Ágora: Claudia y la oposición. Una relación tensa pero necesaria
Claudia y la oposición. Una relación tensa pero necesaria.
Por: Emanuel del Toro.
La semana pasada en esta misma columna, hablaba yo del alto impacto que ha tenido la figura de López Obrador sobre el discurrir de la vida pública nacional en los últimos 20 años. Un impacto tan significativo, que sin duda se corresponde con las inercias que han dado forma la vida pública del país en las últimas cuatro décadas, las cuales dan cuenta de un país por demás desigual en términos de contrastes materiales y sociales, una desigualdad que ha puesto en tela de juicio el éxito y/o la utilidad práctica de lo que hasta este punto se ha intentado.
De ahí que no pocos sean los que consideren que de no haber habido un personaje del estilo de López Obrador, se le habría tenido que inventar u alentar. Porque no para todos fue el mismo discurrir con la apertura política y comercial que significó la instauración del neoliberalismo como proyecto nacional. Y hay no pocas voces que han indicado que la irrupción de López Obrador en la escena pública nacional, le dio al país la posibilidad de encausar esa creciente tensión social que el neoliberalismo significó, de forma pacífica e institucional, a través de los causes electorales existentes para ello, alejando en el acto la tensión de hacerlo por vías violentas y/o disrruptivas que no ayudan, ni le hacen ningún favor a nadie.
Y es que más allá que se pueda o no estar de acuerdo con el tono que su discurso ha tomado, o con el trasfondo descriptivo que lo legitima, –siendo la muestra más plausible de ello la alta popularidad y/o aceptación del movimiento político al que dio forma en la llamada 4T–, la gran realidad es que AMLO le ha ofrecido al país la posibilidad de poner en tela de juicio un correlato social que hasta su propia irrupción había permanecido incuestionable: la idoneidad de mantener el rumbo que el país había mostrado desde la instauración de las políticas de modernización política y económica introducidas a partir de los años 80’s; Obrador puso en perspectiva como ningún otro personaje lo hizo en los últimos veinte años, que este camino no ha resultado tan representativo de los intereses de la mayoría como sus hacedores han querido hacerlo ver.
Explicaba también, como por la singularidad con la que se han conformado el tipo de intereses que dieron forma y trasfondo a la agenda de modernización e inserción mundial que representó la globalización y la democratización política del país, esa misma franja de la sociedad, hoy a grandes rasgos identificable bajo el sucinto apelativo de la oposición, se ha visto incapaz de dimensionar los enormes contrastes que signaron el tipo de cambios que intentaron desencadenar. Porque como ya había indicado antes, no para todos fue del mismo modo. Expuse en consecuencia, como la incapacidad de la oposición para dimensionar las enormes asimetrías sociales que persisten en el país, asimetrías que la modernización del país no ha conseguido mitigar o atenuar, le han impedido entender también el peso que su propio proceder ha tenido sobre el escenario actual que hoy prevalece.
Ahora que bien, otro tanto cabría decirse para lo que corresponde una vez que el propio López Obrador ha salido de la escena pública local. En ese sentido, a bien de decirlo como corresponde, a más allá de las mil y un conjeturas que sobre ello se podrían hacer, es justo decir que el mismo estilo de cuestionamientos que deja tras de sí la figura de Obrador, caben hacerse para la hoy presidente Claudia Sheinbaum. Como es natural, sobre su persona se ha escrito de todo, pero lo que si es un hecho más que evidente, es que la visión que sobre ella se tiene no deja conforme ni a propios, ni a extraños. Dondequiera que se discute el talente de su figura y/o se escudriña lo que ha sido su primer mes, de los 72 que habrá de ejercer el poder, se deja entrever que ahora mismo no hay quien pueda vislumbrar realmente qué habrá de ser o suceder en su administración.
Que sí, que capaz atisbos los hay, de acuerdo. Pero son sólo eso, señales de lo que se vislumbra que pudiera ser y no realidades hechas y derechas. Mucho se ha dicho respecto a que la actual presidente, muestra un perfil mucho más sesudo y/o moderado y hasta conciliador respecto al de su predecesor, toda vez que el suyo parece al menos de momento, un estilo de gobernar acostumbrado al cabildeo y/o al consecución de acuerdo o a la suma de voluntades. Al respecto, como bien apuntaba la última vez que toqué este tema, es innegable que cada gobernante le da a su ejercicio de autoridad su sello distintivo o su toque propio. Una impronta fuertemente relacionada con su personalidad, pero también con su propio modo de leer o interpretar su posición en el espacio de lo público.
En ese sentido, mucho cabría decirse respecto al papel que la propia Claudia habrá de jugar de aquí en adelante. Porque ya he expuesto en otras oportunidades, Claudia no es Obrador, ni para los rasgos más luminosos, ni para los más complicados. No es sólo cosa del cómo es que ambos expresan y/o ejercen su poder como tomadores de decisión en términos operativos, o siquiera del liderazgo político que los caracteriza a ambos, se encuentra también a considerar el modo como esas variables interactúan y/o se relacionan con respecto al propio entramado del Estado mexicano. Lo de menos sería indicar, como hacen muchos, que la suya será sin lugar a a dudas la administración de la continuidad sin más de todo lo que no le alcanzó por obvias de razones de tiempo a López Obrador mismo.
Pero si hemos ser sinceros, no tener en cuenta todo lo que subyace a sus diferencias sobre el cómo interpretan el movimiento de transformación que ambos han encabezado, implicaría terminar cayendo, –acaso sin quererlo–, en la incapacidad de resolver y/o responder en qué medida será o no Claudia el artífice de un nuevo entendimiento con la llamada oposición. Una encomienda en la que mucho depende no sólo de la disposición personal de la nueva presidente para dialogar o conciliar intereses tan disimiles a los propios, sino también y fundamentalmente el papel que la misma Claudia se asigna en su posición, como primer mandataria de nuestra historia.
No estamos pues para dejar que se nos vaya un sexenio más sin generar el tipo de acuerdos necesarios para superar todas las tensiones vistas durante la presidencia de Obrador. Ambos, tanto gobierno como oposición deberían superar de una vez por todas esa cortedad de miras según la cual, el que no está conmigo por entero, está sencillamente en mi contra. Ese no pueden ser ni lejos las perspectivas que se correspondan con un gobierno cuyo cometido, al menos en teoría, es superar los posicionamientos poco representativos o incluyentes que fueron los que legitimaron en un inicio su propia causa discursiva.
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