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Ágora: ¿El Estado importa?

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 2 dic 2024
  • 4 Min. de lectura

¿El Estado importa? Un comentario personal en torno a la importancia del Estado en el funcionamiento de un régimen político.

 

Por: Emanuel del Toro.

 

Existen personas tan convencidas de las contradicciones del capitalismo, así como de su inviabilidad ecológica, que incluso sin darse cuenta tienden a dar por descontada la superioridad moral de modelos antagonistas como el socialismo o incluso el comunismo. Creyendo que basta con ignorar los casos de éxito del capitalismo, como para que por antonomasia la redistribución arbitraria de la riqueza se piense no sólo acto justificable, sino además socialmente deseable. Y no importa cómo es que me lo quieran explicar o atajar. La envidia, el encono y/o el resentimiento, así como la mediocridad de conformarse con igualar a todos a lo mínimo, no dará de sí nunca nada bueno.

 

Para que modelos de justicia social tan teórica y políticamente celebrados funcionaran como sus defensores quisieran que lo hicieran, los ciudadanos de sus respectivas sociedades detendrían que ser; o moralmente incorruptibles; o estar sujetos a un control estatal tan horrible y severo, como inviable, tanto por su costo humano, como por el económico. Y tal condición en sociedades como las de América Latina, en las que el Estado es terriblemente ineficiente, por no decir que inoperante y altamente discrecional, así como clientelar e informal, por no hablar de que las más de las veces se encuentra sostenido por alianzas de clase o familia, sólo hace presagiar que el arribo al poder de regímenes que comulgan con el credo de la justicia social, terminarán despedazando a los países en los que consigan hacerse con el control del Estado. 

 

Para el caso, es un hecho que el resultado terminará siendo sí o sí, la exacerbación de nuestros problemas históricos más acuciantes, tal es el caso de violencia y criminalidad, pobreza, desigualdad, aplicación diferenciada de la ley, corrupción, y un largo etcétera de calamidades por todos padecidas. Querer mejorar el equilibrio social de un país, conformándose con introducir políticas asistencialistas, sin haber hecho lo más mínimo por enmendar todos aquellos claroscuros que comprometen su eficiencia estatal, nunca resolverá absolutamente nada. Pretender lo contrario, equivale a dar por descontado que el abigarramiento de la presencia estatal, –engrosando sus burocracias y/o sometiéndolas a criterios de obediencia política–, conseguirá no verse replicar todas y cada una de las insuficiencias que históricamente han caracterizado a nuestros Estados, resulta una argumentación sumamente endeble, por no decir que carente de toda lógica.

 

Sin embargo, esa y no otra es la lógica que prevalece entre quienes suelen defender el posicionamiento de regímenes amparados bajo el credo de la justicia social. Consideración cuyo efecto suele frecuentemente infravalorarse, toda vez que la mayor parte de aquellos que suscriben su apoyo a tales regímenes, exculpan de la propia responsabilidad a sus respectivos gobiernos, invocando el efecto que la geopolítica internacional de las grandes potencias juega sobre los países menos desarrollados del mundo, cual si se pensara que ausencia de presiones de las grandes potencias, sus respectivos regímenes funcionarían a pedir de boca.

 

Y si bien es cierto que no estoy por la labor de desconocer que el imperialismo de las grandes potencias ejerce permanentemente una influencia difícil de negar sobre aquellas sociedades menos desarrolladas, sobredimensionar por ello sus efectos sobre la posición de nuestras respectivas sociedades, sólo terminará contribuyendo a que se afiancen las condiciones de desigualdad que históricamente han prevalecido. Conformarnos con semejante correlato, además de acusar una falta de seriedad en el análisis de la cuestión, deja en evidencia la profunda ignorancia de desconocer nuestra propia responsabilidad histórica.

 

Para decirlo claramente: la labor de un Estado, no es redistribuir la riqueza de una sociedad, sino generar las condiciones necesarias para que la totalidad de sus ciudadanos se puedan procurar por sí mismos las mejores condiciones para asegurar su propio desarrollo. Y no, introducir de forma artificiosa todo tipo de mecanismos para redistribuir la riqueza de un país, ya lo mismo exigiendo cuotas de participación, que programas sociales, no resuelve absolutamente nada. Después de todo, la plata con la que los amantes del colectivismo estatal  y la justicia social, pretenden resolver nuestros problemas más importantes, tiene que salir sí o sí forzosamente de algún lado; ya sea lo mismo con emisión monetaria, lo que trae como consecuencia inflación; lo mismo que incurriendo en deuda, solicitando prestamos al exterior; o si no, aumentando impuestos. Lo cual desde luego resulta una medida por demás impopular.  

 

Lo que no me quita de decir claramente que los impuestos se llaman así, por la sencilla razón de que son un robo forzoso, que el Estado acomete supuestamente para el bien colectivo del espacio público, y peor si se les termina usando con fines redistributivos. Porque entonces la plata del resto de la sociedad se termina usando para mantener como clientes electorales cautivos del gobierno en turno, a los sectores más vulnerables de una sociedad. Si a ello se suma que los propios mecánicos de asistencia social gubernamental se encuentran atravesados por un manejo deliberadamente deficiente y corrupto de los recursos disponibles, está claro que nada bueno puede salir de semejante orden.

 

Si bien es cierto que esta fuera de todo alcance terminar de agotar todas y cada una de las implicaciones que se pueden esbozar al respecto, persisto en afianzar una idea muy necesaria: pretender resolver nuestros problemas más significativos, desconociendo la centralidad que en ello juega el eficiente funcionamiento del Estado, no nos hace ningún favor absolutamente a nadie. Mientras no terminemos de entenderlo en toda su magnitud, difícilmente conseguiremos generar algo mejor de lo que hasta aquí hemos conseguido.

 

Con ello me sirvo para  decir que, urge recuperar la seriedad de la discusión sobre lo público, y superar en el acto la defensa de posiciones militantes y/o ideológicas. Porque como no lo hagamos de ese modo, nos tocará terminar de entenderlo a la mala, es decir, viéndonos replicar todos y cada uno de nuestros errores históricos más significativos.  

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