Ágora: Ser fieles a nosotros mismos. O la importancia de poner límites
Ser fieles a nosotros mismos. O la importancia de poner límites.
Por: Emanuel del Toro.
La familia que daña, que lesiona tu autoestima, que te menosprecia o te ignora, que se ríe de ti y/o habla a tus espaldas, urdiendo intrigas y calumnias, o que se presta a los enredos de terceros para contigo, aún a sabiendas del daño que esto puede provocarte, que no agradece o siquiera se acuerda de lo que alguna vez has hecho por ellos, o que incluso lo minimiza, y que encima no es capaz de alegrarse por tus logros o le molestan y les resta importancia y/o mérito.
Tal estilo de familia podrá tener un mismo origen biológico y compartir contigo si quieres ambos apellidos, o incluso vivir contigo las 24 hrs o bajo el mismo techo, pero definitivamente no es familia en el sentido fundamental de lo que ser humanamente cercanos, recíprocos y solidarios significa. Familia, lo que se dice auténtica familia, es la que si no está de acuerdo contigo o el modo en el que llevas tu propia vida, al menos te respeta a ti y a tus decisiones.
En semejantes condiciones, lo menos por decir, es que siempre resulta útil y/o necesario poner límites, y más aún, aprender a respetarlos comenzando desde nosotros mismos, aceptando que tener diferencias, –incluso con quienes amamos o valoramos–, es saludable, hasta necesario para propiciar los arreglos que favorezcan nuestra autoconfianza y autonomía decisional. Para decirlo claramente: Ser buena persona no tiene porque significar aguantarlo todo.
Cosa que digo con todo propósito, porque con suma frecuencia ocurre que más de uno termina aprendiendo a normalizar que se le agreda o infravolore, pasando por alto o minimizando desplantes, burlas y/o descalificaciones –de aquellos que más deberían procurarle y/o contenerle–, en el nombre de llevar “la fiesta en paz; o quesque por no hacer más grandes las cosas…”; definitivamente nada bueno puede salir de un equilibrio que a lo que nos llama, es pasar por alto nuestras necesidades más elementales de autoconservación, aceptando que se nos trate por debajo de lo que cualquiera merece.
De hecho, cuando ser amables y/o empáticos o condescendientes con otros ponga en predicamento cuestiones esenciales de nuestro modo de vivir o pensar, mejor es apostar por ser fieles a nosotros mismos y alejarnos de aquellos que por los motivos que sean deciden darnos lo peor de sí. Porque será eso, o terminar viviendo por elección propia en un infierno en el que ser uno mismo se vuelve poco menos que un imposible, que nos mantiene en permanente conflicto con nosotros mismos. Ese no es en lo absoluto un modo razonable de vivir. Poner límites puede doler o incomodar, sí, de acuerdo; pero no ponerlos duele todavía más.
Que si, que a veces dudamos de cuáles y/o qué tipo de límites establecer, lo mismo porque no sabemos lo que queremos o dudamos a más no poder; que porque creemos que si ponemos límites aquellos que nos importan van a dejar de querernos, de acuerdo. Sin embargo, como yo lo veo, aquellas personas que se molestan y/o se inconforman con que establezcamos límites para autoprotegernos o cuidar de nuestra integridad emocional, son el tipo de personas con las que es mejor tomar distancia, se trate de quien se trate.
Nada justifica el tormento de una mala relación. Esto es así con cualquier vínculo relacional, lo mismo da si se trata de una amistad, un vínculo familiar o una relación erótico-sentimental. Ahí donde la convivencia con otros ponga en predicamento cuestiones esenciales de nuestro modo de pensar, ser o vivir, no hay en realidad vínculo que sostener. Porque como se dice en la calle: a fuerzas, ni los zapatos entran. Si para ser aceptado en un entorno, se vuelve preciso que pasemos por alto aquello en lo que creemos y/o valoramos, mejor apaga y vámonos.
No existe peor modo de irrespetarnos o last v imarnos por cuenta propia, que guardando silencio frente a lo que nos degrada o lastima, por pensar que con ello recibiremos la validación o aceptación de aquellos que por la estima que les profesamos, mayor importancia guardan en nuestras vidas. Si el precio de mantener cercanía con alguien implica ignorar aquellos rasgos de su conducta que nos lastiman, mejor haríamos en reevaluar si mantener tal vínculo tiene sentido.
Porque repito, nada justifica el tormento de una mala relación, ni la pertenencia familiar, ni el tiempo que se lleva conviviendo, ni mucho menos el parecer –real o figurado– de terceros, o cualquier otra razón que se quiera invocar; nuestra paz interior y/o nuestra tranquilidad personal, no es negociable frente a nada, ni nadie. Porque si el precio a pagar por estar en compañía, es pasar por alto cuando se nos falta el respeto o invalida, mejor solos que mal acompañados.
Y ojo con ello, porque lo difícil no es darnos cuenta de nuestros límites, sino tener el valor y/o la congruencia de ser consecuentes con el compromiso personal de defenderlos, se trate de quien se trate. Porque cuando hay emociones involucradas de por medio, es muy fácil que dudemos y/o que la esperanza de un cambio súbito o milagroso nos haga permanecer más de lo necesario soportando casi cualquier cosa. Ese no puede ser un vínculo por el que valga la pena resistir. Porque hacerlo significa pasar por alto nuestra propia dignidad personal.
En la vida como en el amor y las relaciones humanas, –sean estas de amistad, familiares o de pareja–, el amor propio no puede ser jamás cuestión olvidada. Porque una vez que olvidamos lo esencial de nuestra importancia como personas merecedoras de respeto, cariño y mutua reciprocidad, podemos llegar a pasar por alto prácticamente cualquier cosa, atentando contra nuestra autoestima y/o el sentido de nuestra propia existencia.
Cuando el sentido de pertenencia para con un entorno, pone en entredicho nuestros sueños y/o realizaciones y valores, mejor es que suceda lo que suceda, optemos por ser fieles a nosotros mismos. Sólo en la medida que mantengamos congruencia entre lo que valoramos y lo que permitimos, es que conseguiremos una vida plena y genuinamente satisfactoria. De ahí la importancia de no desoírnos y nunca infravalorar nuestros límites. Hay que ser fieles a nosotros mismos.
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