Ágora: Año Nuevo. O la importancia de ser fieles a nosotros mismos
Año Nuevo. O la importancia de ser fieles a nosotros mismos.
Por: Emanuel del Toro.
Un año más que queda atrás, y aún hay tanto por decir; despedir el año no es cosa sencilla. Lo de menos es aprovechar la ocasión para rememorar a un mismo tiempo todo lo vivido, pero también la importancia de lo que valoramos, guardando especial cuidado de ser lo más sinceros posible. Porque aunque todo el mundo diga que tiene en claro lo que valora y/o le importa, no siempre se defiende lo que consideramos significativo con la vehemencia y/o la fuerza que corresponde.
Para empezar, habría que decir que con más frecuencia de la deseable, no mantenemos la congruencia entre lo que decimos y lo que en realidad hacemos. Y lo que es aún peor, difícilmente nos damos cuenta de semejante disonancia. De ahí que vayamos de continuo generando sin advertirlo, las condiciones necesarias para autosabotear cualquier posibilidad de autorrealizarnos.
Ahora que bien, si no existe correspondencia entre nuestro discurso y lo que genuinamente hacemos o dejamos de hacer con nuestros actos o decisiones cotidianas, –porque no hacer, es también un modo de decidir–, difícilmente conseguiremos concordancia entre lo que soñamos y lo que en efecto materializamos. Con que claridad tengamos presente semejante principio, dice mucho del tipo de personas que somos, pero también habla de los límites y/o referentes que como sociedad compartimos.
Que por qué lo expongo de este modo; una de las características más consistentes de sociedades como las de América Latina, se relaciona con la brecha que existe entre la realidad formal y lo que en efecto ocurre. Las nuestras son por motivos de historia, como de cultura y formación, sociedades en las que prevalece de forma por demás persistente una fuerte cultura de la informalidad. Cultura a merced de la cual lo cotidiano se resuelve de forma disonante, con el discurso y los actos reales discurriendo por caminos diferenciados.
Lo de menos en ese sentido, sería conformarse con decir que somos terriblemente incongruentes, ya lo mismo para dolernos, que para denunciarlo. Pero no es en ese punto en el que me quiero detener en el presente comentario de opinión. Antes por el contrario, lo que persigo es invitar a reflexionar respecto a que el modo más eficiente y/o razonable de resolver semejante contradicción, se encuentra en preguntarnos a través de nuestro fuero interno, y con honestidad brutal, qué es lo que verdaderamente valoramos y/o nos importa.
El tema está en que análisis que sobreabunden en las consecuencias sociales de semejante contradicción, los hay por doquier, sin embargo, poco o nada se hace por discutir las implicaciones personales de semejante dilema. Por los motivos más diversos, la mayoría de las veces que tal tema se discute en el ámbito de lo público, nos conformamos con exponer lo evidente: el Estado y/o las instituciones que formalmente le dan representación, no funcionan, o lo hacen de forma por demás discontinua o irregular, que la totalidad de nuestras vidas se encuentran atravesadas por sus insuficiencias y/o contradicciones.
Ahora que bien, reducir el análisis de la cuestión a discutir las implicaciones sociales de la misma, es quedarse con una visión sumamente pobre y/o reduccionista, en la que apenas si se dice algo respecto al margen de maniobra que cada cual tiene en lo individual para hacerle frente al desafío de procurar y mantener la congruencia entre lo que decimos que valoramos y/o nos importa, y lo que en efecto hacemos. Con ello me sirvo para enfatizar, que soy de la idea de que la discusión de cualquier tema público, implica necesariamente ir más allá de construir explicaciones que den cuenta del tema, y apostar por convertirnos en agentes de cambio para remediar nuestros más grandes males.
Para decirlo claramente: estudiar problemas sociales sin hacer lo consecuente por remediarlos, es poco menos que un despropósito, además de una terrible mezquindad, por la fuerza y profundidad con la que sus consecuencias pesan sobre de todos. Luego entonces, soy de la idea de que mientras no hagamos el genuino esfuerzo de preguntarnos, qué es lo que personalmente valoramos, y qué es lo que realmente hacemos para ser consecuentes, difícilmente conseguiremos algo mejor de lo que hasta aquí hemos conseguido.
Con ello me sirvo para explicitar que no creo que la respuesta a semejante dilema, pase por las coordenadas de lo político-partidista o institucional, antes bien, estoy convencido de que es en la esfera de la libertad individual que residen nuestros más grandes potenciales. De ahí la utilidad práctica de pensar estos y otros dilemas parecidos. Lo expongo así, porque soluciones formales a los problemas más importantes de nuestros países, siempre ha habido, sin que tales medidas terminen de recalar como la mayoría quisiera que lo hiciera.
Luego entonces, haríamos bien en preguntarnos respecto a nuestra propia responsabilidad. Porque mientras no asumamos nuestra cuota de responsabilidad, difícilmente generaremos el tipo de transformaciones sociales que mejores dividendos nos ofrezcan a las mayorías. Una cuestión que resulta por demás incómoda, porque nos confronta en lo personal. Pero que a un mismo tiempo, ofrece razones para ser optimistas, porque nos revela que aún existe un margen de maniobra muy amplio para mejorar. Y lo mejor de todo, es que resulta asequible a cualquiera, en la medida que se tenga el valor de preguntarnos si somos o no consecuentes con lo que discursivamente valoramos, o si por el contrario, somos meros simuladores, que nos conformamos con la mediocridad de aparentar.
Desde luego, cada cual sabrá si la cuestión lo incomoda, le conforma, o le tiene sin cuidado. Sin embargo, se piense lo que piense, una cosa es más que segura: vivir una vida carente de congruencia personal, resulta un lastre terrible, cuyas implicaciones terminan comprometiendo la totalidad de nuestras vidas. Luego entonces, bien haríamos en pensar con mayor frecuencia al respecto. Espero pues, que las actuales fechas, nos ofrezcan a todos la posibilidad de repensar nuestra manera de vivir, siempre apostando por ser fieles a nosotros mismos. Porque es en la congruencia personal que se encuentra la clave para una vida plena.
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