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Ágora: Claudia Sheinbaum y la continuidad del obradorismo


Claudia Sheinbaum y la continuidad del obradorismo.

                                                                                             

Por: Emanuel del Toro.

 

Para unos, la cuestión es más que clara, la continuidad de la llamada 4T en la titularidad del Estado a manos de la presidente Claudia Sheinbaum, supone una disyuntiva entre subsumir la voluntad del actual titular del Ejecutivo para con su antecesor, o comenzar, –en la medida de lo posible–, a mostrar mayor carácter y/o independencia frente al mismo, con el propósito de evaluar de forma más juiciosa la idoneidad de sus últimas medidas de gobierno. Un supuesto en cuya presunción se yergue la creciente preocupación de distintos sectores de la sociedad, respecto a que la continuidad de Morena en el gobierno federal termine significando la consolidación de un caudillismo que llegue a erosionar irremediablemente la regularidad de nuestras instituciones democráticas.

 

          Para otros empero, esa misma coyuntura supone motivos de optimismo, toda vez que consideran que la permanencia de Morena en el gobierno federal, habrá de asegurar la continuidad de cada una de las medidas asumidas y/o ejecutadas por el propio López Obrador. Para ese bando del espectro ideológico, el del oficialismo, poco o nada cabe para señalar y/o inconformarse con el proyecto que Morena representa. Al punto de que con más frecuencia de la deseable, atribuyen los claroscuros de su ejercicio del poder, no a su propia responsabilidad, sino a la perversidad y/o la incompetencia de quienes les precedieron, pese a que llevan seis años y contando interviniendo caprichosamente las propias instituciones que hicieron posible su llegada al poder.  

 

Lo cual resulta un tanto irónico, más si se cae en cuenta de que, hoy por hoy, la práctica totalidad de la vieja clase política sobre la que AMLO y Morena descargaron siempre la mayor parte de sus diatribas por la pobreza de lo conseguido en los últimos 40 años, como por su severo legado de desigualdad social y corrupción, están hoy cómodamente integrados dentro de ese nuevo partido de Estado que Morena representa. Un PRI con su correspondiente Presidencia Imperial, y el cual, pese a ser granate carmesí, o invocar al pueblo “sabio y bueno” como razón de su proceder, en el fondo opera con exactamente las mismas inercias que toda la vida denunciaron en los gobiernos que le precedieron.

 

Con ello me sirvo para señalar, –algo que no parece tan evidente, y menos cuando se decide mirarlo desde una posición militante–, que lo deleznable con Morena, no es lo que formalmente pretende, –y menos para un país tan complejo como lo es México–, sino el cómo esperan conseguirlo. Más claro aún: Mantenerse sobre la lógica de primero los pobres, como es que hizo el propio Obrador, sin hacer otro tanto por sembrar las condiciones para la conciliación de la estela de polarización que dejó su mandato, puede terminar resultando contraproducente, incluso para quienes consideran razonable o positivo su legado.

 

Lo estimo de ese modo, porque el costo de afianzar el proyecto político de Morena, ha terminado siendo asumir que cualquier posición disidente de su proceder, implica necesariamente un acuerdo para con los gobiernos que le antecedieron. Cual si se pensara que todos aquellos que señalan excesos, inconsistencias y/o contradicciones o insuficiencias del gobierno en turno, lo hicieran por motivos políticos, o de ver afectados intereses personales o privilegios, sean estos reales o imaginarios.

 

Ese no puede ser un buen modo de afianzar un proyecto político, así sea que se cuente con un margen de aprobación y/o legitimidad importante, tal es el caso de Morena en la actualidad, y menos con un escenario internacional por demás álgido, como el que supone para México el regreso de Donald Trump en Estados Unidos, con todo lo que la política de ese país incide sobre México. Luego entonces, más valdría que la actual mandatario, se tomara con mayor juiciosidad la posibilidad de reevaluar la idoneidad de lo que se considera, el llamado “segundo piso” de la 4T. Para decirlo de otro modo, sería un tanto desafortunado, que con la complejidad de los retos que el país habrá de enfrentar con Trump de nuevo en la Casa Blanca, el actual periodo de gobierno no llegue a ser más que una extensión de lo que al propio AMLO, por motivos de tiempo y/o normatividad vigente, no le alcanzó.    

 

Ahora que bien, mención aparte merece decir con todas sus letras, que el mayor de los problemas con el tipo de gobiernos como los que la llamada 4T pretende ejercer, –con el credo de la justicia social y/o la redistribución asistencialista del Estado como brújula ideológica–, es que aunque en el papel y/o en la teoría resulten moralmente deseables para con aquellos que peor lo pasan en el país, la realidad es que su dechado de principios no pasan de ser meras buenas intenciones, que resultan operativa y financieramente inviables, porque claro, los recursos de un Estado siempre serán limitados, no así las necesidades de aquellos en cuyo nombre se dice que se actúa.   

 

          Que vamos, la función de un Estado, no es o debiera ser la de redistribuir artificiosamente la riqueza de un país, tanto como ser capaz de generar las condiciones estructurales para que la totalidad de sus ciudadanos puedan salir por sí mismos adelante; la cosa no es dar el pescado a la mesa, sino garantizar que todos puedan por su propio pie procurarse lo que quiera que cualquiera decida. De otro modo, si se opta por elegir el asistencialismo indiscriminado, –como hasta ahora se ha hecho–, es altamente probable que este termine tomando tintes político-clientelares, que vicien no sólo el sentido de la realidad económica, sino además la propia libertad personal de los ciudadanos que menos tienen.

 

          En ese sentido, lo menos por decir, es que las perspectivas actuales de México son un tanto preocupantes, porque diera la impresión de que la disyuntiva estuviera entre el, “o están conmigo, o están en mi contra”, lo que con la 4T no es nada nuevo; un posicionamiento que sólo deja al descubierto la suma fragilidad en la que hoy vivimos. Desde luego, cada quien ha de sacar sus propias conclusiones. Pero en lo que a mi respecta,  veo un país innecesariamente polarizado, con amigos y familias que en aras de defender su propio modo de pensar, son perfectamente capaces de ver a quienes piensan diferente como adversarios; y lo que es peor, los cambios por los que el gobierno de turno se hizo con el poder, siguen sin verse reflejados para la gran mayoría, lo que no significa que uno quiera ver que el país fracase. Pero pensar que los mismos políticos que ya antes dieron muestras de oportunismo, voracidad e incompetencia, serán los que consigan terminar con los lastres sociales y económicos más horribles que caracterizan a este país, es un tanto candoroso, ¿o debo acaso decir cínico?

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