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Ágora: San Luis Potosí. Una ciudad abandonada

San Luis Potosí. Una ciudad abandonada.

 

Por: Emanuel del Toro.

 

La profundidad de la intimidad urbana que la bici me ha obsequiado sólo con acudir a trabajar desplazándome a dos ruedas, con mis piernas y la voluntad como motor y combustible, y no en colectivo, –como es que venía haciendo desde que comencé a atender sesiones de Psicología–, es sobrecogedora. Porque en bici se va por donde se puede y también por donde no sería recomendable hacerlo; lo mismo se avanza por rutas propias que se resuelven en tiempo real, conforme se avanza, que por donde lo hacen los vehículos motorizados, siendo esta elección una de las que mayor concentración y/o pericia exige.

 

Porque cuando se decide por esta opción, te das cuenta de cosas que usualmente se desconocen y/o se ignoran, –ni que decir cuando se desplaza uno en auto, porque entonces no enteras prácticamente de nada–, comprendes en toda su magnitud el lamentable estado en el que se encuentran la mayoría de nuestras vialidades en la localidad. Pero también lo poco o nada amigable que la ciudad resulta para quien no dispone de vehículos motorizados. Comprendes a la mala, es decir a punta de sobresaltos y/o atropellos de todo estilo, la poca o nula consideración que los conductores tienen no sólo de los ciclistas, sino también de los peatones y hasta de los comerciantes ambulantes y/o de los itinerantes.

 

Para el caso, así como la ciudad está diseñada, amén de la escasa y/o nula inversión que se ejerce para su preservación o mantenimiento, está claro que el San Luis Potosí de hoy, está muy lejos de ser un sitio del que sentirnos dignos u orgullosos, como para incluso atrevernos a promoverle como destino turístico. La realidad es que así como hoy está la ciudad en términos de vialidad y/o de calidad de su espacio público, se lo haga como se lo haga –lo mismo da si se lo hace a pie, a trote o paso veloz, en bici, moto u auto–, transitar por sus calles resulta toda una odisea, más digna de una carrera de obstáculos en un triatlón, que de una ciudad colonial de fama internacional, como es que a sus orgullosos habitantes les gustaría pensar que se considera su amado terruño.

 

Realidad que se aprende a padecer en toda su magnitud cuando se anda por las calles ajeno a la comodidad y/o velocidad que ofrece cualquier vehículo motorizado. Entonces si te toca enterarte del modo más desagradable posible, la poca y/o nula presencia del Estado. Ausencia que se deja sentir, lo mismo en el estado general de abandono de las calles, lo mismo que en la profundad con la que el asfalto de toda la localidad parece más un amasijo de remedos y componendas hechas una sobre la otra.

 

Cual si bastara con poner un parche encima del otro para sentir que se ha cumplido con la inaplazable responsabilidad de mantener las calles en óptimas condiciones. Ni que decir del alumbrado, lo mismo que de la seguridad, porque no hay prácticamente ningún rincón de la ciudad en el que caminar por una calle u otra a cualquier hora del día, deje la sensación de estarse metiendo a la boca del lobo, porque cuando no hay hoyos en el asfalto, te encuentras con aceras y/o banquetas intransitables de  lo cuarteadas que están, lo mismo que con colonias enteras sin luz, ni pavimento, por no hablar ya de servicios más elementales como agua o drenaje. Desde luego que con todo lo hasta aquí mencionado, lo de menos es atribuirle a la cuestión tintes políticos, ya para echarle tierra a unos u otros según sean las razones de turno que animen un comentario.     

 

Pero más allá de la inútil empresa de culpar y/o responsabilizar a unos en detrimento de otros, me resulta por demás surrealista probar como es que pasan las administraciones de todos los colores habidos y por haber, y sin embargo una es la constante que prevalece independientemente de la orientación política y/o discursiva de los que se hacen con la titularidad del control del Estado: quienes consiguen llegar al poder están muy lejos de comprender el alcance que su persistente abandono de los problemas más cotidianos tienen sobre la vida de la totalidad de los ciudadanos en cuyo nombre afirman tomar decisiones.

 

Claro, lo de menos será decir –como es que hacen muchos–, que la magnitud de los problemas que describo –como por ejemplo la calidad del espacio público, o el propio estado de las calles en la ciudad–, es de tal envergadura y/o profundidad, que no hay prácticamente gobierno capaz de atenderlos a cabalidad. Sin embargo, es difícil no vernos preguntar qué tanto conseguiríamos o no, si al menos de vez en cuando se mostrara un poco más de comprensión y/o humana empatía. La verdad es que cuando pienso en estos y otros problemas parecidos, se me hace muy difícil no verme imaginar, o que quienes gobiernan son muy indolentes y/o indiferentes a los problemas del común de la ciudadanía, o es que de plano ni los registran, porque para empezar en su vida se han tomado la molestia de recorrer la localidad más allá de lo que su condición de ciudadanos privilegiados les exige.

   

Limitando su desplazamiento o concurrencia rutinaria a los primeros cuadros de la ciudad, en los que si algo distingue a la ciudad, es sin lugar a dudas, una sobre oferta de posibilidades y/o de recursos que dan cuenta de una presencia estatal que brilla por su ausencia, cuanto más se aleja uno de los centros del poder. Que vamos, para no ir más lejos, me conformaría, por decir una cosa, con que quienes hoy gobiernan la ciudad o la entidad misma, se dieran una vuelta a los llamados barrios tradicionales de la capital potosina, para que se dieran cuenta del severo estado de abandono en el que se encuentran la mayoría de sus calles. Lo cual si bien no es ya ninguna novedad para quienes en dichos barrios viven o transitamos, sí que tendría que ser motivo de vergüenza para todos los que se dicen muy orgullosos de lo que nuestra localidad representa en términos de patrimonio turístico.  

 

De últimas diré que para decir que se vive en una localidad, no basta con conocer sus cuadros urbanos más representativos. Si nunca se ha recorrido la misma de modo íntimo, andando por las calles más olvidadas de la misma, está claro que no se conoce la propia ciudad como es que realmente se debería. Lo cual resulta todavía más grave de lo que en primera instancia parece, si quien desconoce dicha localidad se encuentra a cargo de tomar las decisiones más trascendentes de la misma.  Me pregunto si quienes hoy gobiernan en la capital de San Luis Potosí estarán verdaderamente conscientes de lo que esto significa. Es difícil no pensar, por el estado de abandono de sus calles, que o no están muy al tanto de lo que vivir como vivimos los de a pie significa, o que sencillamente les tiene sin cuidado.

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