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Ágora: Proteccionismo animal y desigualdad social. O el elogio del correctismo político

Proteccionismo animal y desigualdad social. O el elogio del correctismo político.

 

Por: Emanuel del Toro.

 

No es la primera vez que expreso algo parecido, pero: Una sociedad abdica de sí misma en su propósito primigenio como red de soporte y/o contención humana, si somos más capaces de ver por los animales, que por nuestros propios pares humanos. Y no me malentiendan, no hablo de avalar y/o ser omisos frente al impacto del maltrato sobre el resto de la fauna planetaria –por mucho más aquella que hemos domesticado para que nos haga compañía– esté bien, ¡pero carajo!

 

Con la severidad de problemas que tiene este país en materia de derechos humanos y/o desigualdad social, me parece francamente grotesco, por no decir que de mal gusto, que nos remuerda públicamente más fácilmente la conciencia ver que se mate a una mascota –lo mismo da si se trata de un perro, un gato o cualquier otra cosa–, a ver que a una persona sea asesinada, por no hablar también del abandono o la indigencia en el que todo tipo personas de sectores vulnerables, como personas de la tercera edad o niños abandonados y otros desamparados se encuentan; ¿o qué, acaso no se ha dado cuenta lo mucho que en San Luis Potosí capital, han aumentado los casos de personas mendigando para sobrevivir?

 

Pareciera que lo de ver por los animales, antes que por nuestros pares, es la píldora lava culpas que una amplia mayoría se toma para auto convencerse de que ya hizo lo suyo con aquello de hacerle frente a los problemas más severos de este mundo. Y no me vengan con sentimentalismos baratos respecto a que seguro yo hablo así porque no sé lo que es tener un amigo perruno o gatuno. Para empezar habría que decir que los he tenido en varias oportunidades; tampoco me vengan, –y menos si no me conocen en persona–, con el cuento de que yo qué carajos hago por mis pares humanos, porque si se trata de ser sincero, intento ayudar y/o mediar todo lo que puedo para sensibilizarme y/o solidarizarme con quien peor lo pasa, sólo que jamás lo anuncio, porque estoy decididamente en contra de utilizar la solidaridad como una muletilla de mi ego o banderilla pública; de hecho en tales menesteres yo soy partidario de “hacer el bien, sin mirar a quién“, y hacerlo sin exhibicionismos o pretensiones personales de por medio.

 

Los dichos de figuras públicas como el Papa Francisco, respecto a lo mucho que como sociedad nos hemos ido deshumanizado frente a las necesidades más apremiantes de aquellos seres humanos que peor lo pasan, resultan un tanto incómodas como insuficientes, al tiempo que invitan a la reflexión. Porque aun con todo y que no le falta razón para pensar de ese modo, y que incluso en lo personal pueda tener la más humana y amable voluntad de querer remediar el tema que denuncia públicamente: La realidad es que la verdad en boca de aquellos que han hecho muy poco por aliviar lo que denuncian, suena a burla, y hasta a insulto.

 

Ahora bien, si ya es desafortunado mirar a líderes religiosos pronunciarse públicamente al respecto, pero sin hacer cambios de fondo, para por ejemplo procesar de una vez a todos los ministros de culto de sus propias denominaciones confesionales que han abusado de menores de edad, en vez de seguirlos protegiendo, como ha ocurrido toda la vida; y es todavía peor cuando semejantes abusos ocurren a manos de políticos, porque al menos a esos si los elegimos todos: y que se pronuncien públicamente al respecto, cuando hacen realmente muy poco por mitigar la desigualdad social humana, no suena más que a oportunismo político, –algo que se ha usado como moneda de cambio entre absolutamente todas las trincheras–, cual si bastara con sólo pronunciarse en contra de lo que se pretende combaritr para evitarlo, pero igual que toda la vida, sin hacer los cambios necesarios de fondo, conformándose a lo mucho con seguir aplicando políticas asistencialistas con claros fines político clientelares, como es que hace Morena por ejemplo.     

 

Mientras afuera en las calles, a la inclemencia del clima invernal, cientos de indigentes son objeto de las más velada hostilidad colectiva: la de mantenerlos en la más absoluta invisibilidad institucional y social; porque claro, asistirlos y/o atenderlos exigiría resolver la pena de personas con enfermedades mentales o con severos casos de depresión, sin contar los de explotación infantil y geriátrica, que lo de tener a alguien abusivamente en la calle pidiendo limosna, también se ve con personas de la tercera edad, sin contar los casos que genuinamente están en la calle pidiendo lo que sea la voluntad de los transeúntes, porque la falta de opciones los ha ido orillando, y claro está, los cientos de migrantes de todos lados, que si bien sólo están de paso, no lo dejan de pasar mal.

 

Insisto, algo estamos haciendo muy mal como sociedad, si nos remuerde más el maltrato animal, que el de nuestros pares humanos. Y no es que se tenga porque elegirse entre atender una cosa o la otra, pero no es menos cierto que tenemos, lo mismo en lo local que en lo nacional, una severa y/o brutal cantidad de problemas públicos que comprometen la dignidad personal de miles de personas, para andarnos sobre admirando de que exista gente lo suficientemente mezquina para abandonar y/o agredir o incluso matar animales, todo ello al mismo tiempo que nos vamos haciendo cada vez más indolentes con la miseria humana de quienes por negligencia e ineficiencia pública, peor lo pasan.

 

Eso para mí, no habla sino de una severa miopía social o de un trastorno de salud mental colectivizado, que parece haberse vuelto endémico de nuestro tiempo: Antropomorfizar a los animales, o lo que es lo mismo, atribuirle a estos cualidades humanas, al punto de vernos tratarles mucho mejor que a nuestros semejantes. Y no es que me oponga a que aquellos que por genuina convicción abogan por no dejar librados a su suerte a cuanta mascota hay en la calle,  –lo mismo por descuido, que por negligencia–, hagan lo consecuente por atenderlos, pero sí me parece fuera de toda proporción sobredimensionar el proteccionismo animal, cuando es un hecho que por las más diversas razones se ha ido descuidando la humana solidaridad.

 

Ya alguna vez lo había dicho públicamente y vuelvo a insistir en ello: el país está tan lleno de gente decididamente mezquina y cuya estupidez u oportunismo raya en lo patológico, que ya no sé si en vez de código penal y sistema penitenciario, será mejor optar por cambiar y/o sustituir la legalidad por cobertura sanitaria total con hospitales psiquiátricos, medicación y consulta con especialistas por razones de inestabilidad mental y emocional. Capaz conseguimos más tratando nuestros severos desequilibrios sociales como problemas de salud mental o emocioal, que como temas legales. Me queda claro que poco o nada resolveremos en términos de desequilibrios sociales, mientras sigamos encausando nuestras posibilidades de solidaridad, limitándola hacía los animales, dejando sin efecto la que debería corresponder para con nuestros compañeros de la especie, y vaya que existe una cantidad brutal de problemas por atender, como para decir que no lo hacemos porque no hay donde intervenir. En otro modo seguiremos alentando un correctismo político muy útil en términos políticos, pero carente de todo sentido social.

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