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Ágora: La oposición. Un polo necesario

La oposición. Un polo necesario.

 

Por Emanuel del Toro.

 

Parece fuera de toda razonable decir que la irrupción de López Obrador en la escena pública nacional, constituyó para México una bocanada de aire fresco en cuestión de referentes políticos; por principio de cuentas, ofreció al país la posibilidad de encausar distintas presiones sociales respecto la idoneidad de mantener el rumbo que el país había mostrado en los últimos 40 años, o cambiarle abriendo el abanico de oportunidades partidistas, en a aras de hacerlo mucho más representativo de los intereses de la ciudadanía.

 

El tema es que así como se puede decir mucho respecto al papel que en ello jugó el propio López Obrador, que supo capitalizar como ningún otro actor público lo hizo, un amplio caudal de intereses por demás heterogéneos, cuya nota común fue la preocupación por los efectos materiales que la modernización del país sobre la distribución de la riqueza. Narrativa a través de la cual se alimentó la presunción de que la irrupción del propio López Obrador resultaba inevitable, toda vez que la desigualdad social no ha hecho sino recrudecer cuanto más hondo se ha hecho el afianzamiento de una modernización económica y política.

 

Otro tanto toca por decirse respecto a lo que se considera la oposición. Para nadie es un secreto que aún hoy, que el proyecto político de Morena cuanta con una amplia base de aprobación electoral, que fácilmente supera el 60% de las preferencias, pervive un importante sector de la sociedad, para el cual el proyecto de Sheinbaum no le represente. Lo cual se vuelve todavía más complejo, si se asume que la composición de semejante bloque, obedece a su vez, a un variopinto conjunto de intereses por demás disimiles.

 

Lo mismo subsisten intereses del panismo más tradicionalista, que intereses sectoriales de lo que alguna vez fuera el PRI hegemónico; un equilibrio que pervive delicado en una época en la que ninguna de las representaciones partidistas que tradicionalmente capturaban los intereses de la ciudadanía, tiene hoy el empuje que solía tener. Lo cual se hace por demás evidente, si a ello se suma la dificultad que ha mostrado MC para convertirse en esa opción de oposición partidista creíble y genuinamente independiente de Morena, que hasta ahora no ha conseguido ser.

 

Pensar que el 40% de la sociedad se sitúa a medio camino entre cualquier otra posibilidad de lo que 4T representa, conlleva a un problema en sí mismo, por mucho más si se apunta a lo más evidente: la escasa y/o nula fiabilidad de lo las opciones que lo amalgaman; así mientras el PRI, o lo que queda de este, parece condenado a una lenta pero inexorable agonía, que no hace sino pulverizar sus ya de por sí escasas posibilidades, a lo que Alito Moreno y los suyos determinen; en tanto que el PAN difícilmente supera una cuota de participación social del 20%, lo que sin duda evidencia una dificultad persistente para conseguir conectar con una posible base electoral, por mucho más cuando se trata de los más jóvenes.

 

En ese sentido, habría que decir con toda claridad que se antoja difícil que la oposición consiga dividendos políticos diferentes a los observados hasta ahora, como insista en replicar su posición más socorrida, pero también la más infructuosa: la de seguirse concentrando, para revalorizar su papel como interlocutor, en lo que AMLO o la propia Sheinbaum han hecho o dejado de hacer, pretendiendo pasar por alto la necesidad de comprender en toda su magnitud las condiciones que hicieron posible el surgimiento y/o afianzamiento de la figura del propio AMLO.    

 

 No es fácil pensar en una reconfiguración de lo que hoy se conoce a grandes rasgos como la oposición, sin que todos y cada uno de sus activos integrantes se pregunten respecto a las propias condiciones que hicieron posible el ascenso y afianzamiento de López Obrador. A aun mismo tiempo, no se puede tener un análisis pormenorizado de los claroscuros de la primera administración federal de Morena, sino se le pone en perspectiva de lo hicieron o dejaron de hacer los propios gobiernos que le precedieron.

 

Pretender un análisis sesgado y/o tendencioso, en el que se destaque lo hecho por cuenta propia, al tiempo que se intenta minimizar o infravalorar lo hecho por quienes no piensan como uno, –esté quien esté–, no le hace ningún favor a nadie. Porque termina por replicar esa lógica maniquea, según la cual, los que no están acorde al gobierno de turno, carecen de toda legitimidad. Al tiempo que se desliza la idea de que fuera del Estado mismo no existe expresión social posible. Ese no puede ser un buen rasero de ideas para capitalizar la reconstrucción de un país por demás endeble, que en la última década se ha visto presa de un exceso innecesario de polarización y divisionismo.  

 

Una tensión que no ha hecho sino escalar, en la medida que ninguna de sus dos posiciones medulares ha sabido cómo dirimir sus diferencias o desencuentros, a través de formar o alentar la creación de canales de intermediación y mutuo acuerdo. Antes bien lo que ha prevalecido, sea para un ala o la otra, –poco importa en ello, si se habla del oficialismo o la disidencia–, es la impronta de un discurso público que sólo atiza las sensibles diferencias materiales y/o culturales que desde siempre han caracterizado al país.

 

Y es que aunque es un hecho que el dominio hegemónico de Morena ha llegado de momento para quedarse, tampoco es menos cierto que el propio Morena no parece muy resuelto, a establecer un diálogo más sereno, que ofrezca la posibilidad de traducir las inquietudes de la oposición en respuestas de gobierno que efectivamente desactiven los focos de tensión que al menos hasta el punto persisten. Lo que no ha ocurrido en buena medida, porque tanto el oficialismo ha pecado de un exceso de triunfalismo, como porque la propia oposición como polo de disidencia pública, ha renunciado –acaso sin darse cuenta–, a la necesidad de cuestionarse su propio proceder.

 

Conformándose en cambio, con señalar la idoneidad de lo hecho, y nunca las propias condiciones que hicieron posible la erosión y/o el descrédito sistemático de las opciones partidistas tradicionales. Dadas las condiciones, lo menos por decir es que: No estamos para seguir perdiendo el tiempo, alimentando y/o sosteniendo discusiones vacuas, que en vez de tender puentes de entendimiento común, sigan apostando por exacerbar posiciones encontradas. Para ello es preciso comenzar por; primero, redimensionar las razones de por qué las cosas han sido como han sido; y segundo, la obligación de resolver por las insuficiencias propias de nuestra posición de pensamiento. Porque como lo hagamos, difícilmente saldremos del atolladero ideológico en el que hasta ahora hemos estado inmersos.    

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