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Ágora: La violencia no tiene género

Por Emanuel del Toro.

La violencia no tiene género.

No sé muy bien por qué me pronuncio públicamente al respecto, y menos teniendo en cuenta que mi comentario probablemente será tomado a burla o con suma hostilidad, por una corriente dominante de pensamiento, que se viene cultivando hace años, según la cual se suele dar por descontado que siempre la llamada violencia “de género”, viene por cuenta del hombre, y que invariablemente la víctima es siempre una mujer, cuando la gran realidad es que en muchas ocasiones la miseria humana no reconoce de condiciones, cuando se trata de dar lo peor de sí, el ser humano muchas veces no se mide.

Capaz sea porque de a poco se comienza a ver como van saliendo más testimonios de hombres que se atreven a decir que también ellos lo han llegado a pasar mal en sus respectivas relaciones afectivas, como también sea, porque lentamente se empieza a ver como con más frecuencia van saliendo hombres, que así sea de manera discreta, se atreven a reconocer públicamente, que a veces se han visto siendo abusados o agredidos por algunas mujeres en los ámbitos más diversos –laboral, social y/o incluso familiar–, y lo que es peor, cargando con el estigma de la incomprensión y la falta de credibilidad si se atreven a denunciarlo.

Porque en muchas circunstancias, cuando se es hombre, basta con que una mujer, incluso sin razones para hacerlo, te acuse de lo que quiera, y en automático habrá de recibir cualquier cantidad de muestras de apoyo, asumiéndose que es verdad lo que dice, sin tener necesariamente porque demostrarlo, al tiempo que tu credibilidad, honor o imagen pública como hombre, queda por los suelos; ni que decir de lo legal, en donde incluso puedes terminar pagándolo con consecuencias económicas y/o la propia libertad. Pero no pasa lo mismo si es el hombre quien denuncia maltratos, sean estos físicos, psicológicos o sociales, ahí sí pocos son los que se atreven a creerte o están dispuestos a darte el beneficio de la duda.

Lo que es más, no faltan luego los que incluso terminan acusándote de falta de carácter u hombría si admites públicamente que has vivido maltrato a manos de una mujer. Y ojo, no se me malentienda con lo que estoy diciendo, mi cometido con este comentario no es terminar por desacreditar o desalentar a aquellas mujeres que verdaderamente han sido víctimas de maltrato físico, psicológico o económico y social por parte de sus respectivas parejas o incluso por otros hombres en los más diversos ámbitos de sus vidas, sino poner en evidencia, que si perseguimos verdaderamente terminar con el lastre de la violencia de género, es necesario ir asumiendo la realidad de la cuestión, como algo que no distingue de géneros, porque la violencia es la violencia, la ejerza quien la ejerza.

Quizá sea por el resultado que el juicio por difamación entre Depp y Heard, recientemente concluido tuvo, pero reconozco que la cuestión me genera algo de simpatía y hasta de esperanza, porque como hombre que alguna vez vivió cosas parecidas a las que Depp tuvo que hablar públicamente en un juicio, –con todo lo bochornoso que la cuestión puede ser–, me llena de optimismo pensar que al menos en esta ocasión el hombre pudo demostrar que no había sido la clase de agresor que su ex mujer había señalado, denuncia pública a la que una muy amplia mayoría se sumó sin cuestionar, y sobre todo, sin medir las consecuencias que todo ello generó; la cosa es que no todos los hombres corremos siempre con la suerte de poder limpiar nuestro nombre, porque insisto, muchas veces basta con que una mujer de acuse de lo que sea, para que incluso si todo es falso o un mero chisme, uno termine siendo objeto de las más diversos señalamientos y difamaciones, mismas que terminan teniendo todo tipo de consecuencias.

Y aunque al menos en este caso la justicia americana terminó fallando a favor del difamado; como él mismo dijera, la sola idea de tener porque resolver el tema con tribunales de por medio, resulta un tanto doloroso y constituye moralmente una derrota personal, independientemente del veredicto, porque es un hecho que fuera o no cierto lo que en su momento se le imputó, la cosa es que bastó la mala fe de una mujer, –acaso despechada o inconforme con el resultado de una relación que nunca funcionó–, para que su vida tomara un giro por demás conflictivo, que incluso le costara la continuidad de su propio desempeño profesional.

Para el caso de Depp, lo menos a decir es que el resultado ha sido un veredicto razonablemente justo, aunque algo me dice que no será la última vez que este episodio genere titulares en los medios de comunicación e incluso consecuencias legales. Ojalá el episodio sirva para sopesar cuestiones parecidas con mucha más mesura y/o cuidado, evitando linchamientos mediáticos que a priori den por descontado que siempre la violencia va por cuenta del hombre y que en cambio se devuelva a su sitio la necesaria presunción de inocencia que debiera prevalecer en todo sistema judicial.

Así las cosas, cerraré el presente comentario diciendo que las mujeres narcisistas y/o inestables, son tan abusivas y perversas como sus pares masculinos. En última instancia, cuando se trata de violencia por las razones que se quiera, seamos claros: La violencia no tiene género. Y decirlo así sin tapujos, no es cosa fácil, el tema está como para pensarse fuera de las maltrechas coordenadas de lo ideológico... Pero a callar boca, porque la sola idea de poner el tema en la palestra de lo público, mete en un atolladero sin salida a quienes pretenden afirmar la idea de que la llamada "violencia de género", sólo va por cuenta de los hombres.

¿La parece un tanto descabellado, exagerado o ridículo todo lo que aquí he comentado? Como ya alguna vez había escrito hace años, le diré que ridiculizar –o descalificar–, es el argumento de los que tienen miedo a pensar. El que tiene miedo a pensar, se teme a sí mismo. Lo que tiene consecuencias insospechadas para el tipo de sociedades que somos capaces de construir, porque el miedo empobrece la calidad de nuestros actos. Ello puede llevarnos a establecer un umbral social que conduce a la parálisis y la degradación personal, porque con ello se reduce nuestro potencial para actuar como agentes de cambio y nos mantenemos de forma indefinida a merced de cuestiones que aparentan ser exterioridades.

Sin embargo, cuando somos capaces de advertir que esas sensaciones desagradables que nos paralizan, son operaciones cognitivas –ideas– aprendidas, estamos en posibilidad de establecer otros posibles. De ahí que trabajar en promover la claridad de pensamiento se vuelve fuente inagotable de virtudes. Seamos pues más juiciosos y trabajemos como sociedad desde lo profundo, para cambiar paradigmas y/o referentes, porque repito: La violencia no tiene género.

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