Ágora: La realidad obliga
La realidad obliga. Un comentario personal en torno a Trump y la relación entre México-Estados Unidos.
Por: Emanuel del Toro.
Está por demás claro que la visión que Donald Trump tiene sobre el mundo y/o el papel que debe jugar su país en términos de geopolítica, es mucho más estrecha de lo que los márgenes de la realidad acusan. Para decirlo claramente: la amplitud de la relación entre México y Estados Unidos, es mucho más aprehensiva de lo que el reduccionismo trumpista pretende reconocer y/o aceptar. Las condiciones de semejante relación son mucho más intrincadas y/o profundas de lo que el propio Trump con su “Make America Great Again” –o MAGA–, pretende. Y no se van de hecho, a resolver a punta de bravuconerías o exabruptos discursivos.
Así las cosas, lo más prudente y/o conveniente en términos de pragmatismo político, es intentar mantener la cabeza lo más fría posible. Sólo en ese modo el país será capaz de mantener la defensa de sus intereses en los márgenes de lo razonable, evitando a su vez la tentación de alentar extremismos y/o desencuentros innecesarios. Lo que obedece en buena medida, a la fuerza con la que históricamente ha pesado la relación con los Estados Unidos para el desarrollo de México. Una relación cuyo impacto ha sido por demás profunda, como traumática.
Luego entonces, más valdría que apostáramos por sacar, –en la medida de lo posible–, el mayor provecho a semejante cercanía geopolítica, manteniendo la inteligencia de superar atavismos histórico-ideológicos, que nos permitan ampliar la cortedad de miras de una relación estrictamente política y/o comercial. Porque la relación con Estados Unidos pesa en los más diversos ordenes sociales, culturales, por no hablar de lo político y/o lo económico.
La cuestión estriba en que tal relación, se encuentra por los más diversos motivos, signada por la diferenciación de percepciones entre ambos países. De ahí que temas tales como la cotización del peso frente al dólar, los mercados económicos y/o la estabilidad del desarrollo nacional y su impacto social, están todos condicionados por las percepciones. En ese sentido, lo más sensato sería mantener una perspectiva realista y responsable para atender el delicado equilibrio que existe entre la relación México-Estados Unidos.
Frente al infantilismo y/o voluntarismo intermitente y caprichoso de Trump, es preciso que prevalezca la sensatez de no caer en provocaciones que comprometan nuestra posición. Así las cosas, lo que urge es pasar de las quejas y/o las descalificaciones, al sesudo análisis de la realidad más allá de los discursos y gestos mediáticos. Sólo en ese modo seremos realmente capaces de atender y/o paliar las posibles consecuencias. Lo que no significa que se tenga porque infravalorar el retorno de Trump a la Casa Blanca.
De ahí que no se puede pasar de posicionarnos al respecto. Para decirlo con todas sus letras, es preciso responder. Porque será eso, o que el país quede inerme frente a la altanería y/o las pocas luces de un hombre, cuyo modo de pensar opera al margen lo que la relación entre ambos países realmente significa.
Por principio de cuentas, habría que decir que por más que hoy exista en la opinión pública estadounidense un movimiento coincidente con su agenda, en términos generales los Estados Unidos acusan hoy, –en correspondencia a lo que ocurre en el propio México–, una alta dosis de polarización política. La cual sin duda repercute sobre los propósitos formales del gobierno estadounidense en turno. Sólo así se entiende que en apenas horas, 22 estados de dicho país, decidieran neutralizar el decreto trumpista que pretendía eliminar en automático la nacionalidad a los nacidos en territorio estadounidense. Para el caso, es un hecho que el conservadurismo que hoy impregna el ambiente político de los Estados Unidos, se encuentra en franca oposición a la histórica cultura de tolerancia que prevaleció en el vecino país del norte durante el siglo XX y lo que va del presente siglo.
En ese sentido, la actual corriente de conservadurismo que hoy caracteriza Estados Unidos, resulta una corriente para nada cohesionada, y sí lo bastante plagada de contradicciones y/o referentes tan disimiles, como el puritanismo religioso de corte bíblico, pasando por alusiones racistas y/o xenófobas, por demás controversiales, como acurriera con Elon Musk, –con todo y la fuerza que el propio lobby sionista tiene sobre Trump–; intereses que en su conjunto, ejercen efectos sobre temas tales como la independencia alimentaria de México, la disponibilidad de mano de obra barata ilegal, o el desarrollo de cadenas productivas intrarregionales,–, fenómenos que difícilmente habrán de menguar o disminuir en importancia, sólo por la virulencia discursiva de su actual presidente.
Para decirlo con absoluta franqueza: el caudal de intereses compartidos entre ambos países, es de tal importancia económica, social, cultural, –por no hablar de su valor geopolítico–, que muy a pesar de los empellones discursivos del actual mandatario estadounidense, difícilmente habrán de cambiar o menguar. De ahí la utilidad práctica de que México sepa mantener su interés nacional por encima de cualquier ardid político ideológico resultante de su política doméstica. Lo que no quita de decir, por honestidad, que tal escenario se encuentra en buena medida simultáneamente atravesado por la propia relación con los Estados Unidos.
No es pues, momento de alentar posicionamientos ideológicos maniqueos, que exacerben las diferencias y comprometan las perspectivas entre ambos países. Porque el conjunto de intereses que comparten sobrepasan por mucho sus posibles diferencias. Luego entonces, esperemos que ambos gobiernos lo sepan valorar adecuadamente y actúen en consecuencia. Será eso, o terminar desperdiciando la posibilidad de un entendimiento común de mutuo provecho. Al final, como dijera alguna vez el célebre politólogo Guillermo O’Donnell: la realidad obliga.
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