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Ágora: ¿Qué implica un amor sano?

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 19 ago 2024
  • 4 Min. de lectura

¿Qué implica un amor sano? Una reflexión personal.

 

Por Emanuel del Toro.

 

Entender lo que un amor maduro, sano y/o equilibrado conlleva, no es cosa fácil. Lo menos a decir en ese sentido, es que un cariño sincero tiene por necesidad que ser un cariño que sepa amalgamar de forma equilibrada el impulso de demostrar lo que por la otra persona sentimos, con la propia independencia personal. Amar desde la posesividad, como esperando que la persona que decidimos querer deje de tener una vida propia, no es ni lógico, ni mucho menos sostenible.

 

Sin embargo, ocurre con mayor frecuencia de lo que creemos, porque cuando se coincide en una relación afectiva, siempre subyace la posibilidad de que no se haya terminado de resolver todas las heridas y/o carencias que la vida nos ha dejado. En ese sentido, hay que precisar que amar, como cualquier otra realización humana, constituye más un proceso, que un estadio plenamente consumado.

 

Para decirlo claro: Amar está muy lejos de ser una meta o un estadio acabado, (así sea que se nutra de una continua cadena de causalidades relacionadas al crecimiento de sus integrantes), amar está lejos de ser un estadio de absoluta realización. Y qué bueno que así sea, porque amar constituye ante todo una construcción permanente, es decir una realización viva. Un proceso que se alimenta de realizaciones diarias, de actos de servicio y/o de la sincera disposición de ser humanamente consecuentes con aquella persona que decimos que nos importa tanto, como para querer compartir nuestras vidas a su lado.

 

Se trata de un mutuo compromiso que se sostiene por elección propia, pero también y sobre todo de forma continua; para decirlo con absoluta franqueza: Amar está más próximo a un ejercicio rutinario de mutua dignificación, que al impulso personal de querer poseer a quien nos cautiva. Se trata más de lo que estamos dispuestos a hacer por aquella persona a la que decidimos amar, que de lo que podemos o no obtener del ser amado. Porque el énfasis en un cariño sincero, está más en lo que por autoconvencimiento realizamos, que en lo que obtenemos.

 

Amar es más un proceso continuo de mutuo mejoramiento, que un resultado finiquitado de hechos conquistados o beneficios. Quien no lo tenga claro, terminará replicando lo que siempre se ha dicho que mejor hacemos los seres humanos en cuestión de malquerernos, aún si semejante elección nunca rinde los resultados que deseamos: Sobrecargando a la persona amada de expectativas irrealizables; o como dijera Jacques Lacan: dando lo que no se tiene, al que no es; es decir, proyectando nuestras carencias como si de cariño sincero se tratara, y lo que es peor: Viendo cariño sincero, ahí donde lo que prevalece es el capricho o la obstinación por conseguir que aquella persona que decimos que amamos, cumpla y/o haga suyas nuestras más caprichosas necesidades.

 

Y no existe de hecho cosa más contrapuesta al amor, que el llano capricho de conseguir aquella persona que nos importa termine supeditando todas sus decisiones de vida, única y exclusivamente a lo que el impulso de nuestros caprichos. Pensar que algo así se puede tener por un cariño sincero o maduro, es pretender desconocer que no existe relación posible, ahí donde los integrantes de una pareja no están preparadas para limitar y/o contener sus orientaciones más egoístas; la lección es por demás clara: Amar exige dejar los caprichos, y en cambio construir equilibrios afectivos fundamentados en la reciprocidad y la confianza. Porque ahí donde no hay confianza, sencillamente no se estará en paz jamás. Por más grande que sea el impute de nuestras emociones por una persona, una relación carente de confianza, jamás nos hará sentir satisfechos.

 

Ahora que bien, cuando hablo de confianza, no se trata sólo de la que toca entre los integrantes de una pareja, hablo asimismo de la llamada confianza personal. Porque vivir teniendo que probarse uno mismo cuán deseable es para otros, o cuán capaz es o no de complacer a otros, es la forma más segura de garantizarte un infierno personal de proporciones monumentales; jamás vas hallar fuera de ti lo que no tienes el valor de construir desde tu propia persona.

 

En ese sentido, construir una relación que auténticamente valga la pena, es decir una relación en la que además de mutua reciprocidad, exista un lazo de  confianza sostenido, precisa de buena comunicación. Y no puede ser, –se lo diga como se lo diga–, de otro modo, porque un cariño maduro es ante todo, un lazo indisoluble de complicidades y singularidades compartidas, soportadas por la autenticidad de un cariño afectivamente responsable, que no se deja obcecar por arrebatos de pasiones pasajeras, o por la lengua de las intrigas de terceros que pongan en entredicho la franqueza de lo que se es capaz de suscribir u ofrecer.

 

Ahora que bien, si ya no funciona lo que tienen, porque sencillamente se han dado cuenta que no pueden estar ya juntos. No hay problema; como se dice en la calle: A fuerza ni los zapatos entran. Mas no nos llamemos a engaño, si no funciona la relación con una persona conocida, menos lo hará con alguien nuevo por conocer. Cosa que digo con todo propósito, porque con más frecuencia de la deseable, más de uno se va de una relación, sólo para iniciar a la voz de ya una nueva. Sin comprender lo primordial que es hacer un tiempo de introspección personal, antes de siquiera pensar en involucrarnos en una nueva relación.

 

Hablemos claro: Un clavo no saca otro clavo; un clavo sólo hace más grande la herida. Cuidado con establecer relaciones “liana”, por aquello de no saber cómo sobrellevar un duelo emocional o una decepción, que es lo que casi todo el mundo hace; ante la perspectiva de una ruptura emocional, es preciso resistir la tentación de volverse a involucrar por vulnerabilidad: la carencia no será jamás querencia. Para decirlo como corresponde: La toxicidad de relaciones emocionales que no funcionan, está arraigada en los modos poco eficientes con los que enfrentamos los dilemas que resultan de estar en pareja. Una pareja podrá ser todo lo desconsiderada y/o desatenta que se quiera, pero si no recibiendo un trato que corresponda a lo que damos o esperamos recibir de una relación, nos empeñamos en permanecer, entonces el tóxico, el no preparado para amar, es uno mismo.

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