del Evangelio en el siglo XVI” se ignora su vida.


Sus numerosos y detallados escritos lo muestran, igual, como “un diligente investigador y conservador de antiguas tradiciones y monumentos históricos”. Pero tal parece – anota don José- que hubiera “trabajado para extraños, o para la polilla, no dejándonos recuerdo alguno, ni de su familia, ni de su persona”.


Pero no sólo fue él, quien tal vez por humildad, se abstuvo de hablar de sí mismo, sino que otro fraile, de apellidos Dávila Padilla, “cronista (oficial) de su propia orden, que habitó con él bajo el mismo techo, por largos años”, y que dedicaba largos párrafos a otras acciones y otros personajes, sólo hizo “una brevísima mención”, casi despreciativa –digo yo- sobre la vida de su compañero Durán, diciendo: “Era HIJO DE MÉXICO, escribió dos libros: uno de historia y otro de antiguallas de los indios; vivió muy enfermo y murió en 1588”.


Afortunadamente, sin embargo, y luego de haber cotejado muchos otros documentos de la Orden de los Dominicos, en la página digital de la Real Academia de Historia, en España, se tienen algunos datos más, que nos permiten saber, por ejemplo, que nació en Sevilla el 15 de junio de 1537, y que teniendo sólo cinco años de edad, se trasladó junto con sus padres hacia la Nueva España, habiéndose instalado desde un principio en Texcoco, en donde tal vez uno de sus progenitores tenía familiares.


Sus padres y sus familiares que no parecen haber sido ricos, sino pequeños “comerciantes, o quizá agricultores o artesanos”, por lo que he llegado a creer que, no siendo de la clase pudiente, el niño jugó y convivió con niños indígenas, teniendo la enorme posibilidad de aprender, de manera natural, diríamos, como segunda lengua el náhuatl, y de escuchar por vía directa las narraciones que los viejos texcocanos acostumbraban referir a sus hijos y nietos. Pues cuando uno lee su obra, se le mira como experto en algunos de esos temas, yendo muchísimo más allá que fray Juan de Torquemada, quien, jactándose de tener en su poder “los libros de pinturas” que produjeron los cronistas indios, nunca fue tan explícito como su colega Durán.


En el transcurso de su desarrollo en Texcoco, el jovencito aquel debió de ver y escuchar muchísimas cosas que ninguno de los otros cronistas pudo conocer por vía directa, y en la página mencionada hay una referencia suya, en donde dice que se quedó muy fuertemente impresionado cuando en casa de unos de sus parientes vio “unos esclavos herrados en sus rostros”.


En la década de los 40as del siglo XVI, que fue cuando el niño Durán llegó a la Nueva España, la ciudad de México-Tenochtitlan apenas estaba en proceso de reconstrucción, pero en los alrededores de Texcoco, donde eran todavía pocos los españoles que se habían podido instalar, la mayor parte de lo que se veía seguía siendo muy parecido a lo que fue cuando los conquistadores hispanos no habían irrumpido en ese ambiente, y la mayoría de los habitantes de los pueblos y las ciudades que rodeaban el lago, seguían realizando sus vidas conforme a sus muy añejas costumbres y tradiciones.


En ese contexto, aun cuando nos es imposible saber dónde, por ejemplo, el niño Durán aprendió el catecismo y sus primeras letras, sí podemos inferir que, siendo tan pequeño cuando llegó a vivir allí, se olvidó de “todo lo español” que aprendió en Madrid, y se quedó marcado para siempre con “todo lo indígena” que aprendió durante su crecimiento en Texcoco. Todo eso sin mencionar aun que, tanto allí como en la ciudad de México, ésa fue una época en la que pulularon los niños y jóvenes mestizos que, aun cuando podían haber ignorado los nombres y las identidades de sus abusivos progenitores hispanos, eran bilingües e incluso trilingües, puesto que sabían hablar tanto “en castilla como en mexicano”, o en otomí, o cualquiera de las otras lenguas que “los naturales”, procedentes de muchas partes de los antiguos dominios aztecas, hablaban también.


Sobre el aprendizaje del catecismo y sus primeras letras es posible creer que el niño Durán los haya aprendido en las clases que daban en el mismo Texcoco los franciscanos. Aunque algo de los dominicos debió saber aquel joven que lo deslumbró, porque en 1554, a la hora que decidió “vestir los hábitos”, se fue con los segundos, y para ello hubo de cruzar el lago en canoa para trasladarse hasta la no muy lejana ciudad de México, en donde, como dije, con las piedras de los antiguos templos y palacios mexicas, se estaban todavía construyendo los templos y palacios españoles.


Tenía el joven sólo 17 años cumplidos cuando ingresó al noviciado en el que con el tiempo se convertiría en el famoso Convento de Santo Domingo. Cuya orden fundó también, entre otros, un grandioso convento en Oaxaca, que hoy es “patrimonio cultural de la nación”.


En 1556, a los 19 años, profesó como fraile y ya sabía entonces latín, pero continuó estudiando y, tres años después, demostrando ser un aprendiz muy adelantado, recibió las órdenes sacerdotales a los 23.


Mientras realizaba sus estudios, en sus periodos vacacionales recibió, como todo novicio o seminarista, instrucciones para ir a acompañar a otros frailes ya mayores en sus labores ordinarias, y gracias a eso pudo recorrer y conocer una buena parte de los pueblos que formaban parte de la zona lacustre de la meseta central, complementando el conocimiento que de la realidad y la historia indígena había adquirido durante los más de 10 años que pasó en Texcoco conviviendo con “los naturales”.


En 1561 fue enviado a Oaxaca, en donde muy bien podemos asumir que siguió manteniendo su gran curiosidad abierta a todo lo que veía, descubriendo seguramente similitudes y diferencias al comparar lo que solían hacer los mixtecos y los zapotecos, con lo que solían hacer los acolhuas (o texcocanos) y los mexicas que aún restaban.


Su curiosidad lo llevó a emprender, “a partir de 1570, una serie de trabajos e investigaciones cuya finalidad era acabar” con las costumbres idolátricas indígenas, para purificar el cristianismo que querían ellos implantar. Y de esos estudios salió su “Libro de los Ritos y ceremonias”, en 1576, al que siguió “El Calendario Antiguo”, en 1579. Todo esto antes de concluir el gran libro que estamos ahora revisando, y que como dije, aporta una gran cantidad de detalles que otros cronistas jamás pudieron haber conocido, porque a él le tocó todavía ver algo de lo que ocurría en los primeros años posteriores a la conquista y escuchar de testigos directos buena parte de lo que ocurrió antes de la llegada de los españoles.


Así pues, su “Historia de las Indias de la Nueva España e Islas y Tierra Firme”, terminada de escribir en 1581, tiene mucho de documental, pero también mucho vivencial, y por eso pudo darle un tono narrativo que otras crónicas de la época no pudieron asumir o alcanzar.


Este libro, como su título indica, abarca también los hechos de la conquista, y cuando se lee o revisa con calma, es fácil advertir que no sólo se valió de informes escritos por los conquistadores españoles, sino de documentos autóctonos y de verdaderas entrevistas que realizó a personajes ya ancianos que intervinieron en los distintos bandos.


Pero para finalizar la presentación de quien en este caso fungió, por así decirlo, como un “corresponsal de guerra”, quiero decirles que en 1585, estando en Oaxaca se enfermó de gravedad y, que, en cuanto se alivió un poco y pudo cabalgar (o caminar), sus superiores le dieron orden de regresarse al convento de la ciudad de México, en donde, cuando a veces estaba un poco mejor, solía fungir “como traductor del náhuatl al español” y viceversa, en el famosísimo, y a veces terrible “Tribunal del Santo Oficio”, que estaba, por cierto, frente a su convento.


Pero la enfermedad lo fue desgastando más y más y falleció finalmente en 1588, a los 51 años de edad. Debiendo de lamentar, sin embargo, que ninguna de sus obras fueran publicadas en su tiempo, y sólo sirvieran, tal vez, como ilustración de los jóvenes novicios que iban ingresando al claustro de Santo Domingo.



PREPARATIVOS PARA ESTRENAR LA NUEVA PIEDRA DE LOS SACRIFICIOS. –


Volviendo al punto en que cerramos el capítulo anterior, el padre Durán señala que cuando Axayácatl expuso a los reyes de Texcoco y Tacuba, y a sus demás aliados o subordinados, las ganas que tenía de “ir a castigar la inobediencia de los matlatzincas y (de) traer esclavos para hacer la estrena” de la primera de las dos grandes “piedras para los sacrificios”. Los grandes y los pequeños señores no tuvieron más remedio que decir que “les placía” colaborar con él, y volvieron a sus respectivas tierras, para organizar y proveer sus propios batallones “con toda la priesa posible”.


Y para ubicar la parte de 1476 en que ocurrió todo esto, el dominico nos da a entender que en febrero, estando próximo el mes de Tlacaxipehualistli (que durabadel 4 al 23 de marzo de nuestro calendario) y que se traducía como el mes del “desollamiento de los hombres”, fue cuando se empezaron a llevar a cabo todos estos preparativos:


Describe la organización de cinco grandes batallones en diferentes lugares, y añade que, en cuanto Axayácatl se enteró que ya estaban listos, les mandó decir que se pusieran en marcha por el mejor camino que pudiesen, para encontrarse “al tercer día (…) en un lugar llamado Itztapaltetitlan”, muy cerca del actual Río Lerma, en el Valle de Toluca, donde él mismo “asentaría su real” o campamento. Y envió un mensaje “a Tezozomoctli, señor de Tenanzinco” para que también él “pusiese su gente en ordenanza” y que, en la madrugada siguiente, esperara que ellos (los mexicanos) “levantaran (como señal) un farol de fuego, en lo alto”, para que “por la vía del monte” él y su gente entraran “con gran alarido de voces y silbos a la ciudad” (Toluca) mientras que ellos harían lo propio por el camino llano, para agarrar a sus enemigos, presuntamente desprevenidos “en medio”. Pero no sin advertirle que de ningún modo mataran a los matlazincas, porque se los quería llevar “presos (…) para ensangrentar su templo y mesas del santuario” nuevo “con ellos”.


El cronista no dice que los matlalzincas tuvieran espías, pero tan los tenían que desde la víspera estaban esperándolos con todo su aparejo de guerra. Por lo que la estrategia descrita estuvo a punto de no prosperar.


El ejército atacante descansó esa noche, y el relato dice: “Vueltos los mensajeros (que habían ido a Tenanzinco), Axayácatl mandó armar muchas tiendas y aposentar a todos los principales de las provincias y dar el recaudo necesario (comida, mantas, etc.) conforme a la calidad de sus personas”.


Y antes del amanecer del cuarto día, nuevamente Axayácatl “mandó se pusiesen en orden los tezcucanos por sí, los tecpanecas por sí, los chalcas por sí y los xuchimilcas con toda la Chinampa por sí, poniendo a sus mexicanos siempre en la delantera”, dado que consideraban que era su deber ir “en el más peligroso lugar de la batalla” si querían llevar “la gloria en las victorias”.


El hecho, sin embargo fue que, tras de haber salido con “dicha ordenanza hacia la ciudad”, en un lugar que se llamaba Cuazpanoliayan o Cuauhpanohuayan, “se encontraron con los matlazincas que venían con” un orden muy similar “todos bien armados a su modo” y, “adelantándose el Señor de Toluca con sus hijos y algunos señores (…) puestos a un tiro de piedra, les dixeron: ¿Qué es esto, mexicanos? ¿A qué se debe vuestra venida? ¿Quién os mandó llamar?”



Continuará.



PIES DE FOTO. –


1.- El actual Valle de Toluca fue antiguamente llamado Matlazinco.


2. - Al fondo se mira el Nevado de Toluca, cuyo nombre original fue Xinantécatl. Mudo testigo de la guerra que describe fray Diego Durán.


3.- El campamento de los guerreros de “La Triple Alianza” se estableció muy cerca del Río Lerma, hoy súper contaminado.


4.- Sobre la cabeza del personaje central hay una culebra y una cara de mujer, es el glifo de “Cihuacóatl” o Tlacaélel. Mientras que sobre Axayácatl su glifo es un rostro del que salen tres chorros de agua: “Máscara de agua”.

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